Las instituciones, los sindicatos, los titulares de prensa, los especialistas y las patronales llevaban años avisando de que este momento llegaría. La Inteligencia Artificial (IA) salió del laboratorio y aterrizó en el mercado de trabajo. Algunas de sus aplicaciones prácticas ya pueden hacer las mismas tareas por las que las personas reciben un sueldo, pero de forma más rápida y eficiente que ellas. Como se anticipó, millones de puestos de trabajo están ahora en vilo, mientras que nuevas ocupaciones aparecen en el horizonte. Pese a todo, nos tomó desprevenidos.
El motivo es que la IA no siguió el camino esperado. No saltó de las fábricas a los trabajos más repetitivos o especializados del resto de sectores. En vez de presentar candidatura para conducir camiones o ser camarera, llegó a las oficinas y se sentó en el escritorio de aquellos trabajadores con formación superior, idiomas y masters. Se trata de las inteligencias artificiales generativas, que pueden interpretar lo que dicen las personas, escribir textos, componer mensajes orales, canciones, diseñar imágenes o producir canciones y videos. Esto les permite ordenar y contestar correos electrónicos, distribuir recursos, plantear estrategias, elaborar informes o jerarquizar tareas de otros trabajadores. Cosas que a priori no estaban en la hoja de ruta para ser las siguientes en automatizarse.
“En los últimos años hemos centrado mucho la conversación en los robots industriales, esos que se llaman de cuello azul en referencia a los monos de trabajo. Pero una de las grandes revoluciones que está por venir es la de los robots de software, los de cuello blanco. Esto va a afectar a los empleados digitales y nos va a tomar en un momento en el que no estamos del todo preparados para ello”, expone Ana Belén Muñoz, profesora de Derecho del Trabajo en la Universidad Carlos III de Madrid. “Este tipo de inteligencias artificiales, que pueden hacer cosas como leer los correos y contestar, pueden suponer una reducción muy considerable del trabajo de oficina”, añade.
La tecnología que lo ha desencadenado todo es ChatGPT. Esta IA generativa de texto ha provocado una carrera a pecho descubierto entre Microsoft y Google en la que ambas han dejado claro el potencial que ven no sólo en este producto, sino en todo el campo de la Inteligencia Artificial. “Tendrá un impacto transformador de la misma magnitud que el ordenador personal o Internet”, ha declarado Satya Nadella, presidente de Microsoft. No hay un estándar más alto con el que comparar a la IA. Las computadoras y la red de redes supusieron cambios dramáticos en la forma de trabajar de las personas, y ahora los capos de la tecnología esperan que la IA sea la tercera vuelta de tuerca en el mismo sentido.
La misma jornada que hace 100 años
Todos los estudios que han analizado el posible impacto de la IA en el mercado laboral han concluido que esta tecnología dejará obsoletos un gran número de empleos, a la vez que crea otros que hasta ahora no podíamos imaginar. Muchos se han mostrado más preocupados por lo primero que esperanzados por lo segundo, aunque las inteligencias artificiales generativas ya están dejando una primera pista de por dónde pueden ir esas nuevas profesiones: con los modelos actuales, se hacen necesarios profesionales especialistas en los comandos que usa esta tecnología para conseguir que escriba el texto, diseñe la imagen, produzca el vídeo o componga exactamente la canción que el cliente está buscando. Hasta ahora, se podía emplear una hora en explicarle a un diseñador el tipo de creatividad que se buscaba para una campaña publicitaria, y este podía tardar varios días en darle forma. Ahora el cliente puede explicarle a un especialista en IA la creatividad que quiere para la campaña, y este introducir todos los parámetros en un modelo automático que lo diseñe en pocos minutos. Las máquinas se van a comer una parte del proceso creativo que muchos pensaban que estaba reservado a las personas.
Lo que no ha sido una conclusión tan típica en los estudios que han analizado el impacto de la IA en el mercado laboral es cómo esta podría cambiar la forma de trabajar de todos los trabajadores, se vean afectados por ella o no. La jornada laboral de ocho horas fue regulada por ley por primera vez hace 104 años, precisamente en España. El movimiento obrero que lo consiguió buscaba mejorar las condiciones de los operarios de las fábricas, en un contexto diametralmente distinto al actual. Sin embargo, la jornada de ocho horas ha sobrevivido como estándar a todas las revoluciones industriales posteriores, incluida la digital.
¿Podría la IA impulsar un cambio real en el ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar, ocho horas para vivir? “Es una perspectiva muy interesante”, adelanta Ana Belén Muñoz, que ha solicitado fondos de la UE para un nuevo estudio sobre la jornada laboral de cuatro días. “Hay muchos métodos para llevarlo a cabo. Está la reducción de días de trabajo por semana, pero también las jornadas reducidas, el teletrabajo y las fórmulas combinadas. Lo que está claro es que la pandemia ha demostrado que las largas jornadas de muchas horas frente al ordenador no suponen más productividad ni beneficios para la empresa ni para el trabajador”, recuerda.
El peligro, señala de nuevo la experta, es que “no estamos del todo preparados para este cambio y cuando llegue esa automatización realmente nos va a encontrar fuera de juego. Tiene que haber transparencia por parte de las empresas en las políticas que van a significar una reducción del tiempo de trabajo. El nuevo ritmo debe ser objetivo, razonable y con objetivos equilibrados y realistas. Y los sindicatos o representantes legales han de ser parte de la configuración de los cambios. Todo el proceso debe ser transparente y los trabajadores han de saber cómo se mide la productividad”, enumera la profesora.
El reto que plantea la IA, coinciden los profesores de Derecho del Trabajo consultados, es que altera definitivamente el principal mecanismo de redistribución de la riqueza que ha operado en las sociedades capitalistas desde la primera revolución industrial: el sueldo. Por primera vez, se abre un escenario en el que muchas empresas podrán llevar a cabo su actividad sin apenas empleados. Sin apenas sueldos.
El sueldo de las máquinas
“La clave es que el salario ha sido la principal forma de redistribución de los beneficios a lo largo de la historia. Tradicionalmente los impuestos han supuesto menos del 20% del reparto, mientras que los salarios han sido el 60%. El problema es que ese porcentaje ha ido disminuyendo en los últimos 20 años y el salario tiene cada vez menos importancia”, apunta Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Valencia. “¿Pero qué pasa si ahora aparecen empresas que no contratan? Ya no hay reparto de la riqueza, lo que hay es una persona o unas pocas personas que son los dueños del capital y se lo quedan todo”, avisa.
Esa es la gran pregunta en el conflicto laboral que viene. “Todo el mundo está obsesionado con el aumento de la productividad que va a generar esta tecnología, con ahorro de tiempo y ahorro de costes. Muy bien pero, ¿cómo repartimos esos beneficios?”, cuestiona José Varela, responsable de Digitalización de UGT. “Aquí aparecen tres caminos. Uno: lo repartimos en dinero a través de impuestos. Dos: lo repartimos en tiempo con reducciones de jornada sin recortes de sueldo. O tres: una combinación de ambas”, resume.
En este punto del debate es cuando aparecen soluciones innovadoras que no se han puesto en práctica a gran escala. El impuesto a los robots, el impuesto de sociedades ascendente para las empresas que empleen un menor número de trabajadores o la renta mínima universal. “Si la solución es una renta universal, está claro que tendrá que financiarse a través de nuevos impuestos. Esto no es nada que nos estemos sacando de la manga los sindicatos, ya la propia Comisión Europea planteó en 2019 fórmulas para que el impuesto de sociedades descienda si das mucho empleo; pero aumente si no das trabajo. Si no hay sueldos, pagas más impuesto de sociedades”, explica Varela.
“Al final la conclusión es la misma: si tú tienes una serie de beneficios, ¿cómo los devuelves a la sociedad?”, resume.
Menos es menos
La otra fórmula, la de trabajar menos horas por el mismo sueldo, no está mucho más avanzada. Por el momento, las empresas no están tomando el camino de reducir la jornada de sus trabajadores mientras les mantienen sus beneficios laborales. Al contrario, la oferta más popular es la de trabajar menos a cambio de cobrar menos. Que no es algo que satisfaga a los trabajadores. En Telefónica, por ejemplo, solo un pequeño porcentaje de los empleados accedió a trabajar un día menos a cambio de una reducción equivalente del sueldo cuando la compañía ofreció esta posibilidad el pasado verano.
El debate no es a una década vista. La mejor pista de ello la están dejando las compañías que mejor conocen lo que está por venir en la Inteligencia Artificial. Entre enero de 2022 y febrero de 2023, las compañías tecnológicas han desatado la mayor destrucción de puestos de trabajo desde la explosión de la burbuja de las puntocom. A pesar de que todos los analistas, coinciden que este sector “no están en crisis” y que estos profesionales siguen estando entre los más cotizados, las tecnológicas han despedido a 283.000 personas en poco más de un año. Desde las más grandes a las más pequeñas, todas han aprovechado la caída de negocio tras la pandemia para reducir sus plantillas aproximadamente un 10%. En la disyuntiva de mantener a sus empleados repartiendo la carga de trabajo entre todos; y tener menos empleados trabajando las mismas horas de siempre, han tenido clara la elección.
“La legislación actual favorece que se despida a los trabajadores que son sustituidos por tecnología”, expone Todolí. El profesor cita el ejemplo de España, donde un despido por esta causa reduce la indemnización de 33 a 20 días. “Esto es algo que está muy estudiado a nivel internacional: si la regulación no dice nada, o como en el caso español, se incentiva a las empresas a que despidan al introducir nueva tecnología, el resultado es que los trabajadores se van al paro y ya está. No hay repartos de jornada ni se valora la posibilidad de otras medidas. Es decir, la opción de mantener a dos empleados trabajando 20 horas en vez de a uno trabajando 40 horas ni siquiera se contempla”, opina.
“Es cierto que ahora mismo parece una cuestión lejana–reconoce José Varela, del sindicato UGT–. Pero si no hacemos nada, lo que nos vamos a encontrar cuando queramos actuar es con miles y miles de personas que se han quedado sin trabajo y además, carecen de las herramientas para atravesar los cambios de manera ordenada”.
Este artículo forma parte de la revista 'Inteligencia Artificial. Riesgos, verdades y mentiras', exclusiva para socios y socias de elDiario.es.