Hasta este viernes, ningún jugador en toda la historia de la selección de fútbol de Brasil había vestido el dorsal 24. El dato no es una mera casualidad sino una tradición homófoba que tiene su origen en un juego de lotería clandestino denominado jogo do bicho (El juego del bicho): un sorteo en el que cada número está identificado con un animal. El guarismo en cuestión corresponde al ciervo, veado en portugués, una palabra muy similar a viado, equivalente en el idioma a ‘marica’.
Los jugadores brasileños, también los de las ligas locales, han evitado tradicionalmente y por este motivo lucir ese número en la espalda. En la actualidad, solo cuatro equipos del Brasileirão –la liga de fútbol nacional– tienen una camiseta con esa numeración: Corinthians de São Paulo, América-MG de Belo Horizonte, Internacional de Porto Alegre y Santos. En los 90 años de historia de la Canarinha –como se conoce a la selección por el color de la camiseta– ningún jugador llevó el número hasta este viernes, en el partido que enfrentó a Brasil contra Camerún en el último partido de la fase de grupos del Mundial de Qatar, cuando el central Gleison Bremer, con el 24 a la espalda, jugó de titular.
El fin de este tabú de sorprendente arraigo tiene una explicación involuntaria. No se trata de un gesto a favor de la comunidad LGTBI del seleccionador, Tite, de la federación o del jugador de la Juventus, sino una regla de la FIFA, que por primera vez permitió convocar a más de 23 jugadores a la competición internacional, hasta 26. La regla viene acompañada con el requisito de que los jugadores tienen que elegir dorsales ordenados del 1 al 26 hasta completar todos los números.
En otras competiciones en el pasado, la selección concedía ese número a jugadores con posibilidades escasas de disputar algún partido o efectuaba maniobras obscenas. En la última Copa América, celebrada en Brasil en 2019, los jugadores recibieron los números ordenados de manera consecutiva hasta llegar al 23. Roberto Firmino llevaba el 20; Gabriel Barbosa vestía el 21; el defensor Léo Ortiz, el 22; el portero Ederson, el 23… y Douglas Luiz, el 25.
Aquel ardid llevó a la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) ante los tribunales. El grupo Arco-Íris, una asociación en defensa de los derechos LGTBI, interpuso una denuncia que finalmente quedó en nada. La institución tuvo sin embargo que dar explicaciones sobre la decisión y argumentó que el número 25 era más adecuado para un centrocampista como Douglas Luiz que el 24. Brasil fue la única selección en aquella competición que dejó ese dorsal vacío.
Quizá porque la regla de la FIFA es menos laxa o porque el seleccionador optó por evitar otro eventual conflicto en los juzgados, Bremer hizo historia este viernes de manera silenciosa con el 24 en la espalda. Cuestionado por el asunto en el medio brasileño UOL, el jugador restó importancia al asunto: “Es una camiseta como cualquier otra, lo importante es estar en la Copa del Mundo. El número no importa”, dijo.
El tabú tiene su origen en 1892, cuando João Batista Drummond, el fundador del Zoo de Río de Janeiro, ideó una suerte de lotería para aumentar las visitas al lugar. El juego de azar otorgaba un número a 25 animales concretos del zoo y el 24 era el del venado. Por su similitud, el guarismo quedó asociado para despreciar a las personas homosexuales, no solo en el mundo del fútbol. Desde 1941, el jogo do bicho es ilegal en el país, aunque su uso sigue siendo muy popular en Brasil, tanto que existe una ley en trámite para despenalizar una serie de juegos de azar y en concreto el juego del bicho.
A pesar del momento de regresión democrática que experimentó el país en los últimos cuatro años, con un presidente, Jair Bolsonaro, abiertamente homófobo, que llegó a decir que preferiría tener un hijo fallecido en un accidente que uno homosexual, este tipo de tabús empiezan a tener al menos contestación en las calles. En 2020, durante la fase de clasificación para el principal campeonato sudamericano de clubes, la Copa Libertadores, circuló en las redes sociales la etiqueta #pedea24 (Pide la 24).
Hace unos años, una de las principales estrellas del Santos, el equipo de Pelé, vistió ese dorsal. Tras la muerte del mítico jugador de los Lakers Kobe Bryant, que vistió históricamente el 24, el número se convirtió en una suerte de icono en Brasil para la lucha contra la homofobia. El Bahía, un club tradicionalmente comprometido con las cuestiones sociales, abrió la lata entonces para comenzar a romper el tabú: el centrocampista Flavio saltó al campo con el dorsal. “El respeto a las diferencias tiene que prevalecer”, dijo.
Homofobia en el fútbol
En la selección brasileña actual solo Richarlison, uno de los delanteros del equipo, explicitó su apoyo a la comunidad LGTB, mientras que la mayoría del combinado mantiene posiciones abierta o veladamente homófobas. Entre ellos, el delantero del Paris Saint-Germain Neymar Junior que en la reciente campaña electoral en Brasil participó en la campaña de Bolsonaro.
El tabú de la homosexualidad en el fútbol profesional trasciende en cualquier caso a la Canarinha. Los jugadores que salieron del closet mientras estaban aún en activo caben en los dedos de las manos. Uno de los casos más paradigmáticos es el del australiano Josh Cavallo, que publicó hace un año un emotivo video en el que anunciaba que era gay. El centrocampista del Adelaide United es uno de los futbolistas que criticó con más contundencia la celebración del Mundial en Qatar, una dictadura que castiga con penas de cárcel las relaciones entre personas del mismo sexo.
En su primer partido en el torneo, los jugadores de la selección de Alemania se taparon la boca en señal de protesta contra las violaciones de derechos humanos en Qatar, después de que la FIFA decidiese sancionar ââa quienes mostraran brazaletes con la bandera LGTBI en el terreno de juego.
AO