OPINIÓN

Siempre nos quedará el consuelo del arte: Wicked en la ocasión

7 de diciembre de 2024 00:00 h

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Cuando el peso del mundo –el general y el particular– se hace insoportable, nos queda siempre el refugio, la protección de creaciones artísticas. A veces tiene que ver con vivir al extremo el dolor que nos asalta para, al menos, sabernos menos en soledad en nuestro sufrir. A veces, sencillamente se trata de escaparnos a universos fantásticos y hacer un corte total con la vida real durante ese lapso.

Y a veces, dichosamente, podemos hacer las dos al mismo tiempo.

Con agotamiento en lo físico y lo moral –el tango nos da letra también en esta oportunidad– por causa de la problemática cotidiana y buscando un oasis que me es muy familiar, me entregué sin reservas a las casi tres horas de Wicked. Originalmente una novela de Gregory Maguire publicada en 1995, Wicked es una reinvención de El Maravilloso Mago de Oz de L. Frank Baum, y de su versión cinematográfica de 1939. Narra la historia de la Bruja Mala del Oeste, pensándola como una rebelde que decide defender sus ideales y que se transforma en el chivo expiatorio de un gobierno que en realidad está buscando oprimir a un sector de la sociedad. Como dicen en un momento de la película, no hay nada mejor que inventar un enemigo en común para unir a la gente (no sé si les suena...). El libro utiliza la tierra de Oz para reflexionar sobre la naturaleza de la maldad, la persecución de las minorías, y la manipulación de los ciudadanos a través de la propaganda política, entre otras artimañas

Resulta interesante como Maguire usa el mismo recurso que la película de Fleming para introducir cambios en la historia original y transformarla. En esa versión cinematográfica, el viaje a Oz es un sueño de Dorothy, y por lo tanto los amigos y enemigos que aparecen en el camino no son otros que aquellos de su vida real: la Bruja Mala del Oeste es la terrible vecina que quiere llevarse a Toto, el Espantapájaros, el León y el Hombre de Hojalata son los trabajadores de la granja, el Mago es un ilusionista bastante berreta que Dorothy se encuentra en el camino de su rescate de Toto, y que la convence de volver a casa. Esto no sucede así en la novela de Baum: Dorothy vive sola con sus tíos y su perro en un lugar triste, gris y desolado de Kansas, y su aventura no es producto de un golpe en la cabeza, sino que hay una ambigüedad (como sucede con Narnia, o tal vez más) que permite que el lector suspenda la incredulidad y crea que la odisea de la niña es muy real.

En el caso del libro de Maguire, donde se cuenta una suerte de “precuela” de cómo la Bruja Mala del Oeste llega a ser tal, y el resto de la historia del Mago de Oz desde su perspectiva, también hay elementos (personajes, situaciones) que claramente tendrán su rol en la historia de Dorothy (evitemos los espoilers, aunque quienes hayan leído a Baum y visto la película del ’39 podrían reconocerlos fácilmente).

Otra cosa que conecta todas estas realizaciones es el rol de las mujeres en la historia. En una excelente charla de Ted de 2012 que no pierde actualidad, Colin Stokes hace un valioso análisis sobre el personaje de Dorothy y resalta de qué modo, a diferencia de lo que sucede con las películas que tienen como objetivo a un público de varones, ella logra triunfar en su aventura a partir de las amistades que generó. Dorothy, señala, es una líder que entiende la importancia de lo grupal y de ayudarnos unos a otros para poder obtener no solo un propósito en común, sino también nuestros propios objetivos individuales. Más aún, relacionando el film con el test de Bechdel, Stokes destaca en qué medida la película tiene mujeres buenas, mujeres malas, todas ellas personajes multidimensionales. Y si bien él se basa particularmente en el film, esto es cierto también en la novela de 1900. Y no solo eso, sino que, si bien es cierto que las Brujas Malas del Este y el Oeste son claras villanas, el peor de los personajes no es otro que el Mago, que es un ilusionista que llegó al poder a través de mentiras, y que manipula a Dorothy (que, recordemos, en la novela original no es sino una niña, y en la película ya está entrando en la adolescencia) para que haga el trabajo sucio que él no puede hacer a cambio de promesas que no puede cumplir. Y pese a que estas dos versiones no dimensionan del todo el problema que representa el Mago y lo dejan ir con una palmadita en la espalda y un “no lo vuelvas a hacer” (consideremos que se trata de dos productos de su tiempo, escritos y dirigidos por hombres), Maguire aprovecha esta zona narrativa para hablar de la manipulación llevada a cabo por políticos y otras personas en el poder.

Volviendo al musical, fue en 2003 que Schwartz y Holtzman realizaron la adaptación para Broadway, que fue un hitazo absoluto, al punto que todavía sigue en cartel. Y ahora Universal la llevó a la pantalla grande en una excelente versión que se anima a desafiar la ley de gravedad y a elevar la obra a lo más alto posible. Porque además de permitirse darle a la narración el tiempo requerido (no solo son casi tres horas: es la primera parte de la historia, que culminará el año próximo), el medio cinematográfico le otorga a la película la posibilidad de llenarla de referencias al clásico de 1939, desde los títulos del comienzo, que imitan la tipografía de la versión de MGM, hasta las placas del final, que también son un guiño. Y en el centro, el maravilloso mundo de Oz: los zapatos de la Bruja Mala del Este, que son plateados como en la novela de Baum, pero también se ven los de tono rubí que calzó Judy Garland (justo en el momento en el que Galinda/Glinda dice algo así como “tenés un largo camino por andar”), y hasta hay una aparición de Idina Menzel y Kristin Chenoweth (las Elphaba y Glinda originales de Broadway), entre otros incontables ejemplos.

Estas facetas (la extensión, la cantidad de referencias) podrían haberle jugado en contra a la película. Para nada. Está tan, pero tan bien contada, es tan entretenida y atrapante, las canciones son tan buenas que se pasan los minutos sin que te des cuenta. Y las asociaciones pueden deleitar a los fans más regalados (como la que suscribe), pero no molestan en lo más mínimo a quienes no las pesquen; incluso, tal vez debido a esa “carencia” disfruten especialmente las sorpresas de la segunda parte.

Si les gustan (o si se les animan) a los musicales, no dejen de verla en cine, porque merece ser mirada en todo su esplendor en la pantalla grande, en rutilante Technicolor.

MS

Este artículo fue publicado originalmente en Damiselas en Apuros