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La guerra de los drones y las intenciones de los buitres

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La guerra entre Rusia y Ucrania me quedó lejos desde la primera bomba. Es como si pasara en otro mundo. Cualquier reflexión sobre el tema sería un balbuceo o un lugar común. Pero hay dos cosas que me conmueven terriblemente. Una son las fotos y los videos de cadáveres de civiles. Cuerpos desparramados, vestidos con ropas como la que vos y yo llevamos puestas ahora, ahora mismo, en este momento. Veo las fotos con ojo de perito, los detalles de cada video que encuentro. Parecen personas a las que han puesto en pausa y que cayeron, y como cayeron, quedaron: la mueca del susto, los ojos muy abiertos, las bocas como agujeros negros. 

La otra cosa que me conmovió, me conmovió en el sentido contrario. Se trata de un periodista estadounidense que se autogestionó un viaje a Ucrania. Para eso, lanzó una campaña en Twitter. Su idea era reunir un dinero que le permitiera hacer una cobertura por unos pocos meses. La guita la juntó, pero lo que pasó después es, por lo menos, raro.

Si hay foto hay video (y si la foto es un recorte, el video cuenta el cuento)

Las tropas rusas se retiraron de Bucha, un barrio ubicado en las afueras de Kiev, el miércoles pasado, 30 de marzo, luego de tres semanas de ocupación. El viernes 1° de abril, empezaron a circular imágenes de cuerpos tendidos a lo largo de ocho cuadras de una calle llamada Yablonska. Los cadáveres son de civiles, personas comunes, vecinos. O al menos no están uniformados. Digo: no son militares, aunque algunos medios y especialistas apunten que también podrían ser personas de la milicia ucraniana. 

El gobierno ruso se desentendió rápido: insinuó que los cuerpos habían sido plantados luego de que sus unidades se retiraran de Bucha. Bajo esa hipótesis, esos cadáveres fueron desparramados el 31 de marzo para ser descubiertos al día siguiente y que circularan en redes. Era, para Rusia, “otra provocación de los radicales ucranianos”.

El lunes, el New York Times, publicó un artículo en el que desmiente a Rusia con imágenes de videos y de satélites. De acuerdo a la investigación, esas personas fueron asesinadas mientras Rusia controlaba el barrio. Los cuerpos llevaban ahí en la calle, a la intemperie, por lo menos dos semanas. Hay muertos con las manos atadas con un trapo blanco. Muertos de un balazo en la nuca. Muertos tendidos al lado de sus bicicletas. 

Miro y vuelvo a mirar. Busco y sigo buscando. No es morbo, es no poder entender -aquí viene el balbuceo, el lugar común que venía esquivando- que en 2022 los asuntos de la geopolítica se arreglen a los tiros, a los tiros sucios. Y con impunidad, a sabiendas de que todo puede ser registrado. Que hay drones filmando escenas en calidad HD. Que esas imágenes ya no son solo fotos, un instante capturado, si no que cuentan el cuento entero. Por ejemplo, un ciclista va por la calle, mientras en la calle paralela se enfilan los tanques de guerra; de repente, al doblar en una esquina, el ciclista cae, fusilado, el fogonazo…

Y sino miren aquí, este hilo de Bellingcat, el colectivo de periodistas e investigadores que dio con las imágenes tomadas por un drone que muestran el recorrido y el momento exacto en el que un ciclista es asesinado. Bellingcat confirmó luego la ubicación del cuerpo y de la bici con otro video. Y sumó una tercera prueba que marca una fecha en la línea de tiempo. Nada más viejo que el Nuevo Periodismo.

El bebé y el buitre, el periodista… ¿buitre?

Desde que me absorbió -periodísticamente- el tema de los civiles asesinados, me vuelve y no deja de volver una foto muy conocida. La del bebé famélico, postrado sobre la tierra, todos los huesos al aire y un buitre detrás, al acecho. La tomó Kevin Carter en Sudán, en 1993. El New York Times publicó la imagen y Carter ganó un premio Pulitzer. El fotógrafo fue severamente criticado: cómo podía ser que eligiera tomar la foto en vez de ayudar al bebé. Un año después, en 1994, Carter se suicidó.

Ahora que la guerra -y la vida y la muerte- también se cubre en redes sociales, conozco la historia de Terrell Jermaine Starr, un periodista independiente que vive en New York. En febrero, Terrell anunció en Twitter que quería ir a Ucrania para hacer su propia cobertura de la guerra. Estaría allí el tiempo que durase el conflicto, por lo menos, dijo, “unos meses”. Como necesitaba plata para traslado, comida y alojamiento lanzó una campaña en Twitter, la red social que usa y en la acumula seguidores: casi 365 mil usuarios. Aspiraba a juntar 20 mil dólares, un dineral para pasar una temporada en Ucrania aún en guerra. Lo logró en muy poco tiempo. Entonces Terrell cambió su foto de perfil por otra en la que viste un chaleco antibalas con la inscripción “press”

Lo que sigue, que es real, voy a contarlo como si sucediera en tiempo real. Llega a Ucrania a fines de febrero, el 24. Todo lo va contando en Twitter, donde está su “audiencia”. Los días que siguen hace algunas salidas para canales de televisión de los Estados Unidos, pero nunca en exteriores, con lo cual la locación es imprecisa. Ah, sí, una vez desde adentro de un auto sin equipo de protección, sin casco, nada. El resto de su cobertura de la guerra, siempre en Twitter, son entrevistas en sitios no militarizados, reflexiones personales sobre el conflicto, y retweets de fotos y videos de medios tradicionales

Hasta que de repente, así, de una, Terrell avisa que deja Ucrania. Él, que iba a quedarse lo que durara la guerra: “a few months”. Saco cuentas: entre su llegada y su regreso pasó poco más de un mes. Muchos de sus seguidores en Twitter hacen el mismo cálculo: demasiada plata para tan pocos días.

Todo esto de Terrell me lo cuenta una colega y yo le digo que no, que es imposible, que como un periodista va a juntar esa guita para cubrir una guerra desde una habitación y con un teléfono y encima volverse a las semanas… Pero la colega tenía razón. Busqué a Terrell en Twitter, fui y vine en su cuenta, y sí, efectivamente: hay un tuit de despedida de Ucrania con fecha 1° de abril y hay un periodista que le pregunta si va a devolver la plata que pidió para la estadía en la zona de conflicto. Y hay un tuit de Terrell que dice que “no van a recuperar un centavo”. 

Como la de los muertos de Bucha, desparramados en la calle, no puedo dejar de mirar la foto de perfil de Terrell, con el chaleco y la estampa que dice press. No quiero decir lo que pienso, solo voy a decir que sospecho. Bueno, voy a decir lo que pienso: hay mucho chanta atrás del bienpensado “periodismo independiente”.

A todo esto, Kevin Carter, el fotógrafo que ganó el Pulitzer por la foto del bebé y el buitre en Sudán, no se mató -exclusivamente- por el aluvión de críticas que cuestionaban su humanidad. Me inquieta terriblemente la forma que el fotógrafo eligió para suicidarse. Condujo hasta Braamfontein Spruit, el arroyo para largo de Johannesburg, el lugar en el que se había criado. Con la camioneta en marcha, conectó el extremo de una manguera en el caño de escape. Luego caminó al arroyo, se colocó el otro extremo de la manguera en la boca y se sumergió. Tenía 33 años. Dejó una nota en la que explicaba que tenía demasiadas deudas y recuerdos de la muerte. 

A todo esto, bis. El bebé que había retratado estaba desnutrido, es obvio, pero no estaba abandonado. Y el buitre que lo acechaba no tenía intenciones, siquiera, de picotearlo. Carter y otros reporteros habían llegado a la zona en un vuelo de Naciones Unidas que llevaba comida a una tribu. Casi todos los fotógrafos del grupo tomaron fotos de niños solos dado que los adultos estaban ocupados recibiendo la comida. Los buitres, contaron dos fotógrafos españoles tiempo después, no se acercaban por los pequeños humanos convalecientes sino porque cerca de la zona que habitaba la tribu había un lugar donde se tiraba basura, el mismo lugar donde las personas defecaban. Hambruna es no tener qué comer pero tampoco dónde cagar. De eso no encontré fotos.

VDM

La guerra entre Rusia y Ucrania me quedó lejos desde la primera bomba. Es como si pasara en otro mundo. Cualquier reflexión sobre el tema sería un balbuceo o un lugar común. Pero hay dos cosas que me conmueven terriblemente. Una son las fotos y los videos de cadáveres de civiles. Cuerpos desparramados, vestidos con ropas como la que vos y yo llevamos puestas ahora, ahora mismo, en este momento. Veo las fotos con ojo de perito, los detalles de cada video que encuentro. Parecen personas a las que han puesto en pausa y que cayeron, y como cayeron, quedaron: la mueca del susto, los ojos muy abiertos, las bocas como agujeros negros. 

La otra cosa que me conmovió, me conmovió en el sentido contrario. Se trata de un periodista estadounidense que se autogestionó un viaje a Ucrania. Para eso, lanzó una campaña en Twitter. Su idea era reunir un dinero que le permitiera hacer una cobertura por unos pocos meses. La guita la juntó, pero lo que pasó después es, por lo menos, raro.