Uno. Oscar usa mucho la palabra crocante. Cuando le suena el cuerpo en algún movimiento, se ríe y dice “hoy estoy crocante”. Oscar es un compañero de pilates con el que me cruzo una vez por semana en un estudio barrial sin sofisticación ni pretensiones, en medio de un barrio porteño que se va poniendo cada vez más sofisticado y pretencioso. Tal vez porque ya no existan los barrios, o porque sean como eso que dicen de las estrellas que vemos a la noche: el resplandor de algo que murió hace muchos años y que capturamos tímidamente con la mirada (también lo desdicen, ojo). Oscar vive ahí, en esa contradicción, en esa galaxia propia hecha de palabras como crocante, en su evanescencia. También en las palabras de los otros: es de esas personas que agarran lo último que dijiste para empezar sus propias frases en un tono que nunca se termina de dilucidar si es de negación o de respaldo. Cuando llegamos, la profesora pregunta si alguien tiene algún dolor puntual. Yo cuento que tengo una contractura –ese no que grita el cuerpo–, digo que es un nudo. Un nudo, dice Oscar, como si dudara y al mismo tiempo tironeara de él para exorcizarlo; como si lo cargara en su propia espalda, como si le pesara cuando lo nombra. La clase arranca, los ejercicios se suceden, los resortes se alargan y se tensionan; una trama que se repite con cambios mínimos. Llegamos al estiramiento final, estamos de pie, cada uno plegado sobre sus piernas. La profesora dice lo que dice casi siempre, el mantra que nos pone crocantes, que nos lleva al límite y nos hace crujir: La cabeza cuelga, la muevo para un lado y para otro suavemente, como diciendo que no.
Dos. Un texto sobre nudos y sobre decir que no, pienso ahora mientras vuelvo a la obra El punto de costura de la escritora y dramaturga Cynthia Edul (fue parte del ciclo que ofrece el club de artes escénicas Paraíso, vuelve en agosto y espero que puedan verla porque es muy buena). El punto de costura es una indagación teatral sobre el universo de los textiles a partir de la historia familiar de la autora, descendiente de inmigrantes sirios (de paso: otro viaje a un esplendor pasado, a la estela que dejó algún cuerpo celeste lejano). Las telas y su lenguaje, las telas y su sonido. Los textiles fueron la primera escritura que tuvo la humanidad: del quipu y sus nudos, al arte de denunciar con bordados; de las mujeres hilando en las casas o los talleres, a los pañuelos y todos sus colores en las calles. En El punto de costura una hija que debía seguir la tradición, la toma en parte: escribe. Una forma de enhebrar, de encontrar hilos, de tramar, de anudar, de decir que no o de llegar un punto. Se escribe con nudos. Se escribe con puntos.
Tres. De la vida escolar, otra vez, otro mantra: principio - nudo - desenlace. Sin nudo no hay relato. Sin nudo, nada.
Cuatro. El libro que leo (Diario de una guardavidas, de Natalia Figueroa Gallardo, editó Bosque energético) tiene a una narradora que decidió rendir el examen y trabajar una temporada como guardavidas. No describe mucho sobre su vida anterior, pero está claro que dijo que no a algo, que puso algún punto final, que renunció y ahora se metió en este mundo de boyas, algas, desasosiegos y peligros y los plasma en su diario. Me gusta la forma en que describe cómo se va metiendo al agua, cómo va aprendiendo a encarar las olas, a leerlas con sus subidones y sus rompientes. El mar y la escritura se van tejiendo a medida que avanzo en las páginas. Subrayo esto que dice la escritora Paloma Vidal en la contratapa: Escribir es un poco como nadar. Vivir también. Y más en este mundo, confrontadas a lo que no nos pertenece, y sin querer adueñarnos de ello.
Cinco. Llego a la clase de pilates. La profesora dice que Oscar va a faltar, que se enfermó –ese no que grita el cuerpo–, que le avisó hace un ratito. Después me pregunta si estoy mejor de mi nudo. Le digo que más o menos y me imagino a Oscar repitiendo más o menos como duda; más o menos, como exorcismo. La clase arranca, los ejercicios se suceden, la trama avanza con sus cambios mínimos. Llegamos al final, al estiramiento con el cuerpo plegado. La cabeza cuelga, la muevo para un lado y para otro suavemente, como diciendo que no, dice la profesora y mi espalda suena. Imagino la sonrisa de Oscar de refilón, casi que puedo escuchar la palabra crocante. Y me río yo también.
Fueron días de nudos, de palabras en barrios que hacen fuerza para no desvanecer y del gesto atronador –ante las demandas ajenas o las olas embravecidas– de decir que no.
Una forma crujir, un límite ruidoso, una resistencia.
Los invito a pasar por una nueva edición de Mil lianas. Esta vez hace trac trac.
1. Finalistas. En estos días se anunciaron las diez novelas finalistas del Premio Fundación Medifé Filba. Es un premio que lleva tres ediciones y que, desde su nacimiento, se convirtió en una referencia, una especie de faro que destaca libros interesantes del ámbito nacional. Por acá pueden ver el listado completo con los elegidos, todos publicados durante 2022.
Por si se perdieron o si están buscando lecturas, quería aprovechar para recordarles que comentamos tres de estas publicaciones en Mil lianas. La primera es El ojo de Goliat (Entropía), de Diego Muzzio. Un libro elegantísimo que, como les conté por acá, se ubica entre un faro ubicado en un islote perdido del Atlántico Sur y el St. Bartholomew Sanatorium, un viejo hospicio de piedra al oeste de Edimburgo.
Otro de los finalistas es Derroche, de María Sonia Cristoff (Penguin Random House). Como apuntamos acá, en este caso se trata de una novela de fragmentos, una secuencia de textos rotos y alucinantes, de correspondencia incompleta, para usar el nombre de uno de sus capítulos: Lucrecia, una mujer joven que trabaja en el mundo académico porteño, recibe como herencia un misterioso tesoro enterrado en algún lugar de La Pampa. Se trata del legado de Vita, su tía abuela.
Por último, acá pueden leer más sobre Para que sepan que vinimos (Blatt & Ríos), de Marina Yuszczuk, pero les adelanto, si se perdieron esa entrega del newsletter, que este es un libro de fantasmas. La protagonista es Fernanda, una mujer joven que atraviesa un duelo por la muerte de su madre y decide encarar un viaje a Nueva York con su pareja y Rosa, su pequeña hija. Un camino posible, para un proyecto imposible: los protagonistas discuten, tienen algunas peleas, no terminan de entenderse. Mientras recorren la ciudad de las películas, de los libros y de las series, se irán sucediendo distintos episodios que inquietarán a Fernanda hasta enfrentarla con zonas oscuras, con miedos y sombras más o menos tangibles alrededor de su maternidad, de sus recuerdos y de sus propios límites.
El listado con los diez libros finalistas del Premio Fundación Medifé Filba se puede leer en este enlace.
2. ¿Cómo medir un año? El cineasta estadounidense Jay Rosenblatt se propuso una consigna muy simple y la cumplió: grabó a su hija Ella el día de su cumpleaños desde que tenía dos años hasta que la joven cumplió 18. Pero no se trata de registros con tortas, animadores infantiles y globos. En las imágenes Ella permanece sentada en el mismo sillón hogareño y responde una serie de preguntas que el padre repite año a año y se complejizan a medida que la hija va creciendo. Con ese material familiar el director armó ¿Cómo medir un año?, un conmovedor cortometraje documental de 28 minutos, que después de circular por festivales desembarcó hace poco en la plataforma de HBO.
¿Cómo medir un año? está armado con simpleza a partir de una progresión inevitable: todo arranca cuando Ella puede hablar, es decir, cuando tiene la capacidad de responder preguntas, y cierra cuando es capaz de comunicarse sin la guía de la voz paterna.
Lo que consigue desde la edición es el recorte de una hija desde los ojos de un padre que no puede frenar la máquina del tiempo. O el retrato en movimiento de una persona que va eligiendo sus caminos y sus palabras, que duda, que se alegra, que se enoja con el mundo o con su propio padre, que tiene miedo, que insiste, que crece. La sucesión expuesta de este modo, con sus repeticiones y sus sorpresas, se vuelve un viaje íntimo, chiquito y también hipnótico.
Algo más: esta producción estuvo nominada en la última edición de los Oscar en el rubro corto documental (de paso, les recuerdo que por acá armé una guía con algunos cortos y largos documentales nominados a ese premio que se pueden ver por streaming).
El cortometraje documental ¿Cómo medir un año? está disponible en HBO Max.
3. La madre del desierto, de Ignacio Bartolone. Estrenada hace algunos años en el Teatro Nacional Cervantes, la vuelta a escena de La madre del desierto, de Ignacio Bartolone, es, por su trabajo con la lengua y por la enorme entrega de sus protagonistas, una alegría. Con la historia mítica de la Difunta Correa en el horizonte –un horizonte que se difumina, que se torsiona hasta volverse inasible– la acción transcurre en un paisaje ocre por el que deambulan La Deolinda (Alejandra Flechner) y El Bebo Pura Leche (Juan Isola). Son una madre y un bebé en una intemperie apabullante; son dos personas que, en esa soledad, dialogan; que tironean de las palabras y también de la incertidumbre que los rodea. Se vislumbra el desierto omnipresente y, con esa misma contundencia, también aparecen el pasado, los fantasmas, las pérdidas.
Con actuaciones extraordinarias de Flechner e Isola y un tono poético bellísimo (cómico a veces, conmovedor siempre) Bartolone ofrece de esta manera una obra que, con la forma sinuosa de un periplo, superpone elementos que habilitan preguntas sobre la historia nacional, los cuerpos, la identidad, los límites del lenguaje y las posibilidades de lo representable. “Si el desierto es una página en blanco, y el pasado un holograma o materia que acarrear, esta pieza se inscribe como una poderosa odisea que habilita una nueva manera de percibir la historia y la literatura; o la historia a través de la literatura o, también y al mismo tiempo, la historia de la literatura a través del teatro”, señalaron sus productores cuando se estrenó el espectáculo.
La obra teatral La madre del desierto, con dramaturgia y dirección de Ignacio Bartolone y protagonizada por Alejandra Flechner y Juan Isola, se puede ver los domingos a las 17, en El Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA). Más información, en este enlace.
4. Oppenheimer por dos. Se refirieron a él como “una mente brillante”, como un científico “de la talla de Albert Einstein”, como un genio de la física. Pero también como “un destructor de mundos”, como el “Prometeo americano” que robó el fuego al Olimpo para dárselo a la humanidad sin pensar en los riesgos que ese gesto acarrearía, o como “el padre arrepentido de la bomba atómica”. El estadounidense Robert Oppenheimer es sin dudas uno de los personajes más paradójicos y para muchos controversiales del siglo XX.
Por estos días su figura vuelve a ser revisada en una película de gran despliegue dirigida por Cristopher Nolan y también en el libro Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Editorial Debate), de Kai Bird y Martin J. Sherwin, una investigación periodística colosal que volvió a editarse. Con un repaso por la biografía de Oppenheimer, algunos materiales destacados que trae el libro y la mirada del cineasta británico que decidió contar esta historia, armé unos apuntes que pueden leer por acá.
La nota Robert Oppenheimer: la increíble vida del “padre de la bomba atómica” llega a los cines del mundo y a un libro colosal se puede leer por acá.
Banda sonora. Llegó lo nuevo de Blur, como habíamos anticipado en este rincón. Y se metió inevitablemente en mis auriculares por estas horas. Elegí un par de temas para esta banda sonora que pueden escuchar siempre acá.
Ya les conté que mi amigo Hernán dice que muchas veces necesitamos “salir del algoritmo propio” y por eso anduve pispeando selecciones musicales ajenas. Entre otras búsquedas, vi que el director teatral y dramaturgo Mariano Tenconi Blanco (uno de los más talentosos y creativos de su generación, hablamos de su trabajo por acá) compartió en Twitter una hermosa lista de canciones (les dejo acá el enlace) que inspiran La mujer fantasma, una obra de teatro que estrenará en Barcelona en septiembre. Entre 107 Faunos, Rosalía, R.E.M., Supertramp y Daniel Melero, hay de todo. Algunos de esos sonidos se colaron también entre los nuestros.
De la muerte de Sinéad O'Connor, nada que decir: una tristeza enorme, un nudo –otro– en la garganta. Su voz también se suma a nuestra lista compartida.
Bonus track. Lo contamos el año pasado cuando se estrenó: basada en una popular saga de novelas gráficas juveniles de la británica Alice Oseman, Heartstopper es una de las series más entrañables que ofrecen las plataformas. Por suerte vuelve y a partir del 3 de agosto van a estar disponibles ocho episodios nuevos de la historia. Según anunció Netflix, en esta segunda temporada “Nick y Charlie navegan su nueva relación, Tara y Darcy enfrentan desafíos impredecibles, y Tao y Elle intentan resolver si pueden ser más que simplemente amigos”. Según adelantaron, además, en estos capítulos habrá un viaje a París, vaivenes amorosos, tensión por una serie de exámenes y los preparativos para la fiesta de graduación. Les dejo el tráiler entre suspiros.
Bonus track II. Los concursos literarios pueden ser trampolines, incentivos con fecha límite para las personas que vivimos postergando cosas, empujoncitos para sacudir la inercia. Por eso suelo compartirlos en este espacio. Esta semana abrió la convocatoria para postularse al Concurso de Letras 2023 del Fondo Nacional de las Artes, uno de los más tradicionales del rubro. Como todos los años, se recibirán obras inéditas de escritoras y escritores de todo el país en los siguientes géneros literarios: novela, cuentos, novela gráfica, ensayo/no ficción y poesía. Hay tiempo para las inscripciones hasta el 17 de agosto y el organismo ofrece reconocimientos para cada una de esas categorías que van desde los 350 mil pesos hasta las menciones honoríficas. Más información (¡manden, vamos!) por acá.
¡Hasta la próxima!
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