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El otro desempleo: demasiado viejos para trabajar, demasiado jóvenes para jubilarse

Primero sacó del currículum su título universitario de licenciado en Relaciones Laborales, luego el terciario en Seguridad e higiene y después probó directamente con mentir y poner “secundario incompleto”. Cuando en 2013 Carlos Soloaga, de entonces 57 años, se quedó sin trabajo y empezó a buscar uno nuevo se dio cuenta de que para acceder a los puestos disponibles para su edad —cobrador, sereno, vigilancia— tenía más chances si escondía su experiencia previa. No decía que había sido gerente de recursos humanos en grandes empresas ni contaba el proceso de fusión de compañías en el que, con 35 años de aportes y cuando le faltaban siete para llegar a la edad jubilatoria, se había quedado sin empleo. 

“Entre muchas otras cosas, me presenté para trabajar en un comedor comunitario, en donde lo único que tenía que hacer era recepcionar llamados y ver quién donaba. El que me entrevistaba vio mi currículum, me extendió un Diario Popular que había sobre la mesa y me dijo: ‘¿Sabés leer de corrido?’”, recuerda Carlos, todavía sorprendido. “Uno va perdiendo poco a poco la dignidad”.  

En la Argentina pueden jubilarse las mujeres mayores de 60 y los varones mayores de 65 que reúnan 30 años de aportes laborales. Si bien existen moratorias que permiten ingresar al sistema a personas que tienen la edad reglamentaria pero no los años de trabajo verificados (de hecho, de los 5 millones de jubilados argentinos 3,3 millones, un 66%, ingresó por esta vía), no existe un mecanismo similar que le permita jubilarse anticipadamente por razones de desempleo a quienes cumplen con los años de aportes, pero no llegan a la edad estipulada. El problema es que en la Argentina —y no sólo en la Argentina— conseguir trabajo no es una tarea fácil para nadie y menos para las personas mayores de 50 años.

En el proceso de búsqueda, Soloaga fue recurrentemente a las oficinas de empleo de la Ciudad de Buenos Aires —donde vive— y de San Martín —donde se crió— hasta que un empleado se compadeció y le dijo: no vengas más porque no va a haber nada. “El mundo laboral está preparado para que el viejo se vaya quedando afuera. Cuando entrás a cualquier oficina no ves ninguna cabeza blanca, no sé si te fijaste”, dice.

“En la Argentina hay entre un 80% y 90% de búsquedas laborales que discriminan directamente a personas de más de 50 años, que es algo que ya en muchos países está prohibido y penado”, apunta Sebastián Campanario, economista, periodista y autor de Revolución Senior (Sudamericana). Según señala, se trata de una discriminación directa anclada en prejuicios que identifican a la madurez como una etapa de retirada, de tristeza, de melancolía, de deterioro cognitivo. “La verdad es que en muchos casos no es así y cada vez menos porque el avance de la ciencia permite que vivamos más años en plenitud física y cognitiva”, añade. 

Por otro lado, Campanario resalta la importancia de mirar esta problemática global en el contexto argentino, en el que por una multiplicidad de factores —entre los que se destacan la recesión y la pandemia— la creación de empleo de calidad es muy baja. Obviamente en ese contexto si tenés un sesgo a no tomar gente adulta, ese segmento sufre mucho más todavía“, añade. 

Después de despedido Soloaga usó parte de la indemnización para poner un kiosco, pero  no funcionó y lo cerró al año. Luego asesoró a un abogado, pero sin cobrar. “Yo me convencí de que estaba ocupado, pero no era real porque no había plata. Igual me ponía el saco y la corbata y salía siempre a la misma hora”. Hay algo de esa escena de la película Pasante de Moda en la que el personaje de Robert de Niro filma, impecable, un video en el que explica sus motivaciones para aspirar a los 70 años a una pasantía en una empresa de e-commerce: “Me gusta la idea de tener un lugar al que ir todos los días y supongo que también quiero que me necesiten”. 

Soloaga no terminó como De Niro en una start up de moda sino en un local de puertas en Parque Centenario, de 14 a 20. “Cuando venía una persona trataba de venderle una puerta y el resto del tiempo barría, limpiaba los vidrios, el baño —cuenta—. Un día me vino a ver mi señora al trabajo y se puso a llorar. ‘¿Hasta dónde llega esto?’ ‘Hasta dónde es la caída sin red?’, me dijo”. 

Algo similar le pasó a Graciela Siracusa, que hasta que cumplió 54 años y cerró el consultorio odontológico en el que había trabajado como secretaria durante los últimos 35 años, nunca se había dedicado a limpiar casas. Tampoco a atender una heladería ni el kiosco de un colegio, todas cosas que comenzó a hacer —en la misma jornada, una tarea detrás de la otra— cuando fue despedida y no pudo conseguir otro trabajo formal ni jubilarse pese a tener los aportes completos. 

“He logrado sobrevivir hasta ahora”, dice la mujer, que vive con su hija en la localidad mendocina de Maipú. “En 2020 con la pandemia los informales no podíamos trabajar y eso fue fulminante. Me atrasé en impuestos, muchas privaciones. Ahora en agosto por fin cumplo los 60 años, pero todos estos años que he pasado han sido terribles”, apunta Siracusa, que desde 2014, año en que perdió su empleo, no tiene obra social. 

Hugo Daivez se quedó sin trabajo a los 59 años, cuando ya tenía acumulados 41 años de aportes y la papelera en la que trabajaba como subgerente del área de Sistemas, Massuh, cerró. Junto a otros compañeros de su misma antigüedad empezaron a investigar qué alternativas tenían y descubrieron que entre 2004 y 2007 había estado vigente un régimen de jubilación anticipada por motivos de desempleo, destinado a contener el escenario posterior a la crisis de 2002, pero que ya no estaba disponible. 

En 2013 crearon el Movimiento de Trabajadores Desocupados con más de 30 años de Aportes, que hoy tiene casi 2.500 seguidores en Facebook, el principal canal de encuentro de los afectados. Según los datos que solicitaron a la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) son alrededor de 33.000 las personas en en el país que tienen más de 30 años de aporte y podrían jubilarse por razones vinculadas al desempleo si se redujera la edad en 5 años. 

Daivez se postuló a muchos trabajos, pero sólo avanzó en el proceso de selección de uno. “Quedamos dos para el psicotécnico y cuando vi a la otra persona dije ‘perdí’ Ì; era mucho más joven que yo. Si pasás todo y llegás a la revisación médica, ahí por lo menos te encuentran la presión alta”, explica, y asegura que en Inglaterra se definió que esa instancia médica es necesaria sólo si el trabajo es de riesgo o expone a otras personas. Finalmente, surfeó el tiempo que demoró en cumplir 65 años vendiendo piezas gráficas en su barrio, Berazategui, y “ajustando al máximo” los gastos en su casa.

Daviez es la cara más visible del Movimiento de Trabajadores Desocupados con más de 30 Años de Aportes, que impulsa una reforma previsional que establezca el derecho de los trabajadores que han cumplido con sus años de aportes y queden desocupados por más de un año de optar por una jubilación anticipada. Se pagaría el 50% de los haberes correspondientes, o el piso de la jubilación mínima en caso de que fuera menor, hasta el momento de cumplir los años necesarios para regirse por el régimen general. 

Daivez explica que ya hubo más de 20 proyectos de jubilación anticipada que se “cajonearon” en el Congreso, y ahora esperan que se trate en comisión alguno de los que que tienen trámite parlamentario. Uno que lleva la firma de Mirta Tundis, del Frente de Todos, y otro de  Alicia Terada, de Juntos por el Cambio. También la diputada oficialista Gabriela Cerruti presentó en 2020 un proyecto de ley “contra el edadismo”, que si bien no menciona la jubilación anticipada dedica un apartado a promover el empleo a mayores de 45 años y recoge otra de las demandas del grupo que conduce Daivez: el currículum vitae ciego, es decir, sin datos personales como la edad que puedan condicionar la elección del empleador. 

Para Rafael Rofman, investigador principal en Cippec y ex especialista del Banco Mundial en materia de seguridad social, una buena solución al problema de las personas que se quedan en el limbo sería un seguro de desempleo que funcione bien, sea accesible y sirva de puente hacia la jubilación, algo que hoy no sucede, o una reforma del sistema que permita jubilaciones anticipadas con beneficios ajustados actuarialmente.

La informalidad aparece casi como la única opción para las personas cercanas a la edad de jubilación que pierden sus trabajos en relación de dependencia. Es incluso lo más conveniente desde un punto de vista legal. Los haberes jubilatorios se calculan como un promedio de las 120 últimas remuneraciones (10 años) y por eso, a menos que falten años de aporte, se aconseja que si una persona es despedida a poco de cumplir la edad jubilatoria no tome trabajos por un salario menor ni tampoco se inscriba en el régimen de autónomos o de monotributo porque eso podría disminuirle el cálculo del haber.

Jorge Dayha, que está a punto de cumplir 60 años, recibe el seguro de desempleo. Son $7.000 mensuales que le ayudan a “subsistir” y complementan los magros ingresos que genera con la venta e instalación de alarmas contra incendio, un negocio en el que lo participó un amigo al que “tampoco le va bien”. Es ingeniero, tiene 59 años,  33 años de aportes y hasta 2019 se desempeñaba en Conuar, una empresa del grupo Perez Companc que trabaja para los combustibles nucleares en la central atómica de Atucha. “Yo estaba en el equipo de ingeniería de calidad, un grupo muy bueno con el que participamos de la inauguración de Atucha II, después del reentubamiento del embalse. Yo pensé que iba a seguir ahí hasta que me jubilara”, confiesa.

Pero contra los pronósticos, el cambio de la política energética a partir de 2015 truncó algunos proyectos y la empresa empezó a achicarse. “En junio de 2019 me despidieron y salí con la ilusión de encontrar trabajo enseguida. Mandé por lo menos 300 currículums, pero para la edad que tengo yo no… tuve apenas una entrevista personal y otra virtual. El resto no me llamaron”.

DT