La escena se repite con pocos cambios. Varias veces por año, alguna persona conocida me consulta qué libro regalarle a sus hijos, o comprarle a sus sobrinos para alguna celebración, aduciendo que le cuesta saber qué elegir entre tanta oferta y que yo entiendo más del tema. La pregunta apunta a la orientación en un campo en el que los adultos están desorientados, como si elegir el libro que interpele a ese niño o niña fuera una tarea difícil de asumir en soledad, que requiere asistencia, direccionamiento. A todas nos gusta acertar en un regalo y llevar aquello que luego leerán una y otra vez en casa. La paradoja está a la vista: los niños son sujetos de consumo a quienes van dirigidos contenidos y mercancías específicas, pero son los adultos quienes deben comprarlas y sentirse también atraídas por ellas, de allí que la complicidad de las propuestas editoriales deba interpelar a ambos públicos. Solo a cierta edad los chicos ya se formaron como lectores y pueden elegir libremente qué llevarse a su casa de la librería con criterio propio. Antes, son los padres y madres, abuelos, tíos y otros mediadores quienes cumplen el rol de elegir y delimitar los universos. Y esto se profundizó en pandemia: los adultos salieron en estampida a comprar libros infantiles para que los chicos abandonaran por un rato las pantallas, utilizadas no solo como medio recreativo, sino también didáctico durante 2020.
El campo de la literatura infantil creció muchísimo en los últimos 15 años en el país y dejó de ser un nicho: se afianzó su espacio en el sector a fuerza de ventas sostenidas y en permanente crecimiento. Una gran proliferación de proyectos editoriales de calidad, sumado al impecable trabajo de jóvenes autores e ilustradores argentinos y a la aparición de nuevos actores como los clubes del libro y las librerías virtuales, consolidaron las propuestas y multiplicaron la oferta. Aquí analizaremos algunas tendencias que se destacan entre una cantidad demencial de publicaciones, con la palabra de editoras especialistas.
¿El bebé es un lector?
Aparentemente sí. Los libros pensados para la primerísima infancia (0 a 3 años) se afianzaron tanto que ya tienen su propio lugar en las librerías, aunque sus destinatarios no sean capaces de elegirlos ni leerlos por sus propios medios. Si bien los libros para bebés no son novedad en el mercado internacional, sí son nuevos en nuestro país, porque hasta 2015 no había acá máquinas capaces de plegar cartoné y debían producirse en China y viajar en barco. Una de las editoriales pioneras en animarse a la producción local es Pequeño Editor, con Raquel Franco a la cabeza. Ellos inauguraron la exitosa colección Los Duraznos, con una subserie en la que despliegan la narración visual de canciones de grupos como Dúo Karma o Koufequin, de esas que los bebés adoran escuchar una y otra vez. Entre sus libros más destacados están Del camino lo que vi, El tiburón Kanishka, Salta canguro y Duerme, negrito.
“Armamos la colección Los Duraznos después de estudiar muchísimo. La tendencia de los libros para bebés es muy productiva, porque es el momento para instalar prácticas de lectura en el hogar. Hay todo un proceso en la primera infancia de contacto con la palabra literaria que es esencial y se da entre el nacimiento y los 3 años. La calidad de lo que se lee en ese momento, y que el libro esté instalado con el mismo protagonismo que los juguetes, es fundamental. La presencia de canciones en la colección era un punto esencial. Queríamos que fuera un repertorio de talentos para la infancia y le agregamos un código QR que da acceso a la pista musical o al video. Es un aporte súper interesante y son un hit para los chicos pequeños”, cuenta Franco.
Por su parte, el sello Ojoreja, comandado por Paula Fernández, también se abrió camino en el libro para bebés con propuestas muy orientadas a la poesía y también con la hermosísima e infalible serie de Dinosauria, escrita por Laura Wittner e ilustrada por Mariana Ruiz Johnson, en la que una dinosauria tiene aventuras sencillas conociendo el mundo que la rodea. “En Ojoreja proponemos acompañar la construcción de los lectores desde que están en la panza, durante todo el recorrido de la niñez, hasta convertirse en lectores autónomos. Hay una gran comunidad de padres, madres y mediadores que pertenecen a una era analógica y que comprenden el valor de la lectura como una experiencia vincular”, destaca Fernández, de las más profesionales y arriesgadas del sector, quien participa activamente en cada una de las fases creativas del libro que piensa o encarga.
Otros sellos que se están volcando a estos contenidos son la elegante Periplo y la joven Lecturita. El caso de Lecturita es interesante: nacido como club de libros por suscripción en Mar del Plata, cuenta actualmente con 5.000 suscriptores que reciben una vez por mes un libro desde Salta a Tierra del Fuego. Ya afianzados, están empezando a hacer su recorrido también como editorial y próximamente inaugurarán la colección Del Sombrerero con cuatro libros para bebés. Esto es lo que cuenta Celina Alonso, su creadora: “Lecturita Ediciones nace hace un año, a partir de la necesidad de contar con más opciones en el mercado local de libros en cartoné y de industria nacional. Comenzamos realizando coediciones con Ralenti y nos enfocamos en el público de 0 a 4 años, que es nuestro segmento más fuerte. Nos interesa desarrollar un producto atractivo, desde su contenido y diseño hasta su calidad y encuadernación. Buscamos crear un objeto-libro que los lectores deseen tener. Intentamos trabajar con autores e ilustradores con distintos estilos para contar con enfoques y miradas diversas”.
En crecimiento constante: la historieta, las sagas y el libro informativo
Otras tendencias fuertes en los libros para las infancias son la historieta orientada a pequeños lectores, los libros informativos originales, que mezclan datos duros con imágenes, y las sagas ilustradas. Si bien la historieta ya apuntaba a lectores infantiles (de Mafalda a Yo, Matías o el insufrible Gaturro), su público mayoritario estaba entre los púberes y adolescentes. De un tiempo a esta parte, hay mucha más oferta de historieta para el público que va de los 3 a 10 años, aunque sabemos que las franjas etarias en la literatura infantil son engañosas. Un proyecto todavía pequeño y muy interesante es el que lleva adelante La Musarañita con dos títulos publicados de historieta silenciosa: Isla, de Mariana Ruiz Johnson y Lui Mort y Tierra encantada, de Pablo Picyk. Con el desafío de contar historias sin palabras, estos libros permiten que los más chicos disfruten de los relatos y también aprendan naturalmente a interpretar secuencias narrativas en viñetas, convirtiéndose de a poco en lectores independientes.
Por su parte, la saga de cómics Escuela de monstruos de la editorial Pictus es todo un hit también, que ya va por el volumen 11. En estos libros de 48 páginas ilustrados por El Bruno, un chico llamado Tomás vive una serie de aventuras disparatadas rodeado de vampiros, zombies y fantasmas, entre otras criaturas. Y para una experiencia un poco más experimental, funciona genial el libro Las interrupciones de Nicolás Schuff y Mariana Ruiz Johnson (Galería), una historieta en la que un escritor trata de concentrarse y es molestado por distintos y disparatados personajes.
Respecto del libro informativo, que mayormente se importaba de otros países como México y España, en nuestro país despunta el trabajo de Iamiqué, el sello creado por Ileana Lotersztain (bióloga) y Carla Baredes (física) dedicado hace más de 20 años a promover un enfoque originalísimo en cuanto a temas científicos se trata. Con longsellers ya clásicos como la serie Asquerosología, y otros títulos más filosóficos como Qué es la nada y Qué es el tiempo, armaron un catálogo fuerte y diverso que sigue asumiendo riesgos. De hecho están por lanzar Pubertad en marcha, un libro coescrito entre Agostina Mileo, Gloria Calvo y Camila Lynn (tutoras en capacitación virtual del Programa Nacional de ESI), destinado a chicos y chicas de entre 9 y 13 años, que busca abordar temas a veces complejos de charlar como el orgasmo, la masturbación, la identidad de género, o la menstruación. Otra serie interesante de libros informativos para leer en familia es Autóctonos, de Ojoreja, que explora las especies naturales que habitaron nuestra región con una apuesta visual artística en tres títulos: Cachorros del fin del mundo, Mamíferos prehistóricos de Argentina y Animales argentinos.
Otro género que está creciendo con fuerza es el de las sagas profusamente ilustradas de factura nacional destinadas al público de entre 7 y 12 años. Los ejemplos de afuera son el clásico Diario de Greg y el Diario de Nikki que tienen más de diez volúmenes cada uno y que consiguen ese efecto de que un chico termine de leer uno y quiera enseguida leer el que viene a continuación. Una de las novedades de este tipo es Las Súper 8, que ya va por el tercer volumen escrito por Melina Pogorelsky y editado por la joven editorial Ralenti, una historia de aventuras y descubrimientos entre amigas, y la nueva Los estrambóticos, de la misma editorial. En estos libros las ilustraciones acompañan el desarrollo de la trama y tienen una convivencia clave con el texto.
Complicidades
Distintas editoras consultadas para esta nota coincidieron en que 2020 fue un año en que las familias asumieron un rol mucho más activo a la hora de elegir qué dar a leer. A su vez, la pandemia obligó a crear o profundizar otros canales de comunicación con los lectores, sin ferias presenciales ni visitas permitidas a librerías. Esos nuevos canales implicaron también nuevas estructuras como las tiendas virtuales, los clubes de lectura por suscripción y distintos recursos más o menos creativos que cada editorial puso en marcha para captar la atención en las redes.
Por ejemplo, Raquel Franco, de Pequeño Editor, concibió en 2020 un proyecto de “colonia de lectura” por el cual varias veces por semana les enviaban un mail a padres y madres suscriptos con actividades de lectura, juegos y propuestas de abordaje de los libros: “Esa fue nuestra estrategia de comunicación más eficaz a lo largo de los 18 años que llevamos como editorial. Encontramos el lector directo al que queríamos hablarle”, cuenta. Y agrega: “Hubo un proceso súper interesante de ‘empoderamiento’ de las familias en relación a la lectura y educación de sus hijos que se vio reflejado en las ventas. El marketing digital le hizo muy bien al sector. Las grandes compradoras son las mujeres y son las mayores usuarias de redes, por lo que hubo ahí una sinergia grande. Las editoriales que tenían estructuras de marketing digital, tiendas online y una buena comunicación, se vieron muy favorecidas. Los padres notaron de pronto que eran responsables plenamente de lo que leían sus hijos, y ese es un proceso interesantísimo. Creo que deberíamos observar eso cuando pensamos en políticas de lectura. Si están en manos solamente de las escuelas, la sociedad civil nunca se hace cargo de que esa es una tarea de la familia”.
Por su parte, Natalia Méndez, una editora de muchísima experiencia que actualmente trabaja en Edelvives, aporta su mirada y sus sospechas respecto de la convivencia de tantos proyectos editoriales nacionales de distinto calibre y apunta cuáles son los puntos fuertes y débiles de los nuevos canales de comercialización: “Una de las ventajas del mundo editorial es que permite convivir en el mismo mercado a estructuras muy pequeñas y especializadas con maquinarias gigantes de empresas internacionales. Y si bien en esa cantidad de oferta es difícil hacerse ver, las redes ayudan a tener una vidriera propia. Pensemos que no hay prácticamente medios que hagan crítica de libros infantiles. Decidir qué dar a leer, qué compartir con los chicos, más allá del boca a boca o de la recomendación de libreros, no puede pasar solamente por el misterio de los algoritmos. Creo que ciertos clubes por suscripción vienen a ocupar un poco el lugar del librero de confianza, y también aportan cierta comodidad: no hay que hacer mucho ni pensar demasiado y aparecen libros nuevos en casa. El único riesgo sería olvidarse de que hay vida fuera del club, de que se puede revisar, elegir, mirar otras cosas, buscar por otros lados”.
MR
Aunque ya 2021 esté dando sus propios pasos, es necesario seguir evaluando lo que sucedió en 2020, porque los años atípicos generan respuestas y propuestas atípicas de los distintos sectores culturales, algunas de las cuales llegaron para quedarse un tiempo entre nosotros. La pandemia modificó sustancialmente la relación entre escuela y promoción de la lectura. Si los docentes y bibliotecarios eran quienes elegían la literatura que acompañaba los procesos de aprendizaje en la escuela, durante 2020 esa relación se obturó, porque los establecimientos dejaron de exigir la compra de libros para trabajarlos de manera virtual, ahorrándoles ese gasto a las cascoteadas economías familiares.
Los sellos que se dedican a producir y comercializar este tipo de material complementario a los manuales –como Loqueleo, Norma, Edelvives, Estrada, etc.– se vieron en serios problemas, con números que bajaron estrepitosamente y que recién se empiezan a recuperar gracias a la política pública que marcó el regreso del Plan Nacional de Lectura, dependiente del Ministerio de Educación, que brilló por su ausencia en los años de gestión de Juntos por el Cambio, y que implica para muchísimas editoriales un espaldarazo clave para su subsistencia por el volumen de ventas que implica. Entre 2020 y 2021, y luego de una larga burocracia de pliegos y preselecciones, el Ministerio comprará literatura: casi dos millones de ejemplares de 143 títulos diferentes, editados por 79 editoriales argentinas, la mayoría de ellas independientes, de 209 autores y autoras, distribuidos en distintos géneros (poesía, antologías, historietas, obras de teatro) que serán repartidos de manera gratuita en 47.300 escuelas de los tres niveles de enseñanza de todo el país.
“Mientras que las ventas de libros más lujosos, que sirven de regalo, se mantuvo más o menos parecido a otros años, la venta de los libros de literatura que se da en la escuela cayó muchísimo. Todos achicamos y postergamos planes editoriales porque no se podía sostener el ritmo de otros años. Esto motivó a buscar nuevos canales para los promotores de las editoriales con los docentes y también con las familias, brindar otras formas de acompañar y seguir presentes para no perder las relaciones que lleva tanto tiempo construir a veces”, apunta Natalia Méndez, de Edelvives.
El grado de reacción de cada editorial y su capacidad de adaptación a la virtualidad fue, una vez más, determinante: “En Loqueleo identificamos diferentes momentos durante el 2020, con un buen comienzo en febrero y a partir de marzo la incertidumbre generalizada. Las escuelas tuvieron que reorganizarse y planificar con otra cabeza. Aquellas escuelas que ya habían seleccionado y comprado libros pudieron apoyarse en la literatura y generar otros espacios en la virtualidad. Nuestra reacción inmediata fue ofrecer parte del catálogo en formato digital, a un precio muy económico para acompañar la situación. Después de las vacaciones de invierno notamos un interés creciente en adoptar literatura y entonces armamos un proyecto de lectura más lúdico, abierto a la imaginación, que incluyó tanto libros de fondo como novedades, al que llamamos ‘Un libro, mil mundos’. Las redes fueron claves en el desarrollo del año, pudimos mantener contacto con lectores, mediadores y especialistas. En cuanto a ventas, fue un año muy flojo a pesar de las características de la LIJ. La reciente compra del Ministerio de Educación es auspiciosa: es muy importante que libros de calidad lleguen a todo el país”, destaca Lucía Aguirre, editora de Loqueleo. Queda por saber si las políticas estatales de promoción de la lectura continuarán y de qué modo durante 2021, y si las familias estarán o no en condiciones de afrontar las compras de más libros complementarios durante el ciclo lectivo que está por comenzar, rodeado de incertidumbre.