Hace pocas semanas, Tamara Tenenbaum escribió en esta misma URL sobre las nuevas etiquetas del comportamiento. Se basó en la publicación de una guía exhaustiva –irreverente, graciosa, afilada, concheta y ridícula en partes iguales– que sacó The Cut, dentro de la New York Mag, sobre cómo adaptar la amabilidad y la diplomacia a esta época (y a ciertos contextos urbanos de clase media alta). La guía tiene un apartado dedicado exclusivamente a las reglas de etiqueta de la maternidad/paternidad.
Eso no me sorprende. De un tiempo a esta parte ser padre o madre se convirtió en un campo desagregado en tips, bullet points, permitidos, prohibidos, mandatos, nuevos comportamientos vergonzantes y otros que generan un inusitado sentimiento de superioridad por parte de quienes lo ejercen. Mi generación –y creo que no tanto otras– están muy atravesadas por reglas implícitas de una crianza asesorada, entre otras cosas, por un montón de pediatras –u otros oficios aledaños– que prefieren en lugar de atender horas por la miseria que les paga la prepaga invertir tiempo en Instagram, dar consejos y, muchas veces –no siempre– pasar a atender a pocos niños por más dinero. Están en su derecho, obvio. Incluso hay toda una línea de maternidad “basada en evidencia”. Ese es otro fenómeno que me apasiona (y que alguna vez traté acá): como para todo hay un paper y como todos los que leemos podemos acceder a una infinidad de ellos, cualquier decisión que tomamos puede estar respaldada por alguna “evidencia” (sea lo que sea la evidencia). Hay algunos best-sellers, sitios web y unas cuantas cuentas de redes sociales que van por ese lado. Empieza en el embarazo. Me acuerdo de cuando una amiga me comentó la existencia del libro Expecting Better: Why the Conventional Pregnancy Wisdom is Wrong–and What You Really Need to Know (se traduce como Esperando mejor: por qué el saber convencional sobre el embarazo está errado y que es lo que vos REALMENTE tenés que saber – el destacado es mío). Su autora, Emily Oster, economista y profesora en una universidad de renombre de Massachusetts, tiene en su haber otros best-sellers agrupados en la serie The Data Parents que recorren la crianza de los primeros años desde una perspectiva data driven.
Que no se me malinterprete: nuestra especie avanza gracias al conocimiento científico y hoy se curan enfermedades por las que antes morían bebés y niños con un liquidito con sabor a banana; nos sorprende ver a la protagonista de Mad Men fumando embarazada o a su obstetra hacerlo delante suyo y agradezco que ahora se conozca más sobre el daño que el cigarrillo potencialmente causa; algunos de los puntos de Oster están buenos y soy, por ejemplo, habitué de e-lactancia.org, una base de datos que advierte qué medicamentos son compatibles con la lactancia y cuáles pueden ocasionarse un daño al bebé. Tampoco desmerezco todo lo que el acceso a la información tan sencillo y masificado ha ayudado a padres y madres de todos los extractos socioeconómicos en cuestiones sencillas que antes eran restringidas a una elite. Pero la idea y el ideal de que todas las preguntas vinculadas a la crianza tienen una respuesta concreta parece más bien patrocinada por Google y menos algo realista para la difícil, dilemática y, sobre todo, personalísima tarea de criar personas más o menos dignamente.
La guía de la etiqueta es muy práctica práctica: tiene que ver más bien con qué hacer y qué no hacer con los hijos de los demás y con los otros en relación con este tema. Cómo tratarnos entre nosotros, cómo entablar una conversación más o menos amable sobre estos temas o, como dice Tamara, cómo “tratar bien a una persona sin necesidad de tener demasiada información sobre lo que esa persona entiende por ”tratar bien“ y sin poder suponer —como se puede suponer en una comunidad religiosa muy cerrada, pongamos— que ese desconocido y yo compartimos demasiados valores sustantivos”.
Por eso, entre las recomendaciones de The New York Mag, se incluye:
–Podés aleccionar a los hijos de tus amigos pero no de extraños (cuenta para las plazas y situaciones en las que uno se tienta con levantar el dedito).
–Elegí selectivamente con quién presumir de la genialidad de tu hijo. (No podría estar más de acuerdo.)
–Sé muy explícito sobre la salud de tu hijo si se va a juntar a jugar con otros. (Acá me detengo: ¿es una manía que quedó del Covid eso de tener que estar dando detalles sanitarios con tono culposo para secretamente pasarles a otros la responsabilidad de decidir si quieren juntarse con tu hijo o no y quedar ellos como los desagradables que cancelan un plan? Me opongo: uno debería recuperar el criterio propio y juzgar si su hijo está sano o no como para hacerlo. Además, existen dos conceptos fascinantes llamados alta médica y evicción escolar si tenés algunas dudas).
Automáticamente empecé a sumar otras reglas de amabilidad y diplomacia en el mundo de las madres y los padres. Estoy dispuesta a discutirlas y también a agregar otras:
–No des por sentado que todas las mujeres madres de bebés los amamantan.
La lactancia materna es genial y buenísima pero no todas pueden ni quieren ni deciden hacerlo, y este nuevo consenso implícito que vincula la lactancia materna con la entrega, el amor y la superioridad moral (¡y sanitaria!¡e intelectual!) de las díadas que se conectan por medio de una teta es absurdo y puede lastimar a las personas que te escuchan. Si no conocés demasiado a tu interlocutora, mejor no hacer asunciones en ese sentido.
–¿A tu hija le encanta el brócoli, el pescado y ella solita elige agua mineral cuando en un cumpleaños le ofrecen jugo? Bien por ella, pero no estés alardeando: debe ser una casualidad.
No sé si es que les falta neurosis o qué, pero envidio a los padres que creen que lo que hacen sus hijos es consecuencia directa de sus decisiones de crianza. Será porque a mi pocas cosas me han salido exactamente como quise. En general cuando quise programar a mis hijos, el resultado distó bastante de mis objetivos. Así que, vamos, humildad ante todo. No todo es gracias (¡ni por culpa!) de nosotros.
–Si si ya te vimos Dieguito, estás en el chat de mamis. No te mereces un aplauso.
Celebro el derivado del varón deconstruido que es el padre hiperpresente. Pero su apología me parece una paradoja. Y esta también va para algunos colegios que aplican distinta vara al venerar al papá que, no van a poder creer, ¡aparece en una reunión de padres!
–El hecho de que tenga hijos no significa que siempre quiera hablar de ellos.
Recuerdo un iluminado ensayo de I Acevedo sobre, entre otras cosas, cómo el entorno imprime sobre nosotras el deber de maternar incluso cuando no estamos con nuestra descendencia (o justamente porque no estamos con nuestra descendencia): “Siento rabia cuando, por ejemplo, en una fiesta mis propias amigas me preguntan por mi hijx. ”¿Y Gregorio?“. Son las tres de la mañana y estoy prácticamente en pedo. La bronca no me deja articular una frase que es por demás obvia: ”Está con su papá“. Y al decirlo, siento ganas de aclarar, sarcásticamente, que no lx dejé abandonadx en la casa ni en el guardarropas del boliche. Debería hacerme una remera que diga que mi hijx está a salvo mientras me divierto, porque dudo que deje de recibir esta pregunta cada vez que alguien me vea bailando con un vaso de cerveza en la mano.” Vamos con esa remera.
–Si querés que tu hija tenga la vida de una ejecutiva superactiva está buenísimo, pero no te muevas por la vida pensando que eso te hace mejor padre/madre.
No sé si siempre fue así pero observo cierta aversión a que los niños estén en sus casas sin hacer nada. Puedo entender que hay preocupación en relación al tiempo de consumo de pantallas, pero resolverla con una carísima voracidad en actividades extracurriculares es solo una opción entre otras. Confieso que he caído, pero la alarma de mi billetera y el tiempo que me llevaba el servicio de delivery para mi criatura me hizo desistir. En cualquier caso, todos hacemos lo que podemos. Si tu nena aprende mandarín que por favor le enseñe al mío en los recreos.
–“No te avisé porque pensé que no ibas a poder por los nenes” no es una excusa válida: no me invitaste y listo.
Mis hijos no, pero yo soy mayor de edad y puedo declarar en perfecto estado de conciencia si quiero y puedo ir a tu evento. La próxima por favor no decidas por mí.
–Tratá de que tu hijo no falte a los cumpleaños de otros niños si podés no hacerlo.
Sí, Pablito tiene judo o danza, o justo está la tía de Neuquén que viene cuatro veces por año. Los cumpleaños de los niños y niñas les generan una ilusión enorme y está bueno tenerlo en cuenta antes de tomar decisiones livianas que pueden tener consecuencias tristes. Sí, no es grave, se van a recuperar, pero tu tía de Neuquén también.
–Si la mochila no es de Bruno por favor no contesten en el chat.
no.
no.
no.
NS/MG
Hace pocas semanas, Tamara Tenenbaum escribió en esta misma URL sobre las nuevas etiquetas del comportamiento. Se basó en la publicación de una guía exhaustiva –irreverente, graciosa, afilada, concheta y ridícula en partes iguales– que sacó The Cut, dentro de la New York Mag, sobre cómo adaptar la amabilidad y la diplomacia a esta época (y a ciertos contextos urbanos de clase media alta). La guía tiene un apartado dedicado exclusivamente a las reglas de etiqueta de la maternidad/paternidad.
Eso no me sorprende. De un tiempo a esta parte ser padre o madre se convirtió en un campo desagregado en tips, bullet points, permitidos, prohibidos, mandatos, nuevos comportamientos vergonzantes y otros que generan un inusitado sentimiento de superioridad por parte de quienes lo ejercen. Mi generación –y creo que no tanto otras– están muy atravesadas por reglas implícitas de una crianza asesorada, entre otras cosas, por un montón de pediatras –u otros oficios aledaños– que prefieren en lugar de atender horas por la miseria que les paga la prepaga invertir tiempo en Instagram, dar consejos y, muchas veces –no siempre– pasar a atender a pocos niños por más dinero. Están en su derecho, obvio. Incluso hay toda una línea de maternidad “basada en evidencia”. Ese es otro fenómeno que me apasiona (y que alguna vez traté acá): como para todo hay un paper y como todos los que leemos podemos acceder a una infinidad de ellos, cualquier decisión que tomamos puede estar respaldada por alguna “evidencia” (sea lo que sea la evidencia). Hay algunos best-sellers, sitios web y unas cuantas cuentas de redes sociales que van por ese lado. Empieza en el embarazo. Me acuerdo de cuando una amiga me comentó la existencia del libro Expecting Better: Why the Conventional Pregnancy Wisdom is Wrong–and What You Really Need to Know (se traduce como Esperando mejor: por qué el saber convencional sobre el embarazo está errado y que es lo que vos REALMENTE tenés que saber – el destacado es mío). Su autora, Emily Oster, economista y profesora en una universidad de renombre de Massachusetts, tiene en su haber otros best-sellers agrupados en la serie The Data Parents que recorren la crianza de los primeros años desde una perspectiva data driven.