Podría ser una ilusión óptica, un efecto raro –uno más– de la luz sobre la superficie de las cosas. Como esas manchas que se ven en el asfalto a lo lejos los días de mucho calor en la ruta, que parecen charcos o sombras de algo que siempre se escapa y que el auto jamás llega a atravesar. Pero no, lo que ven en el horizonte unos pescadores al comienzo del increíble documental Taming the Garden (les prometo que abajo les cuento más y hasta les digo dónde se puede ver gratis) es un árbol enorme que flota arriba de una embarcación sobre el agua del mar. El primero de muchos.
Los pescadores parecieran estar acostumbrados o no tan sorprendidos por la situación, pero lo que los espectadores nos encontramos es una imagen imponente y aterradora: el árbol viaja erguido por el mar, con sus raíces, con una porción grande de la tierra que lo rodeaba cuando lo sacaron de su lugar de origen, con todas sus ramas y sus hojas, incrustado en una especie de maceta-barco gigante. Como si fuera una persona, una valija, un container, una heladera, cualquier objeto de exportación en movimiento. Como si fuera lo más natural. Como si nada.
Me quedo con esa imagen y me acuerdo de otra parecida que me encuentro a diario (mil lianas mentales, también, el loop que lleva a otro loop). El día que hablamos de fugas les conté por acá que camino mucho y que lo hago muy temprano a la mañana. Cuando llego al final y ya empiezo a volver a mi casa, como en el recorrido que hago hay varias escuelas, me suelo cruzar con un cuadro repetido: chicas y chicos, imagino, de los últimos grados de la primaria, que se despiden de los adultos que los acompañan a una cuadra o en la esquina del colegio. Tal vez porque no quieren que sus amigos –probablemente también despidiéndose sigilosos en ese mismo momento de sus familias en los alrededores– vean que no llegaron por las suyas, que todavía son personas que dependen de otras para desplazarse por la ciudad. Entonces hacen un tramo solos, sintiéndose grandes por un rato, firmes en el trasplante, sólidos en la precariedad. No falta el beso robado en la cabeza, y la chica y el chico en cuestión que se escabulle, que apura el paso hasta llegar a la puerta para fundirse con los demás. La libertad condicional de una cuadra, los cinco minutos que los separan de una institución y otra. Un hiato que también es un pacto mudo, una estafa compartida, discreta.
A veces pienso que en ese instante se cocina un ensayo para todo lo que va a venir; la primera de un mundo de simulaciones tímidas, de estafas más o menos imaginarias, de imposturas que, con el tiempo, pueden llegar a convertirse, para varios, en una sombra pesada.
Se suele hablar de un supuesto síndrome del impostor (confieso que me perturban esos títulos pomposos, como “síndrome de”, o “cultura de”, no termino de encontrarles la vuelta). Pero a veces me doy cuenta de que es una música que nos suena a varios: sentir que en algún momento un velo se va a correr y nuestra fragilidad –un no estar a la altura, una falta de capacidad maquillada de buena intención, un azar que nos puso en un lugar que en realidad no era para nosotros, un agujero– va a ser tan evidente que se va a poder ver desde la costa, como el árbol que flota en el medio del mar.
Por mi parte me inventé un conjuro lábil: leo y colecciono historias de impostores extremos, de auténticos artistas del engaño, aunque suene contradictorio (a veces recreo esas historias por acá). Un subrayado. Una manera provisoria de exorcizar, de barrer ese fantasma que siempre vuelve.
Igual no me animo a arriesgar salidas, soluciones mágicas, ni siquiera creo que existan. Sí sé que el árbol de la película, después de ese traslado un poco cruel, logra sobrevivir, incluso a pesar de su desarraigo. O tal vez por él.
Ya no sé a qué viene todo este desvarío, les pido disculpas. Y los dejo con una nueva edición de Mil lianas. Hay pequeñas y grandes estafas, trasplantes y la impostura más alucinante de todas, la de la ficción.
¡Pasen!
1. Taming the Garden, de Salomé Jashi. El misterio está planteado desde el comienzo: alguien, presumiblemente con mucho dinero y recursos, se dedica a rastrear árboles añosos, algunos centenarios, en pequeñas comunidades costeras de Georgia, un país al borde del Mar Negro, en el límite entre Europa y Asia.
De a poco, un emisario de esa persona se acerca a esos pueblos un poco olvidados y ofrece por esos árboles grandes sumas de dinero a los lugareños, que entre sorprendidos, maravillados e indignados empiezan a ser testigos de un saqueo demencial: uno a uno se empiezan a llevar enormes ejemplares –algunos tan altos como edificios de 15 pisos–, que primero son arrancados y luego trasladados hacia un lugar desconocido. Hay vecinos que recuerdan con cariño esos árboles, la sombra que ofrecían, el paisaje que les regalaban, los momentos que vivieron con ellos al lado. Otros lloran y discuten. Nadie parece quedar inmune a la crueldad de la depredación que van viendo a cuentagotas.
Taming the Garden es un registro silencioso de esos desarraigos, con una fotografía impresionante y un acercamiento único a varios de esos operativos de trasplante, que implican el uso de enormes máquinas, el trabajo durante días y noches enteras de hombres que, un poco autómatas, se dedican a la tarea como hipnotizados. Esa hipnosis, por momentos, se traslada también a los espectadores porque algo de esa actividad titánica y desmesurada produce un extrañamiento y un encanto particular, mientras las retroexcavadoras se mueven, la tierra es arada, se intenta seguir a toda cosa sin romper del todo los árboles que luego serán trasladados en barcazas.
Aunque no se nombra en la película pero sí fue noticia en varios medios internacionales (Taming the Garden no es exactamente un documental de denuncia clásico, sino que prefiere observar, registrar, envolver), quienes quieran saber más sobre la figura detrás de estos operativos y sus motivaciones, pueden leer más por acá así no me acusan de spoilear.
En fin, si tienen ganas de ver algo inquietante y totalmente novedoso en su puesta, les diría que no dejen pasar este trabajo de la cineasta Salomé Jashi, que nació en Tbilisi, Georgia, en 1981 y que pasó por numerosos festivales internacionales como Sundance, Docs Barcelona y Berlín, entre otros.
Sobre las motivaciones que la llevaron a registrar estos episodios en su país, Jashi señaló: “Un tiempo atrás, toda Georgia fue testigo de una escena surrealista: un enorme árbol flotando en el mar. Así supimos que el hombre más poderoso del país tenía una nueva pasión. Ver esa imagen me dio la sensación de haber conocido algo que nunca debería haber visto. Me embarqué en el proceso de filmar mientras toda la costa de Georgia estaba involucrada en implementar el deseo de un solo hombre. Me fascinan los ambientes y cómo afectan a las personas. Creo que la película es un viaje evocador hacia un mundo surrealista, que paradójicamente, está basado en hechos reales”.
Taming the Garden se puede ver hasta el 17 de octubre en FestiFreak, el Festival Internacional de Cine Independiente de La Plata, de manera gratuita en este link (quienes tengan ganas, pueden hacer un pago voluntario). Y por aquí, más información del festival.
2 (o yapa). Festifreak. Hace poquito hablamos del silencio y de la Antártida por acá. Y, como me pasa siempre que comento algo de ese lugar tan mágico del mundo, me llevé una sorpresa. Entre otras personas interesadas en el tema que aparecieron, me escribió Federico Pérez Losada, un antártico de corazón y por tradición familiar: su abuelo y su tío abuelo trabajaron durante años en ese territorio helado. El tío abuelo de Federico, de hecho, fue parte de una de las epopeyas más fascinantes para la historia antártica argentina: integró la Operación 90, una expedición de diez aventureros que con pocos recursos y mucha valentía llegaron por primera vez al Polo Sur, en 1965, después de recorrer el territorio durante 45 días por tierra, en un viaje lleno de dificultades y de mística.
Como ese episodio fue todo un hito para el país, el viaje fue registrado con una cámara por uno de los expedicionarios y se convirtió, con los años, en un largometraje que llegó a proyectarse en los cines. A la vez, el propio tío abuelo de Federico tuvo parte de ese material en 16mm y Federico, que es músico y realizador audiovisual, ahora lo convirtió en el video de Miniaturismo, una canción del músico Manza Esaín que les dejo arriba.
Espero que el tono hipnótico de esta excursión polar que proponen las imágenes – también, a su modo, un documento histórico–, acompañadas además por la música de Manza, los deje tan enganchados como a mí.
Si están por La Plata (otro polo magnético: aunque es mi ciudad natal y hace bastante que no voy, una corriente siempre me lleva una y otra vez a ese lugar tan vibrante, a su música, a su gente), este 17 de octubre, como parte de las actividades del FestiFreak, Miniaturismo se va a proyectar con Manza tocando en vivo.
De paso: me gustó saber, también, que Federico es en la actualidad baterista de Compañero Asma, alias que usa el incansable héroe del indie local Hernán Espejo, un personaje que a comienzos de los 2000 íbamos a ver en vivo bastante seguido con mis amigos. Ya que estamos, y a propósito de nada, les dejo una melodía que me acompañaba por esos días de su precioso disco National Rock.
Para saber más de FestiFreak, pueden chequear la programación acá. Miniaturismo se presenta el 17 de octubre en 62 e/1 y 115, La Plata, como parte de las actividades del festival, a partir de las 19. Más información, acá.
3. La verdad. Empezamos esta entrega de Mil lianas hablando de estafas, de imposturas, y cerramos con una película que tiene un título pícaro, que justamente indaga, a lo largo de sus 106 minutos, sobre un consenso tirante y siempre conflictivo. Porque en La verdad hay más de una verdad, hay una verdad con mayúsculas, hay medias verdades y también varias mentiras.
La verdad es la primera película realizada en Francia por el reconocido director japonés Hirokazu Kore-eda y tiene como protagonistas a las actrices Catherine Deneuve y Juliette Binoche, que interpretan en papeles súper ajustados a Fabienne y Lumir respectivamente, una madre y a una hija con un vínculo difícil. Cada una de ellas, a su modo, trabaja con su verdad (Fabienne es una actriz de trayectoria que acaba de publicar sus memorias con datos que la hija, con buen tino presume que son falsos; Lumir es escritora y sabe mucho de los mecanismos de la ficción, de cuánto de verdad se necesita para construir relato).
Con un papel más pequeño, pero de todos modos encantador, del largometraje también participa Ethan Hawke, en el rol del marido estadounidense –y también actor, aunque menos prestigioso que su suegra– de Lumir. Me gustó especialmente el tono de la película, que, lejos de ponerse solemne, incluso en momentos de tensión y choques entre las protagonistas, deja lugar para algo de ligereza y de comedia.
La verdad tuvo su estreno en salas comerciales (en mi caso, fue la primera película que vi en el cine después de casi dos años así que le tomé un cariño particular) y ahora acaban de subirla a la plataforma de HBO Max.
La verdad, de Hirokazu Kore-eda, está disponible en HBO Max.
¡Hasta la próxima!
AL
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