Cuando Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México dos años atrás, el problema inmediato era lidiar con el hombre de al lado. Un paquete de concesiones migratorias rubricado con adulación lo consiguió: AMLO logró sobrevivir a Trump y hoy lo despide con una cercanía que era impensada al comienzo del vínculo. Quizás porque ya no se siente amenazado, ahora recibe a Joe Biden con displicencia. La demora en las felicitaciones, que llegaron con una carta en un tono frío, sumado a una reforma en la Ley de Seguridad que limita el rango de acción de agencias como la DEA, son un síntoma del rumbo que pueden tener la relación entre Estados Unidos y México en los próximos meses.
López Obrador fue, junto a Bolsonaro y Putin, uno de los últimos líderes en reconocer la victoria de Biden en las elecciones. La postura oficial señala que la demora se justificaba por el “principio de no intervención”, rectora de la política exterior mexicana: bajo esta interpretación, el gobierno no debía pronunciarse sobre las elecciones hasta que la justicia desestime las demandas presentadas por la campaña de Trump. Pocos se lo creyeron. La demora, en cambio, fue vista como una señal, pero no está del todo claro si esta fue para Trump, al que todavía le quedan un par de meses en el poder y no manifiesta intención en comportarse como un presidente en retirada, hacia Biden, que asume con otras prioridades, o ambos.
En la carta, difundida por la Cancillería mexicana, López Obrador dice que confía en que Biden respete el principio de no intervención y autodeterminación, y le reconoce su postura a favor de los migrantes, “lo cual permitirá continuar con el plan de promover el desarrollo y el bienestar de las comunidades del sureste de México y de los países de Centroamérica”. También sugiere la posibilidad de un encuentro “para hablar de éste (migración) y otros asuntos”. La carta tiene menos de dos páginas. La primera que le envió a Trump cuando llegó a la presidencia de México tenía ocho.
El presidente mexicano ya había sido criticado por diplomáticos por la visita que le hizo a Trump en octubre, la única en sus dos años en el cargo, en la que se negó a visitar a Biden, pese a que este lideraba las encuestas. “En vez de agravios hemos recibido de usted comprensión y respeto”, le dijo AMLO a Trump en ese encuentro, una declaración que contrasta con todo el discurso anti-migratorio, dirigido especialmente contra México, que el estadounidense manifiesta desde que lanzó su campaña en 2015. “Somos amigos y seguiremos siendo amigos”, dijo.
La “amistad” entre AMLO y Trump fue desbalanceada. En mayo de 2019 el presidente estadounidense amenazó con imponer una tasa del 5% a las importaciones desde México si este no tomaba medidas para frenar la migración, tanto del vecino como del resto de países centroamericanos. López Obrador respondió con un paquete de medidas para detener el paso de migrantes, aceptó que estos se queden en el país hasta esperar la confirmación legal y militarizó la frontera con Guatemala. También desplazó a quien era el responsable de las políticas migratorias del gobierno. Fue sólo a partir de ahí cuando la relación entre ambos tomó otro curso.
En este contexto de despedida a Trump y bienvenida a Biden el Congreso mexicano acaba de aprobar una reforma de la Ley de Seguridad que limita la actividad de agentes extranjeros en el país. Si bien el proyecto, que ya había sido aprobado en la cámara alta, no menciona a ninguna organización en particular, la aplicación va a impactar sobre todo en el trabajo de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), que tiene una fuerte presencia en México, el epicentro de la llamada “Guerra contra las drogas”. El trabajo del FBI y la CIA también pueden verse afectado por una ley que retira la inmunidad diplomática a agentes extranjeros y los obliga a compartir información de investigaciones con el gobierno mexicano.
El proyecto puede ser leído como una represalia del gobierno mexicano al arresto del general Salvador Cienfuegos, exministro de Defensa, detenido en noviembre por la DEA, cuando aterrizó en Los Ángeles, por presuntos vínculos con el narcotráfico. El militar finalmente fue liberado y enviado de regreso a México, en una movida inesperada. El episodio desnudó la presión que ejercieron los altos mandos militares para que López Obrador se abocara de lleno a la liberación y sugiere su influencia en la reforma de la ley de seguridad, de tono nacionalista. Los militares son unos de los grandes ganadores de estos dos años de gobierno de AMLO, que incluyeron la creación de una Guardia Nacional, la cesión de funciones de seguridad pública y la inclusión de la institución en programas de infraestructura, educación y asistencia social, entre otros movimientos que ensancharon su posición. Este es otro de los lentes para mirar la futura relación con Estados Unidos.
El gobierno de Biden deberá lidiar con los efectos de la ley que afecta, precisamente, al área de seguridad y narcotráfico, uno de los dos temas más prioritarios para Estados Unidos en la relación bilateral junto a migración.
Biden pondrá el énfasis en conseguir una buena relación, tanto por el volumen de comercio como por la cercanía geográfica. Las posturas migratorias de Biden, sumado al hecho de que nominó por primera vez a un latino, Alejandro Mayorkas, al frente del Departamento encargado de esa política, pueden sugerir a priori que AMLO tiene más para ganar con él que con Trump. Pero Biden fue durante ocho años el número dos de un presidente al que apodaban “the deporter in chief” (el deportador en jefe). Obama deportó más migrantes que Trump y Bush. Además del espejo con la anterior administración demócrata, Biden también puede ejercer una mayor presión en el cumplimiento de los estándares medioambientales y laborales del T-MEC, el acuerdo comercial que reemplaza al NAFTA y que comparten Estados Unidos, México y Canadá. Es en ese triángulo comercial donde AMLO deposita –sin sorpresa alguna– las esperanzas para una reconstrucción económica, luego de un año donde su PBI cayó casi nueve puntos.
Las asimetrías entre ambos países siempre han sido una garantía para Estados Unidos de que, no importa quien se siente en el gobierno mexicano, este siempre iba a buscar tener una buena relación con su vecino mayor. Pero la displicencia de AMLO para acercarse a Biden y el impulso a la reforma de ley de seguridad sugieren que el mexicano no ofrece la misma predisposición que mostró con Trump al inicio de su mandato. Si la salida del republicano puede significar un ajuste en la percepción de amenaza por parte de AMLO, logrando que este se relaje y abandone la posición defensiva, es algo que empezará a responderse a partir del 20 de enero. Para la política hacia América Latina de Biden, esta pregunta será una prioridad.
JE