Tamara Silva Bernaschina es la “joven promesa de la literatura uruguaya”, o al menos así la presentan los eruditos tras el arrasador éxito de su primer cuentario, Desastres naturales (Estuario, 2023), que recibió dos Premios Bartolomé Hidalgo (Narrativa y Revelación) y el Premio Nacional de Literatura en la categoría Ópera Prima; y de su novela Temporada de ballenas (Estuario, 2024), que también fue acogida con entusiasmo. Ahora se encuentra presentando Larvas (Páginas de Espuma, 2025), su segundo cuentario, en una pequeña gira que la trajo a la librería Céspedes de Colegiales, en Buenos Aires.
“No me afectan demasiado”, asegura con su voz tenue respecto de las expectativas que la rodean. Empezó a escribir sin pensar en las repercusiones y, a pesar de que cuando se empezó a reimprimir su primer libro “pasaron cosas”, se mantuvo firme.
Silva Bernaschina es, antes que nada, una piba de 24 años que escribe. En el momento decisivo de tinta y papel, cuando escribe acerca de una perra justiciera que termina con la vida de personas sufrientes, acerca de un niño piojoso que lleva el pelo largo debido a una misteriosa promesa hecha por su madre, o acerca de una pequeña que se mete un pescado en la bombacha jugando y luego hace pis con mojarritas; deja de ser una promesa, un joven prodigio, y pasa a ser una piba que escribe compulsivamente, prolíficamente, irremediablemente.
Durante la presentación de Larvas, su interlocutora trae a colación posibles interpretaciones de los cuentos. Algunas se vinculan con la maternidad, otras con la política. Ninguna de ellas parece haber cruzado la mente de Tamara antes, cosa que señala con amabilidad. Prevalece en su trabajo un dogma del “cuento por el cuento”.
A propósito, luego de haberse aventurado en la escritura de cuentos y novelas, la autora uruguaya declara su predilección por el primer formato. “El cuento tiene muchas posibilidades”, reflexiona. “La novela también, pero es de largo aliento. A mí me gusta más la idea de mantener un ritmo, un tono, una voz”.
Su proceso creativo refleja una claridad metodológica pulida y repetida. La escritura de Larvas, por ejemplo, se completó en apenas tres meses. Una vez producido el grueso del cuentario, dejó transcurrir un tiempo antes de la relectura y corrección. “Si dejás pasar el tiempo suficiente entre la finalización de la escritura y la primera lectura, aparece claro que se tiene que ir y lo que se tiene que quedar”, explica.
En términos creativos, el motor incansable detrás de los cuentos de Silva Bernaschina uno: el misterio. Dando cuenta de una búsqueda casi lúdica, la joven uruguaya admite que “la aburre” escribir un relato conociendo el final. “Me entusiasma cuando no sé nada”, confiesa.
Quizás por eso sus relatos dejan la impresión ambigua de un producto completo e inacabado a la vez. Son como pequeñas ventanas en el espacio-tiempo que invitan a colarse un rato en una realidad de otra forma inaccesible. Entrás, mirás, te involucrás, y sos expulsado. “Son como historias que nunca empiezan y nunca terminan”, admite la autora, “simplemente están ahí”. El resabio son unas incontenibles ganas de más.
Si bien el componente fantástico siempre estuvo presente de forma latente en sus narraciones, en Larvas se propone dejarlo brotar. “Me gusta que lo fantástico sea verosímil”, reflexiona. “Trato de hacerlo funcionar en el mundo que conozco”.
Pero ¿cómo comienza ese fantástico? ¿Cómo la historia de una mujer que se va de viaje al norte termina con una transfiguración inesperada? Para Silva Bernaschina, en línea con la espontaneidad que la caracteriza, todo comienza con una imagen.
“Me cuesta un poco pensar en temas”, señala. “Generalmente empiezo con imágenes. Puede ser algo muy chiquito y básico, como un color, una acción o un gesto”. La realidad es el sustrato de esos cuentos donde figuras evocativas como un cartel en la ruta y una mamá que revienta los piojos de su hijo entre las uñas dejan impresiones durables.
No es sorpresa que la autora traiga a colación a la directora y guionista Lucrecia Martel como una de sus inspiraciones. “Hay algo del lenguaje cinematográfico que quiero traducir a la literatura”, declara. Armonía Somers, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y las más cercanas Eugenia Ladra y Gabriela Escobar son otras mujeres del arte que la movilizan.
La gente de la cultura la emparenta más fácilmente con Horacio Quiroga. Ella, si bien reconoce la atribución como algo positivo, señala que no es el primer escritor que se le viene a la mente cuando le preguntan quién la inspira. Le queda más lejano, como un clásico que leyó en el liceo.
Es el músico argentino Dillom quien aparece en el prefacio de Larvas con una frase de su último trabajo, Cirugía. “Voy a seguir tus pasos como si fuese un espía /Coser tu cuerpo con el mío en una cirugía”, dice una de las canciones de ese álbum que Tamara escuchó en repeat durante un vuelo de 8 horas y que, según ella, inundó el estilo del cuentario.
La cita entrelaza a estos artistas de una nueva generación que no busca ser definida por lo que ya fue, sino por lo que es; no por el subtexto, sino por el texto en su abundancia; no como “promesa”, sino como cuestión de hecho.
ADP/DTC