Paula Salazar tiene guantes, barbijo, y la vista clavada en la recta larga de asfalto que está a una cuadra de donde está parada. Por ahí ve pasar un Chevrolet que alcanza los 215 kilómetros por hora, lo sigue, entrecierra los ojos cuando la curva es cerrada, rechina los dientes cuando un roce con algún guardarrail complica los planes. Espera, en silencio y concentrada, que la vuelta termine justo ahí donde ella está parada. En uno de los boxes del Autódromo Roberto Mouras de La Plata. Se frota las manos mientras espera: un poco por frío, otro poco por deseo.
El Chevrolet frena de repente delante suyo y Paula se arrodilla: reacomoda la parrilla delantera, la mueve para ver si está firme, hace lo que puede para que los roces de la vuelta no conspiren tanto contra la aerodinamia del auto. Mete la mano en un agujerito de la ventanilla plástica del lado del volante y maniobra las ruedas para que el auto entre perfecho en el espacio en el que va a revisarlo, marcha atrás.
“Voy a los autódromos desde que nací. Mi papá corrió muchos años en la categoría El Alma, en la que compiten Fiat 600. Yo quería ser piloto, le pedía a mi papá que me armara un auto y no hubo chance, no quería saber nada por una cuestión de género: esto no era para una mujer”, explica Paula, que tiene 22 años. “Así que a los 18 me puse a estudiar para técnica mecánica automotriz en la UTN. Yo quería tener mi auto armado así que estoy aprendiendo cómo armarlo. Y bueno, a mi papá no le quedó otra que aceptarlo”, explica. Y sonríe un poco mientras explica.
Tamara Vital tiene 27 años y una remera negra igual a la de Paula. Tiene un nombre estampado: “Vitarti Girl Team”, que es el primer equipo la categoría Top Race Junior de automovilismo cuyo staff deportivo y también técnico está integrado exclusivamente por mujeres.
“Ya hay pilotos en alguna categoría nacional, pero no hay mecánicas en los staffs de las categorías nacionales. Los equipos no están dispuestos a contratarlas, ni siquiera como pasantes. Esta idea surgió en pandemia: agrupar mujeres pilotos y mujeres mecánicas, y salir a la pista. Es todo a pulmón, porque es una categoría sin premios y cuesta conseguir sponsors, pero lo hacemos por pasión y para visibilizar que hay muchas mujeres muy capacitadas”, explica Tamara. Es la directora deportiva y fundadora del equipo, que debutó el 4 de abril en el Autódromo Oscar y Juan Gálvez de la Ciudad: Rocío Migliore, una de las corredoras de la escudería, alcanzó a estar primera durante la carrera, y finalmente obtuvo el segundo puesto en el podio.
“No hay lugar para las mujeres a nivel nacional. En todos lados te piden experiencia, y para tener experiencia, necesitás una oportunidad, pero las oportunidades no nos llegan a las mujeres justamente por el hecho de ser mujeres, sobre todo a las mecánicas”, describe Paula. “Es cierto que no tenemos la misma fuerza para sacar un motor, una caja, pero también es cierto que se desarrollan cada vez más herramientas que dependen menos de la fuerza, y que podemos integrar equipos”, suma.
Dos veces por semana, Paula viaja desde San Martín hasta Campana, donde está el taller de Vitarti Girl Team: “El machismo no es algo que sea especialmente recurrente en el ambiente del automovilismo: está en todas partes. A veces, está tan instalada en todas partes la idea de que sos una mujer y no vas a saber nada de mecánica, que en los equipos no te tienen en cuenta. Yo he escuchado cómo les decían a pilotos mujeres ‘menos mal que no hay cordones en el circuito porque te los comerías’. Pero con el trabajo, y también con la ayuda de muchos varones que sí están dispuestos a hacernos crecer, demostramos que podemos hacer las cosas bien. Se ve en los hechos”, explica.
Cada vez que revisa el auto, entre vueltas y vueltas de prueba, Paula saca el plástico que recubre la trompa, revisa que no haya ni pasto ni leca en la salida de aire, chequea las gomas, el líquido de frenos y el aceite, y da el visto bueno para una vuelta más. Durante las carreras, lo ideal es que Paula mire pero no toque: “Cada competición son 22 vueltas y si sale todo bien no hay que entrar a boxes. Pero si entra el auto, hay que tardar menos de una vuelta en hacer todo para que siga en carrera”, describe.
Al auto que Paula le acomoda la trompa y le revisa el aceite, Valentina Funes le acomoda la butaca. Tiene 20 años, corre en karting desde los 11 y ahora está acá, en el Mouras, poniendo el asiento en el lugar exacto para alcanzar bien los pedales, que los brazos no se le claven en las piernas cuando gira el volante, y que las cervicales estén bien agarradas durante toda la carrera. “El cuello es lo que más entreno. Tiene que estar bien firme para bancar todo el movimiento”, explica, debajo de un casco que cuesta 1.000 dólares y tiene 5 años -y ni un día más- de garantía.
A un costado de la pista, su mamá, su hermana, su papá y su abuela toman mate y la ven pasar: están acostumbrados a los 110 kilómetros por hora del karting, pero le tienen fe en este salto de categoría y de velocidad. Viajaron desde Lezama para verla probar el auto en el que el 16 de mayo debutará en Top Race Junior: ese día, en Concepción del Uruguay, se corre la próxima carrera de esa categoría.
“A los 11 pedí un karting con la naturalidad que otras chicas piden una muñeca. Y mi papá me dio el gusto. Fui subcampeona y campeona nacional en esa categoría, y ahora estoy trabajando mucho lo psicológico porque es difícil pasar de un circuito en el que sabés que te está yendo muy bien a uno en el que sos completamente nueva”, describe Valentina. El traje ignífugo que se pone: 500 dólares. Otros 400 para las zapatillas, bien finitas para sentir el pedal, y otros 500 más para la ropa que va sobre la piel. Todo la protege del fuego. Y del calor: “Cada vez que corrés una carrera en uno de estos autos bajás dos kilos, sólo por el aumento de temperatura adentro: llega a 70 grados. Por eso hay que alimentarse e hidratarse muy bien. Hay que cuidar eso, entrenar en un simulador, entrenar la resistencia aeróbica y los reflejos”, cuenta Valentina, que estudia Medicina.
“Como piloto el campo está más abierto para las mujeres que en la parte mecánica. Te tenés que ganar el respeto deportivo, pero una vez que ven que manejás bien, que te imponés, te respetan. Las mecánicas no tienen espacio, ojalá un equipo de mujeres les abra el camino”, reflexiona Valentina. Conversa con elDiarioAR con la vista clavada en el auto del que se sube y se baja mientras otras compañeras también prueban y mientras Paula, la mecánica, mete mano. “Es un gran esfuerzo de mi familia: mi papá consigue publicidad en el pueblo, pero para esta categoría habrá que esforzarse más. Cada carrera nos cuesta 400.000 pesos”, explica.
“Cada corredora pone el dinero: de ahí se pagan los autos, las mecánicas, el derecho al circuito, los traslados, las gomas, el combustible, el espacio para las pruebas. Puse las calcomanías de Chevrolet en las carrocerías porque me gusta Chevrolet, pero esperamos que alguna marca quiera auspiciarnos. Lo que pasa es que se podría pensar que las marcas están ávidas de un equipo de mujeres para publicitar ahí, las marcas que se llaman ‘femeninas’. Pero la mirada sobre el mundo del automovilismo, más que este propio mundo, es machista, entonces asumen que acá no habrá ningún ojo de mujer puesto, nada para sponsorear. Es difícil pero recién estamos empezando. Ojalá las marcas vean que hay mujeres en este mundo, y mujeres que hacen bien su trabajo”, describe Vital, que junto a su novio tiene un taller mecánico en Tandil: son especialistas en gomas y tren delantero.
Del baño de mujeres que hay en el Autódromo Roberto Mouras sale Yanina Oller, que tiene 35 años y vino a probar un auto desde Río Grande, Tierra del Fuego. “Tardo 15 minutos en ponerme todo el traje y otros 15 en pintarme y estar lista. Yo, arreglada a todas partes”, dice. Las uñas largas y sin ningún rasguño en el esmalte. Como Valentina, también empezó en el karting: a los 12 arrancó en esa categoría, a los 16 se mudó a los autos con techo, y estuvo once años sin correr. Pero hace algunos años volvió: se compró un Fiat 128 primero y un Uno después, y es la última campeona de la categoría Clase 2 de su provincia. Es dueña de un local de ropa y destina unos 70.000 pesos mensuales en correr en esa categoría: “Es mi pasión, el gusto que me doy”.
“Los tipos te hacen pagar derecho de piso en la pista. Te rozan, te tocan, pero te hacés respetar y se les pasa. Ahí, cuando lográs que te respeten, te tratan como a un varón más”, dice Yanina, y enseguida suma: “Pasa que me tendrían que respetar como a una mujer, no como a un varón. Parece que tenés que ser varón para que te respeten. Yo quiero igualdad pero siendo mujer, ser UNA más”.
Mientras cambia una rueda del Chevrolet, Paula cuenta: “Se tuvo que ir acostumbrando papá. Pero al autódromo no viene. No quiere saber nada de ver a la nena ahí”.
JR