Jonás Trueba ha pasado de una película inabarcable de más de tres horas, y en la que ofrecía un retrato poliédrico y desbordante de la adolescencia, a una historia de 60 minutos que hace de la sencillez y de la limpieza de elementos su mejor arma. Lo que se nota en ambas es que son películas que le salen de dentro, de un momento vital y de un estado de ánimo. Si Quien lo impide terminaba con sus protagonistas preguntándose qué iba a ser de ellos con una pandemia que acababa de llegar, las dos parejas de Tenéis que venir a verla —que llega este viernes a los cines— se enfrentan a las dudas de su generación bajo un estado de ánimo postpandémico y melancólico.
Un filme que, despojado de su esencia narrativa, se acerca a veces a un ensayo cinematográfico donde cabe la música de Chano Domínguez, la poesía y hasta una reflexión sobre si el arte puede captar la realidad. Una miniatura hermosa con la que Jonás Trueba demuestra que es un cineasta a contracorriente en una industria donde todos quieren el mayor contrato con una plataforma. Mientras, él sigue rodando con su equipo de toda la vida y sus actores cómplices como una forma revolucionaria y contracultural.
Con Quién lo impide decía que ni siquiera tenía claro si estaba haciendo una película según la rodaban. No sé si en este caso era más consciente o también nace de la intuición y de jugar.
Son completamente opuestas. A muchos niveles. Y también para mí, a nivel emocional. Pero sí, son dos películas muy intuitivas y las dos un poco envueltas en la duda, pero con un deseo muy fuerte. Aquí la película nace desde el deseo de rodar. Rodar de una forma muy concentrada y muy concreta, reuniendo al equipo otra vez. Un equipo de siempre, con los actores habituales que están en plena pandemia y con la incertidumbre de ver si realmente era tan fácil poder volver a juntarse y rodar. Una duda que se ha despejado, pero que hasta hace poco estábamos con muchas incertidumbres en el mundo entero, tanto vitales como con respecto al cine. Quería hacer una película muy concreta y muy, muy breve.
De alguna forma Quién lo impide también estaba atravesada por la pandemia, había una reflexión sobre cómo les iba a afectar. Aquí también hay una duda sobre si la vida después de la pandemia va a poder ser igual. No sé si es algo que le rondaba mucho en la cabeza.
Sí, claro. En Quién lo impide la pandemia viene a cerrar la película. Digamos que acababa con pandemia, pero nunca hubiera pensado en ella desde un punto de vista pandémico. Y, sin embargo, en la nueva la pandemia está desde el primer momento. Esa sensación que nos había dejado la pandemia de extrañeza. Yo creo que la película arranca con una tristeza que estaba metida en el cuerpo de los actores, en el mío, en el del equipo y en el de todo el mundo. La pandemia nos ha hecho hacernos muchas preguntas que se han debatido en los medios y en las conversaciones familiares. Dudas sobre cómo estamos en el mundo, cómo nos comportamos. Muchas de esas preguntas se están borrando, nos estamos olvidando de lo que pensábamos todo el rato hace dos años.
¿Las relaciones personales se han quedado afectadas por la pandemia? Parece que tenemos menos aguante.
Sí. A mí es algo que me pasaba ya antes, pero la pandemia lo redondeó. Quizá por la edad, por ya estar en los 40, notas que a veces te vas distanciando de amigos y los pierdes de vista. Cada persona toma sus decisiones vitales y unos tienen hijos, otros no, unos se van, otros vienen. La pandemia terminó de apuntalar ese extrañamiento y ha consolidado muchas cosas. Pasa igual si hablamos de cine, que antes había un problema con el cine en general, con las salas o alguna que otra crisis, pero la pandemia lo ha recrudecido. Es decir, no creo que la pandemia haya traído algo exactamente nuevo, sino que ha venido a confirmar dudas, sensaciones o malestares que yo creo que estaban antes.
Vivas donde vivas, en una ciudad o en un pueblo, siempre hay un momento vital de cuestionamiento de por qué estoy y donde estoy
Sin embargo, las dudas generacionales, o al menos de su generación, siguen siendo las mismas. Dónde vivo, dónde puedo vivir, si me tengo que ir fuera… aunque esté la pandemia y haya una melancolía, esas dudas siguen siendo las mismas.
Sí. Es una película que habla sobre dónde nos sentimos vivir. La pandemia es un elemento más que queda ahí, en el aire, como algo que ha pasado y deja una especie de marca o cicatriz. Al acabarla, me he dado cuenta de que es una película sobre la escucha, sobre cómo nos escuchamos. Hay una premisa en ella que podría ser la dicotomía entre vivir en el centro o en las afueras, pero para mí es una falsa premisa. En realidad, eso me da igual. Yo creo que vivas donde vivas, en una ciudad o en otra, en un pueblo o en una ciudad pequeña, en un país o en otro, en el fondo siempre hay un momento vital de cuestionamiento de por qué estoy donde estoy, o si donde estoy es donde realmente quiero estar. No es sobre la crisis de identidad, es sobre una crisis que te hace preguntarte dónde te sientes bien, y a veces eso no es evidente.
Su película parece que juega a los clichés.
Totalmente. Yo quería hacer una película muy vaciada, con muy poquitos elementos, que pudiera rodar en pocos días y casi sin argumento narrativo. Quería que, en realidad, se sujetara más sobre un estado de ánimo. Que recogiera una especie de estremecimiento o escalofrío que a veces tenemos. Se te puede producir andando en un paseo con amigos, o un día en un café mientras miras por la ventana y de pronto hay algo que te hace temblar por un segundo. Yo que sé. Como una especie de temblor existencial. ¿Cómo se llega eso? Pues a veces de una manera muy tonta y muy boba.
En las conversaciones que tienen los personajes van surgiendo muchas cosas. Hay una entre las dos mujeres que interpretan Itsaso Arana e Irene Escolar en la que de forma sutil se habla de que, al final, hasta en parejas modernas y progresistas son los hombres los que deciden sobre cómo y dónde vivir.
En esas dos parejas ves que los dos chicos, de maneras un poco opuestas, lo han hecho. Uno ha arrastrado a la otra hacia las afueras, y el otro está muy anclado en la idea de quedarse en la ciudad y defender su fortín, su personaje y su personalidad de urbanita. Y, en cambio, ellas dudan más, son menos categóricas, más profundas a fuerza de cuestionarse a sí mismas, a sus parejas y a sus modos de vida. No tienen tanto miedo a eso pero parece que los chicos sí, son más simples en ese sentido.
También es una película atravesada por una poesía. Un texto que desvela otro de los temas de la película, si el arte es capaz de retratar lo real o nunca lo va a conseguir.
En cierta manera, sí. Da miedo decirlo pero siempre hay un cuestionamiento que nos hacemos sobre cómo retratar lo real, sobre qué es lo real. Para empezar, la película no es una dicotomía entre realidad y ficción, sino que trata de poner una duda sobre qué es lo real, porque a veces lo irreal es lo que estamos viendo casi todo el rato. La poesía viene a cuestionar si lo que vemos es casi más irreal que según qué cosas.
Hay poesía, hay música, lo narrativo está muy depurado… No sé si es más un ensayo cinematográfico que una apuesta narrativa.
La película se acerca más a un boceto, a un ensayo, a un apunte de ideas. Solemos reducir todo a la trama, al argumento o a los personajes. A decir si me ha gustado o no. Y yo creo que eso puede ser cine, pero también lo es tener solo cuatro personajes, y dos escenas. Una película que simplemente es como un boceto de ideas, de cosas, de extrañezas y de estados de ánimo. En este sentido, quizás se parece más a un pequeño ensayo modesto que a una película narrativa en el sentido convencional.
Las películas se basan en la mentira. En inflar la película, en decir que es mejor de lo que es casi siempre, o hacer que parezca una cosa diferente a lo que es
El tráiler es diferente, atípico y dialoga muy bien con la película. ¿Cómo surge?
Pues yo lo tenía claro y se lo comenté a Migue Ángel Trudu, con quien llevo muchos años haciendo los tráilers y es un genio. Le propuse algo un poco diferente, porque él es el primero que me dice que es difícil hacer tráilers que sean diferentes. Le propuse hacer el tráiler sin enseñarle la película, con imágenes en Super-8 y la única información que le di. Es el tráiler más honesto que he hecho nunca, porque todo lo que se dice en él es cierto, empezando porque él no la ha visto y yo le puse esas reglas. Tenía sentido porque es una película tan vaciada, con tan pocas imágenes, tan pocos elementos, que hacer un tráiler convencional no tenía sentido y hubiera sido muy poco goloso. La película tiene 50 planos que rodamos y montamos en el orden en que los rodamos. Es muy sencilla y no da para estos tráilers inflados donde se dice “obra maestra”, “milagro” y no sé qué.
Esta película me está haciendo pensar un poco, y creo que es una oportunidad de comunicarla de otra forma. El cartel, hecho Laura Renau, no tiene imágenes de la película, solo el título y la promesa de que es una película. Eso es suficiente aunque seguramente no lo sea para mucha gente. Ya hay cines que nos están diciendo que no se atreven a poner una película que tenga ese tráiler y ese cartel. Lo que quiero decir con esto es que cuando se vende cualquier película mienten todas las campañas de publicidad. Los tráilers se basan en la mentira. En inflar la película, en decir que es mejor de lo que es casi siempre, o hacer que parezca una cosa diferente a lo que es. Se basan en una especie de trampa y los que estamos dentro lo sabemos. El tráiler no incluye ninguna información falsa. Todo es verdad y reto a cualquier otro tráiler a que pueda decir lo mismo.
¿Cómo vive que una película tan pequeñita llegue a los cines en un momento en el que no se están viendo ese tipo de películas?
Sufro cuando voy al cine a ver películas que me apetece ver y hay muy poca gente en la sala. Soy muy consciente y responsable y sé que la hago en un momento difícil y sé que la gente, yo me incluyo, estamos en un modo de pereza grande con respecto al cine, a no ser que sean cosas muy excepcionales o muy espectaculares. Luego títulos como Alcarrás, que de pronto es la película del año, porque se genera un consenso que es genial, pero superexcepcional. En esa película se han dado muchos factores favorables, algo difícil que suceda. Para que la gente vaya al cine parece que le tienes que dar mil razones con campañas muy agresivas, o con mucho dinero, o con todos los argumentos del prestigio juntos a la vez. Esta película se rebela contra eso y dice no, no tengo nada de todo eso.
Va totalmente como una provocación en contra de todo eso, sabiendo que vamos a perder, obviamente. Pero es que no sé qué hacer si no. Es mi manera de revolverme contra ello. Esto es lo que yo puedo ofrecer ahora, en medio de esta crisis y de todo lo que nos ha pasado.
Juraría que salen sus padres en la primera escena en el concierto, de espaldas. Creo que es la primera vez que salen en sus películas.
Sí, los puse ahí con toda la intención del mundo, porque cuando rodamos eso quería hacer una escena sin figuración, no estaban las cosas como para rodar con figuración. Y quería que estuvieran mis padres porque los personajes van a ver un concierto de Chano Domínguez y yo he conocido su música a través de la película de mi padre Calle 54. Muchas cosas que yo conozco de la música también me han llegado a través de mi padre, y él ha sido para mí más transmisor de amor a la música a veces que de amor al cine. Diría que al mismo nivel, o incluso de un tiempo a esta parte, su interés es casi mayor por la música, y en concreto por este músico. Y no sé, me parecía lógico ponerles a ellos.
La última vez que entrevisté a su padre, le pregunté si aceptaría un cheque en blanco de Netflix para hacer la película que quisiera. Daba por hecho que me diría que no, pero me dijo que sí, que tenía una idea muy ambiciosa guardada, que no me iba a contar, por la que diría que sí. Así que ahora le hago la misma pregunta. ¿Tiene alguna idea guardada superambiciosa por la que decir que sí a Netflix?
No, yo no. Me sorprende que mi padre dijera eso, aunque entiendo por qué lo pudo decir. Supongo que esto lo dijo igual que en su momento Scorsese lo explicó mil veces para hacer El irlandés, que de pronto dices, es que tengo el sueño de hacer una película de una cierta complejidad y no lo estoy consiguiendo. Pero luego Scorsese está dedicado a hacer artículos supercríticos contra la deriva del cine, contra el consumo en plataformas. A mí me sale decir: a lo mejor no tenías que haber hecho El irlandés y tenías que haber hecho otra. Me encanta El irlandés, pero creo que hay una contradicción ahí. Así que ahora mismo diría que no aunque sí tengo otras películas más ambiciosas. Es que para mí no es tan importante las películas en sí sino cómo las hacemos y desde dónde las hacemos. Con lo cual, mi respuesta es no, yo no aceptaría el cheque de Netflix porque no está el horno para bollos.
El Gobierno ha mostrado una ignorancia total con la Ley Audiovisual. Una falta de sensibilidad evidente con respecto a esta idea del cine y la diversidad cultural
Yo ahora no cedería porque creo que hay que dar la batalla en producir películas al margen de las plataformas. Me parece que está bien que las plataformas existan y que son una ventana, pero si las plataformas se están quedando con todo y nos están comprando a todos, entonces es un problema. Porque, si todos respondiéramos como mi padre en un momento dado, entonces ya solo haríamos películas para plataformas. Entonces, alguien tendrá que hacer películas para salas de cine, porque además Netflix está queriendo hundir las salas de cine y las está hundiendo. De vez en cuando te deja dos semanitas la de Scorsese y la de Cuarón. Las pone ahí un poco para que cuatro frikis vayamos, pero realmente es un atentado contra las salas.
En ese contexto, ¿cómo ve el enfado de los productores independientes ante la Ley Audiovisual?
Con mucha preocupación, porque al final creo que hay un problema social que se ha trasladado al Gobierno y a la política cuando han hecho este cambio en la ley, que es que nos están comprando y que al final lo que queremos es que vengan porque tienen dinero. Eso está claro. Hay mucha gente en nuestra industria que está contenta porque tiene trabajo, porque de pronto está todo el mundo haciendo series o películas de estas plataformas. Y por un lado te alegras de que la gente tenga su trabajo, pero luego tiene que haber un espíritu crítico con respecto a quién nos está pagando las películas. Si además eso implica que se comen todo el pastel y hacen desaparecer, ya no digo las salas de cine, sino en este caso ya directamente a los cineastas independientes, porque nos quieren poner a todos a su servicio, decidiendo ellos lo que quieren hacer. A lo mejor mi padre o Scorsese tienen la suerte de que les concedan hacer su película soñada, pero son excepciones, no nos engañemos. A los que no tenemos ese nombre o esa fuerza no nos van a dejar hacer eso. No nos van a ofrecer ese cheque en blanco.
El problema es que el Gobierno llega y nos dice, ¿de qué os quejáis? Porque en el fondo están atrayendo dinero, atrayendo inversión y generando puestos de trabajo. Y es verdad, pero se olvidan completamente de desde dónde hacemos las películas y de quiénes las hacemos, y que la diversidad cultural pasa porque no solo elijan las películas los ejecutivos o los productores de las plataformas, sino que podamos ser productores, directores y guionistas independientes. El Gobierno yo creo que ha mostrado una ignorancia total, una falta de sensibilidad evidente con respecto a esta idea del cine y la diversidad cultural. Creo que, en realidad, no lo han pensado mucho nunca y no les interesa porque ellos están en casa viendo plataformas. Estoy seguro de que no están en el cine. Y les da igual. Están viendo cosas y tuiteando. Están en la conversación social del mundo de las redes, tuiteando lo que ven en las plataformas y no están preocupados en realidades y por si en un país como este puede haber más o menos un cine diverso e independiente. No tienen sensibilidad hacia eso y lo han demostrado.
JZ