Una insistencia que a la vez viene de otras (así son las insistencias: recurrentes): leí por ahí que se estrenaba una serie sobre una persona que responde una especie de correo sentimental (por acá hablamos profusamente de mi devoción por ese género) y que esa persona estaba interpretada por la actriz Kathryn Hahn (también hablamos por acá largo y tendido sobre ella y su enorme capacidad para ponerle el cuerpo al desliz). Entonces me sumergí de inmediato.
La serie se llama Pequeñas cosas hermosas (Tiny Beautiful Things en el original, título vecino de Big Little Lies –disponible en HBO– y de Little Fires Everywhere –disponible en Amazon Prime– no por casualidad: las tres provienen de la productora de la actriz Reese Witherspoon, que además protagoniza estas dos últimas y está siempre a la pesca de libros en este tono. En otra entrega les cuento más sobre su club de lectura y otras curiosidades de ella que me fascinan, queda anotado). Los ocho episodios se pueden ver por Star+ y están basados en un libro que compilaba los consejos sentimentales que la escritora Cheryl Strayed ofrecía a los lectores en una revista digital bajo el seudónimo de Sugar.
La protagonista de Pequeñas cosas hermosas es Clare, una mujer de 49 años en crisis total. Está por separarse porque su matrimonio se va a pique, la relación con su hija adolescente anda en su peor momento, tiene un trabajo poco feliz en un asilo de ancianos (¿guiño al personaje de Mrs. Fletcher que no pudo tener nunca una segunda temporada?), no encuentra el espacio material ni mental para hacer lo que siempre insistió en ella y lo que la conecta con algo que se parece al deseo: escribir.
Hasta que un día aparece alguien que la busca con urgencia: necesita una persona que pueda responder los correos sentimentales de una revista digital y sabe que Clare, por su edad, por su experiencia vital y por su destreza con las palabras es la indicada para contestar a lectoras y lectores angustiados que arrancan sus súplicas con el consabido Dear Sugar (el o la que no apeló a medidas extremas en momentos de desesperaciones amorosas, que tire la primera piedra).
Los capítulos se van a ir estructurando a partir de los conflictos que traen esas cartas que, al mismo tiempo, van a servir para armar la historia de Clare, sus propios pesares, sus propias pérdidas.
Por momentos muy agradable, por momentos triste –las pequeñas cosas hermosas pueden ser un bajón también–, por momentos demasiado pretenciosa, lo que más me atrajo de la serie es que la protagonista tenga un vínculo no siempre diáfano con eso que pareciera ser su identidad o lo que la mantuvo a flote incluso en sus horas más difíciles. Porque sí, fue la mejor alumna en la universidad, pero no se graduó porque jamás entregó un ensayo muy simple sobre La nariz, de Gogol. Porque sí, fue premiada y elogiada por su escritura, pero no logró armar nada fulgurante con eso. Porque sí, tuvo un contrato para escribir un libro que nunca pudo ni siquiera arrancar. Porque sí, todos coinciden en que Clare tiene un talento evidente, pero a ella eso que parece tan obvio se le escapa.
Me enganchó esa búsqueda de la serie, un tono, una manera de mostrar que la vida está más llena de agujeros que de proezas cumplidas. Que lo que puede parecer indudable visto desde afuera, resulta un misterio para alguien más o menos arrasado.
Recién cuando Clare apela al disfraz de Sugar, a esa figura que es y no es ella, recién ahí es cuando puede volver a conectar con la escritura. Y no casualmente lo hace en un terreno donde no hay saber posible, donde no hay expertos ni mandatos, ni demasiadas expectativas ajenas. Hay lectores y lectoras que apelan a un último recurso: dejar por escrito un destello en el dolor, una fractura expuesta. Un brillo ahí, el de las cosas rotas.
Empieza una nueva edición de Mil lianas. Pueden pasar si están de ánimo.
1. Fat City, de Leonard Gardner. Dos desconocidos que de alguna manera se parecen. Dos encontrados. Del cruce casual en un gimnasio entre Billy Tully, un veterano del boxeo con una carrera que agoniza, y Ernie Munger, un joven de 18 años que es pura promesa, parte Leonard Gardner en su la novela Fat City para contar una historia profunda y atrapante.
Están ellos y otros con trayectorias similares que viven o se mueven en los ‘60 por Stockton, una localidad de California alejada del imaginario brillante, playero, repleto de figuras del espectáculo. Casi como un lado B de esa imagen tan estridente, aquí las personas circulan entre hoteles de mala muerte, trabajos súper precarios en la cosecha, bares de solitarios, matrimonios en tensión y el sueño extendido de pegarla, de dar un batacazo. Algunos arriba del ring, poniendo el cuerpo, perdiendo sangre; otros abajo, intentando encontrar la salvación en una nueva estrella del box. En todos los casos, la pregunta en escenarios tan complejos como el trabajo, las condiciones de vida y el amor persiste como un zumbido: ¿cuál es el verdadero éxito?
Contada en capítulos breves, la novela fue publicada originalmente en 1969 y con los años se convirtió en un libro de culto en los Estados Unidos. Como señalan ahora los editores de Chai, que ofrecen una nueva traducción a cargo de Juan Nadalini, Fat City en su momento “causó un gran revuelo: los críticos dijeron que era ‘una novela destinada a ser un clásico’ y ‘el libro más movilizante de la última década’”. El ruido a su alrededor se incrementó por dos motivos: Leonard Gardner no volvió a publicar otro libro (aunque todavía hoy, algo recluido y con más de noventa años, asegura que está “puliendo una novela”) y porque en los ‘70 John Huston llevó la historia al cine.
Para cerrar, les comparto algo que dice el escritor argentino Mauro Libertella en el prólogo de esta edición, que suma para ubicar la atmósfera de Fat City: “Esta novela se entronca en una tradición donde están los primeros discos de Tom Waits, las películas de Clint Eastwood, las fotos de Robert Frank, los libros de John Fante y de Richard Yates. Ha pasado medio siglo y sin embargo la actualidad de su registro emocional es asombrosa, incluso inquietante; cincuenta años después, esa sensación crepuscular de que algo se está por terminar parece escrita ayer”.
Fat City, de Leonard Gardner, salió por la editorial Chai. Con traducción de Juan Nadalini.
2. El juicio, de Ulises de la Orden. Un padre que recuerda día y hora exactos, que no puede olvidar la ropa que tenía su hija adolescente esa última vez que la vio con vida. Una mujer que cuenta las vejaciones que padecieron ella y sus compañeras de cautiverio clandestino en la Escuela de Mecánica de la Armada. Otra que reconstruye el día que debió parir en un auto, rodeada de militares que se burlaban de ella. Un par de abogados inquietos, que discuten por tecnicismos. Una mujer que revela que la patota del Ejército que dio vuelta su casa se llevó todo, hasta el célebre libro de recetas de Doña Petrona C. de Gandulfo. Un dictador que mientras se oyen las acusaciones en su contra lee Las siete palabras de Cristo. Otro integrante de la Junta Militar que hace ejercicios de matemática en un cuaderno.
Esas escenas forman parte del documental El juicio, de Ulises de la Orden, que fue armado exclusivamente a partir de las 530 horas de registros que se tienen del Juicio a las Juntas, el proceso judicial que en 1985 se llevó a cabo en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Ciudad de Buenos Aires e investigó las responsabilidades de los integrantes de las tres primeras Juntas Militares por los crímenes cometidos durante la última dictadura.
El cineasta logró, a partir de un riguroso trabajo de archivo y de la selección de un material extremadamente duro, condensar una atmósfera, volver a traer voces y caras, recuperar escenas pocas veces vistas de aquellas audiencias judiciales históricas que fueron grabadas pero no transmitidas por televisión en su totalidad.
Después de su estreno en el Festival de Cine de Berlín y tras un recorrido internacional notable, El juicio se puede ver ahora todos los viernes en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) y, según anticipó su realizador, también empezará un recorrido federal por distintas provincias argentinas. A la vez, en breve se anunciará la fecha de su desembarco en la plataforma de streaming Kinoa TV.
La película dura 180 minutos, quedó dividida en dos tramos y está separada por intertítulos que tematizan la narración para organizarla. Sin un relato lineal ni cronológico, sin siquiera poner los nombres de quienes describen los horrores de la dictadura ni de quienes estuvieron al mando, El juicio exhibe en cambio una sucesión. De espantos que permanecen en la memoria, de relatos desgarradores, de gestos atroces.
El documental El juicio, de Ulises de la Orden, se puede ver todos los viernes en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Más información sobre la película, por acá.
3. Vías de extinción, de Ana López. Una bitácora a destiempo. Un árbol genealógico atravesado tanto por venas como por vías. El diario de un duelo siempre infinito, un rompecabezas sin guía. La novela breve Vías de extinción, de Ana López, combina esos caminos posibles. Con delicadeza y una prosa muy directa, la autora indaga en su historia familiar para proponer un recorrido que, lejos de las certezas, parece detectado con los años: una mujer pierde a su hijo adolescente en un accidente ferroviario y, a partir de ese episodio trágico, traza un mapa familiar en el que de alguna manera se dibuja el imaginario del ferrocarril de fondo entre viajes a pueblos del interior de la Argentina, memorias de infancia muy vívidas, relatos familiares que se vuelven narraciones poderosas y muy sensibles.
A veces de manera fantasmal, a veces bien concretas, las vías están presentes en todo momento para configurar un recordatorio de lo ineludible y también de lo evanescente. De eso que parpadea en la memoria.
Tal como señala el escritor José María Brindisi, en este libro aparecen “retazos, hilachas, fogonazos de la vida de la protagonista en los que el hijo muerto es alguien omnipresente y a la vez intangible: por otro lado, la necesidad de retener, de no permitir que el tiempo desdibuje un último espacio, aunque se trate de un paisaje de pesadilla”.
Ana López es licenciada en Letras, docente y librera al mando de Suerte Maldita, una librería hermosa ubicada en el barrio porteño de Palermo. Es autora del libro de relatos Tic Tac (2019) y del poemario Y (2020).
Vías de extinción es el primer lanzamiento de la flamante editorial Mandrágora, un sello que promete publicar libros “para que sean amados, para que duren, para que provoquen viajes transformadores”, entre poesía, cuentos y novelas.
La novela Vías de extinción, de Ana López, salió por el sello independiente Mandrágora. Más sobre el libro y la editorial, por aquí.
Banda sonora. La semana pasada comentamos por acá algo sobre Del cielo a casa, una muestra que puede verse en el Malba por estos días. Olvidé decirles que, además del recorrido por la selección de objetos, obras de arte y cosas alrededor de algo tan magnético e inasible como la identidad argentina, los organizadores también armaron esta playlist con música que de alguna manera acompaña la exhibición. De Virus, a María Elena Walsh, de Juana Molina a Los Auténticos Decadentes, la selección se puede escuchar por acá y algunas de esas canciones –preciosas todas– también se suman a nuestra lista compartida.
Me puse a ver en Star+ con mucha ilusión Rye Lane: un amor inesperado, una comedia romántica británica de esas que vienen con críticas elogiosas y que participan de festivales importantes (en este caso, un debut muy bueno en Sundance). Tiene algo atractivo en sus colores, en su intención disruptiva, en querer formar parte con todos los condimentos del género –dos corazones destrozados que se cruzan por azar, dos que no buscaban nada hasta que se vieron– y a la vez romper todo con idas y vueltas temporales. Pero bueno, los muchísimos recursos visuales que ofrece por momentos me marearon un poco y me costó avanzar. Sin embargo me quedé muy atrapada por la música de la película (los protagonistas son melómanos y recorren el sur de Londres, una zona muy musical y poco contada en series y películas) que mezcla hip hop con electrónica y algunas canciones pringosas de los ‘80. Así que también se agregan a nuestra banda sonora algunos temas de ahí.
Bonus track. En unos días arranca el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, mejor conocido por acá como BAFICI. Como todos los años, hay de todo, a veces con horarios complicados, a veces con algunas posibilidades amables. Por acá pueden leer algunos detalles puntuales de esta edición, que comienza el 19 de abril y se extiende hasta el 1 de mayo. Por mi parte, tengo muchísimas ganas de ver en pantalla gigante el documental Llamen a Joe, sobre Joe Stefanolo, el abogado del rock argentino. Lo dirige mi amigo Hernán Siseles, pude ver un adelanto y es una joya.
Siguiendo la línea musical, me anoté también Operación Travesti, que, como promete la reseña del catálogo del festival, es “una parábola, retrato o registro” alrededor del disco Travesti, de Daniel Melero, posiblemente en mi top 5 de discos argentinos de todos los tiempos (aprovecho para dejarles a mano el videoclip de esa belleza híper discreta que es la canción Resfriada). Se trata de un trabajo, según afirman sus realizadores, “donde confluyen los entretelones de su producción, la presentación aniversario –veinticinco años después– y la trayectoria sinuosa de un artista transversal”.
Bonus track II. Por estos días salió la novela Miseria (Alfaguara, 2023), de la escritora argentina Dolores Reyes. Es de alguna manera una continuación de su exitosísima Cometierra y un libro muy esperado después de aquel debut. Sobre cómo fue retomar el personaje y su universo, sobre los jóvenes, sobre las violencias, sobre las mujeres que desaparecen y las que buscan hablamos hace unos días con la autora. Les dejo el enlace de la nota acá por si tienen ganas de saber más.
¡Hasta la próxima!
AL
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