Africa mía
Nacida en Bamako, en el sur de Mali, y reina de la música de la región wassoulou, la compositora y cantante Oumou Sangaré trasciende ampliamente los límites de lo que el mercado define como World Music, una música que, ya se sabe, es la del (otro) mundo. La de lo que está afuera. Como con los antiguos bárbaros su existencia se define desde el centro del imperio –que, incidentalmente, desde hace un tiempo ha dejado de estar en Roma–. Podría pensarse, en cambio, a África –y a muchas de sus diversísimas culturas– como centro del mundo. De hecho, en la riquísima música de Timbuktú, este disco nombrado como la ciudad en la que se fundó la primera universidad del planeta, aparecen elementos del folklore wassoulou cuyas sombras son reconocibles en muchas músicas del llamado Occidente (es decir el Norte).
Ideado durante la pandemia por Sangaré junto con Mamadou Sidibé, quien desde hace tiempo toca con ella el kamele n’goni (una especie de laúd de diez cuerdas cuya caja de resonancia es una calabaza recubierta de piel), las canciones se grabaron después de la normalización de los vuelos en Baltimore, Mali, Burkina Faso y París. La superposición –hipnótica, exuberante– de patrones rítmicos diferentes es una obviedad. También la voz extraordinaria de Sangaré. Pero además están las resonancias del “blues del desierto”, uno de los nuevos géneros musicales surgidos en África, y la notable guitarra de Pascal Danaé, uno de los coproductores del álbum. Si se piensa estos sonidos como la música de los bárbaros, en todo caso, bien podría preguntarse, como en un famoso poema de Konstandinos Kavafis, qué es lo que haríamos sin ellos.
La batalla de los grandes
Había, en una época en que las novedades llegaban por la radio, un programa llamado Modart en la Noche. Allí se escuchó por primera vez “Hey Jude”, por ejemplo. Había mucha morralla, por supuesto (Bill Deal & The Rondells, Robin Gibb, 1910 Fruitgom Company). Y también aquello que en ninguna otra parte podía oírse: Traffic, Cream, Led Zeppelin, Joe Cocker o Jethro Tull en sus comienzos, cuando aún faltaba mucho para que sus discos se editaran en la Argentina. Y había una sección llamada La batalla de los grandes, donde la misma canción se escuchaba dos veces, en dos versiones distintas. En su homenaje, aquí una playlist donde se puede escuchar interpretaciones contrastadas de lo que ni siquiera en Modart en la noche tenía cabida: Alberto Castillo vs Edith Piaf, Maurice Ravel vs Frank Sinatra con Harry James, Chico Buarque con Milton Nascimento vs Milton Nascimento con Chico Buarque y hasta Richard Wagner vs un grupo norteamericano de cumbia psicodélica peruana.
La sonrisa del gato de Radiohead
“No se trata de una sonrisa de la clase ‘Ja ja ja’ sino más bien la sonrisa del tipo que te miente todos los días”, aclaró Thom Yorke acerca del nombre del grupo que acaba de estrenar con Jonny Greenwood y Tom Skinner. Yorke y Greenwood son (o eran) compañeros en Radiohead y Skinner viene del jazz multicultural de Londres y ha tocado, entre otros grupos, con el electrónico Floating Points (que grabó el alabado Promises, junto con el gran saxofonista Pharoah Sanders y la Sinfónica de Londres y Sons of Kemet, donde revista el notable saxofonista Shabaka Hutchings (aquí uno de sus mejores discos, Your Queen is a Reptile, de 2018).
A Light for Attracting Attention, el primer disco de The Smile (o el último de Radiohead) es exactamente lo que el título anuncia. Salvo por el hecho de que, como era previsible, la luz –una clara reivindicación del rock como música “de escucha” y de la complejidad como valor– emerge necesariamente de las sombras. Rock’n roll atravesado por la obsesividad en “You Will Never Work In Television Again”, las tres líneas repetitivas y en crescendo, a las que se van sumando otras a partir de los cincuenta segundos y, luego, claro, en tensión con ese tejido de densidad progresivamente abrumador (o abrumado) la voz tan inglesa, tan pop, tan Beatle de Yorke, en la magnífica “The Same” que abre el disco, el exquisito contrapunto entre la guitarra –y sus sobregrabaciones– y el bajo en “The Opposite”. Podría decirse que allí está la marca de fábrica de Yorke-Greenwood. Y a diferencia de otros trabajos de uno y otro por separado, en este caso es evidente la continuidad con el grupo que hizo de la melancolía una de las bellas artes, al fin y al cabo otra vieja costumbre de la canción inglesa.
DF