Al final no se votó pero la gente de Boca fue igual. Disconformes con la decisión de la justicia porteña de postergar las elecciones en el club hasta tanto se investigue una denuncia radicada por la fórmula opositora Ibarra - Macri, una multitud de hinchas xeneizes se congregaron en el Parque Lezama para marchar hasta La Bombonera. “Tener poder es que te quieran”, había dicho Riquelme en conferencia de prensa durante la semana. A juzgar por la peregrinación de la que fue parte en la tarde de ayer, no hay dudas de que se trata de un hombre poderoso.
Hay una recordada entrevista de 2012 en Fox Sports en la que el periodista Pablo Ladaga le pregunta al ídolo xeneize si le gustaría ser presidente de Boca. “No me van a dejar”, contestó Román. Esa es la sensación que sobrevuela en las filas del oficialismo, manifestada ayer de manera explícita en pancartas con la leyenda: “La mafia tiene miedo”. La similitud de esta consigna con la de “La casta tiene miedo” que llevó a Milei a la presidencia es evidente, y de alguna manera funciona como escudo contra el intento del macrismo de asociar a Riquelme con el kirchnerismo. Milei maldijo a la casta y se tuvo que desdecir. Riquelme resiste.
Y resiste en sus términos, que son los mismos desde que empezó a jugar. La imagen de Román sostenido por Blas Armando Giunta en la caja de la camioneta en la que se unió a la caravana de ayer es el ejemplo perfecto de la potencia simbólica de la que solo él es capaz. Riquelme llegó a Boca en 1996 con 18 años. Giunta, un emblema del club, en ese entonces tenía 33 y ya estaba en el ocaso de su carrera, pero, después de los entrenamientos, le pedía los guantes al arquero y se quedaba haciendo horas extra para que ese pibe que no conocía nadie practicara tiros libres. Dicho de otra manera, Giunta es el primer hincha de Boca que se dio cuenta de que Riquelme iba a ser Riquelme. Veinticinco años más tarde sigue ahí, atajándolo.
No es casual que Román se dedique a generar ese tipo de imágenes. Si hay algo que queda cada vez más claro es que su talento como futbolista no era más que un subproducto de su verdadero talento como estratega. Su jugada en 2019, cuando decidió volver al club como dirigente, fue implacable. Tanto el oficialismo como la oposición lo querían en sus filas, porque sabían que el que se lo quedaba, ganaba. Entonces estuvo varias semanas coqueteando con el oficialismo para que no le pudieran hacer campaña en contra, y, dos semanas antes de las elecciones, anunció que finalmente iría como vicepresidente de la oposición. Arrasó en la urnas.
Este 2023 no le iba a ser tan fácil: tuvieron cuatro años para desgastarlo. Así y todo, los modos del macrismo en estas últimas semanas no pudieron ocultar cierta desesperación. La denuncia que motivó la suspensión de las elecciones es el mejor ejemplo: Ibarra y Macri acusan a Riquelme y a Ameal de fraude por hacer socios nuevos con un mecanismo que no solo había sido habilitado durante la presidencia de Daniel Angelici, sino que ya había sido denunciado en 2015 y 2019, y en ambos casos la justicia porteña se excusó porque eran cuestiones que debía resolver la Comisión Electoral del club (que finalmente avaló el procedimiento). De hecho, una de las personas que se hizo socia de Boca por esta vía fue Sergio Abrevaya, diputado del PRO en Capital… que es el hermano de la jueza que la semana pasada decidió suspender las elecciones. Por eso, en su apelación, Boca plantea la nulidad de la suspensión del acto electoral y la recusación de la jueza Alejandra Abrevaya. La Cámara de Apelaciones responderá en estos días.
En este contexto, el fantasma de la intervención crece cada vez más en el oficialismo, especialmente luego de la participación de Ibarra y Macri en el programa F90 de ESPN el pasado viernes. “Cuando pasan más de 15 días [sin elecciones], hay temas delicados”, dijo Ibarra. “Yo qué sé si empiezan a comprar cualquier cosa y endeudan al club… Es parte de lo que la justicia definirá para ver cómo se procede a futuro”. Recordemos que el representante de la oposición en la audiencia de conciliación por el tema de la suspensión de los comicios fue Javier Medín, ex vicepresidente del “Comité normalizador” que intervino la AFA en 2016.
“Lo único que tenemos que entender es una cosa: el club es de ustedes”, les dijo Riquelme a los hinchas ayer, en el cierre de la movilización. “No nos pueden intervenir el club”. Si hasta ahora la estrategia de judicialización del macrismo había sido exitosa en su objetivo de obligar a Román a competir en un terreno que le es incómodo, la situación parece haberse dado vuelta en los últimos días: ahora es Riquelme quien instala los temas a discutir, mientras Ibarra intenta en vano despegarse de la palabra “intervención”. Suena lógico que, en un año que ya fue lo suficientemente intenso a nivel electoral, los socios de Boca estén hartos de la situación y quieran votar de una vez. El gran acierto del ídolo xeneize en esta recta final de la campaña fue no dejarse responsabilizar por esa demora.
Y ese fue también el gran pecado de la oposición, que venía con el viento a favor del balotaje y terminó pasándose de rosca en su propio juego. Es llamativo que Macri, quizás el principal responsable de la “moderación” que le permitió a Milei mantenerse competitivo en las elecciones nacionales, no fue capaz de moderarse él mismo en su camino a la vicepresidencia de Boca. Sigue polarizando hasta el día de hoy, quizás porque las encuestas nunca le dijeron lo que él necesitaba que le dijeran. El tema es que la cuerda ya estaba tan tensa que le terminó regalando a Riquelme un cierre de campaña épico, mucho más potente del que habría tenido si ayer los hinchas hubieran ido a la Bombonera a votar en lugar de a manifestarse.
LG / MG / NB