El sorteo del Mundial es una suerte de puntapié inicial emocional. Así arranca la ilusión. Y con ella el juego de imaginarios informados, gráficos a completar, y mapeos de posibles encuentros con un sueño común a los participantes: jugar todo los partidos y ganar el final.
Sabemos ya que un lunes de noviembre a las 7 de la mañana de Buenos Aires se jugará el primer cotejo entre Holanda y Senegal. Por primera vez el partido inaugural no lo juega ni el país anfitrión ni el campeón previo (desde el 2006, cuando la clasificación dejó de ser automática para el campeón, siempre hemos visto al país local en la fiesta de apertura).
Este será un Mundial de muchas primeras veces. Por primera vez se juega en un país árabe, y por primera vez a fin de año, por ejemplo. Un noticiero británico cubre el sorteo con el pronunciamiento de que se trata “del mundial más caro y más analizado de la historia”.
Un mural con las fotos de cada trabajador que participó en la construcción del estadio envuelven al gigantesco estadio, y una mujer directora de comunicación del comité (supremo) organizativo Fatma Al Nuaimil habla a cámara anunciando los cambios en las leyes laborales que se han dado a raíz del escrutinio internacional por las condiciones de trabajo de los mismos. Éstas son algunas respuestas qataris al aluvión de críticas que enfrentan. Qatar es un país pequeño, al borde del desierto, que mira a Occidente con ansias de ser aceptado y distinguirse así de sus vecinos más rígidos. Ha esperado doce años para realizar este sueño, y en la trayectoria cayeron los antiguos líderes de la FIFA, en gran parte precisamente por la forma en que se les adjudicó el mundial.
La prensa auto-identificada como progresista del presunto primer mundo occidental está llena de reservas. Una preocupación aireada a menudo es la intolerancia qatarí con la comunidad LGBTQ, pero también aquí los mandatarios anfitriones tienen respuesta: el General Al Ansari, a cargo de la seguridad del torneo, le dijo a la agencia AP que las banderas arco iris serían confiscadas “para la protección” de los portadores, pero que los hinchas gay serán bienvenidos.
Las banderas con mensajes socio-político siempre han estado prohibidas en los estadios mundialistas. Pero este año la FIFA ha dado un vuelco y se está adhiriendo a la cultura de la cancelación internacional, quizás intuyendo un clima propicio para mostrarse a favor o en contra de ciertas posturas de las batallas culturales de rigor. Después de todo, la FiFA quiere seducir a los consumidores de su producto. No hace falta mucha espina ideológica.
Primero o último
No queda claro si este será el último mundial o el primero de un nuevo orden. De cierta forma, Rusia 2018 ya rompió algunas estructuras. Ganó su puesto de anfitrión con el mismo proceso de votos ‘fáciles de influenciar’, por decirlo de alguna manera, que Qatar, anunciándose ambas sedes en un mismo momento sísmico. Si Rusia dio que hablar, y fue motivo de protesta por parte de los países élite (Europa y EEUU), Qatar fue la gota que rebasó el vaso ya colmado de la tolerancia occidental.
Recordemos que en Uruguay en 1930 se jugó un mundial con muy poca presencia europea en gran parte por la resistencia de Europa a aceptar no sólo la sede sino la mera existencia de países fuera de Europa dentro de la FIFA.
Inglaterra principalmente se oponía a la presencia de “extranjeros”. Gran parte de la genialidad mercantil y comercial de los magnates tercermundistas del fútbol, Havelange y su aprendiz y luego socio Julio Grondona, fue la astucia de percatarse de que a través del fútbol mundial los productos multi-nacionales como Coca Cola podían publicitarse en países donde estaban de facto prohibidos. La botella de la bebida que daba sabor al vivir, gigante y plantada en cada corner del campo de juego, llegaba así a hogares remotos en la India y toda África, tal como cuenta el historiador inglés David Goldblatt.
La FIFA creció de la mano de sus socios comerciales hasta estallar. La vieja guardia del monstruo construído, ahora presos o muertos, han dado lugar a una nueva versión de líderes que se dicen consternados por temas otrora tan distantes del rango de preocupaciones como los derechos humanos, la transparencia financiera, o las infracciones geopolíticas. Rusia, hace cuatro años “amiga” de la casa, ha sido expulsada debido a la invasión de Ucrania.
Y aparecen gestos, como el discurso de la presidente de la Federación de Fútbol de Noruega. Lise Klaveness contó en el Congreso de FIFA que de niña dormía abrazada a una pelota tan sucia que hasta el gato huía del mal olor. Cumplió su sueño de convertirse en jugadora, y luego, como abogada y jueza, encontró que el fútbol era era el único tema con el que podía hablar con clientes y acusados de crímenes graves. “En tiempos desesperados, el fútbol es el único lenguaje común”.
El año pasado Noruega consideró boicotear el Mundial, como protesta por el país sede, por cómo obtuvo ese lugar, y por la condiciones humanas de la sociedad qatarí. “Pero nuestros miembros votaron por el diálogo, y por la presión dentro de FIFA como el mejor modo de lograr los cambios que tanto se necesitan”, concluyó Klaveness, al resaltar que los valores que deberían ser centrales: derechos humanos, igualdad, democracia, “no formaron parte de la alineación titular, sino que fueron incluidos años más tardes, sacados del banco donde languidecían como sustitutos tras la presión insistente de voces externas”.
Podría parecer que estamos en el umbral de un tiempo nuevo. Aunque la bajada a tierra fue inmediata, ya que el siguiente orador en el Congreso de la FIFA, el presidente de la federación de Honduras, no tuvo reparos en “ubicar” a su par, reprochándole que “este no es el foro para hacer este tipo de reivindicaciones. Hablemos de fútbol”.
Hablemos de fútbol
Hablemos de fútbol pues. No hay Grupo de la Muerte. En parte porque el sorteo se dio así, y en parte porque la frase misma está siendo cancelada. En el clima actual de una Europa en guerra, tal vez también informada por la pandemia, la palabra “muerte” adquiere fuerza literal.
Los argentinos podemos dar un suspiro de alivio bajo el viejo lema “grupo fácil, a partir de octavos difícil”. Nos tocará, seguramente Holanda (Países Bajos). “Seguramente” es un absurdo a esta altura, porque la magia del Mundial es justamente que hay campeones que se van a casa tras tres partidos, pequeños equipos que deleitan y asombran y avanzan. El grupo más difícil sea quizás el que contiene a Alemania y a España, pero incluso esto puede resultar una ventaja ya que si ambos pasan no se verán enfrentados hasta muy avanzada la competencia. Se vislumbran algunos clásicos mundialistas: EEUU-Irán; Ghana-Uruguay. Quedan puestos a resolver –por primera vez desde 1974 el sorteo se da aun faltando partidos de repechaje– y es en el grupo de Inglaterra donde el cuarto puesto puede ser Gales, Escocia. O Ucrania. “Una posibilidad que potencialmente ofrece una de las historias más poderosamente emocionales jamás vista en un Mundial” dice Miguel Delaney en el Independent, proclive a la hipérbole.
“Yo estoy contenta porque quizás veré a Ghana nuevamente en una semi-final” dice una comentarista política en el noticiero de Inglaterra, a lo que la conductora le contesta “en mi casa no mencionamos a Ghana, porque dejaron afuera a Nigeria”. Y es que el Mundial es también eso. La diversidad, la multi-nacionalidad, y el tema copando todos los ámbitos. Empezó el viernes, con el sorteo, pero continuará in crescendo hasta fin de año. Preparémonos para las encuestas que nos confirmen nuevamente que durante el torneo un porcentaje altísimo de la población mundial no pensará en otra cosa. Las ventas de pantallas gigantes y los sindicatos de apuestas crecerán. Las denuncias a la fábrica de indumentaria deportiva, las pelotas mismas, y algunas preocupaciones aledañas recibirán algo de aire, pero las grandes marcas también lucrarán. Es posible que un pequeño espacio artístico cultural también reciba algo de atención, siempre y cuando sea vinculado al fútbol.
Llevamos casi 100 años gozando con este circo. Siempre hay cierto sector de la prensa que cuestiona la “correción”’ política de la sede en vísperas de un gran evento; lo vimos en Brasil en el 2014 y también en las Olimpíadas de Río 2016. Lo vemos siempre que hay un evento en China. Lo vimos por supuesto en el '78 en Argentina. Lo vimos en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Y así sucesivamente.
Rara vez un evento deportivo lleva a un cambio político o social profundo pero a veces el foco de atención mundial puede atraer o resaltar narrativas que de otra manera no obtendrían tanta difusión. Así sucedió en 1978 en Argentina cuando los periodistas holandeses que se quedaron para cubrir la final empezaron a entrevistar a las madres en plaza de Mayo.
No sabemos qué justicias sociales podrán emerger a partir de este Mundial en Qatar. Nos relamemos con anticipación y nervios por el juego en sí; por lo que puede pasar en la cancha. La realidad es que más allá de las estructuras de poder, de las instituciones enriqueciéndose, del enorme negocio que se genera, el mundial es la fiesta por excelencia del más noble de los juegos. Podemos llegar a ver un tipo volando. Podemos llegar a vivir algo insólito, como esos minutos que nos dio Diego Maradona en 1986, marcando dos veces el horror y la gloria que significaron un antes y un después. Puede repetirse la poesía de Holanda en el '74, la garra de Uruguay en el '50, la esperanza de Islandia en el 2018.
La gran promesa del fútbol africano nos queda pendiente. El poderío sudamericano perdió ímpetu en el 2018, y las últimas fases fueron menos mundial y más Eurocopa glorificada. Ojalá en los estadios tan sufridos de Qatar veamos nuevas estrellas. Que brillen los talentos puros. Y que se denuncien las aberraciones humanas en todo el mundo. ¿Estaremos encaminados hacia una FIFA presidida por alguien como Lise Klaveness, quizás con mundiales mixtos cada dos años, con entradas gratis para los niños? ¿Será posible un fútbol mejor?
Por ahora, comenzó el sueño. Iniciamos nuestro álbum de figuritas 2022, sabiendo que es perfectamente posible contar las cosas tal como son y al mismo tiempo creer en la magia.
MMA/CC