Pandemia, Inteligencia Artificial y un mundo multipolar, los desafíos de los países americanos para el G20

Si hubieran dormido a un analista internacional a fines de la Guerra Fría y lo despertaran en 2024, su vocación se vería sometida a una prueba sin igual: o bien quedaría fascinado por la cantidad y calidad de cambios que experimentó el mundo en estas tres décadas, o bien bajaría los brazos ante semejante complejidad.

Nuestro analista recién llegado al 2024 podría resumir el mundo ante sus ojos en unas pocas palabras: desorden, inseguridad, incertidumbre. Si en el 2000 el término de moda era “globalización”, hoy reinan “desacople” (decoupling), “fragmentación geoeconómica” o, directamente, “posglobalización”.

Auspiciosos tratados de desarme han dado paso a tensiones por doquier con nuevos y variados actores en una competencia global abierta. Rebrotan incluso conflictos clásicos, en los que vuelven a jugar fronteras y territorios, etnias y religión, de Ucrania a Gaza, pasando por el Sahel y el Cáucaso.

Esta inseguridad es multicausal, alimentada también por disputas comerciales y tecnológicas que se creían contenidas y ahora fragmentan la economía, convertida desde la pandemia de Covid-19 en una cuestión prioritaria de seguridad nacional.

Una escandalosa concentración de la riqueza acrecienta además el malestar de vastas franjas sociales privadas de bienestar, despierta una ola antiglobalista, hace tambalear los cimientos de la democracia liberal y empuja migraciones masivas y traumáticas que generan xenofobia.

Para rematar, experimentamos la fragilidad humana que desnudó la pandemia −en plena era de la Inteligencia Artificial (IA)− y vemos al planeta haciendo poco caso a los gritos de alarma de los científicos sobre el cambio climático.

Nortes y Sures

Dejamos el siglo pasado con un mundo dividido por un Ecuador: por encima un Norte, desarrollado y rico y pacífico, y debajo un Sur, en desarrollo y/o pobre y conflictivo.

En los años 1960, el economista argentino Raúl Prebisch veía al planeta ordenado en torno de un Centro (Norte), de liderazgo económico, militar y tecnológico, y una vasta Periferia (Sur), que mientras le proveía sus recursos buscaba infructuosamente subir por esa misma escalera de desarrollo y ganar autonomía.

La primera versión del G20 a finales de los noventa fue un ensayo defensivo de aquel Centro, que, aceptando el ascenso de los primeros emergentes, buscó contener el contagio de los cimbronazos de la Periferia bajo la globalización económica y financiera.

En los años 2000, la bonanza de precios de las materias primas, el aumento de la demanda mundial y la fluidez que ofrecía la globalización potenciaron el intercambio económico y diplomático Sur-Sur. Progresivamente, la propia Periferia comenzó a expresar intereses que ya no confluían y hasta se contraponían.

La cooperación perdió fuelle cuando potencias emergentes que probaron su capacidad sistémica en la crisis financiera de 2008 −en el ámbito del G20− pronto aspiraron a un mayor protagonismo y proyectaron sus intereses decididamente.

La línea Norte-Sur perdió definición y aparecieron otras divisorias más difusas. Una década más tarde, la pandemia y su grito de “cada cual a su juego” no sólo borraron la dualidad Norte-Sur sino que sumaron líneas, algunas estables, otras en el aire.

Llegamos a este mundo multipolar, de bloques y grupos, de iniciativas regionales y alianzas de seguridad colectiva, un mundo al que algunos definen como “G-Cero”. Un mundo sin liderazgos indiscutibles, con una catarata de intereses más cruzados, opuestos, superpuestos y dinámicos que nunca. No hay un solo Norte. Ni un solo Sur. Y los actores secundarios, en busca de una alquimia difícil de influencia y autonomía, también lo saben.

Frente a ello nos preguntamos: ¿cuál es el papel y cuántas las posibilidades de América como continente en este cuadro geopolítico? ¿Pueden sus países reconvertir antiguas hegemonías y lógicas regionales en una fórmula nueva que potencie a todos? ¿Qué acuerdos y qué agendas deberían darse?

El desafío de los países americanos en el G20

Tal vez, el vertiginoso, convulso y competitivo siglo XXI nos esté ofreciendo una oportunidad para reconfigurar las relaciones interamericanas sobre consensos continentales básicos pero sólidos, que después, en foros como el G20, contribuyan a proyectar distensión, estabilidad y modelos de desarrollo al resto del planeta. 

El debate queda abierto y esperamos sea enriquecido por los aportes de este libro, que constituye un intento de buscar coincidencias transversales en la vasta geografía de América. Pero cuando nos preguntamos qué caminos tomar para recuperar la salud y la riqueza de las relaciones interamericanas, sabemos primero que un mal a evitar es el de las oscilaciones pendulares −ideológicas, económicas o de seguridad, nacionales o regionales−, que son la negación de toda búsqueda de consensos.

¿Y a favor? Recuperar y elevar lo más posible la calidad de nuestras democracias. Nadie puede tirar la primera piedra en estos días. Una democracia sólida no sólo es condición sine qua non para realizarnos en la desafiante dinámica de la economía global de estos tiempos, sino que es parte irrenunciable de una identidad americana que se puede rastrear hasta nuestros próceres y padres fundadores.

Asumidos los tratados, acuerdos y pactos subregionales ya existentes en materia de economía y comercio, Derechos Humanos, e incluso de seguridad fronteriza y colectiva, hay todavía mucho terreno fértil en común por cultivar: protección de recursos naturales, políticas de prevención sanitaria ante futuras pandemias, seguridad cibernética y otros temas que, como ha probado el G20, merecen ser objeto de consensos.

Ahí está el ejemplo de los Acuerdos Artemisa sobre exploración del espacio ultraterrestre, un tratado impulsado por Estados Unidos que firmaron, entre muchos países, Argentina, Canadá, Brasil y México, todos miembros americanos del G20.

La fragmentación que extiende sus líneas de grieta por el planeta alcanza también, y razonablemente, a las lógicas de liderazgos e influencias que dominaron durante la Guerra Fría y a la fase optimista de globalización que le siguió. Todo ahora es más complejo e inestable en las relaciones interamericanas y subregionales. Los ciclos electorales, generalmente de corto plazo, tiñen los vínculos diplomáticos.

El contexto multipolar demanda, con más fuerza que nunca, una concertación de intereses interamericanos capaz de proveer una mirada coherente de largo plazo. Esta publicación avanza en ese camino, con la convicción de que es posible.

JA

Este texto es el prólogo de “El desafío de los países americanos en el G20”, editado por la Fundación Embajada Abierta, el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, y la UADE.