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Los hechos: de subjetividades y verdades

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El forense Osvaldo Raffo se suicidó el 17 de marzo de 2019. Un disparo en la cabeza, en una habitación de la planta alta de la casa en la que vivía, en San Andrés, partido de San Martín. Era domingo. Raffo dejó dos notas. Una era para quien lo cuidaba y decía: “Silvia no te asustes no subas sola Dios te guarde”. La palabra “sola” tenía un subrayado doble. La otra era para el Juez, llevaba hora -8.35- y decía: “No soporto más los dolores que me aquejan. No se culpe a nadie de mi muerte. Dios me perdone”. Raffo firmó ambas cartas y les imprimió su sello. Tenía 88 años. Fue el médico legista más importante de la historia de la Argentina. Aquí lo cuenta Rodolfo Palacios, periodista, que lo visitó durante seis meses en el año 2006.

Raffo escribió “La muerte violenta”. Es un libro-manual que se publicó en 1980 y sigue vigente. Un fragmento: “El lugar del hecho es un recinto sagrado. La simple movilización de un objeto de su lugar primitivo basta para llevar al investigador por el camino errado”. Antes de esa conclusión, Raffo avisa: “No se puede improvisar, prejuzgar ni adivinar. Hay que diagnosticar adaptando los razonamientos a los hechos (...). Hay en la levée du corps (tareas del levantamiento del cadáver) una trilogía inseparable: examinar el lugar, autopsiar el cuerpo, regresar al lugar. Sólo así podrá responderse al cuestionario clásico: ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?”. Dado que el “dónde” es la locación del hecho, Raffo, desde su campo de trabajo, nos indica a los periodistas cómo construir una cabeza informativa: puro dato duro.

Al lugar del hecho hay que ir y volver con la certeza de que el hecho que contaremos ya pasó y no se repetirá, o no al menos de la misma forma. El hecho en bruto, la noticia, es que alguien murió. Que fue tal día, a tal hora, en tal lugar, de tal manera y por tales motivos. Pero las circunstancias de esa muerte, por poner un ejemplo, son las que nunca sabremos. Podríamos suponer, sí. Pero “suponer”, para los periodistas, es el límite, la frontera que separa al hecho del imaginario. Nuestra tarea es reconstruir y como explica la exfiscal Viviana Fein en el documental Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía, trazar el camino hacia “la verdad” con los datos que vamos consiguiendo y no fijarse el objetivo primero para que los elementos que tenemos nos lleven a destino.

Entonces aquí llega Emmanuel Carrère a decirnos, entre otras cosas: “Verificar los hechos es importantísimo… Pero es difícil. ¿Dónde está el hecho en bruto? Porque los hechos también siguen una narrativa”En la misma entrevista y como respuesta a otra pregunta, Carrère dice: “Se trata de aceptar que no podemos ser objetivos, que esa objetividad no existe, y no podemos pretender decir que no estábamos allí”. Que no existe la objetividad periodística es una discusión, por fin, saldada. Incluso en lo que no se cuenta, en el dato que no se remarca, aparecemos.

“Ni plata ni mierda” es un capítulo de Periodismo Instrucciones de Uso (Prometeo Libros, 2020). Lo firma Reynaldo Sietecase y bajo el subtítulo De qué hablamos cuando hablamos de verdad, un fragmento dice: “La idea de verdad en el periodismo remite a un significado simple: la coincidencia directa entre lo que se afirma -en un artículo, crónica o comentario de opinión- y los hechos a los que se remite. En definitiva: algo es verdadero cuando tiene correlación directa con los sucesos narrados. La tarea esencial del periodista es reflejar fielmente, desde su perspectiva o mirada, los hechos que relata y, en lo posible, hacerlo de manera atractiva”. 

Suena sencillo. Es dificilísimo. Hacer un texto entretenido, puede aprenderse. Pero escindirse de ese “yo” que escribe es imposible. De mandar a cuatro periodistas a cubrir el mismo incidente vial, todos lograrían un texto diferente. No por los datos, que deberían coincidir, sino por el punto de vista. Por eso, también, las notas no tienen dueño. La subjetividad no sólo está determinada por intereses o ideología del periodista. También por sus valores, recursos económicos, nivel de estudios e inquietudes varias. Por encima de todo eso, la subjetividad está determinada por su experiencia de vida. La subjetividad, en este oficio, es una aliada tramposa.

Buen narrador es Ismael, la voz de Moby Dick, novela escrita por Herman Melville. Ismael cuenta con ojos nuevos un territorio que conoce. Lo sorprende el mar a pesar de tanto viaje en barco y ninguna experiencia en la caza de ballenas. Aunque su historia personal lo atraviese una y otra vez, Ismael mira sin juzgar.

“Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo” es el título de un ensayo, digamos, de Ryszard Kapuscinski. El título es, además, una de las frases más celebradas y recicladas y dedicadas entre periodistas. Aquí es cuando ofrezco disculpas, como si a alguien le importara: en estos años, que siguen siendo pocos en periodismo, he conocido personas nefastas que resultaron grandes periodistas. Y personas muy buenas que “no sirven para este oficio”.

Un pasillo angosto separaba mi escritorio del de la periodista Belén Etchenique, con quien compartí redacción en Clarín. Cuando el razonamiento no alcanza y los conceptos desbordan me aferro a ese papelito que ella tiene pegado al lado del monitor: “Don’t judge it. Just write it. Don’t judge it. It’s not for you to judge it”. Es de Philip Roth. Traducido: “No juzgues. Sólo escribilo. No juzgues. No te corresponde juzgar”.

PD: La primera versión de esta entrega fue escrita en la noche del lunes 10 de enero con un conexión a Internet deficiente provista por la empresa Personal Flow, antes llamada Cablevisión-Fibertel. La última factura fue de 6.241 pesos: incluye un descuento en condición de “promo”. La versión intermedia de esta entrega fue escrita ayer al mediodía en medio de otra intermitencia en la conexión a Internet. Por supuesto, el servicio técnico que se había comprometido a revisar la semana pasada “un desperfecto dentro de mi hogar” nunca vino. No me recomienden Telecentro. Me di de baja con saldo a favor y los mercenarios siguen persiguiéndome por una “deuda”, pero en Cobranzas me preguntan por qué “me altero”. 

La ante-versión final de este texto fue escrita anoche después de un corte de electricidad que duró más de cinco horas. Estoy a un paso de Legales con Edesur, la empresa que provee el servicio eléctrico en mi barrio, La Paternal, porque las últimas tres facturas vinieron con una cifra imposible para mi nivel de consumo. Igual pagué. Y no diré cuánto porque me avergüenza. Aunque reconocen un “salto en el consumo”, mi medidor está “óptimo”. De acuerdo a la consultora Economía y Energía, dirigida por Nicolás Arceo, el año pasado y en concepto de subsidios, el sector energético recibió 10.910 millones de dólares, un 2,4% del PIB. Un 75% más que en 2020 y un 130% más que en 2019.

La versión final de esta entrega fue programada pasando datos desde mi celular a la computadora porque… ¡Claro! ¡Se cayó Internet! La paradoja: si llamaba a Personal Flow para reclamar por el servicio, perdía la carga de batería que había logrado acumular antes del próximo corte de Edesur.

Es 2022, tercer año de pandemia.

Es enero, surfeamos una ola de calor histórica. Soy periodista.

Una vez más caigo en la ilusión tonta de atender un vivero.

VDM

El forense Osvaldo Raffo se suicidó el 17 de marzo de 2019. Un disparo en la cabeza, en una habitación de la planta alta de la casa en la que vivía, en San Andrés, partido de San Martín. Era domingo. Raffo dejó dos notas. Una era para quien lo cuidaba y decía: “Silvia no te asustes no subas sola Dios te guarde”. La palabra “sola” tenía un subrayado doble. La otra era para el Juez, llevaba hora -8.35- y decía: “No soporto más los dolores que me aquejan. No se culpe a nadie de mi muerte. Dios me perdone”. Raffo firmó ambas cartas y les imprimió su sello. Tenía 88 años. Fue el médico legista más importante de la historia de la Argentina. Aquí lo cuenta Rodolfo Palacios, periodista, que lo visitó durante seis meses en el año 2006.

Raffo escribió “La muerte violenta”. Es un libro-manual que se publicó en 1980 y sigue vigente. Un fragmento: “El lugar del hecho es un recinto sagrado. La simple movilización de un objeto de su lugar primitivo basta para llevar al investigador por el camino errado”. Antes de esa conclusión, Raffo avisa: “No se puede improvisar, prejuzgar ni adivinar. Hay que diagnosticar adaptando los razonamientos a los hechos (...). Hay en la levée du corps (tareas del levantamiento del cadáver) una trilogía inseparable: examinar el lugar, autopsiar el cuerpo, regresar al lugar. Sólo así podrá responderse al cuestionario clásico: ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?”. Dado que el “dónde” es la locación del hecho, Raffo, desde su campo de trabajo, nos indica a los periodistas cómo construir una cabeza informativa: puro dato duro.