Waldemar Cubilla se crió revolviendo basura, estuvo preso nueve años y recuperó su libertad con el título de sociólogo. En libertad quiso seguir con una tarea que tenía en la cárcel: armar una biblioteca popular, de puertas siempre abiertas para los vecinos. La biblioteca popular La Carcova está por cumplir diez años. Arrancó con pocos estantes, sobre pallets y cajones de madera, y una ermita en homenaje al Gauchito Gil. Ahora la biblioteca es una construcción sólida, bien iluminada, con paredes colmadas de libros, una cocina y salita para que los hijos de las mujeres que quieren terminar el secundario se distraigan mientras ellas estudian.
“Cuando salí en libertad y quise levantar la biblioteca pensaba: ‘no le puedo decir a la gente que estoy armando una biblioteca porque tengo miedo de volver a la cárcel’. Le di vueltas y cuando empecé a compartir ese temor, saltó uno y me dijo que tampoco quería que su hijo volviera al penal, que cómo podía ayudar. Y saltó otro y otro. Yo tenía cierto cuidado, pero cuando hablé, resultó ser una preocupación compartida”, cuenta Waldemar.
Hablar fue una fundación para aquel joven que hoy tiene 38 años y es docente. También trabaja como asesor en el área de Responsabilidad Penal Juvenil, que depende de Organismo Provincial de Niñez. Está en pleno armado de un equipo territorial. La idea es pensar de qué manera pueden crearse escenarios distintos al que dejaron chicos y chicas al momento de ser detenidos. Más simple: una vuelta menos hostil y con oportunidades para evitar la reincidencia.
Por las restricciones, la biblioteca no puede funcionar como tal. En marzo pasado, cuando la indicación del Estado era no salir salvo que fuera imprescindible, en La Carcova tuvieron que organizarse. “De aquel llamado nacional ‘quedate en casa’ al ‘quedate en tu barrio’. Hubo que trabajar en ese cruce de enunciados porque en villas como La Carcova queda en evidencia que la situación habitacional pone en crisis esa consigna”, dice Cubilla. Adheridos al cierre, quienes organizan la biblioteca hicieron un recorte. Tienen un alcance de 500 familias, ¿cuál era la prioridad? Aquellas familias con niños y niñas menores de seis años.
Lanzaron una campaña de donación y repartieron dispositivos: teléfonos, tablets, computadoras. Para las familias sin conexión, gestionaron paquetes de datos. Porque aquí, otra dificultad: las empresas que ofrecen el servicio de Internet no entran en el barrio, sino que delegan el servicio a un grupo de vecinos que tira los cables.
También hubo campañas para conseguir comida. El año pasado, repartieron bolsas con verduras como refuerzo alimentario. Sostuvieron los programas educativos del Estado, como el Fines. Y organizan cursos nuevos a través de alianzas. Uno que está por empezar es de formación de árbitros y árbitras, que no sólo ofrece una salida laboral a corto plazo sino que dará herramientas para resolver conflictos. Por otro lado, la mayoría de los talleres que ofrece la biblioteca se virtualizaron. Eso no anuló la demanda que, con entre la primera y esta segunda ola de Covid, fue cambiando.
¿Qué cambió en el barrio con la pandemia?
Hay otra dinámica. El mayor movimiento para generar un recurso en la comunidad villera está por fuera de la villa. En un tiempo habitual y con un índice laboral más o menos coherente el barrio se levanta y sale. Entonces la convivencia en el barrio es más amena, somos menos gente. Y ahora estamos amontonados. Eso genera una tensión.
¿Hay otras necesidades?
El mayor ejemplo es el resurgimiento de las ollas populares. Acá hay muchas organizaciones. Algunas son comedores o tienen ollas. Hubo diez ollas en el barrio durante la primera ola. Y con la segunda vuelven, se multiplican. De hecho, nosotros somos una biblioteca popular y ahora armamos una. La olla popular marca un momento. Porque hay una necesidad de volver a garantizar un plato de comida. Y es la forma más inmediata que la gente tiene de accionar, de hacer algo. Yo no sé si el indicador es el hambre, pero sí la necesidad de darle sentido al día. Entonces los pibes que paran acá, que vienen a la biblioteca y son legendarios del barrio, si piensan “qué hago” en términos de colaboración, surge la idea de la olla. Es una forma de construir comunidad y reforzar los lazos. Quizás la meta mayor sea disminuir las violencias.
La olla popular marca un momento. Hay una necesidad de volver a garantizar un plato de comida. Y también una necesidad de darle sentido al día.
¿También aparecieron “nuevas” violencias?
Hay una sensación de que la policía dispone de un permiso mayor de sometimiento hacia cualquiera. Y después los robos, ciertas acciones que sucedían de noche y ahora no tienen horario. Hay mucha demanda de asistencia jurídica penal y ahora familiar. Salen a la luz hechos más domésticos, como la desprotección de las niñeces. Desde una criatura desabrigada en otoño hasta abusos. Ese es un tema delicado porque buscamos construir comunidad y en el transcurso vamos garantizando algunos derechos que consideramos básicos, como las niñeces menos violentas. Lamentablemente eso tiene más sentido, aunque parezca que estás perdiendo la pelea. La niñez “digna” es casi una utopía, nuestra meta es que las niñeces sean menos violentas. Hay frases que sirven como lema, pero en la práctica...
¿Cómo “ningún pibe nace chorro”?
Obviamente “ningún pibe nace chorro”. Y sí, yo no nazco chorro biológicamente. Pero después el mundo donde uno se cultiva como persona te condiciona la proyección a futuro. Las cárceles están llenas de nuestros vecinos. Y cuando indagas un poco en la composición de los delitos son delitos para sobrevivir.
Salen a la luz hechos más domésticos, como la desprotección de las niñeces. Desde una criatura desabrigada en otoño hasta abusos.
¿Es delito si es para sobrevivir?
Y… nosotros vivimos en una sociedad democrática. Si transgredís la norma, es delito. Pero hay un debate que es sobre el sistema penal, que castiga los delitos de robo a mano armada, pero no el vaciamiento de empresas. Entonces, ¿quién está en las cárceles? Jóvenes, pobres. Dato objetivo: en la cárcel que está acá atrás (N. de la R.: se refiere a la Unidad 48) los guardiacárceles son vecinos… Entonces, son dos vecinos: uno encerrado y otro con la llave. Somos una comunidad encarcelada.
¿Y cómo reorientarías esa discusión?
Hay una distancia conceptual entre seguridad y seguridad social: entre lo punitivo y los derechos básicos. Hoy cuando hablás de seguridad hablas de punitivismo, no de seguridad social. Hay que retomar ese debate, que es en favor de la mayoría, no en contra de la policía. Porque de alguna manera te permite romper el viejo paradigma que indica que entre las fuerzas y la comunidad es imposible el diálogo. El guardiacárcel no deja de ser un vecino, por más que cuando salga se vista en otro lado para que nadie se de cuenta de que trabaja ahí.
Para los sectores “bien pensantes”, digamos, resulta aliviador que haya organizaciones atendiendo las demandas de los barrios populares.
Sí, pero es mínimo lo que hacemos. La biblioteca garantiza un cambio que casi no podés contar. Porque acá hay pibes y pibas que se criaron con nosotros y ahora están detenidos, y otros que están en la universidad. Y justamente la gran pregunta es sobre la circulación de las armas: hay muchas armas de fuego, muchas pistolas. Fijate la cantidad de conflictos que se resuelven a los tiros. Sucede acá y en cualquier otro lado. El ciudadano que se cuida tiene cámaras o tiene armas. La cuestión es cómo podemos meter la experiencia más popular en un discurso sobre seguridad.
VDM