Casi siempre pasa lo mismo, la culpa es de tu mamá. Tenés once o doce años, es verano y una tarde te dice que tiene algo para vos. Entonces te pone una máquina entre las manos, es bonita, ovalada y de color marfil. Brilla. En la parte superior cuenta con un cabezal que gira, es un rulo con lo que parecen pequeñísimas bocas de metal. En el centro, un botón rosa para regular la potencia. Es una máquina depilatoria, una Silk-épil. Te arrancará los pelos de las piernas a puñados. Lo intentás varias veces, pero te duele mucho y tardás mucho y te cansa mucho. Pasó media hora y apenas te depilaste la zona del tobillo. “Las primeras veces son las peores, luego te vas a acostumbrar”.
Eso es lo que te dijo mamá para darte ánimos cuando te vio sentada, desesperada, en el suelo del cuarto de baño. También una advertencia: “Ni se te ocurra pasarte la gilette, vas a pinchar como la barba de un hombre”. Ah, pero eso no duele y durante muchos años, a veces, preferirás llevar las piernas pinchudas. Al menos hasta que dejes de ser una niña y te animes con la cera y regreses a la maquinita. Si eres morocha quizá te acabes pasando al láser, si eres rubia quedarás atada a la cera, las maquinitas, la cuchilla. También puedes optar por dejarte el vello largo, pero eso es algo que aún no termina de aceptarse con la misma naturalidad que no llevarlo.
Aquel día es el que lo empieza todo. Lo bueno es que tu mamá tenía razón; es verdad que te acostumbrás. Y luego pasás a otras partes del cuerpo en la búsqueda, consciente o no, de una belleza canónica.
“Modificamos nuestro cuerpo porque es el soporte a través del que nos presentamos al mundo”, explica Mariano Urraco, profesor de sociología y antropólogo de la Universidad Complutense de Madrid, a elDiario.es. “Es una manera de comunicar algo sobre nosotros mismos. En una sociedad como la nuestra, tan visual y acelerada, en la que no es fácil darse a conocer o poder hablar sobre uno mismo, el cuerpo es el escaparate en el que podemos imprimir —a veces literalmente— el mensaje que queremos transmitir”, continúa. Nuestro universo se basa en lo audiovisual, en las primeras impresiones. “Todos los días vemos a miles de personas en la televisión, en Instagram, en TikTok. Un carrusel de voces y caras y maquillajes que pasan rapidísimo ante tus ojos, así que para que alguien se fije en ti debes trabajar en tu presentación, tu puesta en escena”, completa.
En una sociedad como la nuestra, tan visual y acelerada, en la que no es fácil darse a conocer o poder hablar sobre uno mismo, el cuerpo es el escaparate en el que podemos imprimir —a veces literalmente— el mensaje que queremos transmitir
En la carrera por ajustarse al prototipo de lo 'bueno' y lo 'deseable', del 'éxito', al principio se jugaba con la vestimenta, el maquillaje, los peinados. Ahora, es el reinado de las operaciones estéticas.
En 1899 el sociólogo y economista estadounidense Thorstein Veblen escribía la Teoría de la clase ociosa: Un estudio económico de las instituciones. Un ensayo que mantiene su vigencia en la actualidad. Veblen habla de la fijación del canon por parte de lo que él denomina “la clase ociosa”, es decir, las élites. Ellos marcan un patrón que es seguido por las masas y, a medida que la gente corriente se aproxima a esa posición u objeto de consumo, la clase ociosa busca un refinamiento superior para seguir diferenciándose. De ahí surge todo lo que tiene que ver, en nuestros días, con las zonas VIP de los conciertos. Es el mismo producto, pero la experiencia es distinta.
Cuando Veblen escribía su tratado, se podía alcanzar esa “evolución” para parecerse a las clases altas a través de la vestimenta, maquillaje o cursos de dicción. En la actualidad, la carrera puso el foco en la cirugía estética, que ya comenzó a democratizarse ofreciendo precios cada vez más accesibles.
En los últimos años, el perfil de quienes acceden a este tipo de tratamientos estéticos cambió. En España, quienes recurrían a este tipo de procedimientos estéticos eran en su mayoría mujeres de clase media-alta de 45 años para arriba, ahora la edad de iniciación se rebaja dos décadas con una edad media de acceso a la medicina estética que pasó de los 35 a los 20 años en 2021, según advertía un estudio de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). El mismo documento señala que un 42% de los tratamientos faciales realizados correspondieron a la toxina botulínica (bótox), siendo el tratamiento facial más realizado tras la pandemia (el 32% restante correspondería a los tratamientos con ácido hialurónico).
“Es parte de un mercado de consumo que alcanza todas las esferas de la vida”, apunta Urraco, “de ahí viene también el auge de los gimnasios, de la idea de que el cuerpo hay que presentarlo como si fuera una tarjeta de visita”. Tiene su punto irónico que en un universo en el que se vende la diferenciación del otro, persigamos a la vez homogeneizar nuestra apariencia replicando rasgos y rostros vistos en redes. “Somos gregarios”, insiste Urraco, “a veces se dice que somos borregos, pero la humanidad ha llegado hasta aquí por nuestra naturaleza gregaria, por fijarnos en los demás, por querer formar parte de”. Buscamos diferenciarnos de los demás para acabar siendo como un segmento particular de ese los demás, el que percibimos como atractivo, exitoso. Todos queremos que nos miren así. Yo, por lo menos, sí.
“Empezar a cuidarse”: el marketing tras los tratamientos estéticos
Las ves en Instagram todos los días, esas caras preciosas, casi iguales. No hay nada desconocido en esa fisionomía. Narices respingadas, labios carnosos, pieles eternamente jóvenes. Luego, lo encuentras en algunas amigas. Algún pinchacito, narices que perdieron sus montículos, pómulos más altos. A la mayoría les sienta bien, se sienten bien. Vos lo miras con recelo, con el miedo que se tiene a lo nuevo, a los cambios. También con curiosidad. ¿Por qué ella, la que pensabas más linda, se tocó la cara? Piensas muchas cosas y decidís ir a preguntar a una de las cadenas de cirugía estética más famosas. También una de las menos caras.
En la autoestima influyen múltiples factores y la industria de la cosmética siempre se encargará de que nos mantengamos insatisfechos para seguir vendiéndonos promesas
Pides cita en tu ciudad y te la dan enseguida, la clínica está ubicada en un barrio rico de Madrid. Una amiga te recomendó que mientas cuando te pregunten a qué te dedicás, que les digas una profesión que tenga “buena” reputación. Te reís, pero va en serio. Así que decides ser consultora por un día. “Sí, trabajo en la Torre de Cristal del paseo de la Castellana”, dirás con la voz aflautada por los nervios cuando te pregunten después de rellenar un cuestionario donde poco más y te preguntan cuántas veces te lavas los dientes al día.
Es preciosa. Tiene esa cara, la viste millones de veces, pero aun así guapísima. El maquillaje es perfecto, su pelo también. Y vos llegaste transpirada. En la comparación, desde luego, no salís ganando.
Lleva una bata blanca y te sonríe con amabilidad. Tiene una edad indefinida. Es la gerente que te preguntará todas tus dudas, te dirá qué debes hacer para empezar a cuidarte y seguir manteniendo un aspecto juvenil. También te contará qué se hizo ella, para empatizar y que veas lo bien que queda todo. Vos la escuchas atentamente intentando apartar la mirada de esos labios que te hechizan. Dios mío, ¡qué labios!
“Vos también los tenés bonitos”, dice, “te los podemos mejorar con un poco de relleno, si querés, para darles más vitalidad”.
Un vial de ácido hialurónico voléela para las ojeras (500€), un vial de 'infinity lips' AH Juvderm para aumentar el grosor de tus labios (420€), un vial de bótox en tres zonas de la cara para mejorar esas patas de gallo (500€). El presupuesto inicial queda en 1.920€
Te hace varias fotos gesticulando y señala lo que ella considera los primeros síntomas de envejecimiento. Después te comenta las posibles soluciones. La duración de todo ello es de entre seis meses y un año. Tendrás que seguir yendo si querés mantener los resultados a largo plazo.
“Aún sos joven, no necesitás muchas cosas”, sonríe y comienza a enumerar los retoques que se hizo ella. “Yo comencé muy jovencita, ¿sabés? Es importante empezar a cuidarse pronto, así a la larga no tendrás que invertir tanto”, comenta. También te cuenta que lo que más se lleva ahora son los aumentos de labios y las rinoplastias.
Todo lo que te hagas ahí son “cuidados”, es “mimarte”. Muchas de sus clientas tienen apenas 20 años, explica. “Si eres menor tienes que venir con el consentimiento de tus padres, firmado, claro”. Te cuenta que también tienen tratamientos para chicos, que van más mujeres pero que ellos que también han empezando a tomar conciencia sobre sus cuerpos. “Aquí hacemos masculinizaciones faciales”, explica. Según Google y los anuncios que te salen constantemente entre Reels de Instagram te enteras de que eso es una operación de mandíbula.
Tras un rato de charla animada y amable te deja a solas para que te lo pienses. A los diez minutos llega con el presupuesto impreso y otra oferta. Puedes ser una clienta VIP.
“Además, con el trato VIP tienes la posibilidad de tener un tratamiento gratis al mes”, te lo dice con excitación y vos pensás que, bueno, no es precisamente gratis; pero te contagia el entusiasmo mientras te ofrece una mirada de opciones, cuidados capilares, faciales y presoterapia para ayudarte adelgazar que, ojo, “equivale a realizar 30.000 abdominales o sentadillas en una sesión de media hora”. O, al menos, eso pone en la hoja informativa que te da. Cuando vayas a casa, piensas, consultarás el récord Guinness de sentadillas. “Además, también tenemos un psicólogo por si algún día estás triste”. Lo que se dice un completo.
Salís mareada y te reís. Nunca lo vas a hacer, te decís a vos misma, pero casi podés tocar la tentación que sientes a lo largo de todo el proceso. Saben vender. Lo hacen todos los días.
“Te ven como una tarjeta de crédito andante, te venderán todo lo que puedan”, critica una extrabajadora de esa misma clínica que prefiere no dar su nombre. La llamaremos Juana. Ella es nutricionista y renunció a su puesto tras apenas dos meses trabajando allí. “Les importa una mierda tu salud, te venden cosas que no son realistas para conseguir un resultado rápido. Eso es muy peligroso”, continúa.
Juana cuenta que vio en primera persona como a una paciente de 30 años le ofrecieron —y se hizo— una reducción estomacal para adelgazar. “Una operación de esa magnitud siempre debe ser la última opción, se pueden pautar dietas, ejercicios… Hay mil cosas antes de plantearse seccionar un órgano sano”. Para ella, es un mundo “cruel y avaricioso”.
¿Qué lleva a pasar por el bisturí?
En un contexto de más exposición a través de las pantallas y mayor preocupación por la imagen propia derivada de ellas –la relación entre la adicción a las redes sociales y los TCA ya ha sido señalada en estudios–, cabe preguntarse qué motivos llevan a someterse a este tipo de intervenciones o tratamientos estéticos, y cómo esto se relaciona con la salud psicológica.
“Los mecanismos son muy similares al comportamiento que muestra alguien que se pone a dieta. Todo viene de un malestar físico y [al someterse a estos tratamientos estéticos] la persona busca la promesa de una vida mejor, una mayor confianza”, dice Denisa Praje, psicóloga especializada en trastornos de la conducta alimentaria. “Muchas veces piensas que ya vivirás cuando consigas tu objetivo, que será entonces cuando disfrutes y no te das cuenta de que te estás perdiendo por el camino, de que la vida es ahora”.
“No podemos obviar que ahora existe una preocupación por la imagen corporal muy importante, pero mientras nuestras decisiones no se vuelvan obsesivas, no tiene nada de malo hacerse algún retoque si eso es compatible con una vida normal”, opina José Ignacio Baile, doctor en psicología en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA).
Isabel Villa (28 años) cuenta su caso: en 2008 se operó las orejas porque “tenía un complejo enorme, en el colegio todo el mundo se metía con mis orejas. Lo hablé con mi madre y ella siempre me apoyó”, y recuerda que se animó porque una compañera de su edad acababa de pasar por ese proceso. “En su momento nos informamos y era una operación que cubría la seguridad social. Fue muy doloroso y pasé miedo, pero mejoró mi percepción auditiva y mi seguridad cambió radicalmente”, afirma.
A este respecto, Baile señala algunos casos en los que este tipo de intervenciones pueden jugar un papel relevante en cuestión de autoestima: “Se consideran cruciales para tener buena salud después de un accidente, una cirugía o pérdida de una parte del cuerpo. Permite recuperar tu sentido del yo”.
En el caso de Inés Arroyo (28), la decisión de hacerse una rinoplastia en septiembre de 2023 fue por “mera estética”. “No sentí presión más allá de mí misma. Es un complejo que había tenido siempre y estoy muy satisfecha con el resultado. Repetiría sin ninguna duda”. Ella lo tenía claro a pesar de no contar con el apoyo de su círculo cercano. “Lo veían con reticencia, pero lo hice por mí. Eso sí, me costó una pasta en un cirujano privado”, dice entre risas. Lo que sí admite es la influencia de las redes sociales: “Es muy fuerte, sí, y es algo que ves todos los días”. Ella cuenta que, en su caso, jugueteó con los filtros de Instagram que cambian los rostros para probar cómo sería su nariz. “Cuando me operé me quedó idéntica. Eso es alucinante”.
Tenía un complejo enorme, en el colegio todo el mundo se metía con mis orejas de soplillo (...) Fue muy doloroso y pasé miedo, pero mejoró mi percepción auditiva y mi seguridad cambió radicalmente
Virginia, que prefiere no dar su apellido, decidió hacerse una blefaroplastia hace tres años. “Me sentía terriblemente incómoda con las bolsas de los párpados inferiores. Es un rasgo familiar que, desde pequeña, me causó desasosiego. Las veía en mi abuelo y, niña yo, me asustaban”, relata. Buscó muchas opiniones y se dejó aconsejar por amigas médicas y decidió operarse a los 45 años. “Fue maravilloso y me está permitiendo envejecer con dignidad, sintiéndome yo misma”, continúa. Lo que sí critica es las situaciones a las que se vio expuesta hasta que consiguió la atención médica que buscaba: “El 90% de los médicos me aconsejaban añadir otras cosas: como estirar el párpado superior o ponerme pómulos para conseguir un resultado 'más juvenil'. En ese sentido sí noté mucha presión tanto estética como comercial. Yo tenía claro lo que quería y por qué, pero habría sido fácil dejarse llevar por la autoridad de la bata blanca. Casi todos añadían el pack de estiramiento de párpado y pómulo y, en ocasiones, el marketing fue muy agresivo. Había descuentos si sumabas operaciones, precio cerrado y, sobre todo, la insistencia en cerrar la fecha para 'asegurarme' la disponibilidad”, recuerda.
Inés Arroyo (28 años) cuenta que jugueteó con los filtros de Instagram que cambian los rostros para probar cómo sería su nariz. 'Cuando me operé me quedó idéntica. Eso es alucinante
Antonio Agredano (44) tiene claro que no le gusta verse envejecer y ve la cirugía estética con normalidad. “Yo me puse pelo”, relata, “es algo que hace unos años daba vergüenza y se llevaba a escondidas, pero ahora se ha normalizado bastante”. Él está satisfecho, tenía claro lo que quería y quedó contento con los resultados. “El proceso, eso sí, es muy doloroso. Al final es una operación y como tal debes recuperarte de la intervención. Dolió más de lo que yo esperaba”, cuenta para añadir que en su entorno hay varias personas —mujeres, sobre todo— que se hicieron “varios retoques” y “están muy contentas”. “Los hombres, quizá, aún tengamos prejuicios con el tema”, opina. Sus razones para operarse radican en el miedo a envejecer y no descarta hacerse retoques en el futuro. “La cirugía estética ya no es un tema tabú, es una conversación que está sobre la mesa y yo creo que la mayoría de la gente lo tiene aceptado”, finaliza.
La psicóloga Denisa Praje, por su parte, opina que asociamos la belleza a una vida mejor, sobre todo las mujeres, que seguimos siendo las eternas esclavas de la apariencia: “En la autoestima influyen múltiples factores y la industria de la cosmética siempre se encargará de que nos mantengamos insatisfechos para seguir vendiéndonos promesas”.
El 90% de los médicos me aconsejaban añadir otras cosas a mi blefaroplastia, como estirar el párpado superior o ponerme pómulos para conseguir un resultado 'más juvenil'. En ese sentido sí noté mucha presión tanto estética como comercial
El deseo de atrapar un ideal siempre será un arma de doble filo en el que el precio a pagar, a veces, podemos ser nosotros mismos. Desde el plomo y arsénicos con el que se abrasaban las mejillas en la Inglaterra del siglo XVI, hasta el radio con el que las jóvenes que trabajaban pintando relojes a principios del siglo XX se teñían dientes y labios para relucir en la oscuridad. Se tragaron la luz y cuando se les cayó la mandíbula, la Radium Corporation proclamó que las mató la sífilis. La culpa nunca será de la belleza.