No hay ninguna novedad en el discurso de Guillermo Saccomano. Todo estaba siendo dicho, desde hace tiempo, por escritores y escritoras en notas, foros, pasillos y cafés. Entonces, si no hubo nada nuevo, ¿por qué la sorpresa?, ¿por qué el escándalo?. La diferencia está en que reunió y disparó todas las críticas y opiniones como una ráfaga, una detrás de otra, sin respiro, desde el principal escenario público del libro en el país. Frente a Saccomano se encontraban sentados muy cómodos y en modo celebración después de dos años sin feria, los representantes de todas las organizaciones sectoriales y los funcionarios más importantes de la Nación y la Ciudad de Buenos Aires ligados al libro. Los únicos que escaparon al fuego de Saccomano, y que de hecho lo festejaron, fueron sus compatriotas de la república de las letras.
Algunas voces señalaron que no se lo invitó a hablar de política, que debería haber hablado desde su arte. Un argumento conservador compartido por más de uno que imagina o prefiere imaginar al arte como un hecho etéreo, trascendente, que no debe ensuciarse con el barro de la realidad. Un argumento que no solo desconoce, o decide desconocer, la larga e intensa historia que enlaza a la literatura con el compromiso político, sino que además decide caprichosamente quiénes son los habilitados para dar un discurso político y quiénes no durante la apertura de la feria. ¿O acaso el resto de los que tomaron el micrófono no dieron discursos políticos?: el presidente de la Fundación El Libro, el ministro de cultura de la Ciudad de Buenos Aires, el ministro de cultura de la Nación, y la representante de la Habana, la ciudad invitada de honor. Y cómo no hacerlo, si no hay otro escenario como ese en la vida cultural argentina para hacer demandas públicas, hacer balances de gestión y presentar los planes por venir. En qué otro espacio se reúnen tantos periodistas culturales, tantas radios y canales de televisión, en qué otro lugar se congregan tantos actores importantes de un mismo ámbito cultural. No hace falta irse muy lejos en el tiempo para recordar los abucheos y silbidos del público a los funcionarios municipales y nacionales. Y si eso no basta, repasemos las palabras de Claudia Piñeiro y Rita Segato en las ediciones pasadas, que aprovecharon el escenario para sentar sus posiciones.
Ahora, que los puntos de vista de Saccomano vengan siendo señalados y repetidos desde hace tiempo no significa que todos sean igual de sólidos. Voy a detenerme en lo que pareciera ser el núcleo de su malestar y el que más incomodó al sector. “Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol. En todo caso, es representativa de una manera de entender la cultura como comercio en la que el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar.”, dijo.
Vamos por partes. Afirmar que “es una feria de la industria, no de la cultura” implica postular una escisión semejante a la que busca separar literatura de política. Hablar de libros es hablar, al mismo tiempo, de cultura y comercio. Se trata de dos caras de un mismo fenómeno que viven en tensión, pero que no son excluyentes. Así como hay editoriales, escritores, librerías y ferias que priorizan la rentabilidad por sobre la calidad literaria e intelectual de sus propuestas, hay editoriales, escritores, librerías y ferias que optan por lo opuesto. En ninguno de los dos casos se puede decir que la dimensión cultural o la económica estén ausentes. A través de la edición, es decir, de la selección y conversión de un texto en un libro y de su comercialización en librerías, el mercado ejerce todo su peso sobre la literatura y el ensayo. Si hay libro, hay cultura y comercio. Pero más allá de la discusión conceptual, negarle el carácter cultural a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires por la razón señalada desmerece todo lo que allí sucede, la multiplicidad de eventos y encuentros que tienen lugar en las semanas que dura. De hecho, su programa cultural y su masividad la convierten en un fenómeno bastante único en el arco de ferias internacionales. En vez de impugnar a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en su conjunto, como un puro acto mercantil, hubiera sido más interesante y útil, aunque ciertamente menos efectista, indicar y explicar en qué sentidos es o ha devenido un evento más comercial, en qué sentidos ha perdido densidad cultural.
“...el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar.” La cuestión del diez por ciento del valor de tapa, que ya había apuntado Claudia Piñeiro un par de años atrás en su discurso inaugural, resume el problema del reconocimiento material del trabajo del escritor, y, en el fondo, del reconocimiento de la escritura como un trabajo equiparable a otros. Si bien el planteo de esta última cuestión se remonta a, por lo menos, mediados del siglo XIX, en los últimos años ambos temas cobraron un nuevo vigor gracias a, entre otros, las intervenciones de la Unión de Escritoras y Escritores. ¿Se puede discutir el porcentaje? Sí, por supuesto, no es una cifra sagrada. Lo que resulta inconducente es presentar el porcentaje como parte de una batalla entre empresarios inescrupulosos y víctimas que entregan su sangre. Lo mismo que la generalización. Mientras que algunas editoriales, por sus dimensiones y presencia en el mercado, podrían incrementar el porcentaje destinado a los escritores sin mayores sobresaltos, muchas otras, la mayoría, invierten y arriesgan buena parte de su capital en cada título. Si el libro se vende, el autor gana y la editorial empieza a recuperar lo invertido y, luego de un plazo, comienza a ganar. Si el libro no se vende, o vende por debajo de las expectativas, la editorial no recupera lo que ya pagó a la imprenta, lo que gastó en servicios, impuestos, empleados, contrataciones, depósito, etc. La conformación del precio de venta al público de un libro es un proceso complejo que exige un cálculo muy preciso, sobre todo en un contexto inflacionario como el que vivimos, si se quiere sobrevivir como editorial. (Para más información sobre este tema recomiendo la reciente nota de Daniel Gigena al respecto https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-precio-de-un-libro-quien-se-queda-con-que-parte-nid26042022/ )
El último punto es un pequeño acto de reparación. Sabemos que faltan políticas públicas que contribuyan al fortalecimiento del libro y la lectura. Saccomano apuntó a esto con su sarcasmo sobre la primera dama y la lectura de cuentos en la playa. Se puede decir muchísimo al respecto. Pero cuando en efecto hay políticas, como el Plan Nacional de Lecturas o CONABIP, cuyos fondos hoy están en riesgo, es preciso ponerlas de relieve y valorarlas. Hay equipos muy valiosos que con un compromiso envidiable sostienen estos proyectos contra toda adversidad.
En última instancia, el discurso de Saccomano y las reacciones que despertó revelan al menos dos cosas. Primero, el malestar creciente de buena parte de los y las escritoras acerca de sus condiciones laborales. Segundo, las enormes dificultades de comunicación que tiene el mundo del libro hacia su interior. La desconfianza que tiende a prevalecer en las relaciones entre escritores y editores, entre libreros y distribuidores, entre traductores y editoriales, impiden el conocimiento mutuo, la puesta en común y la búsqueda de soluciones compartidas. Las mejores condiciones laborales para los escritores, pero también para editores, diseñadores, traductores, libreros, etc., dependen menos de porcentajes que del crecimiento del número y la calidad de los lectores, de la ampliación del mercado en zonas del país con pocas o ninguna librería, de la recuperación de mercados externos, y de más traducciones de libros de autores argentinos en el exterior. Y para todo eso, es necesario, primero, superar las prevenciones y suspicacias que limitan las acciones comunes y el despliegue de políticas de largo plazo.
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