La manzana en la que Borges fundó Buenos Aires, casi un siglo después

Se necesitan cinco columnas de 14 ladrillos apilados para tapiar cada una de las ventanas de la única casona que queda -y que está a punto de desaparecer, cartel de venta del terreno mediante- en la manzana porteña en la que Jorge Luis Borges imaginó el nacimiento de Buenos Aires. Esa que está enmarcada entre las calles Paraguay, Gurruchaga, Guatemala y… Borges, que cuando el escritor publicó su poema “Fundación mítica de Buenos Aires”, en 1923, se llamaba toda Serrano, no como ahora que conserva un tramo así y otro con el nombre del hombre que imaginó ficciones, Ficciones y, en esos versos, la tercera fundación de una ciudad que ya tenía dos en su haber.

No quedan almacenes ni corralones en esa manzana, tal como Borges (d)escribió hace 98 años en su Fervor de Buenos Aires. Hay, en cambio, una barbería que dice “male image” (“imagen masculina”) en la vidriera, un pet shop con colchonetas para perros y gatos estampadas con animal print a 4.500 pesos cada una, y un “vivero boutique” -dice la marquesina- en el que se venden macetas con leyendas que dicen “smile” o “breathe” patinadas con colores pastel y soportes de madera para las macetas que se promocionan como nórdicos. Cuesta 140 pesos estacionar una hora en la manzana borgeana.

“Asado - Tuco - Pizza”, dice el cartel desvencijado que le queda a la casona de las ventanas tapiadas, en la esquina de Gurruchaga y Guatemala, a media cuadra de una peluquera que tiñe a una clienta, las dos con el barbijo puesto, y justo en diagonal al café de Borges y Paraguay, con carteles fileteados que ofrecen un café y dos medialunas a 245 pesos. Seis amigos se sientan en una de las mesas de la vereda, llaman a Gonzalo y le dicen “lo de siempre, Gonza”: son parroquianos, hombres de la esquina borgeana. Dos mesas más allá una mujer subraya un libro de Paul Auster mientras espera un cortado en jarrito.

La manzana fundacional es, casi un siglo después, la manzana de las Torres Gemelas porteñas. Una constructora tuvo la idea de llamar Palermo Twins a dos torres de las enormes: lo dice las alfombras de la entrada, una sobre Guatemala y otra sobre Paraguay. Alcanza con espiar un poco para ver que hay una pileta enorme en medio de las dos y un guardia de seguridad atento a los movimientos de quien se asome a husmear.

Un edificio recuerda al escritor: es cercano a la torre a la que se entra por Paraguay y se llama “El solar de Borges”. Lo dice con todas letras mayúsculas y gordas sobre el hall de entrada, al lado de la óptica de diseño instalada en el local que pertenece al edificio y que probablemente le baje las expensas al consorcio con nombre de Premio Cervantes.

Quedan dos bicicletas en el puesto para retirarlas de Guatemala casi Borges. Una chica manda un audio por celular mientras saca una: “Estoy saliendo de Borges y Guatemala para ahí”, dice. Casi cien años después de que esas cuadras inspiraran a Borges, y a 35 años de su muerte, no quedan señales de ese paisaje hecho verso. Pero sí de su autor: está impreso -y homenajeado- en los carteles de la calle, un pedacito de la Buenos Aires que se atrevió primero a fundar y, unas líneas después, a pensarla sin principio ni final. Una ciudad eterna, con manzanas que cuenten el paso del tiempo.

JR