COVID-19: CINCO AÑOS

Cinco años de la pandemia: por qué no queremos mirar atrás

elDiario.es —
13 de marzo de 2025 08:21 h

0

Un grupo de investigadoras del Centro Nacional de Epidemiología (CNE) de España empezó a monitorizar en mayo de 2021 qué actitudes y comportamientos tenía la población española ante la pandemia de Covid-19. Los resultados, publicados esta semana, miden la situación hasta septiembre de 2022. En la última fase “costaba sacar respuestas”, reconoce Carmen Rodríguez, una de las autoras, porque “daba la sensación, y esto es una impresión personal, de que la gente no se quería acordar de eso ni ser preguntada”. Esa fue una de las razones para poner punto y final al estudio.

Ahora que se cumple un lustro del estallido de la pandemia, la efeméride obliga a hacernos algunas preguntas: ¿Hemos pasado pantalla? ¿El trauma se ha cerrado en falso o es sano y humano superarlo? Ya en 2021 la Organización Mundial de la Salud acuñó el término “fatiga pandémica” para referirse al cansancio que sentía la población ante lo que estaba pasando. Entonces, cuando todavía había medidas restrictivas, esa fatiga conducía a saltárselas más. Tras el confinamiento se mantuvieron limitaciones al movimiento en fronteras, a las reuniones de grupos o toques de queda. El uso obligatorio de la mascarilla en interiores se mantuvo hasta abril de 2022.

“Esa fatiga se ha trasformado en una búsqueda de actividad que nos saque de eso que vivimos, que ahora está más lejos”, apunta Esther López, catedrática de Psicología Social de la Universidad de Jaén y presidenta de la Sociedad Científica Española de Psicología Social (SCEPS). La sociedad, pasados cinco años del estallido de la crisis, está en una fase de “afrontamiento activo” en el que las personas buscan “cómo repararse emocionalmente” tras la pérdida de seres queridos, de relaciones, de ilusiones o del propio tiempo, dice la especialista.

Xavier García casi se pierde a sí mismo. Hace ahora cinco años ingresó en el hospital Vall D'Hebron de Barcelona con una neumonía y fiebre alta de muchos días. Lo que siguió fue un empeoramiento implacable: malestar cada vez más intenso, oxígeno, UCI, coma inducido, una indicación para trasplantarle los pulmones y múltiples secuelas que llegan hasta el día de hoy. Salió del hospital en julio sin poder caminar. Ningún médico le aseguraba lo que podía pasar con su evolución porque no habían visto tantos casos previos.

Un lustro después responde, a la que pregunta de cómo se encuentra, que está “mejor que hace cinco años pero peor que hace cinco años y medio”. “¿Olvidar? Cada vez que vuelvo al hospital para una revisión me viene todo”, lamenta. Tras la euforia inicial de haber sobrevivido empezó un largo duelo que se ha prolongado durante estos cinco años: “Hacía trails, salía a andar y un día eso se acabó de golpe. Ahora, cuando me asomo a la ventana y veo a la gente montar en bici me duele”.

En lo personal hay que intentar ir al lugar de la esperanza y de la superación, pero en lo institucional tenemos que preguntarnos si nuestros responsables políticos también aprendieron

La neumóloga Ana Villar forma parte del equipo del Vall D'Hebron que mantiene el seguimiento a un centenar de pacientes con coronavirus grave que arrastran secuelas pulmonares cinco años después. De ellos hubo al menos 11 que necesitaron un trasplante de pulmones tras pasar el virus. “Muchos hemos intentado superar esa pantalla para protegernos de lo que vivimos y diría que ahora mismo no es un tema de conversación habitual entre los compañeros. Estos días un poco más porque hemos tomado conciencia del tiempo que ha pasado”, defiende la médica.

¿La evitación impide prepararnos?

Según fue avanzando la pandemia y llegó la vacunación, el devastador virus que enfermaba rápida y gravemente a muchas personas se convirtió en un cuadro que, para una amplia mayoría, se podía pasar en casa con aislamiento y vigilando la fiebre. En ese momento empezó a producirse un “choque de realidades”: la idea social de que todo estaba controlado convivía con la muerte de las personas más vulnerables. Una de cada diez víctimas mortales de la pandemia fallecieron en la sexta ola, pese a que la mortalidad era la más baja registrada hasta entonces (0,6%), según los datos que se tenían entonces. Se calcula que 120.000 personas perdieron la vida por causa del virus desde que estalló la crisis sanitaria.

“A veces pienso que lo hemos cerrado en falso porque hay personas que se han quedado con eso dentro sin poder hablarlo o sin encontrar los foros para hacerlo”, piensa María Cruz Martín, que era jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital de Torrejón (Madrid) en marzo de 2020. Esta evitación cree que ha conducido a otra huida: rehuir de tomar medidas para prepararnos ante otra posible eventual pandemia. “Hemos hecho algunas cosas en lo relacionado con los espacios y los equipamientos pero no hemos cerrado cuestiones importantes y muy complejas, también éticamente, como establecer criterios de triaje si vuelve a pasar algo parecido”. El Congreso está ahora, cinco años después, a punto de aprobar la nueva Agencia Estatal de Salud Pública.

"Las sucesivas crisis desde entonces, como las guerras, también nos empujan a mirar hacia lo más urgente, a lo que tenemos por delante"

En honor a la memoria, Martín recuerda el 29 de febrero de 2020. Había sido su cumpleaños y estaba celebrándolo con su familia en Copenhague cuando recibió un mensaje: el paciente con neumonía que llevaba ingresado diez días se estaba poniendo muy malo. Voló de urgencia a Madrid aquel sábado. Ya no solo era un enfermo sino varios que terminaron por ocupar las 16 camas de la UCI en apenas unos días: “Con la unidad como la teníamos había compañeros que no se lo terminaban de creer, que pensaban que solo estaba pasando en Torrejón”.

En busca de reparación

La madre de Carmen López ingresó en estado muy grave en otro hospital madrileño, el Severo Ochoa, el 1 de abril de 2020. Falleció un mes más tarde. “Llevaba cinco días sin saber nada de ella, no cogía el móvil y no tenía ninguna información. Si la derivaron desde su residencia fue porque la médica de fin de semana era nueva y dijo a la geriatra del hospital que mi madre podía caminar, eso avaló que la trasladaran”, cuenta un lustro después una de las querellantes por las muertes en las residencias de la Comunidad de Madrid en la primera ola.

En realidad, la mujer necesitaba una silla de ruedas porque tenía la médula pinzada por las vértebras, “pero al estar todos encamados y en sus habitaciones no lo sabían”. Los protocolos internos que aplicó la Consejería de Sanidad privaron de un traslado al hospital a los mayores más dependientes.

80 de las 350 querellas individuales que impulsó Marea de Residencias están en el Tribunal Constitucional a la espera de que se resuelvan los recursos de amparo tras archivarse en los juzgados. Otro grupo amplio de 150 querellantes todavía espera a que el proceso avance en instrucción. López declaró hace ahora dos años aunque “en otros casos se cerró la causa sin escuchar a los familiares: ”Hemos tenido la sensación de remar solos cuando la sociedad estaba ya a otra. Llevamos cinco años intentando salir en los medios, que nos oigan“.

En su caso y el de decenas de familiares que perdieron a sus seres queridos olvidar no es una opción hasta que no haya “justicia y reparación”, dice López. En octubre de 2024 se presentaron otras 109 denuncias ante la Fiscalía en las que se señalaba a otros responsables como el firmante de los protocolos, Carlos Mur.

España es un país donde la cultura del olvido está muy instalada, no se ha prodigado hacer evaluaciones y retratar lo que pasó. Esta idea de no sacar los muertos, de no abrir heridas se ha reproducido

El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso ha mantenido una relación muy tensa con las agrupaciones de familiares que han emprendido la pelea en los tribunales. El portavoz regional se volvió a referir a ellas esta semana como “plataformas para retorcer el dolor” y la presidenta autonómica aseguró en una declaración institucional, justo un día antes de que se estrene un documental sobre las 7.291 muertes en residencias, que “el número de fallecidos que agita la izquierda y la ultraizquierda fue un invento del entonces consejero del ramo, señor Reyero, que tuvo que ser apartado de sus responsabilidades por ineficaz”.

“España es un país donde la cultura del olvido está muy instalada, no se ha prodigado hacer evaluaciones y retratar lo que pasó. Esta idea de no sacar los muertos, de no abrir heridas se ha reproducido”, apunta Celia Díaz, investigadora del Instituto Complutense de Sociología para el Estudio de las Transformaciones Sociales Contemporáneas (TRANSOC).

El psiquiatra José Luis Pedreiro Massa, que codirigió la encuesta del CIS sobre salud mental durante la pandemia, habla de dos planos: “El niño que estaba empezando la Secundaria casi está terminando el instituto, hemos ido a la playa, nos hemos vacunado... En lo personal hay que intentar ir al lugar de la esperanza y de la superación en lo personal, pero en lo institucional tenemos que preguntarnos si nuestros responsables políticos también aprendieron de aquello como nosotros aprendimos a ponernos las mascarillas o a apartarnos si alguien soltaba gotículas”.

Las sucesivas crisis que se vivieron desde entonces en un mundo que parece en ebullición –las guerras, el ascenso de la extrema derecha, las crisis de inflación, los precios desorbitados de la vivienda, la pobreza infantil– “también nos empujan a mirar hacia lo más urgente, a lo que tenemos por delante”, dimensiona la psicóloga Esther López. Aunque por mucho que evitemos mirar atrás, puntualiza, se ha producido socialmente una fractura del tiempo: casi todo se mide en relación a si ocurrió antes o después de la pandemia.

SPM