Se refirieron a él como “una mente brillante”, como un científico “de la talla de Albert Einstein”, como un genio de la física. Pero también como “un destructor de mundos”, como el “Prometeo americano” que robó el fuego al Olimpo para dárselo a la humanidad sin pensar en los riesgos que ese gesto acarrearía, o como “el padre arrepentido de la bomba atómica”. El estadounidense Robert Oppenheimer es sin dudas uno de los personajes más paradójicos y para muchos controversiales del siglo XX, y su figura vuelve a ser revisada por estos días en una película de gran despliegue y también en un libro colosal de investigación periodística que volvió a editarse.
Julius Robert Oppenheimer nació en Nueva York, en 1904, un año antes de que el mismísimo Einstein publicara su teoría de la relatividad. Eran tiempos en los que la ciencia emprendió una especie de “segunda revolución” que llevaría una oleada de impactante progreso a la humanidad.
“En todas partes del planeta se comenzó a celebrar a los científicos como una nueva suerte de héroes que prometían encaminarnos a un renacimiento de la racionalidad, la prosperidad y la meritocracia social”, describen los periodistas Kai Bird y Martin J. Sherwin en su destacado libro Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Editorial Debate), la biografía más completa del científico, que en 2006 obtuvo el Premio Pulitzer y por estos días volvió a reeditarse.
Hijo de Julius S. Oppenheimer, un adinerado importador textil que había emigrado de Alemania hacia los Estados Unidos en 1888, y de Ella Friedman, una artista plástica siempre en tensión con el mundo mercantil de su esposo, Robert recibió una educación privilegiada. Por su enorme interés en la lectura y por su destacado desempeño escolar, tanto su padre como su madre sabían que tenían “un genio en casa”, según destacan distintos testigos de aquellos días.
Primero hizo sus estudios de grado en Química en la Universidad de Harvard, donde se recibió con honores en 1925, y luego un doctorado en la Universidad de Gotinga, epicentro de la física teórica de aquellos tiempos. Siempre entre los Estados Unidos y Europa, su nombre empezaba a sonar en los ámbitos científicos como alguien que se destacaba.
Armado a partir de una investigación que llevó casi tres décadas y para la que realizaron un centenar de entrevistas, entre allegados, amigos y colegas del científico, el libro de Bird y Sherwin recorre minuciosamente la vida de Oppenheimer y repone con precisión todos los contextos.
El arco narrativo de la publicación va de aquellos días de juventud y brillantez hasta llegar al momento en que Oppenheimer, una figura cada vez más rutilante en su terreno, es convocado para dirigir el llamado Proyecto Manhattan, el plan de investigación y desarrollo del gobierno estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial que produjo las primeras armas nucleares.
Con apoyo de Reino Unido y Canadá, el Proyecto tuvo su pata militar y su costado científico, a cargo del destacado físico, quien dirigió el Laboratorio Nacional de Los Álamos, donde se diseñaron las propias bombas nucleares.
La madrugada del 16 de julio de 1945 fue un hito: ese día Oppenheimer y los científicos que trabajaban con él llevaron adelante la primera prueba de una bomba atómica de toda la historia. Lo hicieron con una detonación programada bajo el nombre de Trinity que se realizó en las arenas del desierto Jornada del Muerto, en Nuevo México.
Tal como reconstruyen los biógrafos del científico en su publicación, en un documental de la NBC de 1965, Oppenheimer recordó sobre aquella jornada histórica marcada por un rugido y una nube con forma de hongo que se elevó en el cielo de aquel desierto estadounidense: “Sabíamos que el mundo dejaría de ser el mismo. Había quien reía y había quien lloraba. La mayoría guardaban silencio. Recordé un verso de las escrituras hindúes, el Bhagavad Guitá. Vishnu trata de convencer al príncipe de que debería cumplir con su obligación y, para impresionarlo, toma la forma de un ser de muchos brazos y dice: ‘Ahora he devenido muerte, el destructor de mundos’. Supongo que todos, cada uno a su manera, pensamos algo así”.
El impacto de aquella explosión dejó traslucir, de a poco, los primeros dilemas éticos para el científico y algunos de sus colegas. Eran hombres del progreso, pero también tenían en sus manos armas que los convertían en poco segundos en verdugos. Sin embargo, apenas unas semanas después de la detonación de Trinity, el grupo encararía los ataques nucleares estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón, que dejaron más de 200 mil muertos, además de miles de heridos y un impacto ambiental que se sigue investigando hasta la actualidad.
Lejos del orgullo inicial y una especie de fervor patriótico, Oppenheimer empezó a arrepentirse del proyecto que había comandado y a sentir remordimiento por el horror que había provocado su máxima creación. Entonces intentó llevar a la reflexión a las autoridades y también a proponer moderación en el avance nuclear desde los ámbitos en los que se movía.
“Oppenheimer trató con valentía de desviarnos de esa cultura de la bomba intentando frenar la amenaza nuclear que él mismo había contribuido a desencadenar. Su empeño más impresionante fue concebir un plan para el control internacional de la energía atómica, que se conoció como el Informe Acheson-Lilienthal (aunque en realidad fue Oppenheimer quien lo ideó y escribió en su mayor parte). Constituye un modelo singular en favor de la racionalidad en la era nuclear. Sin embargo, las políticas de la Guerra Fría llevadas a cabo tanto en Estados Unidos como en otras naciones condenaron su plan”, apuntan los biógrafos en la introducción de su libro.
“Nadie hizo caso de las advertencias del físico, y al final acabaron por silenciarlo. Como aquel rebelde titán griego, Prometeo, que robó a Zeus el fuego y se lo entregó a la humanidad, Oppenheimer nos dio el fuego atómico. Pero cuando quiso controlarlo, cuando trató de hacernos conscientes de los terribles peligros que entrañaba, los poderes fácticos, como Zeus, reaccionaron con furia y lo castigaron”, concluyen.
Con el correr de los años, por su mirada nueva sobre la energía nuclear, el físico fue víctima de una campaña de desprestigio: en la década del ‘50 lo acusaron de colaborar con el bloque soviético, de traficar información, de ser un peligro para la seguridad nacional.
Sin embargo siguió trabajando en el prestigioso Instituto de Estudios Avanzados, de Princeton, donde continuó investigando y reuniendo a intelectuales de distintas disciplinas, mientras su temida carrera armamentista de las potencias mundiales ya era una realidad imparable. Oppenheimer murió a causa de un cáncer de garganta en 1967.
Nolan y una superproducción
Basada en el libro de Bird y Sherwin, por estos días llegó a los cines de todo el mundo Oppenheimer, la película protagonizada por Cillian Murphy, junto a Matt Damon, Robert Downey Jr., Emily Blunt, y Florence Pugh y dirigida por Christopher Nolan.
“El material original me dio confianza para abordar un tema histórico tan complicado. Les llevó 25 años de investigación escribirlo y es muy completo. La adaptación era muy complicada porque es un libro enorme con mucha información, pero fue el trampolín que me dio confianza. Esta fuente autorizada fue la que me liberó para comenzar a usar mi imaginación para tratar de producir algo que no fuera un documental, sino mi interpretación de su vida”, señaló recientemente el cineasta en una rueda de prensa con medios españoles.
Al ser consultado por su aproximación a la controvertida figura del científico, el director apuntó: “Se trataba de estar en su cabeza y experimentar lo que él experimentó y, por lo tanto, llegar a comprenderlo en lugar de juzgarlo. Es una persona que se enfrentó a dilemas éticos reales de una magnitud que pocos de nosotros podemos imaginar. Situaciones muy paradójicas. Cuando comienzas a investigar la historia, queda claro que estos científicos no tuvieron más remedio que desarrollar esta arma. Se había establecido la división del átomo y los nazis estaban tratando de desarrollar una bomba. Todos lo sabían, por eso no me interesaba contar una historia sobre científicos que eran tan estúpidos que no podían prever el impacto negativo de traer algo así al mundo”.
Sobre su interés en las consecuencias del desarrollo de armas nucleares y las motivaciones que lo llevaron a narrar esta historia, el director de Memento afirmó: “Cuando tenía 12 o 13 años, mis amigos y yo estábamos convencidos de que en algún momento todos íbamos a morir en un holocausto nuclear. He tenido conversaciones con, por ejemplo, Steven Spielberg, que es de una generación anterior a la mía, que creció a la sombra de la crisis de los misiles en Cuba y tenía exactamente la misma sensación de pérdida. Así que nuestro miedo como sociedad y nuestra preocupación por este tema tiende a ir y venir”.
“Parece como si no pudiéramos preocuparnos demasiado por solo una cosa en particular y tuviéramos que tomarnos un descanso y preocuparnos por una forma diferente de armagedón, como el cambio climático. Pero la verdad subyacente, y esto pesa mucho sobre la película, es que la amenaza de las armas nucleares nunca desaparece, decidamos preocuparnos por ello o no. Eso es algo me atormenta a mí y creo que a muchas otras personas”, concluyó Nolan.
AL/MG