Raíces Entrevista

Milagros Caliva y su bandoneón viajero de corazón chamamecero

Volvemos. Iniciamos una nueva etapa de esta columna sobre música de raíz, que seguiremos publicando cada dos semanas. Pero ahora vamos a entrevistar a músicxs quizá no tan conocidxs pero que creemos fundamentales en el panorama actual y a los que queremos que puedan conocer un poco más. La nueva camada. Los jóvenes. Los que ahora mismo están dándole nuevas formas a nuestra música.

Inauguramos este ciclo con la bandoneonista Milagros Caliva, de apenas 27 años pero ya con una trayectoria larguísima. Empezó a tocar en las bailantas chamameceras del conurbano bonaerense a los ocho años y hoy es una artista sofisticada, profunda y versátil, que integra Don Olimpio y Flamamé, entre otros proyectos, es convocada por figuras como el Chango Spasiuk, y cuyo corazón sigue latiendo al ritmo de la música litoraleña, aunque se mueva como pez en el agua en muchas otras músicas.

“Mili”, como le dicen muchos, vino al mundo el 1 de enero de 1996 en Parque Patricios, pero se crió en La Matanza. Llegó al bandoneón de la mano de su abuelo misionero y nunca lo soltó. El 2023 comenzó lleno de planes para esta joven intérprete y compositora, de hablar calmo y mirada firme. Esta es la charla que tuvo con elDiarioAR en su casa del barrio porteño de Balvanera:

-¿La música te viene solo por tu abuelo o hay más músicos en tu familia?

-En mi familia materna fueron todos músicos. Acordeonistas, guitarristas. El único bandoneonista era mi abuelo. Estaba separado de mi abuela y vivía con nosotros, en una casa en el fondo, solo. Todo el tiempo nos cruzábamos. Él siempre estaba con la radio o venían sus amigos a tomar mate y se ponían a tocar. Y yo estaba ahí jugando. Jugaba un ratito con mis hermanas y me aburría. Mi hermano me obligaba a jugar a la pelota con él. Y yo no me hallaba con ninguno. A mí me gustaba mucho estar con mi abuelo. Me hablaba o lo veía cocinar o escuchábamos la radio. A los cuatro años, me regaló un acordeón, pero de juguete. Me enseñó “feliz cumpleaños” y eso. Pero me aburrió. Y como estaba la guitarra siempre en casa, me empezó a enseñar. Me enseñó cómo colocar los acordes, los dedos. Y yo rasgueaba así un poquito. Después, a los seis, le pregunté si me podía enseñar a tocar el bandoneón. Y toqué con su bandoneón hasta los 15. Me enseñó así de oído. En los últimos años se empezó a enfermar, a tener artrosis y entonces ya no me pasaba temas, sino que yo tenía que sacarlos sola. Por ahí me corregía un poquito pero silbando, porque ya no podía tocar. Le dolían los dedos. 

-Empezaste a tocar profesionalmente muy chiquita.

-Desde los ocho hasta los 21 toqué mucho en bailantas de chamamé. Tocaba primero en el grupo de mi abuelo y después con mi grupo. Tocaba con dos guitarristas. En realidad, en el mundillo chamamecero, no son guitarristas, son guitarreros. Yo tocaba con dos guitarreros de él, que se llamaban Rolón y Quiñones. Ambrosio Rolón y Laureano Quiñones. Un chaqueño y un misionero. Toqué con ellos un año. Después ya me empecé a armar mi grupo. Veía a músicos más grandes circulando por los bailes. Me gustaban, los encaraba y les decía de ir a tocar. Venían a casa y, claro, a veces no me gustaba cómo tocaban o no se dejaban que les dijera algo. Entonces a veces no duraban nada. Un ensayo y se iban. Me acuerdo que mi abuelo siempre me decía: No, Mili, así no se va a quedar nadie. Claro. Porque no tenía paciencia. Después ya sí empecé a encontrar a los músicos. Cuando empecé a encontrar a mis verdaderos compañeros, cuando me empecé a sentir más a gusto, fue a los 17 o 18 años. Pero de los 8 hasta los 17 toqué con mucha gente grande todo el tiempo.

-¿Y qué repertorio hacías?

-(Mario del Tránsito) Cocomarola, Isaco Abitbol, Avelino Flores. Después un repertorio más estilo bailantero. En las bailantas radican muchos estilos. Uno es más romántico, como dicen ellos, y como había cantantes a dúo, tenía que tocar temas de los Hermanos Barrios, de Cejas-Solís, los Hermanos Cardozo, todos músicos de ahí, de tierra adentro. Un detalle es que, de tanto tocar en los bailes -porque tocaba mucho de viernes a domingo, todas las madrugadas- me acuerdo que iba al colegio a la mañana y estaba muy dormida. Y me dejaban dormir porque sabían un poquito lo que estaba haciendo. Así me pude comprar mi propio bandoneón a los 14. Y cuando me lo compro, el mismo año, mi abuelo me regala el suyo, porque él ya no podía tocar. Y él fallece cuando yo tenía 15 años. Después seguí tocando. Y a los 18 me metí en un conservatorio. 

-Te pusiste a estudiar formalmente. ¿Por qué?

-Tocaba pero no sabía que me quería dedicar a la música. No sé por qué dudaba. Terminé el secundario y con mi hermana ganamos una beca e ingresábamos a la Universidad de La Matanza sin rendir ingreso. Me anoté en comunicación social y, a la vez, en el conservatorio (Manuel de Falla). Si rendía bien en el conservatorio, no estudiaba comunicación social. Usé esa lógica. Y me acuerdo que cuando fui a rendir al conservatorio, Andrés (Pilar) me toma el examen de ingreso. Malísimo. Yo no leía nada. Estuve una hora encerrada tratando de desgrabar una melodía que no podía y nunca le pude decir: “Che, yo no...” Se dio cuenta cuando le mostré la hoja. Pero me tomó un examen práctico al otro día, toqué y ahí me dijeron: “Ingresás, pero en marzo ponete las pilas”. Y ese año fue un montón de información nueva, de cómo leer y cómo tocar. Lo que tardaba en sacar un tema, que por ahí lo podía resolver en dos minutos, cuando tenía que repasar una partitura tardaba tres meses. Era muy intenso. Siento que el conservatorio, ingresar a ese mundillo y conocer mucha gente, me abrió la cabeza, me hizo conocer otros códigos, otros lenguajes. Me hizo desprenderme de esa idea tan localista que tienen las músicas regionales. Y hoy en día, si bien no toco tanto chamamé como lo hacía antes, cada vez que lo puedo hacer, lo disfruto muchísimo más. Esa es la sensación. Y siento que cada vez que toco me siento mucho más cercana a mi infancia. Por ahí de tanto hacerlo todo el tiempo había perdido un poco el encanto. Y ahora como que la música pasa por otro lado. Me estoy empezando a dar cuenta también de lo que me costó como mujer llegar a ciertas situaciones, lidiar con ciertas personas. 

-¿Hoy en día el mundillo de la música sigue siendo machista?

-Sí. También en cuanto a la calidad musical. Los grupos que predominan en lugares importantes para la música quizá no son los que tendrían que estar representando a la música. Por una cuestión musical. Me parece que se sigue preservando lo comercial y la música pasa a un segundo plano. Y estoy re segura que no quiero estar en esos lugares. Prefiero no tocar en festivales donde la música no es respetada. Cada vez tengo menos paciencia.

-Estudiaste, empezaste a tocar con un montón de gente y viajaste también.

-Empecé a viajar afuera en el 2018. A los 22. Era algo que quería hacer pero no sabía cómo. Tampoco tenía prisa. Quería preguntarme primero qué es lo que quería transmitir o qué quería llevar. Lo hice con Martín Pérez, que es un guitarrista con el que toqué muchos años y tocamos cada tanto. Fuimos a acompañar un documental de chamamé que hizo una francesa, Claire Pétavy. Y dimos algunos talleres en conservatorios en Francia, en distintas ciudades. Ahí conocí a Alfonso Pacín, que es docente y que tiene una orquesta de música argentina, una típica, de franceses que tocan música argentina, y pegamos buena onda. Después viajé el año siguiente sola, grabé un disco con ellos, se armaron talleres, giras, y así fue como el vínculo se fue acrecentando más allá de la música también. Él es argentino y un tipo muy admirable. Después viajé en la pandemia a Holanda. Tengo un amigo holandés (Nino Zannoni) al que le propusieron de Holanda armar un concierto de chamamé sinfónico y me propuso hacer los arreglos. Yo nunca había hecho arreglos para cuerdas. Imaginate que trece años atrás no sabía ni leer ni escribir (risas). Y le dije: sí, dale. Como era en pandemia, me vino joya porque estuve encerradísima trabajando, investigando, y tardé unos meses. Es un laburo que alguien que ya lo sabe hacer lo hace en dos semanas. Yo tardé tres meses. Pero tenía tiempo. Mandé los arreglos, los aprobaron y me acuerdo que cuando llegué a Holanda no tenía la menor idea de qué iba a sonar. Porque todo lo había hecho en la computadora. Nunca lo había escuchado de verdad. Y cuando empezó a sonar no podía creer lo que estaba pasando. Fue un montón como primera experiencia.

-¿Y cómo siguió tu vínculo con el chamamé?

-Me alejé del chamamé, porque necesitaba hacerlo, y ahora estoy volviendo otra vez. Y la verdad es que es una música de la que realmente no podía alejarme. Siento que el 50% de mi vida tiene que estar abocado a la música del Litoral. Buscar distintas formas, pero tiene que ir por ahí. Siento que tengo, no sé si una obligación, pero un compromiso emocional, sobre todo, y de herencia y familiar. Y también porque amo la música del Litoral. No me pasa con otras músicas de emocionarme así, de tocar y llorar. Por ahí a los 15 años no tenía ni idea. Lo veía llorar a mi abuelo y no sabía por qué lloraba. Y ahora me pasa todo el tiempo.

-¿Y cuáles son tus referentes, además de tu abuelo?

-Isaco, Cocomarola, Avelino, actualmente Nini (Flores). Con Nini nos conocimos. Yo era chica, recién empezaba a interactuar con músicos de acá, pero sentía tanta admiración por él. Lo veía más a Rudi (Flores) en las guitarreadas (NdR: los hermanos Rudi y Nini Flores conformaban un dúo de chamamé). Me acuerdo que justo ese año, el que Nini se murió (2016), empezamos a entablar una amistad, un vínculo, empecé a ir a su casa. Nos juntábamos a tocar. Siempre los iba a ver. A dónde iban, me encantaba ir. Eran una inspiración. Porque yo necesitaba buscar a alguien para sentir que estaba haciendo bien en estar acá en Capital, sola, con la tristeza de extrañar. Y la música me ayudó un montón para canalizar toda esa nostalgia. Cuando me mudé acá, ellos fueron como mis guías. 

-¿Cuál es tu relación con el tango?

-Un poco porque como tocaba el bandoneón tenía que laburar, pero además me gusta el tango. No me gusta el ambiente del tango. Para nada. Por eso no me termino de adentrar. En realidad, no me gustan todas las músicas tan de adentro. Prefiero estar en mi espacio y tener la posibilidad de meterme, con todo el respeto que se merece esa música. Pero es difícil. Siempre son las mismas figuras. Igual no reniego, sino que me alegra ser consciente de esa situación y saber qué es lo que quiero, que no es eso. Y apuesto mucho a los proyectos independientes y sé que con el tiempo las cosas se acomodan, se fueron acomodando y se van a seguir acomodando. Y hay que tener mucha paciencia y mucha calma como para tolerar las injusticias, todo el tiempo.

-Te abriste a muchos géneros, tocás con un montón de gente. A Don Olimpio entraste cuando ya estaba el proyecto armado. ¿Qué significa Don Olimpio para vos?

-Es una familia. No somos íntimos amigos, pero cada vez que nos vemos es como una familia. Con mirarnos nos entendemos. Yo estoy con ellos desde el 2018. Y eso cuatro años fueron un montón. Me acuerdo que empecé a tocar así con miedo, porque estaban Andrés (Pilar), Nadia (Larcher). Y después estuvo la pandemia de por medio... La pandemia fue algo importante, al menos en mi vida. Como a todos, creo que me ayudó a valorar muchísimo más el entorno y la gente con la que nos estábamos codeando. Así que Don Olimpio es una familia que me dio la música en la que aspiramos a seguir por muchos años más. Y a seguir grabando.

-¿Y (la pianista) Noelia Sinkunas?

Noe es también una hermana que me dio la vida y fue también una persona que me ayudó en muchas situaciones personales. Fue como abrir una puerta y era la puerta a la que yo siempre quería ingresar pero nunca me animaba y no podía. Entonces ella me abrió la puerta para ir a jugar (risas). Nos conocimos en un lugar al que ella vino a escucharme. Yo tocaba con Martín. Después me contó que quería grabar un disco de chamamé. Me dijo: bueno, vamos a juntarnos, dale. Y ahí se armó su disco y después ya se armó una amistad. Y después se armó Flamamé el año pasado. 

-¿Cómo es ese proyecto?

-Es un proyecto que nadie sabe bien cómo nació. Un poco cada una tiene su versión. Pero, bueno, con Noe ya estábamos tocando. Con (la contrabajista) Belén (López) empezamos a tocar, también el año pasado. Y (la cantante) Flor (Bobadilla Oliva) fue invitada una noche. Después me habían llamado para tocar en un festival de Brasil y propuse ir con las pibas. Sin nombre, todavía. Y a la vuelta empezamos a armar. No hicimos muchas fechas. No tuvimos todavía esa charla previa, ordenadora, de decir qué onda.

-¿Por qué se llama Flamamé?

-Es un desprendimiento de chamamé. Flama es algo así como cool. Una amiga tiró el nombre y quedó. No hay una explicación más diplomática del asunto. Pero, bueno, también Flamamé propone un repertorio litoraleño, latinoamericano, además de composiciones propias. Estamos en la búsqueda, probando, en nuestros primeros pasos. Necesitamos tiempo de exploración.

-Recién hablabas de composiciones propias. ¿En qué momento empezaste a componer?

-Desde chica. Grabé tres discos de chamamé en mi niñez. Y grabé temas míos. Nadie lo sabe y no me gustan tanto. Después, ya a los 18 o 19, empecé a componer un poquito más y ahí ya me empezó a gustar porque empecé a absorber otras músicas. Entonces me empezó a gustar lo que quería proponer. Cada tanto vuelvo a la composición. Me gusta muchísimo componer. No compongo fácilmente. No es que agarro un instrumento y compongo. Me gusta buscar los momentos dramáticos para hacerlo. Por eso son todos tristes los temas (risas). “Sus ojos de río” es un tema que grabamos con Don Olimpio. Después hay uno que se llama “Duda”. De a poquito vamos a ir largando más.

-¿Te das cuenta de que vas camino de convertirte en referente para pibes más jóvenes?

-No sé. No estoy pendiente de eso. Amo hacer música. Igual siento que todo el tiempo tengo que estar haciendo algo. Nunca me siento satisfecha. Y a veces siento que no estoy haciendo nada y estoy haciendo un montón. Nunca puedo sentirme del todo a gusto, cómoda. Tengo un montón de cosas que resolver y estoy solamente contemplándolas, pero no estoy haciendo nada. Así que espero que el 2023 me traiga el incentivo y las ganas de poder hacerlo. Quiero grabar un disco solista, un disco con composiciones, quizá con invitados también. Capaz me animo a grabar algo cantado. Hay cosas que siempre quise hacer pero que me reprimía. Ahora las estoy implementando. También quiero grabar un disco con Noe y un disco con Flamamé. Pero, bueno, hay que tener la economía para hacerlo. El deseo está, las ideas están claras. Hay que llevarlas a cabo. 

“Raíces” fue un programa radial dedicado a la música de raíz de Argentina y Latinoamérica que la periodista entrerriana Blanca Rébori condujo durante más de 30 años en diferentes emisoras. Titulamos esta columna con ese nombre en homenaje a su labor.

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