En uno de estos días, capaz que se nos da por comer caños y problema resuelto. Ya (casi) habemus gasoducto nuevo, así que vamos tendiendo el mantel. Los medios escriben notas sobre la gesta ingenieril del tubo Néstor Kirchner y parece que la patria renace con esos soldadores turcos que cuecen el metal hasta fundirlo. ¡Y que también renace el desarrollo! Se trata de una obra destinada a tener una vida de unos 80 años. Qué más quiere uno en esta época en que los aparatos no duran nada. Una pena que el mundo se tenga que descarbonizar en menos de 30 y la cosa que transportan, moléculas fósiles que habían estado enterradas en el subsuelo, se dejarán de usar porque sino a la temperatura de la tierra no la frena nadie. Detalle.
Pero te van a decir que el gas es un combustible de transición y que la Argentina, por eso, tiene una oportunidad única. De oro, che. Lástima que sea todo un cuento. Un cuento que inventaron los que ingeniaron el fracking en los Estados Unidos, entre ellos, un tipo de Oklahoma que terminó estrellado contra un poste, hundido en deudas. Quemar gas es menos contaminante que quemar carbón. Pero hay un problemita: eso es verdad sólo en el punto de la llama. En el resto del proceso, desde que reventás el subsuelo hasta que lo transportás, emitiste tanto metano que todos los supuestos beneficios se te fueron al demonio. Hace 800 mil años que no había tanto metano en la atmósfera, cuando la vida era otra: sin nosotros. Gigantezcas nubes de metano emanan desde donde hay fracking como pompas de jabón. Se ven por satélite, no pueden engañar a nadie. Están en la cuenca Pérmica, en Estados Unidos, y también en Vaca Muerta.
Es que metano es un gas terrorífico. Dura menos en la atmósfera que el CO2, pero mientras está vivito y coleando, atrapa el calor del sol con una fuerza descomunal, que rivaliza con la potencia calentadora de otros gases de efecto invernadero. La ciencia dice que una de las formas más eficaces para frenar la escalada loca del calor en la Tierra es cortar ya las fuentes de metano. En la mira están el gas y las vacas, en cuyo cuarto estómago, llamado rumen, proliferan unas bacterias que excretan esta molécula, que les sale a las cuadrúpedas por la nariz cada 3 minutos.
“No hay nada natural en la fracturación hidráulica; no hay nada natural en los miles de kilómetros de gasoductos y no hay nada natural en la contaminación del aire en el interior de las casas asociada al gas”, afirmó a la agencia Bloomberg Caleb Heeringa, director de campaña del grupo Gas Leaks. Ellos están tratando de convencer a los reguladores de los Estados Unidos de que le saquen el mote de “natural” al gas. Y, en cambio, lo llamen “gas fósil” o “gas frackeado”, como para poner en claro que no hay nada limpio en este tipo de combustible, que la industria usa como tabla de salvación. Las palabras importan mucho.
A la clase polìtica argentina le gusta sentirse orgullosa por lo que en el subsuelo se esconde, en vez de emocionarse con lo que es más palpable: el viento y el sol. Qué se le va a hacer. Pero como no todos los hidrocarburos son iguales, no sería recomendable que soñaran con ser Arabia Saudita, que tampoco hace falta tener un reino despótico en este lado del mundo.
Hay combustibles que son baratos de extraer y otros que son bien caros. Argentina está en la lista de estos últimos y los saudíes entre los primeros. Por eso, por más campeones que se sientan, los argentinos están destinados a ser un productor sin incidencia en los precios de un mercado globalizado, que controlan otros. Por algo, los productores de gas se cuelgan del bolsillo del saco del Estado, pidiendo subsidios y ventajitas para sacar los dólares del país. Si fuera tanto negocio, ¿por qué las empresas no pusieron la plata para el ducto? En cambio, lo puso el fondo de jubilaciones. Y eso que Techint lidera la obra, Techint es uno de los principales productores de gas y Techint es uno de los principales consumidores del combustible. ¿Será también la patria? ¿O quiere que todos paguemos los costos cuando el caño no sirva para nada?
El fracking cumple 10 años en Vaca Muerta y los subsidios a la producción del gas durante todo ese tiempo se comió el equivalente a una cuarta parte de lo que se le debe al FMI. Pero no vemos carteles por las calles denunciando esto. Y Neuquén, la capital del milagro hidrocarburífero, tiene un tercio de su población en la pobreza, un territorio destruido y su polación afectada invisibilizada para que no moleste. Es obvio que la Argentina tampoco se sacó el lastre de la miseria de encima, pero la narrativa de que el fracking es desarrollo continúa como una verdad que conduce a la política y los políticos de manera ciega, sorda y tonta. Es cierto que el país tiene que importar gas para alimentar su matriz energética. Pero le saldría más barato hacer la transición a energías limpias, que generan mucha mano de obra, en vez de seguir insistiendo en arruinar nuestros lindos territorios en nombre de un desarrollo incierto y muy contaminante.
Además de ser tremendo para los seres vivos, el fracking es un proceso muy intensivo en capital. Es más eficiente en hacerlo desaparecer que en reproducirlo. Cuando se fractura el suelo, el hidrocarburo brota como cuando se abre una lata de gaseosa: hermoso, burbujeante. Pero a las pocas semanas, empieza a mermar y mermar. Y no hay Viagra que lo vuelva a levantar, al menos de que se invierta otra vez un montón de dinero en más fracking, además de recursos escasos como el agua, que saldrá del ciclo hidrológico for ever. Fue Wall Street, o sea, inversores privados, los que financiaron la fiesta de las diversas cuencas de shale en los Estados Unidos con la misma ideología fósil que domina la cabeza de la clase política de la Argentina. ¿Qué se consiguió? Cito a la agencia Bloomberg: “En la última década, la industria del esquisto estadounidense se ha convertido en sinónimo de destrucción de capital. Los inversores en esquisto recuperaron unos 50 céntimos por cada dólar que invirtieron durante el periodo 2010-2020”.
¿Una lección para nosotros? Claro que sí, sobre todo, porque hay mucha guita del erario público. Sin embargo, prolifera la emoción de saberse fósil, aunque la tremebunda sequía y las prolongadas olas de calor hayan arruinado un tercio de la otra gran parte exctractivista de nuestra economía: el agro. Y hablando del agro, qué locos que están los productores vacunos con este temita del clima. Piden al Estado socorro cuando no tienen agua para darle a sus rodeos, pero sus agentes malignos de relaciones públicas desinforman y ocultan cuando se trata de asumir lo que sus animales generan: cambios dramáticos en la atmósfera que les hace perder plata cuando la hinchan de gases malditos que ellos mismos producen.
En las últimas semanas, el lobby estuvo muy ocupado en tergiversar un informe de la NASA para tratar de instalar hasta la repetición ad nauseam la idea de que las vacas son buenas y generan beneficios en el ambiente, cuando es exactamente todo lo contrario. Se ofende la prensa del agronegocio cuando le hablan del metano. “Hay que considerar que, muchas veces, estos ataques tienen su origen en intereses creados por otros oferentes de alimentos y por posiciones ambientales fundamentalistas”, escribió La Nación. Habría que mandar al periodista a leer los informes científicos de la ONU antes de decir estas cositas.
El inventario nacional de gases de efecto invernadero de la Argentina señala inequívocamente que el metano eructado por las vacas representa el 15 por ciento de toda la polución de la atmósfera que genera el país. Por más que lo oculten, la verdad también se ve por satélite y figura en los mapas públicos. Las burbujas de gas coronan los feedlots. Lo inteligente para el sector sería empezar a adaptarse a las nuevas condiciones del clima, que van a seguir de mal en peor, en vez de seguir insistiendo sobre fórmulas que nos llevaron hasta aquí: a estrellarnos.
Si la patria es la vaca, la patria es también metano. No somos Estados Unidos, ni Europa ni China, pero como causante del cambio climático tenemos lo nuestro. Estamos entre los 20 y 30 primeros productores de gases de efecto invernadero del planeta. Abajo nuestro hay otros 160 países más que nos ven en lo alto de la lista. O sea: también tenemos que hacer lo que corresponde como nación. No sólo porque nos conviene y porque la economía del futuro no tendrá nada que ver con esto que hoy miramos con ojos tontos, sino también por otra razón aún más elemental: tenemos que seguir viviendo.
MA/MG