“La cuestión no es si habrá otra pandemia, sino cuándo”. La frase titula muchas notas de los últimos cuatro años en todo el mundo. Una de las últimas en decirlo fue Roser Domènech Amado, secretaria de Salud y Seguridad Alimentaria de la Comisión Europea en una entrevista que le hacía en abril un medio español sobre “Una Salud”: un concepto que contempla que la salud humana, animal, vegetal y ambiental están vinculadas y no es posible que una esté bien si las otras no.
El 30 de julio pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un documento en el que actualizó a 37 la lista de patógenos (en su mayoría virus pero también hay bacterias) que consideró de alto riesgo de causar una pandemia.
Para elaborar ese listado, más de 200 científicos de 50 países evaluaron la evidencia relacionada con 28 familias virales y un grupo central de bacterias, lo que abarca un total de 1.652 patógenos.
“El riesgo epidémico y pandémico se determinó en base a la transmisibilidad, virulencia, factibilidad de expansión de los patógenos en un contexto de cambio climático, urbanización, desmonte, etc. y también contemplando la ausencia de vacunas o tratamientos específicos para combatirlos”, explicó a elDiarioAR la médica infectóloga Leda Guzzi, integrante de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).
La OMS había publicado dos listas anteriores: una en 2017 y otra en 2018, que habían identificado aproximadamente una docena de “patógenos prioritarios”.
En esta oportunidad, la lista se amplió a 37 e incluyó entre las novedades el virus de la gripe A, el virus del dengue, el Zika y el Mpox o viruela símica (antes conocida como viruela del mono), entre otros.
También se incorporaron grupos de coronavirus conocidos como Sarbecovirus y Merbecovirus. Estos comprenden al SARS-CoV-2, responsable de la pandemia de Covid-19, y el virus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS). La novedad de esta edición fue que incluyeron las familias completas de esos virus, a diferencia de las ediciones pasadas que habían contemplado sólo los virus específicos que causan el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el MERS.
El nuevo listado también contempló media docena de virus de influenza A, incluyendo el subtipo H5, que ha provocado un brote en el ganado en los Estados Unidos.
Entre las bacterias añadidas recientemente se encuentran cepas que causan cólera, peste, disentería, diarrea y neumonía.
“El proceso de priorización en el marco del Plan de Investigación y Desarrollo de la OMS es crucial para acelerar la investigación, abordar las brechas de conocimiento, fomentar la colaboración y prepararse para futuras amenazas al focalizarse en patógenos y familias de patógenos con potencial pandémico”, señaló por su parte Wilmer Marquiño Quezada, Asesor en Vigilancia de la Salud, Prevención y Control de Enfermedades de la OPS/OMS en Argentina.
Otra novedad del documento es que estableció un listado de “patógenos prototipo” que pueden servir para investigar vacunas y tratamientos que luego podrían adaptarse rápidamente a otros de la familia en caso de que hubiera un brote.
“La urbanización y el cambio climático son, sin duda, factores a tener en cuenta. Por ejemplo, pueden expandir o cambiar la distribución de vectores, es decir, animales o insectos portadores de patógenos. Las condiciones de vida, o la relación humano-animal, también pueden afectar nuestra exposición a los patógenos”, remarcó Marquiño Quezada .
Y añadió que “esta es la razón por la que el enfoque actual, que fomenta la investigación en todas las familias de patógenos, es muy adecuado para la preparación pandémica; centrarse en los prototipos de patógenos dentro de cada familia tiene como objetivo crear conocimiento para informar la identificación de soluciones generalizables en familias enteras de patógenos, que pueden ser útiles incluso si los patógenos o la distribución de sus vectores cambian”.
Dengue y enfermedades respiratorias: las dos problemáticas de Argentina
“En Argentina tenemos hoy dos situaciones de salud pública: por un lado el dengue, que debido a los cambios climáticos ya no es propio del verano; y por el otro, las enfermedades respiratorias que se dan por diferentes factores de circulación, dificultad en el acceso a la atención y también dificultad de quedarse en reposo cuando se está enfermo, por lo cual se prolonga el período de transmisión”, señaló por su parte el médico infectólogo José María Malvido, del Hospital Zonal General de Agudos Dr. Alberto Edgardo Balestrini.
De acuerdo al último Boletín Epidemiológico Nacional del Ministerio de Salud de la Nación, desde finales de julio de 2023 hasta el 27 de julio de 2024 se registraron 566.141 casos de dengue, de los cuales el 97% corresponden este año.
Estos casos acumulados representan 3,35 veces más que lo registrado en el mismo período de la temporada anterior (2022/2023) y 8,52 veces más que lo registrado en el mismo período de (2019/2020).
En el mismo período 1.613 casos fueron clasificados como dengue grave (0,28%) en 20 jurisdicciones, y se registraron 415 casos fallecidos en 18 jurisdicciones.
“En Argentina, como en gran parte de la región, tenemos condiciones que favorecen la reproducción del mosquito, como basurales, cacharros, falta de saneamiento de los estanques de agua, etc. todas esas condiciones socioeconómicas, sumado a las temperaturas más cálidas, hacen que haya circulación viral todo el año”, describió Malvido.
Respecto a las enfermedades respiratorias, a nivel regional la Organización Panamericana de la Salud (OPS) emitió el 5 de agosto un alerta epidemiológica “debido a la circulación concurrente o de forma consecutiva de diferentes virus respiratorios, como el SARS-CoV-2, la influenza y el virus sincitial respiratorio (VSR)”.
“En Argentina hubo bastantes casos de Covid-19 entre enero y febrero, con semanas que llegaron a los 1.200 casos diario promedio; luego comenzó a descender; en junio comenzaron a aumentar los casos de influenza y en julio, de VSR”, detalló el físico e investigador de Conicet, Jorge Aliaga, quien desde la pandemia analiza los datos de las bases del Ministerio de Salud.
Según informa el Boletín Epidemiológico, respecto a las 927 detecciones de virus influenza confirmadas en lo que va del año, la mayoría corresponden a Influenza A (97,95%), detectándose predominantemente Influenza A (H3N2), y algunos casos de Influenza A (H1N1).
“En relación a las muertes,de las 321 personas fallecidas en lo que va del año por cuadros respiratorios; 162 fueron por Covid-19; 117 por influenza, 30 por sincicial respiratorio; 9 con coinfección de dos virus y 4 cuatro por otro virus sin identificar”, describió Aliaga.
Fiebre del Oropouche: “una salud” nada saludable
El virus Oropouche (OROV) es un arbovirus que, en principio, no fue catalogado como de riesgo alto de generar una pandemia –probablemente porque en la bibliografía no se había notificado ningún fallecimiento por esta causa–, pero en el documento la OMS lo había ya propuesto como un virus prototipo de la región de las Américas para investigar vacunas y tratamientos.
Sin embargo, el 25 de julio, las autoridades brasileñas reportaron dos muertes de mujeres menores de 30 años, sin comorbilidades, atribuidas al Oropouche. Además, notificaron varios abortos espontáneos ocurridos en mujeres que contrajeron la enfermedad, lo que indicarían una posible transmisión madre-hijo a través de la placenta, provocando malformaciones o muerte fetal.
Se trata de una enfermedad transmitida a los humanos por los jejenes, que debe su nombre a que fue detectada por primera vez en trabajadores rurales del poblado de Vega del Oropouche, en Trinidad y Tobago.
Los jejenes transmisores de la enfermedad son del género Culicoides, y habitan en áreas tropicales y subtropicales de las Américas.
En lo que va de 2024 se han reportado más de 7.700 casos de OROV en cinco países de las Américas: Brasil (6.976 casos hasta mediados de 2024), Bolivia, Perú, Cuba y Colombia. Argentina no reportó ningún caso aún.
Los síntomas incluyen aparición repentina de fiebre, dolor de cabeza, rigidez en las articulaciones, dolores y molestias y, en algunos casos, fotofobia, diplopía (visión doble), náuseas y vómitos persistentes. Los síntomas pueden durar de cinco a siete días. Actualmente no existe un tratamiento o vacuna específica.
Si bien la mayoría de los casos se presentan en zonas rurales, en un reciente artículo publicado por la Agencia CyT de la Universidad Nacional de La Plata, las investigadoras de Conicet Paula Bergero y Mahia Ayala explicaban: “La movilidad de las personas por trabajo hacia ambientes silvestres aumenta el riesgo de intromisión del virus al ciclo urbano”.
Por otra parte, las investigadoras describían que “en la medida que se incrementa la transformación de zonas agrestes para cultivo de frutas, se crean nuevos lugares muy propicios para el desarrollo del vector, como ser la acumulación de cáscaras y otros restos vegetales; recientemente, modelos epidemiológicos espaciales de distribución del virus mostraron que la pérdida de vegetación está relacionada con los brotes. En particular, las regiones de Perú donde se reportaron los mayores números de casos coinciden con aquellas con mayor pérdida de vegetación natural”.
Y agregaban: “Las variables ambientales también tienen un rol. La fiebre del Oropouche tiene un comportamiento estacional, marcado por el ciclo de vida del vector. Cuanto más alta sea la temperatura media, mayor será el número de generaciones que se pueden producir en una temporada. Las lluvias también afectan las formas inmaduras de los Culicoides garantizando sitios de cría, y una mayor abundancia de adultos”.
En este contexto, y pese a los avances que pueda hacer la ciencia para contener un brote, la afirmación se actualiza porque las condiciones de fondo que crearon la posibilidad de la crisis sanitaria global por SARS-CoV-2 no han cambiado; entonces, de nuevo, “la cuestión no es si habrá otra pandemia, sino cuándo”.
NC/MG