Historia de vida

Viajó de Trelew a Posadas para rehabilitarse de las drogas y seis años después busca a su “ángel al volante”

Marcos comparte sus fotos del “antes”, “durante” y “después” de su rehabilitación a las drogas. Y con ellas, narra su historia. Una historia de caídas y redención que aún tiene un capítulo inconcluso: encontrar al chofer de un micro de larga distancia que le “salvó la vida”. Seis años después de ese viaje en ruta, el joven oriundo de Trelew busca a su “ángel anónimo” que le permitió llegar a Posadas para internarse y comenzar de nuevo luego de un confuso episodio con las fuerzas de seguridad.

A través de redes sociales, el ahora padre de familia y su madre anotan pistas que lo lleven a ese hombre que cambió su destino. “Si alguien viajó en ese colectivo Andesmar el 21 de febrero de 2019, que me avise. Quisiéramos encontrar al chofer para que él sepa que ese joven que ayudó tuvo una nueva oportunidad y se recuperó de sus adicciones”, pide la mujer, con la esperanza de que su mensaje llegue a alguien que lo conozca.

El “antes”: “Mi vida se había ido de las manos”

Marcos Heredia, oriundo de Trelew, Chubut, describe una infancia tranquila que a los 13 años comenzó a desmoronarse. La separación de sus padres y la muerte de su mejor amigo lo sumergieron en un vacío emocional: “Me mataron por dentro”, relata a elDiarioAR. Lo que comenzó como una válvula de escape con la marihuana, rápidamente escaló a sustancias más duras. A los 15, cuando su talento en el fútbol le había permitido viajar a Italia para probarse en equipos profesionales, la adicción ya lo dominaba.

“Tenía las condiciones para ser jugador profesional, pero cuando volví a Argentina, en vez de seguir entrenando, me metí más en la droga. Vivía de fiesta”, recuerda. A los 19 años, lo “echaron de casa” y pasó meses deambulando entre barrios peligrosos, “enredado en conflictos con dealers”. Finalmente, a los 22, tocó fondo: sin hogar, sin dinero y sin esperanzas, vivió dos meses en la calle, en plazas, o en las casas de sus amigos: “No me importaba si seguía vivo o no, mi vida se me iba de las manos”, confiesa. “Siempre recalco que es feo estar en la calle, por dos meses mi mamá no supo nada de mi. En ese tiempo no tenía celular porque lo que tenía lo empeñaba para consumir”. 

Su madre, que había intentado ayudarlo de todas las formas posibles, recuerda esos días con angustia. “Creo que las mamás no estamos preparadas para un momento tan tremendo, ¿no?”, se pregunta Mónica Méndez en diálogo con elDiarioAR. “Él terminó en un colegio religioso, una vida normal, por así decirlo, hasta sus 13 años. Después todo fue cambiando hasta que terminó en esta situación. Yo hablo con muchas mamás del país que nos llaman y les digo, 'no fue tiempo perdido'.”, confiesa. Las noches en vela, los ruegos y la impotencia de verlo alejarse parecían no tener fin. Sin embargo, Mónica cuenta que “hablaba con Dios y le pedía que hiciera algo”.

El “durante”: la revancha

Una mañana “Moni” despertó y encontró a Marcos durmiendo en el patio de su hogar. Ella le brindó una revancha: internarse en “Reto a la Vida”, una fundación de rehabilitación cristiana con múltiples centros distribuídos en el país. Si bien se evaluó su estadía en una sede de Córdoba, “por mi situación, que era muy grave, decidieron mandarme lo más lejos posible”. Y admite: “No sé por qué acepté, pero sentía que era la última oportunidad que Dios me daba”. Así, en febrero de 2019, tomó un micro de la empresa Andesmar desde Trelew hacia Buenos Aires, con destino final en Posadas.

Sin embargo, en su escala en Retiro, el pasado lo alcanzó. Con varias horas de espera antes de abordar su siguiente colectivo, salió de la terminal, se metió en un bar y comenzó a tomar cerveza. “Sabía que me iba a internar, así que pensé: 'es la última vez'”. Esta “última vez” significó entrar el Barrio Padre Carlos Mugica, o Barrio 31, con un chico que conoció en la calle que estaba dispuesto a ayudarlo a conseguir cocaína, momento que recuerda como “una odisea”. “Como yo también vivía en la calle, sabía cómo manejarme. No tenía temor, y como que no le daba importancia o valor a mi vida, entonces no me importaba si me pasaba algo”, relata.

El reloj de La Torre Monumental le marcó la hora de trasbordo a Marcos que estaba sentado en una esquina de Retiro. Tenía que subirse al próximo servicio de Andesmar con destino a la ciudad de Posadas para comenzar con su rehabilitación. Desorientado y con una actitud sospechosa, la policía lo interceptó antes de abordar. “Me revisaron todo, pero no encontraron nada”, cuenta. El viaje a Posadas transcurrió bajo los efectos de la droga, lo que generó conflictos con los pasajeros, principalmente con su acompañante. “Se quejó con los choferes y le dijeron que se quedara tranquilo que en el primer control de Gendarmería me iban a bajar”. 

El trayecto de Buenos Aires a Posadas había avanzado varias horas cuando el colectivo llegó a esa parada prometida. Marcos, aún bajo los efectos de los estupefacientes, despertó sobresaltado cuando los agentes subieron al vehículo. “Empecé a entablar una conversación bastante fuerte con los gendarmes”, recuerda. Su estado alterado y su actitud desafiante generaron tensión con los oficiales, que rápidamente lo hicieron bajar.

En el control, los agentes, señala Marcos, lo empujaron y él, sin medir las consecuencias, respondió con la misma violencia. “Nos empezamos a pelear”, relata. En medio del forcejeo, le retiraron su mochila personal y su documento, y comenzaron a revisar su valija. Para él, el desenlace estaba claro: “Entendía que ya me quedaba detenido, preso en esa ciudad donde estaba”. La incertidumbre lo invadió. No tenía idea de dónde se encontraba ni qué sería de su destino. Los oficiales parecían decididos a dejarlo detenido. Marcos, en su estado de alteración, no encontraba la manera de explicarles su verdadera situación: que su destino final no era un simple viaje, sino una última oportunidad para salvarse. En medio del caos, una figura emergió detrás del colectivo.

El “después”: el chofer que cambió su destino

“De atrás del colectivo aparece el otro chofer que faltaba”, dice Marcos. Lo recuerda con una imagen nítida, a pesar del tiempo transcurrido y de su estado en aquel momento. “Yo lo veo venir caminando, como en cámara lenta. Mientras los gendarmes me sujetaban del cuello y el otro chofer me increpaba, él se acercaba con una presencia distinta. Su ropa brillaba”, describe. En su memoria, la escena tiene un halo casi irreal, pero jura que sucedió exactamente así y repite: “No estaba alucinando”.

El nuevo personaje no gritó ni se impuso con violencia. En cambio, habló con calma con los otros dos choferes, los convenció de que Marcos debía continuar su viaje. En cuestión de minutos, el conflicto se disipó. “De la nada me devuelven mi documento, mi mochila, abren de vuelta la compuerta del colectivo, suben mi valija y me ayudan a subir”, recuerda con incredulidad. Luego, aquel hombre lo guió hasta un asiento en la parte baja del vehículo, donde pudo finalmente cerrar los ojos.

El resto del viaje es un fragmento borroso en su memoria. Lo siguiente que recuerda es despertar en la terminal de Posadas, donde los integrantes del centro de rehabilitación ya lo esperaban para llevarlo al hogar. “Así como te lo cuento, así tal cual fue”, asegura. Pero hay un detalle que aún lo atormenta: “Tengo una imagen borrosa de la cara de este hombre”. No sabe su nombre, no recuerda sus facciones con claridad, pero está seguro de algo: sin él, jamás habría llegado a destino. Al llegar a la fundación, la realidad lo golpeó. Ingresó y comenzó un proceso que describe como largo. Pasaron meses de abstinencia, de caídas y avances. Pero lo logró.

El retorno a casa

Hoy, a los 28 años, Marcos está completamente rehabilitado. El regreso a su ciudad natal fue el comienzo de una nueva etapa. “Volví bien, volví restaurado, volví sano, mi mente sana”, expresa. Atrás quedaron las drogas y el alcohol. A los meses de regresar, conoció a quien hoy es su esposa, con quien formó una familia. “Dios tenía una compañera preparada para mí”, asegura con convicción. Hoy, juntos, trabajan, crían a sus hijos y asisten a la iglesia, con la certeza de que la fe y la voluntad fueron clave en su transformación.

Pero su historia no se detuvo ahí. Marcos encontró un propósito en ayudar a quienes aún luchan contra las adicciones. “Tratamos de ayudar a ese que la sociedad dice que no tiene salida, que no tiene cura”, explica. Y su compromiso lo llevó más allá de las fronteras. Durante un tiempo trabajaron como misioneros en el Amazonas de Brasil. “Estuvimos ayudando a personas muy humildes, muchos niños y adolescentes adictos a las drogas y al alcohol”, relata. En la localidad de Parintins, compartió su historia, llevó un mensaje de esperanza y ayudó en lo que pudo.

Sin embargo, hay algo que aún lo inquieta: no sabe quién fue el chofer que intercedió por él aquella noche. “Me gustaría encontrarlo y agradecerle. En ese momento, para mí era solo el colectivero, pero hoy sé que fue un ángel”. Marcos y su madre, Mónica, cuentan que se comunicaron con la empresa Andesmar y sus empleados se pusieron a disposición para ayudarlos en su objetivo. Sin embargo, desde la compañía de micros no encontraron registros del viaje de Heredia. Mientras tanto, Marcos, en su búsqueda, ya encontró algo inesperado: nuevas personas a las que pudo ayudar, como alguna vez manos amigas lo ayudaron a él.

AB/MG