Leonardo Sarmiento está sentado en el medio de un vagón del ferrocarril que lleva su apellido por nombre. A su alrededor, pero sobre todo enfrente suyo, ningún pasajero y muchas sombras grises. La primera vez que la pesadilla lo despierta exaltado, Sarmiento está en su cama. No en la cama del Hospital Santojanni en la que pasó dos meses y medio internado y de la que se fue hace pocos días, sino en la de su casa.
Todas las veces siguientes que Leonardo protagoniza la misma pesadilla, la sensación de asfixia y de terror lo despierta en su casa. Soñarse sentado en el tren vacío de humanos y lleno de sombras se le repite en el inconsciente durante meses y todas las veces lo angustia. “Fue una pesadilla que tuve muchas veces y que me aparecía muy seguido. Sólo dejé de soñar con las sombras cuando me pude acercar a los familiares de las personas que fallecieron y sentí que, acompañándolos en su lucha, podía ayudarlos. Eso me trajo mucho alivio y nunca más soñé con las sombras del tren”, dice Leonardo.
La mañana del 22 de febrero de 2012, hace diez años, Sarmiento tenía 30 años y viajaba en el primer vagón del tren identificado con la Chapa 16 de la línea con la que después tendría pesadillas. A las 8:33, cuando el tren no detuvo su marcha y chocó contra los paragolpes hidráulicos del segundo andén de la estación de Once, Leonardo sintió el ruido de una explosión y quedó envuelto en una nube de humo. Inmediatamente después perdió el conocimiento. Cuando se despertó, la mitad de su cuerpo asomaba por la ventanilla y la otra mitad permanecía dentro del tren. Atravesar la ventanilla le había provocado un corte que le hizo perder una parte de la oreja derecha. Su cintura y su pie izquierdo estaban lo suficientemente atrapados como para que el operativo que montaron los bomberos y el SAME para rescatarlo demorara cuatro horas.
La mañana del 23 de febrero de 2012 la tapa del diario Clarín decía “Tragedia anunciada: 50 muertos y 676 heridos”. Con el correr de los días, se sabría que fueron 51 muertos, incluida una mujer que transitaba un embarazo avanzado, y 789 heridos. La imagen que ilustraba esa tapa era la de Leonardo, vestido con la camiseta de Boca, atrapado en un tren abollado y atrapado también en todas las decisiones estatales y privadas que, en connivencia, habían convertido ese vagón en chatarra en un segundo.
“Le pedía a Dios que me sacaran rápido o que me llevara, pero que pasara algo pronto porque no podía aguantar más esos dolores”, se acuerda Leonardo. De las cuatro horas que estuvo atrapado en el Chapa 16, cree -no está seguro, no puede dimensionar el tiempo con exactitud- que fueron las últimas dos las que no sintió su cuerpo de la cintura para abajo. “No sabía cómo estaban mis pies y mis piernas, ni cómo iba a quedar mi cuerpo si me sacaban. No podía mirar cómo estaba mi cuerpo y no podía sentirlo”, dice. Al lado suyo, otras dos víctimas: “Un hombre había fallecido al lado mío, tenía la cabeza aprisionada en la ventanilla. Otro chico tenía las piernas atrapadas y el cuerpo para afuera, como yo, y lo rescataron y sobrevivió”.
Entre esos dos destinos oscilaba la vida de Leonardo, que empezó a entender la gravedad de lo que pasaba cuando vio cómo grababan con sus celulares los pasajeros que esperaban para viajar en el primer andén de Once y, sobre todo, cuando vio que, primero la Policía de la Ciudad y después los Bomberos, corrían hasta su ventanilla para intentar ayudar.
“Yo había vuelto de las vacaciones tres o cuatro días antes. Vivía en el barrio Carlos Gardel, de El Palomar, con mi vieja, y me iba hasta Ramos a tomar el Sarmiento para hacer trabajos de plomería y albañilería en Capital. Esa mañana estaba haciendo eso: iba a ocuparme de una de esas tareas, que hacía con un amigo que me daba trabajo”, cuenta Leonardo.
“Todos los días eran iguales: viajar como se podía, y como se podía era mal. Siempre había demoras, siempre se rompía un tren, siempre te tenías que subir como podías. O viajabas en la puerta o veías cómo la gente se subía por la ventana. Así era el Sarmiento”, se acuerda, y pone la lupa sobre ese 22 de febrero: “Yo pasé de estar en la puerta a quedar casi colgado en el medio del tren porque en el trayecto fue entrando mucha gente. En las estaciones de Flores y Floresta el tren pasó de largo y tuvo que volver. En el momento no supimos por qué pero según dijeron después fue porque no funcionaban bien los frenos”.
Ese miércoles, cargado de trabajadores y trabajadoras a los que las demoras sistemáticas del Sarmiento les complicaba la llegada a sus tareas, el tren estaba al triple de su capacidad de pasajeros. No era una marca atípica sino el paisaje al que esos usuarios habían tenido que acostumbrarse.
“Gritos y llantos. Eso es lo que me acuerdo de cuando me desperté. La gente atrapada y desesperada pidiendo ayuda. Yo no tenía de dónde sostenerme, estaba aprisionado en la cintura y tenía el cuerpo colgando para afuera del tren. Tardaron un rato largo en ponerme un fierro del que me agarré primero, y una camilla que me sostuviera después”, reconstruye Leonardo. Durante ese rato largo, Leonardo vio cómo rescataban a otros pasajeros y cómo sacaban cuerpos ya sin vida de los vagones más impactados. Hay uno que recuerda especialmente: “Era un nene, de cinco o seis años, lo sacaron muy cerca mío y lo recostaron en el andén de enfrente”, cuenta. Mientras rescataban a otras víctimas, Leonardo intentaba calmarlos: “Les hablaba y era una forma de ayudar a que se calmen y de calmarme yo. No sabía cuánto tiempo iba a estar ahí y ponerme a hacer otra cosa me tranquilizaba”, explica.
Con el tren convertido en acordeón en todas las pantallas de los noticieros argentinos, la imagen de Leonardo -el rescate a contrarreloj de Leonardo- se volvió protagonista de las transmisiones en vivo. El amigo que lo reconoció en su pantalla se llama Diego. “Me vio y fue a buscar a mi mamá y a tres de mis hermanos y los trajo a la estación. No los dejaron llegar hasta el andén porque estaba todo vallado mientras me sacaban, pero escuché a mi mamá cuando me sacaban en camilla para llevarme en helicóptero al hospital”, cuenta Leonardo. Nelly, que había venido desde El Palomar, le dijo tres palabras: “Hijo, acá estamos”.
La internación en el Santojanni duró dos meses y medio y las primeras tres operaciones que Leonardo requirió para tratar sus tobillos, su pierna izquierda y su pelvis. “Cuando llegué al Santojanni tenía fractura y desplazamiento de pelvis, rotura múltiple de ligamentos y los dos tobillos quebrados. Los médicos dijeron que había riesgo de perder la pierna izquierda pero finalmente pudieron salvarla”, recuerda.
Cuando salió del hospital y volvió a su casa en el barrio Carlos Gardel, empezaron las pesadillas que se aliviaron cuando se acercó a los familiares de la tragedia de Once para ser parte de esa lucha, y empezaron meses de tomar cada vez más calmantes para evitar los dolores y salir cada vez menos a la calle, apenas para ir a los controles médicos. “De solo pasar con un auto cerca de algún tren me temblaba todo el cuerpo, me costó mucho poder volver a estar tranquilo. Hice tratamientos con psicólogos pero en algún momento ya no quería volver sobre lo que había pasado, recordar todo eso. Así que trato de estar positivo, de pensar lo menos posible en todo eso que pasó”, explica Leonardo.
“Tuve un accidente de tren”, le resumió a Leonel, su hijo de 5 años, la primera vez que le preguntó por qué le faltaba una parte de su oreja derecha. “Ahora que lo tengo a él mi vida es mejor. Pero desde la tragedia hasta su nacimiento mi vida fue muy difícil. Esa mañana fue un cambio rotundo en mi vida y en la de todos los que estábamos ahí y en las de los familiares de quienes murieron. Yo tuve que cambiar mis actividades: hubo trabajos que ya no pude hacer nunca más porque tienen una carga que yo ya no puedo aguantar; ya casi no pude jugar al fútbol con mis amigos, apenas atajar y muy de vez en cuando. Me metí muy para adentro, tomaba pastillas para tranquilizarme, y recién cuando pude acompañar una lucha a través de asistir a actos, reuniones o audiencias judiciales empecé a aliviarme. Pero mi cuerpo quedó lastimado para siempre y eso viene conmigo”, describe Leonardo.
“Lo único que sé sobre lo que pasó es que el tren tenía que frenar y no frenó. Mucha gente que iba bien adelante dijo que escuchó al maquinista decir que el tren no frenaba. Eran trenes que desde hacía mucho tiempo no estaban en condiciones, siempre les pasaba algo”, describe. “Todavía no se terminó de hacer Justicia. Para que haya Justicia del todo tiene que estar firme la condena de (Julio) De Vido, y todos los demás que tienen condena tienen que cumplirla en cana, y no rebajando la pena con cursos de cualquier cosa, como (Juan Pablo) Schiavi. Eso es lo que permitiría a las familias de las víctimas sentir que se hizo realmente Justicia. Siempre tenemos la esperanza de que algo de eso cambie pero es difícil que ocurra mientras este gobierno esté a cargo”, resume Leonardo.
Todos los días toma el ferrocarril San Martín, que lo lleva desde Derqui, donde vive con Leonel y Nancy, su compañera, hasta Retiro. Trabaja como plomero en la Legislatura porteña y hace también albañilería y plomería por las suyas. “Me costó mucho tiempo volver a tomar un tren o un subte. Después del accidente, cambiaron los trenes de todos los ramales en dos años. Ahí se ve toda la corrupción que había, porque antes no compraban ni un repuesto. En vez de invertir en los trenes se robaban la plata. Eso fue lo que pasó y el Estado, de la Presidenta para abajo, fue responsable. Ella tenía que saber qué estaba pasando con los trenes”, sostiene Leonardo. “El trabajo en la Legislatura lo conseguí a través de Cristian Ritondo. El Estado en su momento ofreció ayuda con mercadería de la municipalidad o con acompañamiento para ir al hospital, pero en cuanto las familias de los fallecidos y los heridos empezamos a reclamar Justicia, desapareció esa ayuda”, suma.
Después del accidente, cambiaron los trenes de todos los ramales en dos años. Ahí se ve toda la corrupción que había, porque antes no compraban ni un repuesto.
Este martes a las 8:33, cuando se cumplan diez años del impacto del Chapa 16 con los paragolpes de Once, Leonardo estará en el acto que reúne a los familiares de las víctimas fatales de esa tragedia con los heridos de esa mañana. Tal vez vaya con Leonel, que ya lo acompañó algunas veces después de que, empezando por un corte en la oreja, su papá le contara la historia de su tragedia.
“Nosotros seguimos recordando lo que pasó para que no vuelva a pasar, pero yo me tomo el tren y a los costados sigo viendo trenes que están tirados, esperando que los arreglen. Sigue habiendo demoras, sigue habiendo servicios que se suspenden porque andan mal, y gente que se amontona porque no puede llegar tarde”, describe.
Desde que sintió el ruido de la explosión y aspiró la nube de humo hasta ahora, diez años después, Leonardo convive con el dolor. “Todos los días siento dolor en mi cuerpo. En la cintura y en las piernas. Los días que trabajo mucho llego a mi casa casi arrastrándome. Todos los días me duele y todos los días me acuerdo de lo que pasó en el tren y de cómo sufren los que perdieron a alguien esa mañana”, dice Leonardo, el hombre que le puso imagen a una de las tragedias más dolorosas de la Argentina y que soñó con la muerte subida al tren hasta que supo que ayudar podía aliviarlo.
JR