caso baez sosa - Dia 12

Declararon los padres de los acusados: “Quieren curar un dolor terrible con más dolor”

enviada especial a Dolores —
17 de enero de 2023 19:03 h

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Matías Benicelli, el chico que usaba el pelo recogido en un rodete, trabajó en el taller de pintura de su padre hasta que llegó el día de conducir hasta Villa Gesell para pasar las vacaciones con sus amigos. Llevaban el coche cargado con ropa y bebida. El auto, un Vento negro, se lo había prestado el padre, Eduardo Benicelli. Del rodete de Benicelli no queda nada: lleva el pelo al ras. Del bigote anchoa, tampoco. Matías es uno de los ocho imputados por el crimen de Fernando Báez Sosa. Ahora tiene los ojos duros, la piel muy blanca, las muecas del mármol. Así escuchó a su padre, que declaró al Tribunal como testigo: “Estos fueron tres años de dolor, de mucho dolor. El dolor no se cura con más dolor. Quieren curar un dolor terrible con más dolor”.

Eduardo Benicelli dijo, también, que el taller de pintura se vino abajo. Que allí trabajan sus otros dos hijos, pero ya no es lo mismo. Que en Zárate le quisieron pegar a su hija y a su señora. Que no hay día en que no tome el teléfono y lea insultos hacía él, hacía su hijo, a la familia entera. Que no puede vivir con una guardia periodística permanente en la vereda. “No puedo. No sé cómo seguir”, fue lo último que pronunció. Cuando dejó el micrófono estaba rendido. 

Los dos jugaban al rugby en el Arsenal de Zárate. Luciano Pertossi había terminado el secundario y quería anotarse en la carrera de Ingeniería. Su hermano Ciro ya había empezado el CBC para Arquitectura. El año anterior al verano fatal, la madre tenía que hacer una capacitación que costaba dinero. Así que como los padres no podían ayudarlos, los hermanos ahorraron con unas changas. Dos días después de llegar a la playa, los detuvieron por el crimen de Báez Sosa.

“¿Que qué pienso de este hecho? Que es una desgracia. Que uno cree que las cosas están encaminadas en la vida y llega esto. Mis hijos no son asesinos, son chicos, son adolescentes. Son vagos, como decimos en el barrio. No puedo creer de lo que se los está acusando”, dijo el padre de Ciro y Luciano Pertossi en la audiencia. Mauro trabajó 25 años en la automotriz Toyota. Le dijeron que “por lo mediático del caso” preferían “desligarlo” de la empresa. Eso fue hace casi tres años. Desde entonces no consigue empleo. 

Mis hijos no son asesinos, son adolescentes. Son 'vagos', como decimos en el barrio.

Blas Cinalli lleva el apellido de su madre, María Paula, porque del progenitor nada se sabe. María Paula crió sola a sus dos hijos: al de 21 años, que está imputado por el crimen de Fernando Báez Sosa, y a una chica, mayor que él. Es abogada y hasta que Blas estuvo en libertad, ella era el único sostén económico de la familia. Porque podía trabajar, a pesar de padecer una enfermedad congénita que la deforma, la inhabilita. 

Dijo la mamá de Blas al Tribunal: “Mi hijo fue una gran compañía para mí durante todo el proceso hasta que lo detuvieron. En este tiempo volvieron a aparecer los tumores. No son malignos pero molestan. Me han afectado mucho, como verán”. María Paula necesita que la sostengan para caminar. Perdió, entre muchas cosas en estos tres años, la audición en un oído y la vista de un ojo. 

Era la primera vez que María Paula no acompañaba a su hijo en las vacaciones. “Antes él iba con sus amigos, pero yo me quedaba cerca, en otra casa. Pero como había cumplido 18 años…”, dijo, resignada, María Paula, que también es tía de Ciro y Luciano Pertossi. “No quiero ni saber, no quiero ni pensar, lo que deben haber sufrido los padres del joven fallecido. Nosotros seguimos sufriendo ataques personales y familiares a partir del show mediático que se armó”, señaló María Paula.

Enzo Comelli tenía que rendir materias, pero consiguió trabajo en la caja de un boliche de Zárate para juntar plata para las vacaciones. Su madre, María Alejandra Guillén, no podía ayudarlo porque en 2019 se había quedado sin trabajo. Ella también habló como testigo en la audiencia. Contó que acompañó a su hijo en el alquiler del chalet en el que pararían en Gesell. Y habló de lo que hablaron los demás: el asedio, el escrache, el miedo a salir de sus casas.

Ella y María Paula Cinalli, la mamá de Blas se refirieron especialmente a uno de los abogados que representa a los padres de Báez Sosa, Fernando Burlando. “Quería decirle al señor Burlando que yo no soy ninguna puta. Hace tres años que espero este momento y necesito decirlo”. Burlando hizo silencio. El día anterior había sido Cinalli: “He recibido ataques de este abogado, me haya llamado puta, le ha dicho ‘hijo de puta’ a mi hijo. Y eso corona una serie de hechos desgraciados que han nacido el 18 de enero de 2020”. 

Ya pasaron por la sala 85 testigos en doce jornadas de juicio. Con estos testimonios, cierra la ronda de declaraciones de familiares directos que presentó el abogado defensor Hugo Tomei. Habló la madre enferma, una mujer que es consciente de lo progresivo de su enfermedad. Habló la madre agónica, la que dice que no puede salir a la calle “por el acoso de todos los días”. Habló el padre que perdió el trabajo y que no consigue otro, y el padre roto que dice que su familia ya no tiene arreglo. Y afuera de los Tribunales hablaron a la televisión los padres de Fernando Báez Sosa. Dijo Silvino: “Si fuera el padre de los acusados, los hago sentar (en el estrado) para que digan la verdad. Escuchar a los chicos es otra herida más”

VDM/MG