Rosana sale de su casa con una bolsa de cinco kilos de arroz y tres cajas de puré de tomate. Su casa —un cubo de material color verde agua rodeado por pastos altos y un alambrado— es también el comedor “Delia”, en Claypole, que todos los días reparte viandas para alrededor de cien personas. Rosana sale al patio, se acerca a la gran olla que tiene sobre una parrilla improvisada con un medio tambor y, sudando entre el humo caliente y los 33° que marca el mediodía del 21 de enero, sepulta en arroz y tomate unos pedacitos de carne y verduras.
—Los alimentos secos nos los envía el Gobierno, pero el problema es con los frescos, con los que el municipio nos ayuda pero nunca alcanzan —dice, algunos metros más allá, Nilda Chamorro, coordinadora de los 40 comedores de la organización Barrios de Pie en el partido de Almirante Brown. —Antes quizás cada uno ponía un poco de plata y podías ir a comprar un pedazo de carne, ahora ya no lo podés hacer. Un kilo de carne te sale $600 y es imposible; para esa olla necesitás por lo menos tres kilos para que le toque un poquito a cada uno.
—¿Cambiaron lo que cocinan por el aumento de los precios?
—Sí, compramos alita, aunque el pollo también subió un montón ahora. También menudos, que muchos los tiran y acá en el barrio se venden y con eso podés hacer una salsa para los fideos, por lo menos. Todos los días inventamos el menú. Se ingenian las compañeras y medianamente lo podemos resolver.
Los alimentos son una de las categorías que más subió de precio a lo largo del 2020, aun con la contención de los programas Precios Cuidados y Precios Máximos. Según el Índice de Precios al Consumidor (IPC) que elabora el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el año pasado los alimentos y bebidas se dispararon 42,1%, seis puntos porcentuales por encima del promedio general de la inflación, que fue de 36,1% para 2020.
La carne —que sólo estuvo alcanzada por un programa de precios regulados los días previos a las fiestas y para tres cortes en particular— se ubicó al tope de las subas, con un incremento del 57% en el año, que superó el 65% en la región Noreste, donde más se encareció. Las frutas y las verduras también aumentaron muy por encima de la inflación, al marcar 65,8% y 68,5% en el año, respectivamente.
En cambio, otras cosas como los servicios de salud, educación o equipamiento para el hogar subieron mucho menos. A grandes rasgos, la gran diferencia en los precios estuvo durante 2020 entre los bienes, que se encarecieron 43%, y los servicios, que subieron apenas el 22,2%, contenidos por la pandemia y la depresión de los salarios, que representan gran parte de su costo.
La importancia que tiene la categoría de alimentos dentro de la canasta de consumos de las personas de menores recursos hace que un dato que se sospecha igual para todos los hogares argentinos, no lo sea. La inflación golpea de una forma a los ricos, con gastos más diversos y mayor incidencia de servicios, y de otra a los pobres, a los que el ingreso se les va casi íntegramente en el plato que ponen sobre la mesa.
La Canasta Básica Alimentaria, que está compuesta por los productos elementales que necesita una familia para comer y que marca la línea de la indigencia, aumentó 45,5% en 2020 y alcanzó en diciembre un valor de $22.681 para una familia tipo de cuatro integrantes. La Canasta Básica Total, que incluye algunos otros bienes y servicios como ropa, transporte o comunicaciones y traza el límite de la pobreza, creció 39,1% y se ubicó en $54.208 en el último mes del año. Este valor es más que el doble que el salario mínimo, que subió a $20.587 en diciembre, lo que quiere decir que incluso los hogares con dos salarios formales no están a salvo de vivir en una situación de pobreza.
En el extremo opuesto, la Canasta del Profesional Ejecutivo, que elabora la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (Ucema) en base a los consumos del 3% de los hogares de más altos ingresos aumentó en el año 34,5%, 1,6 puntos por debajo de la inflación general.
Si se compara el aumento de la canasta alimentaria básica total con la del profesional ejecutivo, hay una diferencia de 4,5 puntos porcentuales entre la inflación que golpea a los ricos y la que afecta a los más pobres. Si la comparación se establece entre la canasta básica alimentaria y la de los ejecutivos, esa brecha escala a 11 puntos.
Esta tendencia se confirma en el cálculo del índice de precio general por decil de la población que hace la consultora Ecolatina en base a datos del Indec. Mientras que la inflación de 2020 fue de 34,8% para el 10% más rico de los hogares argentinos, escaló al 37,3% para el 10% más pobre: 2,5 puntos de diferencia.
“Este dato, y el del 3% de la población que cubre la canasta de ejecutivos te permite ver que cuanto más subís en la pirámide de ingresos, menor fue la inflación”, concluyó Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina.
Consumos ejecutivos
La canasta que elabora Ucema está construida en relación al grupo familiar de un profesional ejecutivo que vive en zonas residenciales del Gran Buenos Aires o en la ciudad de Buenos Aires, cuyo nivel mensual de gasto llegó a $336.418 en diciembre de 2020. Como insumo para los cálculos, toma los datos de inflación medidos por el Gobierno de la Ciudad.
“Dos de las categorías que tienen más peso en el consumo de la clase media alta son las que menos subieron en el año, como la atención médica y gastos para salud, que creció 19%. Las cuotas de las prepagas y obras sociales estuvieron congeladas gran parte del año. La educación privada también subió poco, en torno al 26%”, explicó a elDiarioAR Alejandro Rodríguez, director del Departamento de Economía de Ucema, al analizar el por qué del resultado por debajo de la inflación general.
En efecto, dentro de los consumos de los más ricos, la categoría alimentos y bebidas tiene una importancia mucho menor. En la canasta básica total del INDEC los alimentos representan el 38,4% del total, los gastos en transporte y telecomunicaciones son los segundos más importantes (13,6%), seguidos por los gastos de vivienda (11,2%). En la canasta ejecutiva, la categoría alimentos y bebidas se lleva el 20,5% del total, casi lo mismo que transporte y comunicaciones (20,2%). El gasto en esparcimiento acumula el 13,7%, más que el doble que en la canasta básica total, y el equipamiento y mantenimiento del hogar, 10,7%, mismo porcentaje que la vivienda. Como anticipó Rodríguez, también tienen un mayor importancia gastos destinados a atención médica y salud (7,4%) y a educación (5,4%), versus 6% y 3,3% respectivamente.
“En mis finanzas personales, la pandemia fue positiva”, resumió el CEO de una agencia de comunicación que vive en el barrio cerrado Nordelta con su mujer y dos hijos adolescentes. “Hemos generado ahorro porque suspendimos todo tipo de asados, invitaciones a comer a casa, festejos y salidas. También por el lado deportivo; mis hijos, además de ir a colegio privado, hacían karate y fútbol, actividades que se suspendieron. Los viajes a Capital fueron otra cosa en la que ahorré mucho, porque se sumaba el autopase, garaje, nafta”, agregó
Datos oficiales del gobierno de Estados Unidos muestran un salto abrupto en el nivel de los ahorros personales en el año de la pandemia lo que, según el economista Martín Vauthier, se puede ver en mayor o menor medida en todos los países del mundo. “Hubo sectores que mantuvieron sus ingresos durante la pandemia, en general asalariados de altos ingresos que pudieron adaptarse al trabajo remoto, y que suspendieron actividades que hacían vinculadas al entretenimiento, turismo, restaurantes, cines, bares, gimnasio. Eso generó una caída en el consumo agregado y un aumento en la tasa de ahorro”, explicó el director de EcoGo.
En diálogo con este medio, uno de los socios de un multinacional de consultoría también repasó una serie de ahorros que se reflejaron en sus cuentas durante 2020, aunque detalló que los compensó parcialmente con otros consumos. Gastó más en algunas tecnologías que, según consideró, le “aliviaron” el confinamiento a su hijo adolescente, como complementos de la PlayStation. También contrató una segunda plataforma de música, “con mejor calidad de sonido”, y está esperando el inminente lanzamiento en la Argentina de una tercera para sumarla.
“Ahorré en ropa, en zapatos. Miro el placard y pienso cuándo volveré a ponerme todo eso. ¡Y peluquería! También bajó ese gasto”, contó la dueña de una conocida agencia de comunicación, que durante 2020 también contrató más plataformas de contenido on demand, libros digitales, y mejoró el servicio de internet en su hogar. Además, aprovechó el confinamiento para “rehacer los balcones” y cambiar las cortinas.
“La cuenta del supermercado sí aumentó mucho, por la suba de precios y el hecho de comer más en casa. Además, al principio le enviaba packs de viandas a mis hijos. Por lo demás, fue casi todo ahorro”, apuntó.
DT