El artista y referente de la cultura contemporánea y la plástica argentina Norberto Gómez, quien se formó y trabajó con Julio Le Parc, Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni, falleció a los 80 años, confirmó este martes el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).
Autor de una obra cruda y por momentos lacerante, Gómez fue una de las ocho figuras distinguidas con el Gran Premio a la Trayectoria 2018 de la entonces Secretaría de Cultura de la Nación: “Nunca hice cosas para seducir al mercado: siempre hice lo que sentí”, dijo en aquel momento, al repasar su carrera.
“El Museo Nacional de Bellas Artes lamenta el fallecimiento del artista Norberto Gómez, referente de la escultura contemporánea en la Argentina, y acompaña a sus familiares y amigos en este difícil momento”, publicó la institución en su cuenta de Twitter.
Gómez había recibido la beca Guggenheim en 1992, el Premio Leonardo a la Trayectoria del Museo Nacional de Bellas Artes en 2002, el Premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes en 2006 y el premio Konex de Platino en 2012.
Su obra integra colecciones de museos como el Nacional de Bellas Artes y el de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro). Entre las piezas más recordadas están las Torres de la Memoria que se levantan frente al Río de La Plata, en el porteño Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado.
Hechas en acero entre 1999 y 2012 son parte de la serie “Las Armas” que hizo a mediados de los 80 con piezas que representan instrumentos de tortura o dispositivos medievales de combate, en alusión al carácter vulnerable de la existencia, a la tortura ejercida en dictaduras y a los símbolos del poder que anidan en cada sociedad.
Nacido en Buenos Aires el 2 de marzo en 1941, en una familia de inmigrantes españoles, desde muy pequeño conoció los oficios de ebanista y lutier de la mano de su padre y de su tío, que además era concertista de guitarra clásica.
Gómez tenía 13 años cuando ingresó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano que dos años después abandonó, en 1956, desencantado con la forma de enseñanza, para trabajar y formarse por su cuenta en talleres como el de Castagnino, atraído en principio por la pintura.
Su formación técnica más auténtica fue en un taller de cartelería, haciendo las grandes marquesinas de los cines en los 60 y 70 y luego como escenógrafo de cine publicitario.
En 1965 viajó a París y colaboró en la elaboración de las obras cinéticas que Julio Le Parc presentó en la Bienal de Venecia y en ese mismo viaje asistió a Berni en la tirada de sus grabados dedicados a “Ramona Montiel”.
En 1966, en Argentina de nuevo, comenzó un camino que lo llevó a exponer, 10 años más tarde, los dibujos y objetos en la icónica galería porteña Carmen Waugh que le valieron, una de esas piezas, el Premio De Ridder de escultura.
A partir de 1977, con la dictadura cívico militar instalada en Argentina, comenzó a usar poliéster, vísceras, fragmentos musculares y partes de esqueletos, para moldear sus objetos y esculturas.
La vulnerabilidad de lo biológico, la represión y el poder fueron las cuestiones sobre las que volvió una y otra vez.
“Sí, soy un artista visual -explicaba Gómez en una entrevista concedida en 2018 con motivo de aquel Premio a la Trayectoria- Me considero un armador, no soy escultor. Esculpir es sacar lo que sobra a partir de picar si es piedra o de tallar si es madera. No son lo mismo un modelador, un tallador o un armador. En el caso de un artista hacer una síntesis es un error. Si fuera músico diría que no soy solista, sino más bien compositor. Puedo tocar de todo, pero no del todo”.
“Sé justo lo que necesito como para entenderlo y poder incorporar lo que voy queriendo -explicaba en aquel diálogo publicado por la entonces Secretaría de Cultura la Nación-. Apelo a lo que sé manualmente, a los oficios que trabajé, al tiempo que demandan las cosas y a saber que eso es lo único que uno puede hacer en su vida, pese lo que pese, pase lo que pase y para siempre”.
Con información de agencias.
IG