Juan Minujin está a punto de subirse a un avión que lo dejará en Barcelona. Rodará en esa ciudad una película de la que no puede dar detalles. De la que hará a su regreso, sí: una comedia romántica junto a Luisana Lopilato, dirigida por Sebastián De Caro. Mientras tanto, El Marginal bate récords de audiencia. El estreno de la cuarta temporada, hace pocas semanas, ubicó a la serie entre los primeros puestos del top ten de la plataforma que la ofrece, Netflix. La quinta está lista, sin fecha de estreno. ¿Será el final? Juan, vía Zoom, sonríe pero no confirma.
La continuación de la serie que nació en la TV Pública ahora sólo puede verse por privado. La plataforma advierte: “Clasificación +18 violencia, sexo, desnudos, violencia sexual…”. En un doble rol de actor y productor asociado, Minujin vuelve a interpretar el personaje de la primera temporada de El Marginal, Miguel Palacios, Pastor. Es un ex policía que logró fugarse, es recapturado y trasladado al penal Puente Viejo. En el encierro, Pastor se enfrentará a un dilema. Pero antes, la bienvenida. A los quince minutos del primer episodio, Pastor termina en el piso, golpeado y humillado, completamente desnudo y clamando piedad. Esa escena fue furor entre los seguidores de la serie, no tanto por Pastor sino por Minujin.
Se comentó más el desnudo que el regreso del personaje.
Me sorprendió que hubiera tanta cosa alrededor de eso. Además hay un tipo metido en un calabozo, lo torturan, lo humillan, le pegan… O sea: nos parecía totalmente absurdo que se quede en calzoncillos. Un desnudo ya no es un misterio para nadie. Una cosa son las restricciones del mercado o el pudor, pero si la escena requiere que el personaje esté en bolas y que vea, es un poco pobre la discusión. Tampoco es una bandera, eh. Solo que es lo menos importante de todo el trabajo.
¿Cómo fue retomar el personaje?
Me costó entrar en la dimensión emocional a ese nivel, que es muy extremo. Por eso si está desnudo o no es un detalle nimio. Estaba muy nervioso, la verdad, era la primera vez en mi vida que encaraba un personaje que ya había hecho. Pastor tiene colores expresivos opuestos a los míos. Eso es lo que más me costó. Te diría que lo traté como a un personaje nuevo. El desafío era cómo entrar en esa cosa parca, pero a la vez vulnerable que tiene.
Nos cuestan los matices, no sólo en la ficción.
Nos cuesta en la ficción, nos cuesta un poco en la vida, en la política, en la cultura, en lo afectivo. Pero hay un montón de grises. Es complicado, somos contradictorios. A veces las intenciones son una cosa y lo que pasa es otra, o uno expresa lo contrario de lo que quiere. Pero sí me parece que cuando te metés en esa ranura y tocás la tecla, que pasa muy de vez en cuando, y llegás a ciertos lugares, el espectador lo percibe, entiende que la contradicción es un lugar emocional.
¿Por qué El Marginal tiene tanto éxito siendo tan… violenta?
Sé que hay gente a la que le resulta demasiado violenta. Hay algo de espiar un mundo que uno no conoce. No sólo porque se trata de una cárcel. Es mucho más allá del mundo carcelario. Es como una especie de infierno donde los personajes están lanzados a hacer lo que pueden. Algo de eso debe ser atractivo. El Marginal es un espejo donde uno puede explorar sus propias oscuridades. Nuestras maldades, miserias, envidias. Desde un lugar a salvo porque es una serie de la tele, estás en el sillón, en tu casa. El vericueto que engancha son esos sentimientos que están entre la nobleza y la miseria. Qué cerquita que están por momentos.
¿Y qué es la libertad para Pastor? Porque se debate entre una vida en familia y volver al punto de partida, que es la cárcel.
El dilema de Pastor trasciende la pérdida de la libertad concreta, que es tremenda. Hay como algo simbólico que tiene que ver con qué es la libertad y la libertad más íntima de cada uno, eso que uno negocia permanentemente. Hay una libertad mucho más íntima que esa, que es más compleja y es más complicada. Y me parece que hay algo del dilema de Pastor que tiene que ver con decir ‘bueno, yo peleé un montón para la vida familiar, para irme para escapar, pero en un punto ahora abrazo la oscuridad, esto es lo que me tocó y me entrego plenamente a la oscuridad’. Y va hacia donde eso lo lleve. Puede ser morirse o matar.
¿Hay algo aliviador en esa libertad, entonces?
Por lo menos la entrega es interesante. Porque es decir “yo no peleo más por nada”, yo me entrego a lo peor de todo, porque lo que tengo es la oscuridad más terrible: no, no soy un tipo blanco. Claro, es una liberación.
¿El Marginal es representativa de la vida en las cárceles?
Hay gente que se siente contada por El Marginal y hay gente que no se siente nada contada por El Marginal. Gente que te dice “che, yo acá estudié. Soy abogado. No hablo como hablan en la serie ni ando prepoteándome…”. No todas las cárceles son iguales, no todos los internos son iguales, no todas las personas que están privadas de su libertad lo transitan de la misma manera. Es una ficción que trata de equilibrar un poco y dar, primero, humanidad a personajes que no tienen voz.
¿Y segundo?
El estigma, no sólo sobre la gente privada de su libertad sino sobre la marginalidad. Fijate que cada vez hay más gente en los márgenes y el centro es cada vez más chico. Nosotros porque miramos Instagram y nos parece que la gente es feliz y están todos geniales. O porque tenemos la información de diez países de Europa y Estados Unidos. Pero si empezás a ver qué pasa en otros continentes o en nuestra misma región, el mundo se está poniendo expulsivo. Entonces tratar de humanizar la marginalidad y no ponerle el sello en la cara a cada preso, es ir a buscar un equilibrio.
El público es exigente, reclama cuando un segmento de la sociedad está mal representada o sobrerrepresentada, como si fuese una sátira.
Hay que seguir pensando entre los que hacemos, los que miramos y los representados. O sea, ser capaces de ver donde uno está re estigmatizando y perpetrando una mirada, una mirada re contra remanida, y dónde no. Porque cuando escuchás aparece la singularidad.
VDM/SH