“¡Uy, mirá!”, grita Jorge Asís, los ojos muy brillantes, el brazo extendido, el índice como una flecha. Afuera el verano envejece. La ventana de su oficina da a un telo. Es un telo chato, cuadrado, ladrillo a la vista, un hotelito soso del microcentro. “Mirá, ahí, una parejita entrando al telo, fijate, ¿viste?”, insiste Asís que se ha erguido para asomarse detrás del monitor de su computadora. Se ríe, le baila el bigote. Mira a través de la ventana, sigue con la vista y con el cuerpo la entrada tramposa de la parejita al telo. Después dirá que fisgonear es uno de sus entretenimientos favoritos desde que se instaló en su nuevo lugar de trabajo, una oficina amplia, decorada en gris y rosa pastel, sin biblioteca y empapelada con imágenes de Nueva York. Visto desde aquí, frente a su escritorio, el puente de Brooklyn dibuja un arco sobre el arco del jopo de Asís.
Jorge, dejaste los bares, dejaste los lugares públicos. ¿Por qué?
Mirá, un poco la pandemia tuvo que ver. Y otro poco por mis trabajos. Vos sabés que yo hago mucho periodismo, y andar tanto por los bares y por los hoteles era, casi, una manera de deschavar a mis fuentes. Me sentía en una pecera, muy observado. Así que decidí buscarme un lugar. Pero un lugar cerca de los lugares que me gustan, en una Buenos Aires que está un poco deprimente, un microcentro que está difícil. Fue una apuesta. Como si me dijera “esto puede irse al demonio, pero en algún momento va a ponerse mejor”. Y como toda zona mía…
Suena el teléfono. Asís mira la pantalla y se excusa porque va a atender. Jorge Asís, 76 años, escritor y periodista, director editorial de su propio sitio, Jorge Asís Digital; divorciado, padre de cuatro, perro en el horóscopo chino; ex vendedor de cuadros puerta a puerta, ex secretario de Cultura y embajador en Portugal durante el gobierno de Carlos Menem… El llamado es breve: “Aló, sí, hasta luego”. Vuelve: “¿En qué estábamos…?”
En que durante la pandemia…
Ah, sí. Como toda zona mía… Yo nunca viví por acá, pero este es mi lugar. Mi zona. La plaza San Martín, el Florida Garden… Vos sos muy joven pero acá El Bárbaro fue una institución cultural. Se encontraban pintores, escritores, mucho intelectual que ya no está, ¿no? Por ahí la veo a Cecilia Absatz, que se quedó en el barrio. No hay nostalgia ni melancolía, pero esto no es lo que era cuando yo andaba por aquí. A las seis de la tarde se pone difícil. Y a veces cuando llegas a la mañana temprano es un dormitorio. Un dormitorio al aire libre. Uno tiene que ponerse un poco… cómo decirte… Deshumanizarse en cierto modo.
Al comienzo de la pandemia, el Gobierno impuso una serie de restricciones especialmente para personas de tu edad. Recuerdo haberte escuchado enojado en televisión por ese motivo.
Mirá, por ser periodista, y por ende trabajador esencial, estaba habilitado para dar vueltas. El problema es que no tenía adonde ir. Puedo decirte que me las ingenié. En algún restaurante me daban de comer, en algún bar que tenía todo tapado podía tomar mi café, con mi agüita, mis galletitas. La cosa más o menos funcionó entre amigos. Porque vos en Buenos Aires si tenes cinco, siete, ocho amigos, sobrevivís eternamente, ¿entendés?
Pero recuerdo que tu enojo tenía que ver con que no estabas de acuerdo con el trato que le daban a los adultos mayores, como si los estuvieran infantilizando.
Sí, es que ese es un problema de viejo-fobia que hay en la Argentina. Pero yo tengo mucha fe. El año pasado, el día que cumplí 75 años, tomé posesión de esto, de mi oficina. Había una silla acá, nada más. Así que agarré la sillita y me senté a esperar todos los muebles que había comprado. Fue mi manera de decir de decir: “voy por más”. Ese día empezó otra etapa. Y el mes pasado, que cumplí 76, ese día me hice los implantes.
¿Implantes?
Sí, implantes. El día que cumplí 76 años me hice los implantes dentales, porque yo todavía quiero morder. Quiero seguir mordiendo, Victoria. Morder en el sentido vital. Morder es que todavía vibro, querida. Sí, a mi edad. Sinceramente creo que el problema de la edad es un problema del otro. Si yo te digo que vivo sin pasado, no lo crees. Pero a mí me molesta hablar del pasado… Me molesta hablar del pasado. No tengo pasado, y por eso no tengo culpas, ni temas pendientes. Hay masturbación del pasado feroz. Eso es patético en algunos ex funcionarios.
Me molesta hablar del pasado. No tengo pasado, y por eso no tengo culpas ni temas pendientes. Hay masturbación del pasado feroz.
“Tuve la impertinencia de ser irreverente con el Poder y el Poder me pasó por encima”
Pero hay un pasado. Una infancia en Villa Domínico. Una adolescencia de besos en zagüanes con “chicas de familia” y de sexo furtivo con chicas que “no eran de familia”. Una juventud de viajes de Avellaneda a Capital y al revés: los amaneceres eran lentos, eran amaneceres largos.
Hubo una abuela materna, vidente y curandera, que se llamaba María y que lo curaba -de cualquier cosa que lo enfermara- con una corbata. Se amontonaban los vecinos para ver a la abuela maga en el patio de la casa. Y en el barrio se hacían los zonzos, porque a ver si a la abuela la metían presa “por ejercicio ilegal de la medicina”. Una vez sucedió, porque cada barrio tiene su buchón, y María fue detenida. El rato que pasó en la comisaría escuchó a los policías que le pedían cura o consuelo a su drama. Después largaron a la abuela.
Jorge Cayetano Asís, por el apellido de la madre, una mujer que vivía asustada: cada ruido que venía de la calle era el sonido del clavo con el que fijaban el cartel de remate de la casa que habitaban. Una vez sucedió.
Jorge Cayetano Zaín, por el apellido del padre. Mejor que a ese padre lo cuente Asís: “Mi viejo, primera generación de argentinos de familia árabe, bastante irregular con la plata. Mi viejo era un negador… Negaba absolutamente todo. Y el viejo tenía que irse, tenía que irse. Y se fue. Yo me crié con una sensación de perentoriedad. Porque yo veía que todo aquel que venía con mi viejo y que él presentaba como un gran amigo, como a un hermano, en 20, 25 días días iba a volver con actitud reclamatoria. Y eso también con algunos familiares”. Creció, entonces, con una sensación de finales inminentes, de que todo puede terminarse en cualquier momento y en un instante: ya.
Jorge Cayetano Zaín Asís publicó la historia de su padre en la novela Don Abdel Salim, el burlador de Domínico, en 1972. Ese año, escribió en un solo día un librito titulado Cómo levantar minas. Vendió tanto que le salvó el invierno. Ocho años después, en 1980, firmó Flores robadas en los jardines de Quilmes, obra emblema y best seller. Al año siguiente publicó Carne Picada. Diario de la Argentina salió en 1984. Asís, que estaba convencido de que iba a morir joven -de repente, en un instante: ahora-, empezó a escribir de una manera intensa, desesperada. Lleva unos 40 títulos publicados. Sigue Asís: “Pero en esos años hubo altibajos y tuve que resignificarme. De un éxito repentino, feroz, a una caída extraordinaria”.
¿En qué momento ubicás esa caída?
Precisamente en el momento del ascenso. Cuando se genera ese fenómeno Asís. Porque tuve la impertinencia de ser irreverente con el Poder, de desafiar al Poder. Y sentí que el Poder me pasó por encima. A mí me cancelaron con Flores robadas… Ahí apareció una asociación de amigos y cuestionadores. Tenía 33, 34 años. Y ya estaba escrito: “me voy a quedar solo”. Porque es muy difícil la Argentina para tener éxito.
¿Qué es “resignificarte”?
Del éxito a la caída. De la caída a Su Excelencia, Señor Embajador (N. de la R.: en representación de la Argentina, fue embajador en Portugal entre 1997 y 1999, y ante la Unesco de 1989 a 1994). Y volver y darme cuenta de que lo único que sabía hacer es escribir. En mi obra es fundamental el tema de la supervivencia.
¿Por qué se sabe tan poco de tu vida privada?
Uno de mis méritos, querida Victoria, es que desde hace 50 años es absolutamente desconocida mi vida privada. Cierta fama de seductor, quizás… Porque puedo ser galante, porque pude haber tenido alguna historia. Pero nadie me vio: yo no exhibo ni oculto.
“El argentino es un escéptico total: tenés que convencerlo de que Messi es bueno”
Asís habla como escribe. Cuelga las comas en el aire, suspira en los puntos finales. La voz es de cuenco, el sonido de una bóveda. Los ojos de piedra, fijos, entre la melena de plata que le cubre la frente. Tiene, ahora, la misma vitalidad que tuvo cuando cruzó en 1993 a Jorge Lanata en el programa de Mariano Grondona, Hora Clave: “Sos un gran comprador de pescado podrido, de salmón noruego del siglo XVIII, Lanata. Con razón (Horacio) Verbitsky te supera, Verbitsky es un poco más sólido. Con él puedo discutir, vos me tirás palabritas”. Asís tiene, ahora, la misma soberbia con la increpó, en 1996, a Gerardo Romano, también en Hora Clave: “Es un transgresor módico. En la mesa de los transgresores ni siquiera podría cebar mate”.
De vuelta en la oficina, en el día que cae, Asís sigue con el puente de Brooklyn a sus espaldas: “El argentino es un permanente detector de chantadas. Como en el fondo es un escéptico total, tenés que convencerlo de que Messi es bueno. Esa cosa de que cualquier turrito en algo te va a garcar, de que el que viene es un trucho. Así que para mí es un halago que me pongan en duda. Me parece sano que el tipo crea que uno es un trucho y que igual se deje cautivar. Mi territorio es la palabra. Y también es importante la lectura. Pero se lee tan poco... Hay mucha cultura de la contratapa en la Argentina. Mucho solapeador, ¿sabes?”.
Perdón, vuelvo al tema de tu intimidad. A mediados de los noventa ofreciste entrevistas junto a tu familia. Incluso hay algunas con producción de fotos…
Porque eran notas al embajador. Entonces salían notas en Caras, en Gente, y aparecían mis chicos. Pero tampoco me gustaba exhibir a mis chicos. Incluso no vas a encontrar ninguna nota más así. Porque también está el otro costado mío, que es el costado mágico, esotérico… Es una formación que está muy arraigada en mí y de forma natural. Aprovecho para decir, si alguien está leyendo está declaración… Porque yo veo esas muchachas o actrices que ponen fotos de los hijos en Internet: por favor, no los muestren tan abiertamente. Hay mucha gente energética con una carga muy negativa. Muchas de las cosas que pasaron en mi vida tienen que ver con la magia. Por eso tengo fe. Por eso creo en el futuro.
¿Cuántos años vas a vivir?
Aunque te parezca mentira, lo sé. Pero no puedo decir eso. Es la primera vez que lo digo. Esto es en serio. Te podés imaginar que por donde yo anduve tengo una tendencia natural a ir al mundo oscuro, aparentemente irracional, espiritual. Sé exactamente el año. No la fecha. Pero sé el año y sé la edad que tendría yo.
Jorge Asís sabe de sí algo que ninguno de nosotros sabe: vive con la certeza de la finitud, agendó el corte en su línea de vida. Me pide que no le pregunte cuándo, lo pide por favor. Entonces baja la vista y una nube vaporosa, una cortina de silencio, se instala entre los dos.
VDM/SH