Argentina tiene por delante un año electoral. A la escena ya habitual de fracturas y grietas partidarias, habrá que sumarle campañas políticas en los medios de comunicación tradicionales y en las redes sociales. El clima de época demanda el compromiso de dirigentes y representantes para robustecer la discusión pública en los espacios digitales, aquel terreno donde proliferan fácilmente las noticias falsas, la desinformación y las acusaciones radicales. En una lógica marcada por las decisiones unilaterales de los dueños de las plataformas, como las que Elon Musk convierte en noticia global con los cambios que implementa en el funcionamiento de Twitter, la calidad de la información y la convivencia democrática deberían ser garantías para que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a saber y tomar decisiones con mayor libertad. Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales y profesora e investigadora en temas de comunicación pública y periodismo, conversó con elDiarioAR sobre los desafíos para hacer que la libertad de expresión y el diálogo virtuoso sean la norma.
Teniendo en cuenta el contexto electoral en Argentina, ¿qué garantías creés que debería haber para que se desarrolle una convivencia democrática en las plataformas digitales?
Vengo estudiando mucho este fenómeno y mi diagnóstico es que la agresividad no está en las plataformas, la agresividad viene de la política. Creo que más que poner el foco en las reglas de las plataformas, que funcionan óptimamente para el 90% de los usuarios que estamos ahí compartiendo Tiktok, divirtiéndonos o alentando a la Selección, hay que pensar en un pacto de no agresión. Pero no por una cuestión de moralidad o de buena gente, no estoy pensando en un pacto de Ética, sino porque lo que han mostrado las campañas recientes es que cuanto más gozosas, cuanto más divertidas son, hay más participación. La agresividad y la hostilidad es refractaria, no atrae gente, no atrae voluntades, por lo cual es contraproducente para cualquier campaña elegir este camino. A veces lo que ocurre es que muchos equipos de campaña o ciertos núcleos militantes creen que el barrabravismo funciona y lo cierto es que no funciona en las redes. Yo creo que lo que hemos aprendido en estos tiempos es que cualquier intervención en la plataforma no deja de ser artificiosa. La plataforma filtra ciertas palabras pero no lográs un cambio de comportamiento, que es lo que necesitás para tener elecciones más transparentes y que entusiasme más a la gente.
Hay que pensar en un pacto de no agresión. No por una cuestión de moralidad o de buena gente, lo que han mostrado las campañas recientes es que cuanto más gozosas, cuanto más divertidas son, hay más participación. La agresividad es refractaria.
¿Creés que los discursos violentos y agresivos no deberían moderarse o regularse, sino que se debería estudiar cuál es su causa social?
Creo que lo que hay que hacer es primero detectarlos, reconocer que hay una sociedad que está generando esos discursos. Cuando obturás esos discursos, más en una campaña, perdés el diagnóstico. Lo que te sirve es decir: esto existe, la sociedad es esto, cómo actuamos. Eso te permite tomar decisiones, muchas son discursivas y en los espacios donde se dan los discursos. Y esta sí es una posición mía clásica, ya hace bastante vengo defendiéndola, que los problemas que expresan las redes sociales, los contenidos en la televisión, no son problemas de los medios, son problemas de la sociedad que expresan los medios. Cuando de alguna manera regulás ese canal de expresión, no hacés la modificación de la conducta social que lo provoca, hacés una solución para la expresión del problema, pero no para el problema.
Regular esas conductas implicaría procesos a largo plazo
A larguísimo plazo. El problema es que si son procesos a largo plazo pero solo trabajás en las posiciones cosméticas, vas generando un círculo vicioso porque tenés cada vez menos diagnóstico, soluciones más cosméticas, y cada vez ponés más tu problema donde no lo hay. Entonces lo que es un proceso largo, lo hacés larguísimo, porque nunca llegás a asumir cuál es el verdadero problema.
Un grupo humano que trabaja con valores, automáticamente genera un cambio. Lo que nosotros vimos en los discursos de la Selección, en las declaraciones que hicieron, en la actitud del director técnico, no vino de un manual de estilo de la Selección.
¿Considerás que el foco debería estar únicamente en estos procesos a largo plazo para abordar la problemática?
Creo que el Mundial nos dio el ejemplo perfecto. Un grupo humano que trabaja con valores y con actitudes y que se expresa adecuadamente, automáticamente genera un cambio. Lo que nosotros vimos en los discursos de la Selección, en las declaraciones que hicieron, en la actitud del director técnico, no vino de un manual de estilo de la Selección. Representa un espíritu de esa Selección. ¿Qué pasaría si ese pacto lo hacés entre los candidatos? Un pacto de no agresión, de respeto, de no insultos. Parece medio de Gandhi pero eso sí va a ser mucho más inmediato que pedirle a Elon Musk que te baje la perilla de Twitter cuando te insultan. Esa es la solución más tonta que hay. No le cambia la actitud al odiador, la dejará de hacer en Twitter. Esta cosa de decir “de dónde salió todo esto”, también tiene que ver con que somos especialistas en obturar diagnósticos. No nos gusta el diagnóstico entonces lo disimulamos, lo maquillamos, incluso para el propio político que le dicen “está todo fenómeno, la gente te ama”, y después no te votan.
¿La polarización de los contenidos que se comparten no sería entonces una estrategia política redituable en términos de imagen o de participación para los partidos políticos?
En redes es la peor. Las figuras polarizadas son las menos propicias a ser compartidas porque sabés que en tu propia red te puede generar comentarios y críticas, incluso de tus conocidos. Lo que necesita la política en campañas es que compartas, que es lo que Henry Jenkins llama spreadable content, que es el contenido, no viral porque un virus no se lo quiere pegar nadie, sino que es el contenido como el meme, que tenés ganas de mandarlo, o el sticker que te mandaron de Messi, estás esperando que alguien te escriba para mandárselo. Eso es lo virtuoso de la comunicación en red. Y los núcleos hostiles no lo consiguen.
Solés mencionar que hay que tomar el parámetro de comportarse en las redes como te comportarías en la sociedad, ¿creés que las redes permiten hablarle a un público masivo desde un lugar resguardado porque no estás exponiéndote directamente?
No estoy muy de acuerdo con ese principio porque soy una persona muy activa en redes y la verdad es que si me quedara en mi casa o en mi aula estaría mucho menos expuesta. Las redes me exponen mucho más. Incluso los que lo hacen desde una máscara, desde una cuenta, que considero que también es válido porque toda la vida la gente pudo tener un seudónimo, un alter ego para decir lo que piensa. También te exponés a que te cierren la cuenta, a no tener seguidores, a que cuando pongas una discusión tan agresiva nadie quiera participar en ella. Es cierto que evitás que te den un palo por la cabeza, pero a veces son mucho más dolorosos esos insultos que leés en Twitter. Yo nunca tuve una discusión o un insulto en la calle como los que a veces recibís en Twitter y duele muchísimo y te molesta. Yo no puedo hacer un paper porque una vez un energúmeno me agredió. Lo que tengo que pensar es, bueno, ¿cuántos de los comentarios que recibí en el día son de este tono, es uno solo? Lo tengo que silenciar y pasar a lo siguiente, a mí me parece que hay muchos especialistas muy obsesionados con el desvío, que no es la regla.
JLC/MG