“Cuando me echaron me avisaron de un rato para el otro. Ni siquiera de un día para el otro. El 26 de abril fue mi último día de trabajo. Yo trabajé normal, como siempre”, cuenta a elDiarioAR Javier Villoldo, el único empleado del Correo Argentino de la localidad de Corcovado, departamento Futaleufú de la provincia de Chubut. Tiene 52 años y durante 27 trabajó para la compañía estatal. En abril lo echaron. Ahora vive con la angustia de ser desempleado y a la espera de que lo desalojen de la casa donde vive porque es del Correo.
Villaldo fue cartero, ventanillero y hasta hizo relevos como tesorero. Se ocupó de la limpieza, de las tareas de maestranza y mantenimiento, de la atención al público y de asuntos administrativos. Cubrió licencias de los jefes de las sucursales unipersonales, como la que él administraba, y nunca sacó una carpeta o cometió una infracción. Aquel día de abril lo llamaron por teléfono y le informaron que había sido desvinculado de la empresa. Todavía no lo puede creer. El correo era como su casa.
Su jornada comenzaba a las 8:30, pero él llegaba antes. “A las 7:30 ya estaba con la puerta abierta esperando a mis vecinos que tuvieran que hacer algún trámite”, cuenta y recuerda con lujo de detalles cómo fue el día que lo despidieron. “Había sido un día como todos: había abierto, izado la bandera y trabajado normal. A las 14.20 ya había dejado todo organizado con la gente de Esquel, que son los que me mandaban la correspondencia. Era un lunes, había llegado poca así que acordamos que hicieran el traslado la próxima semana. Diez minutos más tarde me volvieron a llamar. Me pareció raro porque recién habíamos cortado. Insistieron dos o tres veces. Cuando atendí me dijeron que en su bandeja de mail estaba mi telegrama de despido. Así de violento. Así de intempestivo. Inesperado. Diez minutos antes habíamos terminado de organizarnos para la semana siguiente y después me llamaron diciendo que me habían echado”, reconstruye al teléfono con elDiarioAR.
Hace pausas propias de la angustia, se quiebra y repite sobre todo una palabra: horrible. “No había terminado de cerrar la sucursal cuando ya me habían echado”, piensa.
Villoldo tiene dos hijos y “un par de Firulays”, como le dice a sus perros rescatados de la calle; está casado con una docente que hoy es el sostén de la familia. Del futuro a corto plazo le preocupan varias cosas: de qué trabajar, dónde van a vivir, poder seguir manteniendo a su hija de 20 años que estudia en Esquel el profesorado de inglés, la realidad económica del país.
“Vengo desde hace casi mes y medio pasándola bastante mal. Estamos priorizando hoy con mi mujer poder seguir pagando el alquiler y los estudios de mi hija para que el día de mañana pueda ser una laburante”, cuenta. “Estoy en una situación complicada, no sólo yo como persona, sino como trabajador. Estoy literalmente en la calle, esperando a que me vengan a pedir la casa. Tengo 52 años y, lamentablemente, para el sistema soy viejo. Tengo toda la experiencia, pero mi edad me condiciona. No consigo laburo en ningún lado. Nadie te contrata, nadie te toma. Podés tener toda la experiencia, ser responsable, comprometido y todo lo que vos quieras, pero, lamentablemente, somos viejos. Estoy desempleado y no por mi culpa”, se queja.
Villoldo no tiene un plan. Vive, como dice, “en un desconcierto total”, en un pueblo rural de 1.600 habitantes donde las posibilidades son pocas. Además, la situación económica de país no lo alienta a invertir en nada propio. Mientras tanto, él y su familia viven del sueldo de su esposa, que cobra poco más de $300 mil.
“Estoy desesperado. Tengo toda la fe del mundo, pero uno, por más fe que tenga, se choca con la realidad que dice otra cosa. Llega un momento donde te levantás con muchas ganas de dar vuelta la página y de que esto sea una anécdota o un trago amargo y en el transcurso del día te vas dando cuenta de que la realidad es otra. Y es tremendo. Es algo que no se lo deseo a nadie”, agrega.
La odisea para mandar una carta
Corcovado es un pueblo cordillerano. Desde hace más de dos meses llueve y cae agua nieve casi todos los días. Los caminos son de ripio y se vuelven intransitables. La sucursal de Correo Argentino más cercana está a 100 kilómetros, en Esquel. Llegar hasta allá demanda un gasto de, por lo menos, $30.000. Hoy, los corcovadenses que necesitan mandar una carta, una encomienda o iniciar un trámite que se gestionaba a través del Correo, necesitan ir hasta Esquel. Para muchos es inaccesible, por lo que se organizan para compartir gastos o esperan a la vera de los caminos mientras hacen dedo hasta que alguien los levante.
“Para la gente también es un golpe tremendo. Quedarse sin correo es un atraso de 50 años”, dice Villoldo. “Este Gobierno habla de ajuste y de la casta y nosotros somos trabajadores. Yo lo único que sé hacer es trabajar. Soy un laburante que lo único que quiere es que le restituyan su trabajo. Si hay que ajustar, me parece que hay otros lugares, otras formas, no los trabajadores. No se soluciona este país o su situación económica dejando gente en la calle empobrecida, sin ninguna posibilidad de nada”, reclama Javier.
El reclamo de la gente
Que cierren las únicas sucursales de Correo Argentino de algunos pueblos es un trastorno para la gente. Los vecinos de Corcovado encabezaron varias protestas para que se reabra la de su pueblo mientras trabajan en la presentación de un amparo colectivo. No tienen expectativas de lograr algo, pero no quieren quedarse de brazos cruzados.
Algo similar pasa en Trelew donde echaron a Olga Norambuena, la única trabajadora mujer. Por ella se hizo un abrazo simbólico al Correo y se pidió su reincorporación. Norambuena era ejecutiva de Pymes y asistente de los equipos electorales con 18 años de antigüedad. Fue despedida el 27 de abril, como Villoldo. Es madre soltera de una niña de 9 con síndrome de Down.
Los despidos y las manifestaciones tienen eco en todo el país. Para los ciudadanos, en algunos casos, el correo es vital y cumple una función social clave para el desarrollo de su actividad diaria.
MM/DTC