Fragmentos del libro “Siempre fue sobre nosotras”
“Siempre supe que era difícil pero no es justo que sea tan difícil”, repetía una y otra vez, mientras lloraba en casa, después del último debate de la primera vuelta de las elecciones de 2020. Mi cansancio se mezcló en una combinación de indignación y perplejidad: ¿hasta dónde podría llegar la violencia política de género? Apenas reconocí en mí a la mujer fuerte que había disputado siete elecciones, obtenido votaciones extraordinarias y enfrentado el machismo desde el comienzo, especialmente en los últimos años tras el ascenso de la extrema derecha en el país. Esta vez habían logrado que pensara en rendirme, me hicieron sentir vergüenza, miedo, ira.
Una vez que pasaron esos sentimientos que las mujeres sabemos que sentimos aun cuando somos conscientes de que el error no es nuestro, comencé a pensar en la vida de todas las mujeres y en cómo nuestra dignidad, para estas personas, no vale nada. Después de todo, yo era la mujer que encabezaba las encuestas de opinión para la municipalidad de la capital del Estado y había sido atacada en toda la primera vuelta, en público, frente a sonrisas irónicas de complicidad y al silencio total de los candidatos hombres.
Solo podía pensar en que, si los hombres públicos guardan silencio ante los ataques transmitidos por radio o televisión, imaginen cómo ignoran la violencia contra las mujeres en su vida cotidiana y sus decisiones políticas. De este modo, asimilé en profundidad lo que significa denunciar, sancionar y deconstruir la violencia política de género. No, no somos mujeres especiales, no merecemos más que ninguna otra. Pero cuando la violencia contra nosotras sucede en el ámbito público, como es el caso desde el proceso de juicio político contra Dilma Rousseff, la forma en que respondemos a esta violencia comienza a entenderse como una señal para la sociedad.
Si callamos, la señal es que todo está bien, que está permitido agredir a las mujeres. Si enfrentamos y castigamos a los agresores, el mensaje es que la sociedad no está de acuerdo, que la violencia contra las mujeres no es parte de lo aceptable. Con esto en mente, aquella horrible noche del último debate de la primera vuelta, decidí escribir un libro sobre violencia política de género. Para mí, todo tiene que transformarse de forma permanente. El dolor que sentía debía convertirse en un debate para que más mujeres no vivieran, en el futuro, lo que yo estaba viviendo. Entonces, la primera semana después de la segunda vuelta, lo pensé mejor y decidí que no escribiría sola, sino que escribiríamos, en plural. Escribiríamos varias de las que vivimos experiencias similares“.