Recibo la noticia de la muerte de Silvina Luna mientras me maquillan para grabar el último episodio de un podcast que creamos junto a cuatro amigas. Nos propusimos escribir sobre temas que nos convocan a cada una, para luego dar paso a una conversación entre nosotras.
Yo escribí sobre los celos, la cultura de la cancelación, la relación de las mujeres con el dinero y sobre los cuerpos hegemónicos. Tenía que elegir uno y después de mucho pensarlo, me decidí por celos. Era un tema que me había atravesado por completo durante mucho tiempo de mi vida, pero ahora lo sentía lo suficientemente lejos como para reflexionar sobre la cuestión con cierta distancia. No me expondría tanto porque, después de todo, ya no soy tan celosa.
El texto sobre cuerpos hegemónicos me gustaba.
Era honesto y sensible pero desnudaba algo que todavía no tengo del todo resuelto. En un momento decía algo así como “me puedo ver linda o me puedo ver horrible, terrible, fea” y terminaba con una pregunta que aún no tiene respuesta para mí: ¿Por qué me hago esto?
Silvina muere por una mala praxis, es cierto. Decidió operarse con un médico que debería estar preso. También muere porque, como tantas mujeres del medio que trabajan con su cara y su cuerpo, nunca sos lo suficientemente linda, ni joven, ni flaca, ni tenes el culo que hay que tener. Una podría preguntarse para qué más culo, más tetas, más boca, más botox u otro lifting. También podríamos preguntarnos por qué después de tanta lucha feminista y de tanto hablar sobre patriarcado, seguimos presas de un sistema violento en donde las mujeres tenemos que encajar en un ideal de belleza para ser aceptadas, miradas, deseadas. Alguien que trabaja con su cuerpo, como era el caso de Silvina, pero también alguien como yo, que nunca tuve ese lomo, o una chica que no sale en la tele pero necesita quedarse con el puesto para el que aplica, sabe, (sé), que ser hegemónica puede conseguirte el trabajo, el dinero, el éxito, la atención, hacerte visible, que nos quieran, el amor.
Me duele Silvina porque era buena persona, porque sufrió demasiado y porque estaba en un camino espiritual mucho más interesante que esa belleza exterior que conocíamos.
Fue tarde para ella y tal vez lo sea para muchas mujeres de mi generación que no logramos dejarnos en paz, presas de una lucha perdida de antemano. Me pone triste Silvina, a quien le costó la vida. También me entristecen casi todas las mujeres que conozco y quiero. ¿En qué cárcel nos metieron?
No me animé a hablar de eso en mi podcast. Hay laberintos de los que todavía no supe salir.
JO/MG