Seis años son los que Iván León (Alcalá de Henares, 1996) estuvo rodeado del discurso ultracatólico que vincula la homosexualidad al pecado, la degeneración o el vicio. No pasó hace mucho tiempo. Fue en el obispado de Alcalá de Henares (Madrid), desde el año 2014. Iván fue uno de los jóvenes que pasó por una de las terapias de conversión de la homosexualidad organizadas por la institución religiosa dirigida por José Antonio Reig Pla que hizo públicas elDiario.es. Ahora cuenta su experiencia Oh, ¡Feliz culpa!, un libro recién publicado en España por la editorial Egales.
El relato, íntimo y duro, recoge el paso de Iván por varias de las sesiones impartidas por una supuesta terapeuta que trabaja en el obispado para intentar que las personas homosexuales dejen de serlo. En las sesiones, que se celebraban en un despacho, vinculaba la homosexualidad a “pequeñas taras”, “heridas afectivas” y “heridas de la masculinidad” que debían ser “sanadas”. Iván lo dejó a las cinco reuniones, pero siguió varios años más en el entorno de la diócesis: “Hay palabras que todo este discurso ha cargado negativamente, como novio o gay, que me cuesta muchísimo decirlas”, asegura.
¿Cómo llegó a la terapia?
Mi orientación sexual no era algo que me causara un problema porque de hecho era algo que no me planteaba mucho en aquel momento, pero pasé en Bachillerato una temporada rara y complicada, así que una persona de la parroquia me propuso hablar con esta mujer del obispado. Yo pensaba que iba a ser una ayuda de tipo psicológico para poder gestionar mejor aquella situación. No me autonombraba como homosexual ni se lo había contado a nadie, simplemente porque en mi grupo de amigos tampoco era algo de lo que se hablara ni éramos mucho de salir a ligar. No me definía de ninguna forma porque no me hacía falta, pero allí que fui.
¿En qué consistieron las sesiones?
Estos días me ha llamado alguna persona de aquel entorno y me ha dicho 'bueno, es que tú no lo hiciste entero...'. Es verdad. Yo fui a cinco sesiones, no hice todo el itinerario, pero sí estuve durante seis años después de aquello participando en la diócesis, donde este discurso estaba en el aire. En el primer encuentro ya me empezó a preguntar por mis amigos, si salían con chicas, si yo hacía deporte...Y todo se empezó a girar. Me dijo que era inseguro porque mi masculinidad estaba dormida y no se había desarrollado y tenía que hacer cosas de hombres. Nada de aquello se sostenía, pero en aquel momento yo no lo vi.
Así empezó, pero relata en el libro cómo al poco comenzó a entrar al tema de la sexualidad...
Sí. Así fue poco a poco hasta que empezó con más intensidad a preguntarme por mi físico, por la masturbación, por el porno... Insistía en preguntarme el tipo de porno que veía. Mentí y le dije que de hombres y mujeres y respondió aliviada porque 'hay gente que se excita viendo vídeos de hombres con hombres, hombres con animales e incluso con niños', me decía literalmente. Todo giraba en torno a si conocía a chicos homosexuales e intentar saber si me estaba metiendo en esos círculos, como afirmaba. Me decía que si entraba era muy fácil que me arrastraran a sitios muy turbios. Así comenzó en mi mente a hacerse una imagen del gay como si fuera poco menos que una bestia y empiezas a tener pavor.
Me daba miedo convertirme en un depravado. Te lo llegas a creer
¿Miedo a qué?
El homosexual era una persona que, como se había dejado corromper, iba a ser corruptor. He tenido miedo de otros hombres homosexuales y miedo a en lo que yo mismo podía convertirme. El discurso se basaba en que una vez que entras en esta dinámica de lo que llamaban 'vida gay', empiezas a meterte en una espiral de todo tipo de depravaciones y lo vinculaban bastante habitualmente con la pederastia.
Me daba miedo convertirme en un depravado. Te lo llegas a creer. En la diócesis y en los grupos había gente maravillosa, entonces te fías y empiezas a desarrollar allí tu vida... Yo no tenía mucho contacto con el mundo de la noche ni muchas referencias, así que hay algo de todo eso que se te queda dentro. Luego evidentemente conocí a chicos gays y todo aquello se fue cayendo por su propio peso.
Echando la vista atrás, ¿qué consecuencias tuvo todo aquello para usted?
Desconfianza sistemática hacia cualquier otro hombre homosexual y hacia mí mismo. El discurso que subyace, de que son depravados que solo buscan engrosar sus filas para sentirse mejor, hizo que fuera muy difícil para mi relacionarme tanto conmigo mismo como con los demás. El esquema de valores que yo tenía trazado estaba mal, así que al principio los primeros encuentros sexuales, pero también incluso tomar un café con otro chico, me hacía sentir fatal porque me estaba acercando al lado oscuro. Era lo que me habían dicho, que ahí no podía haber emociones reales, que otro hombre no me iba a poder querer jamás. Y yo me lo creí.
¿Perduran algunos de estos efectos?
Sí, claramente. Empezando por la terminología. Hay palabras que todo este discurso ha cargado negativamente, por ejemplo novio o gay y que me cuesta muchísimo decirlas. Utilizo más maricón, porque ellos no lo usaban. Hay determinadas situaciones sociales que me resultan complicadas, como salir del armario por miedo al rechazo o pensar en planes de futuro. Me gustaría casarme, hacer el sacramento, pero pienso ¿qué voy a hacer yo apareciendo delante de tanta gente? Son mi familia y amigos, lo saben desde hace tiempo, pero hay un rastro de vergüenza que no se quita.
Conscientemente no me suscita nada negativo, pero a veces me da ese pequeño 'click' en el cerebro y dices 'ya está este discurso otra vez', de homofobia interiorizada
¿Y se ha ido del todo esa imagen negativa de la homosexualidad?
Se ha ido en gran medida, pero siguen quedando rastros. Hay cosas que no verbalizo sin pasar por el filtro de decirme a mí mismo que viví esta experiencia y que tengo que gestionarlo, pero puedo llegar a ser bastante crítico con personas que viven su orientación sexual o expresión de género como mejor les parece. Conscientemente está claro que no me suscita nada negativo, pero a veces me da ese pequeño click en el cerebro y dices 'ya está este discurso otra vez', de homofobia interiorizada. Cuando me pasa algo y tengo una mala racha por lo que sea, me surge un poco más fuerte, como si estuviera esperando para atacar.
¿En qué momento y cómo sale de todo aquello?
Me vino muy bien el trabajo. En ese momento ya no iba a las sesiones, pero durante toda la carrera había estado en la diócesis dentro del armario. Era muy cuidadoso con que no se notara nada, fue un tiempo complicado. Pero empecé a trabajar y tenía unos horarios bastante exigentes. Tenía que ir a Madrid, con compañeros de otros círculos, con los que nos quedábamos a veces a tomar cervezas al salir... Empecé a conocer gente y, muy poco a poco, a relativizar. Fue un verano bastante liberador, aunque cada vez que volvía a casa me decía a mí mismo 'madre mía, ¿qué he hecho?'. No había hecho nada, a lo mejor ir a un bar de ambiente. En septiembre me concedieron una beca para estudiar fuera de España y fue el corte definitivo.
¿Escribir el libro ha sido liberador?
Al principio es algo que no me planteé que fuera en serio, incluso cuando ya estaba firmado el contrato. Me ha ayudado a recomponer el relato y es una sensación extraña: por un lado es volver a atravesar ciertos lugares desagradables para mí, pero por otro, al haberlo dejado plasmado, me separa de aquello. Que todo esto vaya por su lado y yo voy por el mío.
En España el Consejo General del Poder Judicial ha aplaudido que la llamada Ley Trans prohíba las terapias de conversión de la homosexualidad, que en Madrid ya están vetadas por la Ley LGTBI autonómica. Pero cuestionan que también se haga cuando hay consentimiento del que asiste. ¿Cómo lo ve?
Esto me lo he planteado mucho. Creo que para hablar de consentimiento, este no debe estar viciado. ¿Cuándo hablamos de un consentimiento libre? ¿Es consentimiento libre el tener alrededor toda una comunidad que aunque no te lo diga abiertamente está expresando que estás viviendo de una forma inadecuada?
MB