“¿Quién soy?”, pregunta Elena a su madre, que sentada en su sillón se encoge de hombros como respuesta. “¿Cómo me llamo?”, insiste, con la misma suerte y obteniendo ese desesperante silencio como respuesta. Hace tiempo que el Alzheimer se llevó su nombre y su condición de hija. Su madre sabe que está ahí por algo, pero no sabe quién es.
Al rato, Elena empieza a cantar una canción de Antonio Machín, de cuando ella era joven. Da palmas, la entona e, incluso, se acuerda de parte de la letra. La música provoca una reacción casi milagrosa en la mujer. Cualquiera juraría que la enfermedad no ha pasado por ella arrasando con todo.
Pero nada de milagros, detrás de esto está la ciencia, que desde hace algunas décadas ha comenzado a investigar de manera rigurosa cuáles son los efectos de la música en nuestro cerebro y por qué es tan importante para los humanos.
Las ondas del sonido han llegado a los quirófanos, donde se usan para destruir cálculos renales y detectar tumores, y la música se utiliza cada vez más para tratar pacientes tras un ictus, o enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer.
“Cuando haces un estudio de resonancia magnética ves que se produce muchísima activación en el cerebro cuando se toca o simplemente se escucha música”, explica Antoni Fornells, investigador del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA). La música es multisensorial e incorpora la activación de muchas áreas y procesos muy amplios del cerebro. Algo que, unido a su capacidad para influir en los circuitos de recompensa, hace que “se mantenga en nuestra especie cuando no tiene aparentemente nada especial”.
Explica que el tipo de recuerdo que tenemos asociado a la música “está almacenado de una forma diferente” a lo que llamamos memoria declarativa o de hechos básicos, donde se guarda la información sobre nosotros mismos y lo que nos rodea. Las investigaciones indican que la música está asociada a un aprendizaje procedimental (como montar en bici) y no a uno declarativo. Además, “cualquier tipo de aprendizaje asociado a la emoción se recordará más”.
LifeSoundtrack, biografías musicales contra el Alzheimer
Nina Gramunt, neuropsicóloga de la Fundación Pasqual Maragall, habla de la “reserva cognitiva” y su importancia en las enfermedades neurodegenerativas: “Todo aprendizaje, como tocar un instrumento, confiere una mayor resistencia al cerebro”. Esto puede alargar la fase preclínica de una enfermedad como el Alzheimer, ese periodo silencioso, que puede durar hasta veinte años, en el que la enfermedad ya está presente, pero en el que el cerebro tiene la capacidad de sortearla.
Un estudio publicado el 2015 en la revista Brain demostraba a través de diferentes técnicas de neuroimagen que determinadas áreas cerebrales se activan con músicas emocionalmente significativas para el enfermo, como aquellas melodías de Antonio Machín que Elena le pone a su madre, que están relativamente preservadas hasta fases muy avanzadas de la enfermedad.
Desde la Fundación Pasqual Maragall se ha puesto en valor la importancia de la música en el tratamiento de la enfermedad en proyectos como LifeSoundtrack, en el que algunos estudiantes acompañan a mayores que padecen esta demencia para que construyan una biografía musical. “Es una excusa muy amable para acercar y sensibilizar a los jóvenes con esta realidad, además de los beneficios cognitivos y emocionales”, explica Gramunt.
El lenguaje también parece mejorar con la música
El neurólogo finlandés Teppo Särkämö ha centrado su trabajo como investigador en averiguar cómo la música puede ayudar a pacientes que han perdido habilidades comunicativas. En un estudio que publicó en The Lancet en el año 2017 probó la eficacia de la música como factor de rehabilitación. Se trataba de pedir a los enfermos que la escuchasen una hora diariamente durante algunos meses. “Tan simple como suena”, bromea. Esta escucha resultaba beneficiosa para la recuperación cognitiva en términos de memoria verbal y concentración y ayudaba a reducir los estados de ánimo negativos como la depresión o la incertidumbre que acompañan a la enfermedad.
En un estudio que publicó el año pasado en Annals of Clinical and Translational Neurology, descubrió que la música vocal, aquella que tiene letra, es especialmente efectiva para la recuperación de la memoria verbal y para mejorar las capacidades básicas del lenguaje, especialmente para aquellos pacientes que padecen afasia. Además, demostró que la escucha diaria de música incrementa el volumen de materia gris en las regiones frontal y temporal del cerebro.
Pero la música no solo puede ser beneficiosa en aspectos como el habla o la memoria, sino que también está siendo utilizada para personas con déficits motores. “Empezamos a trabajar con ictus hace 10 años”, cuenta Fornells. La idea es que “cuando aprendes música se activa mucho la conexión entre el sistema auditivo y motor”, por tanto, a través de la estimulación del córtex auditivo gracias a la práctica de música se facilitaría la rehabilitación del córtex motor afectado.
Esta terapia es ya una realidad que se puede llevar a casa el paciente en forma de app, por lo que no se ha visto afectada por el Covid-19. Solo hace falta una tablet y un pequeño teclado para practicar. “Es como si tuvieran una especie de reto y practican para luego poder tocar en grupo una canción que les pueda gustar”, explica Fornells.
Clément François, investigador del Institut de Neurosciences de la Méditerranée CNRS, cree que “el simple hecho de escuchar música puede ayudar a mejorar la movilidad”. Cuando el sistema subcortical está mal, la música permite establecer un soporte rítmico para los movimientos de estos pacientes, algo que les puede ayudar a mejorar su movilidad.
Esta es, quizás, la razón por la que la madre de Elena no solo consigue recordar la letra al escuchar una melodía, sino que también es capaz de volver a dar palmas o moverse al ritmo que marca la canción. Algo que, sin música, ha dejado de hacer hace ya mucho tiempo.
Estos estudios respaldan el trabajo de musicoterapeutas como Fátima Pérez, que después de terminar sus estudios de piano decidió estudiar un máster en Musicoterapia para llevar la música como tratamiento a pacientes de varias enfermedades. Cuenta que estos avances científicos están haciendo que este tipo de técnicas “dejen de meterse en el mismo saco que una pseudoterapia”. El escepticismo, explica, desaparece cuando los enfermos y sus familiares empiezan a notar los primeros efectos positivos.
En cualquier caso, Särkämö pide “ser realistas” y tener cuidado con la idea de que estas terapias puedan “curarlo todo”. De hecho, en algunas personas no funcionarán. Por ejemplo, en los anhedónicos musicales, una condición neurológica que implica que un individuo es incapaz de disfrutar escuchando música y, por tanto, no tiene respuestas fisiológicas de placer con la misma. Esto afecta a entre un 3% y 5% de la población y está sirviendo a muchos científicos para comprender mejor los mecanismos del cerebro.
La música como herramienta de estudio del cerebro
El sonido es lo primero que percibe el ser humano con tan solo 16 semanas de gestación, y también lo último que se deja de percibir al final de la vida. Se utiliza incluso en las unidades de prematuros, donde se usa la música para modular parámetros como el ritmo de la respiración, la frecuencia cardíaca, la calidad del sueño o la propia temperatura del bebé.
Ya en la vida adulta la música también ayuda a modular los estados de ánimo. La doctora en psicología cognitiva Laura Ferreri se encuentra en fase de publicación de un documento sobre el efecto de la música durante la pandemia en el que han participado más de mil personas de España, Italia y Estados Unidos. “La pregunta es muy sencilla”, explica la investigadora italiana: “¿Cuáles son las actividades-recompensa que les ayudaron a vivir la fase del confinamiento?”. La música se encuentra en el primer lugar. “Cuanto más afectada estaba la gente, más se buscaba la música”. Del mismo modo, según ese mismo estudio, cuando aumentaba el consumo de música disminuían los síntomas depresivos.
“Se sabe que hay un efecto positivo, pero es necesario especificar las condiciones óptimas para maximizarlo”, explica François sobre los siguientes pasos a dar en este tipo de investigaciones. Särkämö añade que son necesarios “estudios más grandes” en los que participen varios centros de diferentes países.
Decía Platón que “el entrenamiento musical es un instrumento más potente que cualquier otro”. Durante siglos los humanos han acompañado de melodías diferentes momentos de su vida. Es por eso por lo que la madre de Elena se activa con la música, porque ya la ha oído antes, porque forma parte de su vida y porque el Alzhéimer no ha conseguido llevársela. Las melodías que escuchamos a lo largo de nuestra vida no solo nos transforman, sino que nos acompañan, incluso, para quedarse en nuestro cerebro cuando ya no queda casi nada.