Viaje a la mayor mina de litio de la Argentina, donde falta el aire y el agua y sobran inversiones contra el calentamiento global

Las decenas de miles de turistas que visitan cada año las Salinas Grandes de Jujuy y después postean en redes sociales sus fotos paveando en ese paisaje plateado primero debieron andar al menos una hora de auto entre curvas y contracurvas, algunos al borde del mareo y medicados con Dramamine, por la Cuesta del Lipán desde Purmamarca. Las Salinas está a 3.400 metros sobre el nivel del mar. Por eso hay que andar lento, evitar comilonas, algunos copian la costumbre local de ponerse unas hojas de coca entre los dientes y la pared lateral de la boca y otros se toman una Cafiaspirina. Todo sea para evitar dolores de cabeza, vómitos y mareos. Si seguimos dos horas más por esa ruta nacional 52 hacia Chile, con más zigzags pero menos pronunciados, llegamos a la que en dos meses se convertirá en la mayor mina de litio de la Argentina, en el Salar de Olaroz, en el mismo desierto de la Puna donde falta el aire y el agua y sobran inversiones contra el calentamiento global, para reemplazar dentro de 12 años en diversos países desarrollados los autos a petróleo por los eléctricos.

Al salir de la 52 e ingresar al camino de ripio se divisa entre las montañas, las tolas y tolillas (arbustos bajos) y las vicuñas, las instalaciones de Gemar, una proveedora de camiones y grúas para la industria litiera que armaron las comunidades indígenas atacameñas, que están a favor de la actividad, a diferencia de la mayoría de las de Salinas Grandes y la vecina Laguna de Guayatayoc, preocupadas por el uso del agua en su explotación. Antes de bajar del vehículo para entrar al yacimiento, un empleado de Sales de Jujuy pasa con la pipeta a controlar el alcohol cero en sangre. Los recursos naturales son de las provincias, pero su explotación está concesionada a esta empresa que controla la australiana Allkem (66,5%), la quinta mayor litiera del mundo, originaria del país que lidera en producción global (la Argentina está cuarta), y en la que participan el grupo japonés Toyota (25%) y la estatal Jujuy Energía y Minería (Jemse), que por norma se queda con el 8,5% de todos los proyectos de la provincia y espera cobrar así, más pronto que tarde, sus ganancias, una vez que se recupere el capital invertido por sus socios. Sales de Jujuy comenzó a producir en 2015, tiene una capacidad para extraer 13.000 toneladas anuales, pero en junio sumará otras 25.000, con lo que superará al menos durante dos años a la otra única mina que ya obtiene litio hoy en la Argentina, Salar del Hombre Muerto, en Catamarca, de la norteamericana Livent. Este yacimiento catamarqueño extrae 20.000 y en 2025 sumará 30.000.

Apenas se baja del vehículo hay que pasar por el consultorio médico del campamento donde trabajan 350 personas. En la entrada, un cartel electrónico cuenta que llevan 157 días sin accidentes laborales y 533 sin incidentes ambientales, a diferencia de Livent, con un derrame reciente por el vuelco de un camión con químicos. Estamos a 3.900 metros sobre el nivel del mar. Se controla la presión y la saturación de oxígeno, con el oxímetro que tanto se popularizó en la pandemia. Después, una charla de medidas de seguridad, donde se advierte que los vientos de hasta 45 kilómetros por hora pueden cerrar de golpe puertas de vehículos e instalaciones, y luego, a ponerse casco, anteojos de sol, pechera reflectante y punteras en el calzado y a recorrer.

“Acá es donde se derriban todos los mitos del litio”, arranca la gerenta de comunicaciones de Sales de Jujuy, Inés Casañas. Ella defiende la “necesidad” de la actividad porque el mundo debe dejar de consumir petróleo para sus autos y reemplazarlos con baterías de litio ante la crisis climática que ya sentimos con olas de calor que se traducen en cortes de luz o sequías graves. La polémica radica en el uso del agua en una zona de por sí desértica, donde desde hace siglos viven pobladores con sus llamas, vicuñas, cabras y lo poco que allí pueden plantar. El primer paso de la producción consiste en extraer de pozos de 300 a 600 metros de profundidad litros y litros de salmuera, agua con una altísima concentración de sal, ocho veces más que la permitida para el consumo humano, como en el mar. Allí mezclado está el litio y otros minerales. “Es agua salobre, no es potable, no la podemos tomar los seres humanos, ni los animales”, aclara Casañas.

En el pueblo más cercano de la mina, Olaroz Chico, la máxima autoridad, el coordinador de la comunidad atacameña del lugar, Mario Gerónimo, cuenta que “no falta agua, ni se contaminó” desde que comenzó la explotación hace ocho años. Antes la mayoría de sus pobladores se dedicaba a otros proyectos mineros, como la extracción de bórax, que después se cerraron cuando se acabó el mineral. Ahora Olaroz Chico tiene 280 habitantes, el cuádruple de los que tenía antes de que arrancara el litio. “Muchos volvieron”, cuenta Gerónimo. El 40% de los empleados de Sales de Jujuy son de las diez comunidades del pueblo originario Atacama y el 75% son de la provincia. Como los indígenas son dueños de las tierras donde se extrae el mineral, la comunidad recibe una compensación económica que se tradujo en la construcción de una plaza, una escuela técnica con albergue y un polideportivo, además de empleos y contratos como proveedores de camiones, combis, catering o mantenimiento. Algunas familias debieron mudarse de sus tierras ancestrales por el yacimiento y recibieron otras compensaciones como empleo para sus hijos. Los mineros ganan 160% más que el promedio de los trabajadores. Gerónimo sostiene que en su comunidad “sólo unos pocos está en contra del litio”.

Una mina puede que no altere la provisión de agua en la zona, ¿pero qué sucederá cuando en esas tierras se multipliquen los proyectos para extraer salmuera aquí y allá para abastecer a todo el mundo de litio? Porque, a diferencia del petróleo, no en todo el planeta hay este mineral blanco y la Argentina cuenta con las terceras reservas mundiales, detrás de Australia y Chile. Entre Jujuy, Salta y Catarmarca, hay seis minas que están punto de sumarse a las dos que ya producen, hay otras 10 detrás en carrera y 20 con trabajos de exploración avanzada. “Con empresas de la zona que todavía no han empezado a producir, tenemos una alianza estratégica para analizar la no afectación de napas de agua dulce. Y hay un trabajo combinado entre el sector privado y el Estado en pos de cuidarlas”, cuenta Casañas. En las Salinas Grandes, donde hay carteles contra el litio, la presidenta de la comunidad colla Santuario Tres Pozos, Verónica Chávez, advierte: “No es, como dicen, que ellos van a salvar al planeta... Nosotros tenemos que dar la vida para salvar al planeta”. Gerónimo, de Olaroz Chico, la contradice: “Ellos tienen que venir a ver la realidad”. La polémica está servida y la Corte Suprema ha intervenido para analizar las iniciativas en Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc, a pedido de sus comunidades. Sólo en una de ellas, Lipán, se votó a favor del litio.

El gerente de asuntos públicos de Sales de Jujuy, José Alioto, admite que el “impacto acumulado es algo que habrá que controlar cuando haya más proyectos produciendo”. Es que habrá muchos. “Somos los campeones mundiales de inversiones de litio, no hay país que esté recibiendo más inversiones que la Argentina en la actualidad”, cuenta Alioto antes de ir a almorzar al comedor de la mina. Allí se hace cola con la bandeja para ir poniéndole platos, unas imágenes de la Virgen los custodian, todos uniformados de azul, hay muchos varones, algunas mujeres y un cartel grande que advierte “No es no”, en contra del acoso sexual. Los empleados de la zona no duermen allí, pero otros se quedan siete días seguidos trabajando y durmiendo en el campamento y después descansan otros siete.

La Argentina es el cuarto productor mundial, detrás de Australia, Chile y China, pero va camino de convertirse en el segundo. Allkem no sólo está invirtiendo para ampliar su mina en el Salar de Olaroz sino también para comenzar a producir el año próximo en Sal de Vida, en Catamarca. Con US$ 1.500 millones sextuplicará su producción actual. ¿Por qué, a pesar de su incertidumbre económica y el cepo cambiario, la Argentina lidera en inversión en litio? Empresas no sólo australianas sino de Canadá, otro país de tradición minera, y China son las que más apuestan, pero también las hay de capitales locales -José Luis Manzano y Pluspetrol, de las familias Rey y Poli- y de Estados Unidos. Alioto identifica varias respuestas: porque la Argentina dispone de un recurso “de muy buena calidad”, “porque es de las provincias y lo defienden más allá de los cambios de gobiernos provinciales”, por la estabilidad fiscal por 30 años que asegura la ley minera de los 90, “porque son proyectos de largo plazo que miran más allá de la coyuntura” y por los costos. Entre estos está la carga tributaria.

¿Por qué la Argentina supera en inversiones a Chile y Bolivia, los otros países del llamado Triángulo del Litio? Alioto advierte que regulaciones ambientales han frenado iniciativas chilenas, al tiempo que en el Salar de Uyuni boliviano es difícil la separación del litio del magnesio con el que suele surgir de la salmuera a la vez que es el Estado el que pretende liderar las inversiones. Bolivia quedó relegado al décimo puesto en extracción mundial. El presidente de Chile, Gabriel Boric, en tanto, anunció esta semana que busca crear asociaciones público-privadas para extraer el litio con respeto al medio ambiente.

Hay una discusión sobre cuánto tributan las litieras en la Argentina. Livent incluso está investigada por la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) por una supuesta subfacturación de exportaciones. No es el caso de Sales de Jujuy, que tiene este asunto en regla. Pero un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) señala que en Chile el litio paga más impuestos que en la Argentina. Compara los datos de un antiguo proyecto de allá, SQM Salar, con Sales de Jujuy y advierte que la tasa efectiva de tributación de la chilena en el periodo 2011/20 fue del 42,6% de sus ingresos, frente al 3,4% de la mina argentina, pero hay que tener en cuenta que esta última comenzó más tarde, sus datos comerciales aparecen en 2017, y recién está recuperando la inversión. Para comparar peras con peras, la CEPAL simula cuánto tributaría un proyecto de litio que haya empezado en 2021. El resultado es que la Argentina es donde la tributación efectiva sería menor, entre el 10% y el 44%, según distintas hipótesis, mientras que en Chile llega a entre el 13% y el 57% y en Bolivia, entre el 16% y el 63%. Un país puede atraer más inversiones porque cobra pocos impuestos, regalías y retenciones, como sucede con el litio en la Argentina, pero puede correr el riesgo de que así quede poca ganancia para el país. O puede pretender que el Estado se quede con mucho, pero acaba consiguiendo poca inversión y, por tanto, bajos beneficios. El desafío radica quizá en conciliar ese equilibrio para recaudar lo mayor posible sin desalentar la radicación de capitales.

Otro reto es el ambiental. Y también está el de la industrialización del litio. “Estamos para colaborar en lo que sea”, es la respuesta diplomática del gerente de asuntos públicos de Allkem cuando se le pregunta por la producción de baterías en la Argentina, una idea que por ahora sólo están en el estadio de pruebas por parte de Y-Tec, la división tecnológica de YPF. Por ahora, se las produce en China, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos y Alemania y después los autos eléctricos se elaboran en el gigante asiático, Europa y la superpotencia norteamericana. En la Argentina apenas hay proyectos de empresas locales que fabrican los auto Tito, Volt o Sero Electric. El carbonato de litio de Sales de Jujuy va 100% a Toyota en Japón, donde se los convierte en hidróxido de litio, y de allí se destina a las fábricas de baterías.

En Sales de Jujuy hay litio para extraer por 40 años, pero la oportunidad, según Allkem, está en los próximos 20 porque después comenzará el reciclado de baterías. El suyo es un gran negocio, si se tiene en cuenta que la tonelada que exporta esta firma subió del piso de US$ 3.000 en el que cayó por la pandemia de 2020 a los actuales US$ 53.000, en la medida en que el mundo lo demanda más por el avance de los autos eléctricos. Pero Alioto reivindica que no se trata sólo de una actividad minera sino química. De los pozos que extraen la salmuera se lleva el líquido a la planta de cal, que viene de San Juan y otros rincones de Jujuy. Allí se le inyecta agua industrial, que también es salobre. La idea es quitarle el magnesio, que quedará como residuo y que la idea es reutilizarlo para hacer caminos, entre otros usos. La salmuera ya sin magnesio va a 70 enormes piletones que ocupan 1.500 hectáreas en total. Allí reluce su color verde, pero no son aguas del Caribe para zambullirse sino otras más parecidas a las del Mar Muerto, de hasta 6 metros de profundidad. Además hay que andar abrigado, la máxima es de 15 grados, la mínima de menos 20. Con el viento y la acción solar a 3.900 metros sobre el nivel del mar, durante seis meses se va evaporando la salmuera para que quede una mayor concentración de litio. Membranas impermeables impiden que se derrame la salmuera en la tierra: no quieren que caiga nada, no porque sea un material contaminante, sino demasiado valioso, el llamado “oro blanco”. El liquido se va pasando de piletón en piletón hasta que después se deriva a la planta de carbonatación, donde se le aplica soda ash, que se importa de Estados Unidos. Para algunos clientes se lo purifica con dióxido de carbono, que provee la francesa Air Liquide, con producción argentina. Finalmente, se pasa al secado y embolsado. El proceso total del pozo a la bolsa con el polvillo de carbonato de litio demora un año.

AR