El dolor tras el crimen en La Plata

Kim Gómez, un altar entre pastizales y el reclamo de los vecinos para “salvar” a lo menores del barrio Altos de San Lorenzo

Al volante de un auto Gol rojo, el martes 25 de febrero, poco antes de las nueve de la noche, Tobías y Mateo, de 17 y 14 años, aceleraron por la calle 83 del barrio Altos de San Lorenzo de la ciudad de La Plata. En el auto, que levantaron once cuadras atras, viajaba Kim Gomez, de siete años, luego de obligar a su mamá, Florencia, a entregarles el vehículo. Tobías y Mateo no esperaron y subieron al auto con la menor adentro, acelerando a toda velocidad. Hacía tiempo que ambos ya no esperaban. A nada, ni a nadie.

Tobías, de 17, había abandonado la escuela n° 45 del barrio, tenía un problema de consumo de drogas, había sido detenido por el robo de otro auto hacía unas semanas y vivía solo en una pequeña casilla que su padre le había regalado. Tobías, de 14, practicaba boxeo en el Club Chacarita, uno de los cuatro clubes sociales de Altos de San Lorenzo. Quienes lo cruzaban por el barrio admitieron que se lo veía “perdido” por el consumo. “Quilombero y atrevido”, lo describieron sus compañeros de boxeo, en donde más de una vez fue expulsado de la clase. También, en ciertas ocasiones, jugaba al fútbol en el Club Real Infantil, encastrado en la vieja estación de trenes de Elizalde, cerrada en 1978. Es posible que Mateo no lo sepa, pero a ese club asiste, también, el hermano de Kim, de diez años. “Su hermano ama el fútbol”, contó Alejandro Gómez, tío de la menor. El sábado, cuatro días después del crimen, suspendieron todos los partidos infantiles de la liga barrial por duelo.

Pero nada de eso importa ─nada: ni el boxeo, ni el fútbol, ni la diversión de los pibes─ cuando se acelera por una calle de un barrio humilde de la capital provincial y con una menor secuestrada. El torso de Kim, tras intentar sacarla del auto a gran velocidad ─aún no es claro si por la ventanilla o por la puerta─ quedó atrapado. Mitad afuera del vehículo, mitad adentro. La calle 83, por donde pasó el Gol rojo con la pequeña siendo arrastrada desde hacía varias cuadras, sugiere el comienzo de un sector del barrio más vulnerable: de un lado, las casas bajas de los vecinos; del otro un cordón de pastizales espesos y altos, con calles de tierra que desembocan en otras viviendas con construcciones más rústicas. Sin embargo, por unos días, el rastro de sangre del cuerpo de la menor permaneció indeleble en esa misma artería. “Ni con la lluvia de estos últimos días se fue”, dijo Elvira Romero, de 62 años, quien vive hace cuarenta años en la calle 83 y que vio pasar el auto a toda velocidad. “Vi algo como si fuera un cuerpo en el aire casi”, recuerda Elvira. “La sangre de Kim sigue ahí, como si fuera un recordatorio para todos de lo que pasó”, arriesga la vecina.

Al doblar a la izquierda por la calle 28, el auto perdió el control y se estrelló contra un poste de luz al borde de una zanja. Hay pocas precisiones de lo que ocurrió luego, esa misma noche. Que Florencia, la madre de Kim, llegó detrás en un auto negro y acompañada de otras personas para rescatar a su hija. Que Tobías y Mateo se dieron la fuga, ni bien bajaron del coche, abandonando por completo la escena del crimen. Que habían doblado a la izquierda en la calle 28 porque estaban a unos cien metros de la casa de Héctor, el papá de Tobías. Pocas certezas, aunque al menos algunas: nadie está preparado para morir a los siete años, ni para matar a los 14.

“Justicia por Kim. Los pibes del León”, se lee escrito en la pared de la esquina de 25 y 76, a cuatro cuadras de la carnicería en donde Tobías y Mateo se llevaron el auto con la menor. En este sábado de marzo el cielo está gris, encapotado. En las calles del barrio todavía hay folletos de las marchas por pedidos de justicia que se hicieron tras el crimen. “Que la ley no ampare a los delincuentes”, dice un papel con la cara de Kim. El hecho, luego de su mediatización a nivel nacional, enmudeció a funcionarios locales que prefirieron no dar testimonio de lo ocurrido ante la “sensibilidad” del tema. elDiarioAr intentó contactar a miembros de la cartera de seguridad del municipio, como así también a integrantes de otros organismos públicos, pero no obtuvo respuesta. 

El hecho causó tanta controversia que una legisladora del oficialismo provincial, que vive en Altos de San Lorenzo, sufrió un escrache de vecinos en su propia casa, motivado por dirigentes de la oposición que exigían la renuncia del gobernador, Axel Kicillof. “Vinieron a buscarme solo por ser vecina”, señaló la legisladora. “Hace años que trabajamos y articulamos proyectos sociales dentro del barrio, pero el oportunismo político de la oposición es lamentable”, agregó.

Al adentrarse a Altos de San Lorenzo, la fisionomía de las viviendas muta: de casas con un césped prolijo en su vereda, a calles de tierra y con casas revestidas con ladrillos sin revoque. Estas últimas, en 85 y 29, es donde vivía Tobías con su familia. Héctor, quien entregó a su hijo luego del hecho, tampoco quiso hablar con este medio.

Juan Pablo Coronilla y otros dos chicos empujan un carro blanco con caños de aluminio y otros materiales por la calle 85, la misma que recorrió el Gol rojo con Kim a rastra. “Ojalá que no salgan más”, dice Juan Pablo, de 35 años, tras referirse al crimen. “Este es un barrio de gente humilde, pero laburadora. Yo hoy no tengo empleo formal, pero salgo a juntar cosas y venderlas. Nunca pensé en salir a robar”, cuenta. “La pobreza no es excusa”, agrega Juan Pablo. A su lado, Thiago Acevedo, de 14 años y sobrino de Juan Pablo, lo ayuda a empujar el carro. Tiene la misma edad que Mateo, el otro imputado. Incluso lo conoce: entrenó boxeo con él en el Club Chacarita el año pasado. “Siempre fue un bardo. Iba al gimnasio y se quería agarrar a piñas con todos. No respetaba ni a los profesores”, cuenta Thiago. Mismo barrio. Misma edad. Mismo club ¿Qué falló? “La droga”, dice Thiago. “Hay mucha droga en Altos”, confiesa. 

Para Alejandro Rivero, de 42 años, vecino de la calle 82, en el barrio “es más fácil conseguir un kilo de droga que uno de pan”. Aquel martes por la noche, vio pasar por la puerta de su casa el gol rojo con Kim siendo arrastrada. “Hay robos, a veces se escuchan disparos a la noche, pero esto excedió todo. Es una marca que va a quedar para siempre”, admite Alejandro. “Esos pibes ya están perdidos, no tienen solución”, dice sobre los dos adolescentes.

Como en cualquier otro barrio, los clubes de fútbol infantil abundan. En Altos de San Lorenzo hay cuatro, uno al lado del otro: el Elizalde, Real Infantil, Chacarita y Fletes. Hoy, sábado, las canchas deberían estar repletas de pibes detrás de una pelota, pero el césped está intacto. Los partidos se suspendieron como medida de duelo por lo que pasó con Kim. Su hermano, de diez años, entrena en el Real Infantil, club al que de vez en cuando, señalaron algunos vecinos, también asistía Mateo. “La tarea de los clubes barriales es muy importante para que los pibes no caigan en la mala junta”, señala una integrante del club Elizalde, que prefiere mantener el anonimato. “Pero sin recursos, no podemos contenerlos a todos”, explica la referente. No reciben financiación estatal y se sostienen con “cuotas simbólicas”, además de la autogestión de los profesores que enseñan en el club. “La plata para comprar pelotas y cortar el césped de la cancha, la ponemos nosotros. El municipio no nos ayuda casi con nada”, apunta la integrante del club Elizalde. 

“Hoy no contamos con tantas herramientas para asistir a todos los pibes que abandonan el colegio o el deporte, las dos cosas quizás más importantes para el desarrollo de ellos y su vida en el barrio”, detalla. Si alguno de los menores que asisten al club abandona el colegio, le prohíben jugar hasta que se reincorpore nuevamente, como método de disuasión a la deserción escolar. “Nunca los dejamos sin jugar, pero intentamos enseñarles que la educación es más importante que el fútbol”, dice la referente.

“Hay un problema integral en la mayoría de los pibes del barrio”, dice Gladys Raffo, vecina y jubilada como empleada de la escuela secundaria n° 45, el centro educativo al que asistía Tobías y que terminó abandonando a los 15 años. “El último año se egresaron 16 pibes, un promedio bajo, incluso para nuestra escuela”, señala Gladys. “Necesitamos reforzar los gabinetes psicológicos para que le den un seguimiento más certero a los pibes que abandonan o tienen conflictos en su casa”, detalla la jubilada de 66 años. “No estoy diciendo que con más recursos en las escuelas se soluciona el problema, pero empezás a tener más herramientas de abordaje para los casos graves. Un pibe que abandona, es uno más en la calle”, resume Gladys.

Los vecinos no recuerdan un hecho tan grave que haya marcado al barrio. Algunos mencionan el crimen de Yamila Saubidet, una joven de 17 años, cuyo cuerpo con signos de violación fue encontrado en 2002 en una zona descampada de Altos de San Lorenzo. “La sangre todavía está ahí, como un recordatorio”, retoma, de nuevo, Elvira Romero.

Según el Observatorio de Políticas de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires de la Universidad Nacional de La Plata (OPS-UNLP), la actual tasa de homicidio doloso, como los asesinatos intencionales, es la más baja de Argentina en las últimas dos décadas y este descenso se debe a lo ocurrido en la provincia de Buenos Aires: entre 2014 y 2023 la reducción fue del 60 %. Señalar la reducción en la cantidad de víctimas, explica desde el OPS, no implica desconocer la gravedad de este problema: en promedio, se registran entre uno y dos homicidios por día en el Gran Buenos Aires.

En la misma línea, según los números de la Procuración bonaerense del 2024, La Plata se ubica en el segundo lugar de las ciudades de la provincia con más hechos delictivos, con Mar del Plata en el primer puesto. La capital provincial percibió un aumento del 19% en su tasa delictiva, con respecto al 2022.

Otra vez en el barrio, ya sobre la calle 28, un cordón de basura sobre el pastizal, con partes de autos herrumbrados, bolsas de consorcio rotas, más basura. A unos metros por esa misma calle, el poste verde y ancho de luz en donde el vehículo chocó de frente. Allí, hoy, está el pequeño altar que los vecinos improvisaron en honor a Kim. Una foto de ella pegada al palo. Arriba, tres globos rosas colgados. Abajo, una cruz clavada en el piso, envuelta en un rosario. Un ladrillo amarillo de juguete entre el pastizal, como un pesebre. Un palo de luz en la vastedad del conurbano bonaerense. Un foco en la oscuridad.

Dos jóvenes caminan tímidos hasta el altar. Uno de ellos, vestido con una chomba negra y gorra blanca, toma una foto con su celular. Tiene 19 años y es familiar directo de Tobías. No quiere decir su nombre, pero cuenta que el joven ─hoy detenido con prisión preventiva por orden de la fiscal Carmen Ibarra, a cargo de la Unidad Funcional de Instrucciones (UFI) de menores N°3─ no siempre fue así. “Su mamá murió y quedó muy sólo”, señala el joven, que trabaja en una distribuidora de bebidas. “No lo justifico y tiene que pagar lo que hizo, pero yo le daría una segunda oportunidad, si es que sale de la cárcel”, aclara. Hay una pregunta, sin embargo, que le gustaría hacerle personalmente a Tobías, y es: “¿Por qué no frenaste el auto cuando viste a la nena?”. 

*Este texto se publica en simultáneo en y se produjo en colaboración con el sitio Perycia

MC