Corría el mes de marzo de 2020 y el mundo descubría, con estupor, la existencia de una pandemia que lo confinaba al interior del hogar, y por tiempo indeterminado. Las redes sociales, ese no-lugar donde volcar la furia o, desde entonces, la angustia por el encierro, se convirtió en el espacio donde varios humoristas encontraron el modo de ejercer la parodia, ese género polivalente, capaz de transformarse cada vez.
La insalvable grieta política, de un lado y del otro; las dudas sobre la nueva normalidad; la convivencia forzada; los desafíos de las clases online o el empoderamiento de la derecha fascista, tomados en clave de solfa, han hecho de este mundo pandémico un lugar un poco más amable de habitar, gracias al trabajo de algunos humoristas llegados del stand-up, el teatro under y el humor gráfico. Con los recursos de la edición, esa herramienta de los medios audiovisuales que, como el montaje en el cine, transforman el mensaje, potenciándolo, lograron provocar, en un público cada vez más amplio, el impacto necesario para que la maquinaria del humor eche a andar.
Desde el “toque de quena” anunciado por una de las deliciosas criaturas animadas por Gabriel Lucero en “Gente rota”, pasando por los vertiginosos contrapuntos entre Guille Aquino y su antagonista recargada, hasta el robótico rugbier-cristiano pergeñado por el actor Ezequiel Campa y su par femenina, la vecina del country, a cargo de Verónica Llinás, la sátira política y social, de la mano de la exasperación ideológica, ha copado la parada.
Que estamos rotos, ansiosos, desorientados, y por sobre todas las cosas, atomizados, no es ninguna novedad. Que la agenda diaria nos provee de personajes cada vez más extremos, noticias inverosímiles y datos duros sin chequear, tampoco. Y ahí es donde algunos guionistas, pegados a las noticias de actualidad, logran tomarle el pulso a un estado de la sociedad que ha normalizado escenas que parecen salidas de la ciencia ficción más distópica, como el ataque de un grupo de rugbiers desatados, digna de La naranja mecánica.
Ya la definición aristotélica de “parodia” lo anunciaba: se trata de un género con personajes imitados “peores de lo que nosotros somos”. Con una clara función lúdica, expone a su objeto de burla y lo degrada frente a un espectador cómplice, aunque éste sea, al mismo tiempo, el burlado. Implica siempre un juicio de valor y utiliza la transformación semántica como su recurso estrella.
Pero es en la sátira donde la realidad dialoga mano a mano con el arte. Nacida de la tragedia clásica, se propone, como crítica de las costumbres, denunciar vicios y prejuicios sociales y apoyada en los recursos de la ironía (esa figura retórica que supone un espectador capaz de decodificar el mensaje implícito opuesto al texto pronunciado) le suma capas a un género de por sí, travestido.
Humor autogestivo y producción artesanal
Guillermo Aquino lleva varios años como artista multifunción en la TV, el teatro y, desde hace un tiempo, en las redes, donde escribe sus propios guiones, los dirige, actúa y edita. Con un equipo mínimo de producción lleva adelante una de las propuestas más viralizadas, que encontró en su contraparte femenina, Lucía Iacono, aún más extrema (¿o quizás las incorrecciones suenen más brutales en boca de una mujer?) el timing justo para un ping pong vertiginoso de actualidad, absurdo y golpes de efecto.
Con un humor autorreferencial que se burla de las encendidas luchas políticas que estallan en las redes, lleva la ironía hasta el límite y expone las contradicciones de una sociedad que encontró en la grieta una trinchera desde donde vociferar su descontento y exhibir su decadencia.
Empezaba el aislamiento obligatorio y la noticia de que el propietario de una casa en un country había sido descubierto llevando a su mucama en el baúl del auto, se convirtió en uno de los subtextos con los que el actor Ezequiel Campa dialoga a través de su personaje “Dicky del Solar”, el rugbier cristiano que baja línea desde el borde de la pileta del country. El estereotipo, ese subrayado que muchas veces se agota en sí mismo, encuentra en el otro lado del espejo, la realidad, una fuente inagotable de miserias y clasismo desembozado. Del otro lado del cerco, Verónica Llinás, de larga trayectoria en el teatro, el cine y la TV, compone un personaje recalcitrante, nutrido en el grotesco, ese género en el que se formó junto a los grandes referentes del país.
Con una propuesta bastante original, Gabriel Lucero, que comenzó animando audios de WhatsApp como un ejercicio de estilo, ideó “Gente rota”, un producto donde el guión lo escriben los usuarios.
Sin subtexto que parodiar, el cruce entre los audios reales y su animación produce un efecto cómico a partir de equívocos y cambios semánticos (“la tenía engendrada en el celular”). Quizás esta función de WhatsApp, tan denostada por sus destinatarios, sea el formato que permita a sus locutores confesar sus angustias, temores o hipótesis sobre casi todo, sin interrupciones y como en el origen de los géneros cómicos, todas las variantes del sentido común se convierten en materia prima.
Hoy los seguidores de estos géneros plebeyos, que han pasado largamente el millón, los llenan de comentarios agradeciéndoles ser una de las pocas experiencias disfrutables en pandemia, mientras ellos se dan el gusto de jugar y cruzar sus personajes en sketches compartidos. Que finalmente de eso se trata, de seguir jugando, a pesar de todo.
MEV