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Fue granadero de la Rosada

Es exmilitar, le enseña a disparar a Santiago Caputo y defiende la libre portación: “Por mí, Argentina sería Texas”

Sebastián Flores, instructor de tiro. Fue granadero de la Casa Rosada durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.

Facundo Lo Duca

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Santiago Caputo no se mueve. Está parado solo, adentro de un polígono de San Telmo, con un revólver entre sus dedos. Viste una camisa gris arremangada y un pantalón de jean. Es de noche, la hora preferida del asesor estrella del Presidente para disparar. La orden para comenzar, sin embargo, llegará desde afuera del área de fuego y cuando menos se lo espere. La reacción, explicará luego Sebastián Flores ─instructor particular de tiro de Caputo, entre otros funcionarios del Gobierno─ es tan importante como todo lo que sucede después. 

“Un segundo para un tipo armado es mucho tiempo. Hay que usar todos nuestros sentidos cuando llegue el momento de desenfundar”, explicará Flores. Una noche de octubre, dentro de un área de tiro de luces ampulosas, Caputo aguarda por ese momento. Un pitido agudo, cortito, indica que es ahora. Tres siluetas que simulan ser sus adversarios se le vienen encima. El consultor político de cuarenta años se mueve rápido. Dispara y carga. Carga y dispara. Nueve disparos en menos de cinco segundos. Afuera, Sebastián Flores lo mira. “Aprende rápido”, dice, mientras su alumno descansa.

Lo que yo hago es un arte marcial, pero en vez de golpes son tiros”, dice ahora Sebastián Flores, un jueves por la tarde, sentado al lado del polígono de tiro. El instructor, de 38 años, trabaja en el Club de Tiro Independencia de la calle Piedras 765, en San Telmo, como administrador de las clases personalizadas. Su especialidad, dice, es el tiro de combate, una técnica en la que tirador y oponente quedan apenas a unos metros uno del otro. “Soy el único que ofrece este servicio completamente personalizado y con objetivos de nivelación. No todos pueden llegar a un mismo nivel. Algunos tienen un talento natural, otros un buen estado físico, pero hay muchos que no pueden adaptarse a las exigencias”, dice Sebastián.

Empezó a trabajar en esta actividad desde que se fue del Ejército, en 2022, tras casi 20 años de servicio. Allí, Flores aprendió sobre el uso de armas de fuego, entre otros elementos de combate. Pero también se especializó por fuera de la institución, a través de otros tiradores. Su salida de las fuerzas armadas, cuenta, estuvo marcada por la “desilusión” y la “decadencia institucional”. “El sueldo no me alcanzaba y mis ideales no eran los mismos que los de muchas de las personas que estaban en ese tiempo”, detalla Flores, que también fue granadero de la Casa Rosada durante las presidencias de Cristina Fernandez de Kirchner y Mauricio Macri.

Se inició como seguridad de los tiradores dentro del polígono y hoy da clases a funcionarios del Gobierno, como Santiago Caputo. “Santiago pidió personalmente por mi servicio”, cuenta el instructor, que vive en el barrio de Belgrano. “Se notaba que ya tenía una base. Anda muy, muy bien. Y lo mejor que tiene es que aprende rápido”, señala Sebastián sobre una de las principales figuras de la gestión libertaria. 

Respecto de los otros funcionarios que también asisten a sus clases, el exmilitar prefiere no dar nombres. Otras personas con gran llegada al arco libertario también se sumaron a “tirar” con Sebastián. El influencer Daniel Parisini, mejor conocido como el ‘Gordo Dan’, y el abogado penalista Francisco Oneto, son también alumnos suyos. “Me llamaron mucho por el video de Santiago disparando. Yo no diferencio a mis alumnos. No me importa quién seas. Acá se viene a aprender y mejorar”, apunta Sebastián.

Sobre la mesa están apoyadas dos de sus armas favoritas: un revólver Glock 17, generación 5 y una escopeta de asalto calibre 12/76. La primera es su arma personal, con la que da clases. También, dice, es la que usaría si tuviera que defenderse de un “chorro”.

Hace unos años, Flores caminaba por la calle cuando un ladrón lo apuntó con un revolver. En segundos, lo desarmó tan solo usando las manos. Otros dos atacantes armados, sin embargo, aparecieron en escena. Los tenía en la mira cuando, apenas unos minutos después, llegó la Policía.

“Yo tengo muy claro que si alguien me apunta con un arma me quiere matar, no robar”, plantea el instructor. “Entonces, no voy a dudar: si tengo la posibilidad de arruinarlo, lo voy a hacer”, sentencia. Su postura frente a la portación de armas en la vía pública para defensa personal es la siguiente: si una persona tiene una legalmente, y su vida se ve amenazada por otro, debe usarla. “¿Por qué una persona honesta, que espera el colectivo a la madrugada en José León Suarez para ir trabajar, no puede defenderse si un delincuente lo ataca?”, pregunta. “Si fuera por mí, esto sería Texas”.

Este año la Agencia Nacional de Materiales Controlados (ANMac) publicó una resolución en la que flexibiliza la condición para la renovación de los legítimos usuarios de armas de fuego. Quienes soliciten la renovación de su credencial, por ejemplo, no tendrán que acreditar por medio de exámenes su idoneidad en el manejo de armas de fuego. Para algunos especialistas, esto es un problema.

“Presupone que la idoneidad para manejar un arma de fuego es perpetua, con lo cual se están reduciendo los controles sobre las personas que tienen armas de fuego de manera regulada”, explica Victoria Darraidou, coordinadora del equipo de Seguridad democrática y violencia institucional del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). 

Otra medida del Gobierno que la especialista critica es un proyecto de ley que presentó el Poder Ejecutivo, con media sanción en la Cámara de Diputados, en la que se propone ampliar por cuatro años el Programa Nacional de Entrega Voluntaria de Armas de Fuego.  “Lo que hace este proyecto es señalar que se van a flexibilizar el registro de usuarios irregulares. Las personas que posean armas de fuego en una situación irregular puedan comenzar su trámite de regulación conservando el arma en su poder”, señala la especialista. “Un punto que consideramos grave es el supuesto de que el problema se resuelve con una simplificación de la certificación de las armas de fuego. Si se acredita la posesión de armas de fuego sin los controles necesarios y exhaustivos, las que se encuentran tanto en una condición de legalidad como de ilegalidad pueden producir daños que son irreversibles en la sociedad”, apunta Darraidou. Las medidas que debilitan los controles, sigue la integrante del CELS, “implica mayores facilidades para el crecimiento del mercado ilegal”. “Cada vez más personas van a poder tener legalmente un arma para luego venderla o usarla en el al mercado negro”, finaliza la especialista.

Flores dice que no endiosa a las armas. Las ve como un instrumento de trabajo. “Como un albañil con su pala”, aclara. “Admiro más la pericia del tirador que la potencia del fusil. ¿De qué te sirve tener el último revólver del mercado si andás distraído y cualquier rocho te la puede poner?”.

A los 12 años disparó por primera vez. Su padre, policía federal, le dio una 9 milímetros. “La gente tiene una imagen distorsionada de las armas”, explica el instructor. “Piensan que a uno le da poder, pero las armas nos dan paz y tranquilidad”, puntualiza. “Paz de saber que uno está preparado para defender a su familia o uno mismo si alguien quiere hacernos daño. Esa tranquilidad es el poder verdadero”.

Sobre la calle Piedras, justo al lado del polígono de tiro donde los funcionarios del Gobierno asisten para vaciar cargadores, hay un edificio de la fundación “Servicio Paz y Justicia”, creada por el premio Nobel de la paz, Adolfo Pérez Esquivel. Una frase en una bandera, colgada afuera reza: “Desde 1974, construyendo el camino de la paz y la no violencia”.

FLD/DTC

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