“Las nietas de las brujas que no pudieron quemar”: persecución patriarcal, feminismos e Historia

Una adolescente asiste a la marcha de Ni una menos con un cartel: “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”. La consigna reaparece en remeras, banderas y cantos. La repiten mujeres pertenecientes a agrupaciones feministas y otras que participan de las movilizaciones solas o con amigas, en Argentina u otras latitudes.  Contra el silencio atávico y las violencias persistentes, la consigna cobra fuerza. 

La Historia, siempre un terreno en disputa, puede disparar discursos y contribuir a la configuración de identidades y militancias. En un mundo donde los cuerpos feminizados son asesinados diariamente, la bruja y el aquelarre -aún demonizados y caricaturizados- son revindicados como gritos de resistencia. Estas figuras, además, permiten la puesta en valor de acciones y saberes largamente invalidados.

En unas jornadas literarias, hace casi 50 años, la periodista y escritora Clarice Lispector (que en 1975 fue invitada al Congreso Mundial de Brujería en Bogotá) pronunció su famosa frase: “Dejo registrado que, si vuelve la Edad Media, yo estoy del lado de las brujas”. Pero ¿quiénes fueron aquellas mujeres y qué motivó su persecución? ¿El proceso se desarrolló en el Medioevo, como indica el sentido común? ¿Fue igual en todos lados? ¿Qué rol jugaron las religiones? ¿Y el pensamiento mágico? ¿Existieron manifestaciones de oposición?

Para responder estas preguntas, y separar mitos de realidades, elDiarioAR habló con dos especialistas en el tema: Constanza Cavallero, doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires, profesora e investigadora de Conicet; y Mariana Rabanaque Decurnex, también profesora de Historia por la Universidad de Buenos Aires, investigadora de FiloCyT y astróloga.

Caza de brujas, patriarcado y poder

La persecución judicial a la brujería fue un fenómeno particular de la Edad Moderna, que comenzó en la década de 1420 y culminó en 1782, cuando la última mujer fue condenada a muerte por esta causa. La doctora Constanza Cavallero aclara que no existen explicaciones universales.

Citando al historiador Brian Levack, habla de “un conjunto de cazas muy diversas”. Sus orígenes -que variaron según la zona y el momento- podían atribuirse a una multiplicidad de elementos: “Desde la transición del feudalismo al capitalismo y el consecuente incremento de la conflictividad social (sublevaciones urbanas y rurales), hasta la acometida de la 'alta cultura' contra la cultura popular. Incluso tuvieron incidencia las condiciones climáticas de la llamada 'pequeña edad glaciar' de los siglos XVI y XVII y la condena al consumo excesivo de alucinógenos”. La “gran caza de brujas”, el momento más álgido, tuvo lugar entre 1570 y 1630, “en coincidencia con el avance violento de los Estados Modernos de Europa” (con su intromisión en ámbitos antes considerados privados) y una suerte de “revolución judicial”.

Mariana Rabanaque Decurnex es parte del proyecto “Esoterismo y poder en la temprana-modernidad: interacciones, apropiaciones y resignificaciones culturales entre España y Europa Occidental (1450-1600)”, a cargo del doctor Juan Pablo Bubello. Ella agrega que, geográficamente, la caza se concentró en el corredor emplazado entre los Países Bajos y el Norte de Italia -las regiones más ricas del continente-, incorporando también a Inglaterra, Escocia, Hungría y Dinamarca.

Ambas coinciden en que se observa un claro sesgo de género. Aunque, como indica Cavallero, “en los procesos de las primeras décadas, en algunas regiones del norte y este de Europa, no se encuentra un predominio femenino entre las y los acusados”, de conjunto, entre el 75 % y el 80 % de las víctimas en Europa Occidental fueron mujeres. 

La mayoría de los tratados sobre brujería de la época (así como algunos anteriores, como el Canon Episcopi, que fueron recuperados en ese momento) las tienen en el centro de las representaciones: sobre sus cuerpos “actuaba el diablo”. Ningún texto fue tan determinante en los juicios como el misógino Malleus maleficarum, el manual de brujería más famoso y vigente por dos siglos, redactado por los inquisidores dominicos Heinrich Krämer y Jacob Sprenger, en 1486.

Allí se instruían métodos para detectar, procesar, sentenciar y destruir brujas. La tortura estaba naturalizada. Los jueces eran instruidos para engañar, prometiendo misericordia a cambio de la confesión. “El Malleus... se trató del primer texto de relevancia que sostuvo que la gran mayoría de los miembros de la secta brujeril eran mujeres. Sin duda hay un componente patriarcal y misógino en las acusaciones de brujería”, afirma Cavallero.

¿Quiénes eran los blancos de los ataques? “Generalmente, mujeres viudas o solteras, un estatus muy asociado a la vejez y la pobreza (en una sociedad patriarcal, una mujer no sometida era motivo de inquietud). Los Estados intervenían, supervisando la sexualidad, la procreación y la vida familiar. En ese marco se dio la persecución. La caza de brujas demonizó la sexualidad no-procreativa y cualquier forma de control de natalidad. Las mujeres eran objeto de sospecha porque se las consideraba moralmente débiles y proclives a la tentación. Su función en la sociedad les ofrecía más posibilidades de practicar la magia: eran cocineras, curanderas y comadronas (encargadas de ayudar en los partos). De hecho, la mayoría de las condenas eran por infanticidio o actos de brujería que también involucraban el asesinato de niños y niñas. Asimismo, eran consideradas seres débiles y se creía que utilizarían la magia como instrumento de protección y venganza”, sintetiza Rabanaque Decurnex. 

Cavallero refiere a las víctimas como personas que escapaban, de algún modo, al control masculino. “Por otro lado, uno de los procesos necesarios que permitió la aparición del complejo paradigma brujeril fue la creciente heretización y demonización de la magia popular, ocurrida a fines de la Edad Media”, agrega. Mientras los hombres practicaban la “magia culta”, esta otra, que iba “desde conjuros amorosos o sexuales a prácticas de sanación heterodoxas”, solía ser patrimonio de las mujeres de la comunidad. 

“Muchas de las enjuiciadas eran curanderas, parteras, que no solían apelar a demonios, espíritus, ni a fuerzas sobrehumanas. Los demonólogos esbozaban, en estos casos, que la apelación a los demonios era tácita, implícita, presente en meros gestos o acciones”, detalla la académica. De todas formas, resalta nuevamente que no se puede hablar de una sola causa, ni una sola dinámica de poder o dominación detrás de cada caso.

Rebanaque Decurnex apunta a que, para finales del siglo XVII, se constata un paulatino relegamiento de la mujer a la domesticidad (Silvia Federici diría que fue “en las hogueras en las que murieron las brujas donde se forjaron los ideales burgueses de feminidad”) y a trabajos mal pagos, asociados a esta esfera. A partir de entonces, comenzaron a desempeñarse casi exclusivamente como empleadas domésticas, hiladoras, tejedoras, trabajadoras rurales y amas de crianza. 

“Esto se debía a la lógica de disciplinamiento social que ejercía el Estado, según la cual el camino que debía seguir la mujer era el del matrimonio. Muchas mujeres al verse limitadas en el mercado laboral terminaban dedicándose a la prostitución, práctica que también fue castigada y criminalizada”, arguye.   

A la vez, explica que las parteras comenzaron a estar bajo vigilancia de los doctores que, a su vez, eran reclutados como espías estatales. “Se castigó el uso de anticonceptivos, de forma tal que tanto la natalidad como la reproducción se convirtieron en asuntos controlados por el Estado”. Eran tiempos de apogeo del mercantilismo y la idea de que poblaciones abundantes contribuían a la riqueza de las naciones.

La cruz y el capital

Las religiones jugaron un rol importante. La persecución masiva que provocó aproximadamente 50.000 asesinatos por vía judicial (a lo que se suman linchamientos y otras condenas) estuvo a cargo de tribunales laicos y eclesiásticos; la justificación la realizaron teólogos y juristas. Pero, como describe Cavallero, los crímenes más comunes eran la supuesta adoración colectiva del demonio -en forma de secta- y el maleficium. En ese sentido, dice que “en la Edad Moderna, las brujas y brujos eran vistos como un grupo organizado y deliberado de personas corrompidas, verdaderos apóstatas, que amenazaban a las sociedades cristiana y del Antiguo Régimen”.

Para Rebanaque Decurnex, el fenómeno fue posible por las creencias previas que tenía la población local de las diversas regiones de Europa: “Sin que el pueblo creyera, no habría habido denuncias y testigos mientras que, sin la creencia de las elites no se habrían iniciado los procesos judiciales”. El catalizador de las denuncias, “podía ser una desgracia personal, que los vecinos interpretaban como acto de magia maléfica (muerte de un niño o niña, enfermedad, pérdida de ganado, impotencia sexual, fracaso amoroso, fuego o robo) o colectiva (granizadas, fuego, tormentas marinas, peste)”.

En Inglaterra protestante, la caza tuvo una modalidad particular, distinta de los métodos inquisitoriales del catolicismo. A los factores actuantes antes aludidos se sumaba un contexto económico y político único. El capitalismo avanzaba, de la mano de los cercamientos de tierras (que marcaron el paso del fin del feudalismo). Allí, para algunos autores, la brujería no estaba tan asociada a la “herejía”, sino al latrocinio, el vagabundeo, el robo y el homicidio. 

En su libro El Calibán y la bruja, Federici establece la relación entre la santificación masculina y la reestructuración de la vida sexual de las mujeres ajustadas a la nueva disciplina capitalista de trabajo. Además, muestra cómo este sustrato ideológico sirvió también para encubrir la trata de esclavos, la conquista y colonización de América. “En el Nuevo Mundo, la caza de brujas constituyó una estrategia deliberada, utilizada por las autoridades con el objetivo de infundir terror, destruir la resistencia colectiva, silenciar a las comunidades enteras y enfrentar a sus miembros entre sí”, escribía. En otras palabras, allí también hubo cercamientos territoriales, de cuerpos y de relaciones sociales.  

Magia veneno y revolución científica

Uno de los argumentos más extendidos es que la caza de brujas estuvo directamente ligada a la revolución científica y al racionalismo filosófico -al menos como su fundamento teórico-, en detrimento de ciertas formas de “pensamiento mágico”. Indudablemente, como alega Cavallero, “se puede hallar en la época una arremetida contra un universo (ya mencionado) de conocimientos que hasta entonces era mayoritariamente femenino, muy ligado al lento avance de la ciencia natural sobre los saberes populares en sentido amplio”. Pero esto no fue absoluto, ni estuvo exento de contradicciones.

Los fundamentos religiosos circundantes resultan, sin dudas, irracionales bajo un prisma actual. En 1530, el teólogo español Pedro Ciruelo condenó, a través de un tratado, creencias como el mal de ojos y los amuletos; pero, en el mismo texto, aceptaba como verdad el vuelo nocturno de las brujas (una imagen que sobrevive en las representaciones cinematográficas).

La doctora aclara además que, durante la Edad Moderna, “los mismos 'padres de la ciencia', como Copérnico, Kepler, Galileo o Giordano Bruno, creían, por ejemplo, en la influencia de los astros”. La relación de estos científicos con las religiones era muy variable: Copérnico fue un ferviente católico, mientras que Giordano Bruno fue quemado en las hogueras de la Inquisición por hereje. 

La astrología, tan en boga actualmente, no fue un crimen atribuido a las brujas. Al contrario, amplía Cavallero, “los astrólogos formaban parte de la denominada 'magia culta', es decir, era un tipo de conocimiento erudito, reservado a quienes tenían acceso a la cultura libresca. Los célebres astrólogos del período (Nostradamus, John Dee, Girolamo Cardano) eran hombres”. Rabanaque Decurnex constata que tanto la astrología como la alquimia eran prácticas reconocidas, ensayadas por algunos científicos de la época y consideradas públicamente como artes antiguas, que encontraban su lugar en las cortes. Es el caso del rey Felipe II de España, quien impulsó prácticas científicas alquímico-destilatorias.  

Lo que no van a quemar

Los ecos atroces de la persecución a la brujería se reflejan todavía en el lenguaje actual. Como relata Federici, el término “faggot” (que en Estados Unidos representa una forma peyorativa de referirse a los homosexuales), significaba originalmente “atado de leña para el fuego”; y sirve como un recordatorio de que los homosexuales también eran perseguidos y quemados. 

De acuerdo con la activista e intelectual italiana, también la palabra “gossip” (en inglés, “chisme”) cambió de acepción durante este período. En el siglo XVI, mientras las mujeres sufrían una degradación social, “gossip” pasó de estar asociada a la amistad y el afecto, a designar denigración y burla: la cooperación entre las mujeres se entendía como un peligro para el orden social. La construcción de los demonólogos de mujeres banales, propensas a la maldad, la envidia y la tentación del diablo (de Eva en adelante) estaba detrás de esta transformación. 

¿Cuántas de estas nociones se mantienen en el imaginario y en los usos coloquiales? ¿Por qué las personas mayores, infértiles y estereotípicamente “feas” continúan simbolizando a la bruja?

El filósofo Walter Benjamin decía que la imagen de los antepasados esclavizados representa, para quienes padecen la explotación y la opresión en el presente, “el nervio de su mejor fuerza”. En sus famosas Tesis sobre la historia, afirmaba que la propia revolución podía ser entendida como un “salto de tigre al pasado” y concluía que tampoco los muertos (ni las muertas) estarán seguros si el enemigo vence. 

Historia, presente y futuro se superponen. El lema que abrió la nota deviene en distintos sentidos posibles, con pie en hechos contrastables, pero llenos de resignificaciones, agregados, fragmentaciones, nuevas lecturas y algunas confusiones.   

Quizás, al proclamarse nietas de las brujas que no pudieron quemar, las mujeres de hoy pelean en nombre de las que sobrevivieron a la hoguera, así como de quienes perecieron. Reclaman memoria, cargan en sus gargantas voces, rebeldías y recorridos acallados. Se saben protagonistas. Exigen justicia por las que siguen siendo violentadas y asesinadas. Luchan por ellas mismas, por sus amigas, por sus familiares, por sus compañeras y por las que van a venir: no solo para exigir que no las maten, sino para ejercer finalmente su derecho a una vida libre, donde solo ardan llamas de emancipación.

JB