Hijo de Orán, Argelia, desde que sus ancestros decidieron instalarse en esa ciudad portuaria del norte de Africa a fines del siglo diecinueve. Oriundo de la misma localidad donde Albert Camus localizó su novela La Peste. Yves Mathieu Saint Laurent, ISL, fue uno de los diseñadores de ropa más importantes de la historia en los tiempos en que el prêt-à-porter de etiqueta y la haute couture eran un gran negocio.
Desde hoy, sábado, París y el mundo de la moda celebrarán su inspiración y pasión por vestir los cuerpos, a propósito del aniversario de la presentación inaugural de su marca de indumentaria, que se tituló Trapeze, y ocurrió el 29 de enero de 1962, en el número 30 bis de la rue Spontini de París, hace exactos sesenta años.
El majestuoso homenaje al creador del esmoquin para mujeres y la chaqueta sahariana, el modisto que hizo ponible el traje femenino a rayas y llevó las pinturas de Piet Mondrian, Pablo Picasso y Georges Braque a los vestidos se realizará con media docena de exhibiciones simultáneas y permanecerá hasta mediados de mayo. Se titula Yves Saint Laurent aux Musées y contará con más de medio centenar de prendas, fotografías y bocetos a mano alzada, un tributo curado y coordinado por la crítica de arte y ensayista Mouna Mekouar, nacida en Casablanca y formada en el Institut National du Patrimoine francés.
El Louvre, el Museo d’Orsay, el Centre George Pompidou, el Picasso, el Museo de Arte Moderno (MAM) y el Yves Saint Laurent -donde funcionó su atelier- son las sedes elegidas para la retrospectiva en la que el público podrá apreciar parte de las colecciones de ISL. “No queríamos colgar simplemente la ropa, la queríamos mostrar entre las colecciones permanentes de las galerías, para que el público pueda redescubrir el diálogo constante entre el trabajo de Saint Laurent y el del arte”, señaló Mekouar.
Amante del dorado y las piedras preciosas, el Louvre ofrecerá en esta ocasión la deslumbrante Galerie d’Apollon, donde residen las joyas de la corona y se mostrará una chaqueta de organza bordada en hilos de oro y pedrería. El MAM dispondrá de los textiles coloridos del modisto y el Picasso pondrá al alcance de la vista obras vinculadas con el autor de Guernica, como la chaqueta inspirada en el Retrato de la musa surrealista Nusch Eluard.
Los visitantes podrán confrontar cómo se trabajaba en una gran firma de ropa cuando no existían las redes sociales ni se pensaba como hoy en el comercio justo, el maltrato a los animales, el trabajo esclavo o la necesidad de usar materiales orgánicos. Los parámetros se fueron metamorfoseando y hay quienes, pandemia mediante además, auguran la muerte de la moda tal como se la conoció hasta hace breve tiempo.
“Pensada como un archipiélago, la exposición ofrece nuevas formas de diálogo y anima al público a crear su recorrido de un museo a otro, llevándolo a esferas hasta ahora desconocidas o nuevas”, dice el comunicado oficial de la muestra y agrega: “Se trata de jugar con redes de afinidades, creando esferas de vibraciones, con el fin de ofrecer una nueva visión de su obra”.
ISL preguntaba y se preguntaba: ¿la elegancia no es olvidar lo que uno lleva puesto? En esa línea, el modisto que subió hippies a las pasarelas dijo además que “lo más importante en un vestido es la mujer que lo lleva puesto” “las tendencias desaparecen, el estilo es eterno” y admitió que “me gustaría haber inventado los jeans. Son expresión de modestia, sexo y simplicidad, todo lo que espero que sea mi ropa”. Creía en una mujer libre de ataduras. Respecto del futuro, aseguró categórico: “detrás de mí no vendrá nadie que merezca la pena. No veo ni un solo talento”.
ISL preguntaba y se preguntaba: ¿la elegancia no es olvidar lo que uno lleva puesto? En esa línea, el modisto que subió hippies a las pasarelas dijo además que “lo más importante en un vestido es la mujer que lo lleva puesto”
Hijo de Charles, un padre severo dueño de una compañía de cines en Argelia, Túnez y Marruecos, Ives se fascinó desde la infancia con la elegancia de las mujeres de su ciudad natal, especialmente con la de su madre Lucienne Andrée, quien lo estimuló para que fuera a estudiar a París. Ella estaba muy unida a su primogénito y no soportaba el malestar que le provocaban al chico las burlas de sus compañeros de colegio cuando vestía a las muñecas de sus hermanas y jugaba con marionetas.
Lector de Marcel Proust y devorador de la revista Vogue, a los diecisiete años Yves se fue solo a la capital francesa a aprender todo sobre la alta costura. Muy pronto le mostró sus diseños a Michel de Brunhoff, director de la famosa revista de moda, quien decidió publicarlos. A ISL estudiar lo aburría, era un aprendiz impaciente, así que puso todo su empeño en un boceto para un vestido de cóctel que presentó a un concurso y ganó el primer premio. Fue el paso que necesitaba para darse a conocer en la sociedad de la capital francesa. De Brunhoff lo presentó a Christian Dior, quien se subyugó ante su talento, lo incorporó a su maison como mano derecha en 1954 y lo bautizó “mi príncipe”, convirtiéndolo en su heredero natural. Tres años después, con la muerte de Dior, Saint Laurent se convirtió en director de arte de la casa y lanzó una colección de su inventiva, pero aún bajo el nombre de su tutor. Entre el público de aquella pasarela estaba Pierre Bergé, futuro socio, amigo y amante.
En 1960 tuvo que cumplir con el servicio militar pero la rudeza del ejército le provocó una depresión que lo confinó durante un tiempo en un hospital psiquiátrico. Con sus influencias, Bergé logró sacarlo de allí. En ese interín, la casa Dior lo reemplazó por su asistente, Marc Bohan, e Yves demandó a la empresa por daños morales. Con el dinero que ganó en ese juicio más una suma importante que aportó el empresario estadounidense Mack Robinson creó su propia casa de alta costura.
En enero de 1962 presentó la primera colección bajo su nombre, que ahora se conmemora, y cuatro años después lanzó el esmoquin, antes de exclusividad masculina, que con el tiempo se convirtió en uno de sus clásicos. Fue el pionero de un tipo de ropa más democrática, ponible, andrógina, pensada para las mujeres modernas. Algunas de sus musas fueron Marlene Dietrich, Liz Taylor, Sofía Loren y Farah Diba, esposa del sha de Irán. Blusas con la espalda desnuda, el short, de las transparencias al escándalo del negro, su itinerario fue el de quien decide quebrar las reglas impuestas en su medio, buscando una nueva armonía entre la fantasía y lo confortable. Catherine Deneuve, íntima amiga, se enfundó en su icónico trench de cuero para la película Belle de Jour y Josephine Baker le inspiró una fragancia.
En 1974, luego de modelar él mismo para su colección Rive Gauche de pret-a porter masculino y de posar desnudo para su perfume, la revista Time lo denominó “rey de la moda” y le dedicó una tapa. La depresión volvió varias veces y se refugió otras tantas en la Villa De la Felicidad y la Tranquilidad, un oasis con vasto y salvaje jardín del pintor Jacques Majorelle, que compró con Bergé en Marrakesh. Allí funciona un museo antropológico con ropas y joyas de las culturas originarias africanas que también lo inspiraron, mientras se respira el aroma de los ibiscus y las buganvillas. “Soy un hombre de lugares cálidos y me siento bien en esta ciudad, uno de los últimos lugares con dignidad, fuente infinita de visiones sensuales”, avisó el diseñador que murió de cáncer el 1 de junio de 2008.
La casa Yves Saint Laurent desembarcó en Buenos Aires en 1979 y dejó de operar a fines de 2011. Fueron treinta y dos años en los que un seleccionado de privilegiadas locales pudo acceder a sus prendas sin tener que tomarse un avión ohlalá. Para quienes quieran asomarse a esa combinación extraña entre lo frívolo y ciertos abismos oscuros que a veces conviven en el universo del diseño de indumentaria, Netflix oferta por estos días la miniserie Halston (Ewan McGregor), sobre otra estrella de la moda, un estadounidense pleno de mística que perdió su nombre y el rumbo. Aunque esa es otra historia.
LH