ANÁLISIS - España

El “caso Nevenka”, el espejo del acoso sexual que nos devuelve la imagen de lo que fuimos y nos señala los avances pero también las heridas

elDiario.es —
7 de marzo de 2021 11:31 h

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Una mujer mira a la cámara. Habla a la cámara. Recuerda, da detalles, se rompe, llora, vuelve a su relato. Es Nevenka Fernández, tiene 45 años, aunque para España se había quedado congelada en los 25, cuando, allá por comienzos del 2000, una chica joven se puso enfrente de un puñado de micrófonos y contó el acoso sexual que había sufrido por parte del alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez. Nevenka se había quedado congelada a los 25, en esa sala de prensa, o a los 26, cuando la vimos sentada en el Tribunal Superior de Castilla y León. Hasta ahora. Nevenka Fernández vuelve para recordarnos que el “Me Too” es una explosión muy reciente y que el silencio y el estigma son, en cambio, muy antiguos. Lo hace en la serie Nevenka, producida por Newtral y que puede verse en Netflix desde el viernes 5.

Es este fenómeno contemporáneo, que aún experimentamos, de ruptura del silencio colectiva alrededor de la violencia y el acoso sexual el que está propiciando la revisión de casos como el de Nevenka. Historias que quedaron definidas como sucesos más o menos llamativos, como manchas en el imaginario colectivo, entonces desprovistas del significado “de género” que hoy somos capaces de darles con más claridad y fuerza que entonces. Las mujeres que en esos momentos fueron señaladas, ridiculizadas o que tuvieron que huir comienzan a salir de sus refugios para no callarse nunca más. Lo hace ahora Nevenka Fernández, que decidió exiliarse a Reino Unido después de aquel juicio que ganó, pero tras el que quedó marcada.

Ismael Álvarez era el alcalde de Ponferrada, un hombre querido por su pueblo y con altas dosis de poder. Nevenka Fernández era concejala de Hacienda, una chica de 25 años a la que el PP local había reclutado en las últimas elecciones municipales. El acercamiento de Álvarez fue paulatino, aunque hubo algunas señales de alarma. Señales, que admite Nevenka 20 años después, no supo ver o a las que no quiso dar importancia. El rechazo de ella al intento de él de mantener una relación sentimental disparó meses de acoso que la destrozaron. Finalmente, Nevenka Fernández dimitió, interpuso una querella contra Álvarez, contó lo sucedido públicamente, y se escondió. Meses después su caso se convertiría en la primera condena por acoso sexual a un político en España.

La serie funciona como un espejo. Nos devuelve, por ejemplo, la dureza de los prejuicios machistas. “A mí nadie me acosa si yo no quiero”, dice una vecina indignada en una concentración de apoyo a Ismael Álvarez que se convocó entonces en Ponferrada. El desparpajo y la falta de pudor de esa y otras declaraciones nos sirve para comprobar hasta qué punto romper el silencio era arriesgado. Pronto salía a relucir el “algo habrá hecho”, la desconfianza hacia la palabra de la víctima, el escrutinio a su vida y a su comportamiento.

Es fácil pensar entonces que nadie se atrevería ahora a soltar algo así frente a un micrófono, hemos cambiado. Pero es inevitable recordar las recientes concentraciones en apoyo de varios acusados por una violación múltiple o el escarnio de decenas de hombres a la superviviente de “la manada”, de la que llegaron a buscar y filtrar datos y fotos personales. Hemos cambiado, sí, pero no tanto.

El espejo ahonda en las consecuencias para las mujeres que denuncian. Nevenka Fernández tuvo que dimitir, que abandonar el puesto de concejala como única salida para acabar con una situación en la que ella era la víctima. Aguantó insultos, descalificaciones, sospechas e, incluso, amenazas de muerte. Tuvo que huir de su país para empezar una vida libre de estigma.

El fiscal del caso, José Luis García Ancos, interrogó a Nevenka como si fuera ella quien estaba sentada en el banquillo de los acusados. García Ancos tiró de ironía para alabar la “soltura” y la “memoria” que mostraba la víctima. Tal fue su interrogatorio que el presidente del tribunal tuvo que advertirle de que estaba hablando con una testigo, no con una acusada. Una de las preguntas de García Ancos bien podría servir de resumen para quien se pregunte cómo influyen los estereotipos machistas en la Justicia: “¿Por qué usted, que ha pasado ese calvario, usted, que no es la empleada de Hipercor que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos; por qué no dice 'se acabó, me voy'?”, le espetó a Nevenka. El fiscal general del Estado sustituyó a Ancos por lo que calificó de “acoso procesal” contra la mujer.

Es difícil no ver en esa frase a la superviviente de “la manada” seguida por un detective privado contratado por la defensa, cuestionada por la manera en la que sentó en la silla de la sala de vistas, o escuchar los ecos de los juicios donde se pregunta a las mujeres por la minifalda o los pantalones que llevaban, o esa interpelación que dice “¿por qué no te fuiste antes?”, “¿por qué denuncias ahora?”. El foco en Nevenka, en las mujeres que la precedieron y la siguieron.

El caso Nevenka hace suspirar de alivio porque ya no somos así, al menos no exactamente así. Pero también señala las heridas que siguen abiertas y por las que se cuelan la credibilidad, los derechos, la vida de tantísimas mujeres. Hemos cambiado, pero no tanto como deberíamos. Aunque hemos aprendido mucho, por ejemplo que, como dijo la escritora y feminista afroamericana Audre Lorden, “el silencio no nos protegerá”.