Dos activistas entraron el viernes a la National Gallery de Londres armadas con una lata de tomate y estamparon el caldo sobre el cristal que protegía a uno de los ramos de girasoles que pintó Vincent Van Gogh. La opinión pública se abalanzó contra las mujeres, que habían calculado el impacto para lanzar un mensaje claro contra la falta de compromiso político ante el apocalipsis climático. Fueron acusadas de terroristas iconoclastas y catalogadas en la misma liga que los bárbaros talibanes, cuando destruyeron en 2001 los majestuosos Budas de Bamiyán, en Afganistán. Tardaron varios días de bombardeos hasta que acabaron con los budas. La destrucción era el mensaje. Los talibanes pretendían un mundo similar al orden más remoto y lo conquistarían avanzando sin condiciones al pasado. Decapitaron periodistas y atacaron el patrimonio, destruyeron para amenazar y para compensar la carencia de un poder legitimador. Trataron de alcanzarlo a través del arte. La ciudadanía activista que ha accedido a los museos a reivindicarse desde mediados de mayo, tras el tortazo al cristal de La Gioconda, en el Louvre, también. Mientras unos utilizaron el arte para amenazar, los otros lo hacen para acabar con la amenaza climática.
“¿Estáis más preocupado por la protección de una pintura o por la protección de nuestro planeta y la gente?”, preguntó una de ellas. Just Stop Oil está ganando visibilidad pública por rociar un letrero de Scotland Yard con pintura amarilla y bloquear carreteras. Su objetivo es “garantizar que el Gobierno se comprometa a poner fin a todas las nuevas licencias y consentimientos para la exploración, desarrollo y producción de combustibles fósiles en el Reino Unido”. Aseguran practicar la resistencia civil no violenta para que el Gobierno tome medidas. La mayor parte de la financiación que recibe el movimiento para sus operaciones proviene del Fondo de Emergencia Climática, con sede en Los Ángeles, que pudo arrancar sus acciones gracias a una contribución fundacional de medio millón de dólares realizada por Aileen Getty, heredera de Getty Oil. Además, aceptan donaciones en criptomoneda, a pesar del impacto devastador que tiene en el medio ambiente. El guionista, director, cómico y actor estadounidense Adam McKay, ingresó el mes pasado cuatro millones de dólares y se unió a la junta directiva.
Un foco de atención
Esta acción cívica, en la que el patrimonio de la National Gallery no ha resultado dañado, es un síntoma del nuevo lugar que la ciudadanía está reclamando a los museos. Ha trasladado sus protestas y pancartas a las salas de las instituciones. El entorno habitual de las manifestaciones es compartido con las obras de arte. Porque los museos y los fetiches icónicos que conservan y exhiben son la mejor plataforma de atención sobre las denuncias. Hasta el momento no hay que lamentar daños, pero tanto en El Prado como en el Reina Sofía indican a este periódico que han convocado a sus equipos de seguridad para atender un posible efecto llamada en España. “Tenemos planes de seguridad encaminados a evitar cualquier acto de vandalismo o acción en contra del buen estado de las obras de arte. Dicho esto también sabemos que el 'riesgo cero' no existe”, explican desde el Museo Reina Sofía. “El 'riesgo cero' no existe, pero el hecho de que tengan cristal quizás los atraiga”, añaden desde el Museo del Prado. El cristal protege y atrae.
Como apuntan desde los museos, el debate no está en la seguridad. Está en la misión. ¿Para qué queremos los museos? ¿Para conservar y exhibir obras de arte convertidas en fetiches? ¿Es el visitante un cliente silencioso que paga, entra, mira y se marcha? La editorial Arcadia acaba de publicar La lógica de la colección y otros ensayos, de Boris Groys. El filósofo alemán apunta en el primero de ellos que lo “más interesante, especialmente hoy en día, es preguntar qué es el museo, y beneficiarse así de su nuevo carácter problemático”. Un museo, en su concepción tradicional y en profunda crisis, es una máquina de coleccionar. De hecho, según Groys, un museo es una insaciable máquina de coleccionar y la realidad es la suma de todo lo que aún no ha sido coleccionado, expuesto, iluminado o tomado por arte.
Si las protagonistas del tomatazo en la National Gallery hubieran descrito públicamente su acción como una performance, ¿qué habría pasado? “Pues que pronto acabaría documentada y preservada en un museo (en otro, claro, no en el de la fechoría o la performance). Esto, que es más inteligente en términos artísticos, es menos eficaz en términos políticos, porque el museo es como un artificiero: desactiva políticamente la obra en la misma medida que la estetiza. Esta es la paradoja: no la del arte como instrumento político, sino la de su musealización”, sostiene Manuel Fontán del Junco, director de museos y exposiciones de la Fundación Juan March y traductor al castellano del libro de Groys.
Un recurso publicitario
Asegura Fontán que los ciudadanos han encontrado lugares apropiados para lanzar sus reivindicaciones porque los museos son hoy “una especie de versión ilustrada del viejo templo”. “Pero me temo que para una vindicación eficaz, la acción tendría que ser de verdad. Un profanación de mentira (una acción contra algo protegido con un cristal) no es una profanación, sino un recurso publicitario. Y sinceramente, preferiría que se hiciera en otro lugar”, sostiene Fontán. Entonces, ¿el museo apenas es un almacén del gusto de cada época? “Yo espero más, desde luego”, responde.
“Creo que muchos museos apenas saben ser más que instrumentos atropellados para la transformación política inmediata y casi directa del presente. Esto me parece muy patético y ridículo en muchos casos, al menos tanto como resistirse completamente a serlo y refugiarse en el formalismo y la presunta neutralidad absoluta, que es irreal”, explica Fontán. Cree en la capacidad del museo para evolucionar y transformarse, pero esa cura debe abordarla el propio museo no gente de afuera. “No es fácil”, remata. Hay pocas recetas.
Filósofos como Paul B Preciado defienden una construcción de las narrativas museísticas más radical. Desde afuera hacia adentro. Quiere museos en el conflicto y en el debate, lugares en los que los públicos imaginen y den forma a estos centros, que intervengan como agentes activos, no como invitados o clientes. Cree que el museo está en crisis porque hasta el momento ha representado el orden de la mirada y la enunciación del sujeto hegemónico, es decir, de un sujeto patriarcal, colonial y heterocentrado. Este modelo excluyente está amenazado por las miradas y voces subalternas, como acabamos de ver en la National Gallery. Por eso Preciado cree que el museo debe abrirse políticamente, “necesita ser despatriarcalizado y descolonizado”.
En esta línea coincide con el historiador Álvaro Perdices, responsable, junto con Carlos G Navarro, de un pequeño paso para el Prado pero inmenso para la humanidad: en 2017 sacaron de los almacenes el cuadro de Rosa Bonheur, El Cid. En breve, este cuadro repudiado por Javier Barón, responsable de pintura del siglo XIX del Prado, será protagonista de la gran retrospectiva organizada por el Museo d'Orsay, en París. “Después de la exposición La mirada del otro lo volvieron a mandar a los almacenes porque no querían ponerlo ni en las salas del XIX. Ese cuadro, un símbolo de poder pintado por una artista lesbiana, permite al museo hablar de otras jerarquías, otras historias que desmontan parte de la historia privilegiada”, indica el comisario para hablar del siglo XIX en un museo del XXI.
Más públicos en los museos
Perdices piensa que hasta el momento los museos españoles han apostado por el turismo, pero ahora necesitan convertirse en importantes para la población española. Su subsistencia depende de ello. No cree que baste con que el museo se convierta en una plaza, también debe salir a las plazas, “como las Misiones pedagógicas”. Recuerda que El Prado lo hizo durante el bicentenario, pero luego nada más. Y entrar en las aulas.
Además, encuentra una contradicción en la definición de los museos públicos y nacionales en España: no se tiene en cuenta a los españoles. No están representados ni atendidos. “Deben desmuseizarse para que se conviertan en lugares activos, no cementerios. Acciones como la de la National Gallery han ocurrido siempre. No se trata de defender un acto de violencia contra el arte, pero sí reconocer el espacio del museo como lugar donde el público puede tener y tomar la voz”, apunta Perdices.
Judit Carrera es la directora del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y cree que “los museos no son espacios neutrales, sino el reflejo de un contexto político y cultural determinado, de una tradición que puede ser revisada y cuestionada”. Así que para convertirse en espacios relevantes en nuestra sociedad cree que deben ser “un espacio de negociación de sentido, un espacio plural que recoja las contradicciones del presente y del pasado, amplíe los límites de lo posible y fomente la imaginación, que es el verdadero motor de la democracia”.
Las acciones de los activistas reconocen el capital simbólico del arte y la cultura, pero según llama la atención Judit Carrera, “simplifican y reducen el potencial emancipador del museo”. “El museo debe y puede aspirar a una transformación más profunda, que vaya más allá del espectáculo de las redes sociales y confíe en la capacidad democratizadora del arte”, añade. También avisa de que los museos y centros culturales ya no pueden limitarse a ser templos para la contemplación, “sino que deben aspirar a ser ágoras, puentes fértiles entre tradición y contemporaneidad, lugares de ensayo en el doble sentido de experimentación y debate crítico sobre los grandes temas del presente”.
Más valientes y desafiantes
La asociación Museums Association del Reino Unido publicó en 2020 un manifiesto en el que reclamaron museos “valientes y desafiantes”. Como Perdices y Preciado, pidieron a las instituciones que fueran más “activistas” al contar sus colecciones y que no silenciaran perspectivas contra el racismo, el machismo y el cambio climático. Hablaban de una “innovación social radical”, porque “los museos no son neutrales”.
También mantienen la campaña Los museos cambian vidas, y con ella invitan a la reflexión, el debate y el compromiso de los asuntos que cuestionan nuestros días. Quieren que las comunidades hablen y que sean escuchadas. Esta campaña defiende el museo como un lugar esencial en la sociedad, porque aumentan la sensación de bienestar si se abren a la inspiración, el desafío y la estimulación de sus públicos. “Existen claras evidencias de que los museos pueden mejorar la salud y el bienestar de las personas si se las da voz en lo que sucede en las salas”, indica Sharon Heal, directora de Museums Association.
Esta asociación también creó el primer código ético para las instituciones británicas, en el que apoyan “la libertad de expresión y el debate”. Y reclama “asegurar que cualquiera tiene la oportunidad de una participación significativa en el trabajo del museo”. Esta asociación es muy activa en sus investigaciones y en el informe Museos en la era del aprendizaje subraya la necesidad de construir un museo más activo con sus públicos. Una vez las colecciones están cuidadas, así como la experiencia en investigación y exhibición, el siguiente paso es proporcionar recursos al área que hará del museo un lugar para el aprendizaje: el educativo. “La educación es el siguiente paso lógico. Los museos son un vasto recurso de aprendizaje público que espera desarrollo. Son un recurso que ya no podemos permitirnos descuidar”, indica el estudio. En España, los principales museos tienen externalizados estos servicios, aunque este departamento abre la puerta a un mayor número de usuarios locales, no solo turistas. Como advierte Julia Pagel, secretaria General de Network of European Museum Organisations (NEMO), “profundizar en la relación con la comunidad significa aumentar la sostenibilidad del museo del futuro”.
PR