En teoría, los tatuajes permanentes son definitivos, “para siempre”. Al menos, todo lo que “para siempre” puede significar en la vida de una persona. Sin embargo, desde hace un tiempo esto también ha cambiado, y eliminar los tatuajes es una posibilidad real.
Por supuesto, más allá de los procedimientos que -por medio de la tecnología láser- permiten quitar estos dibujos de la piel, conviene pensárselo muy bien antes de decidir hacerse un tatuaje. Por los diversos riesgos que conlleva introducir tinta en el cuerpo y también porque borrar un tatuaje sigue siendo bastante más caro que hacerlo.
Más allá de ese costo económico, ¿implica riesgos para la salud borrar un tatuaje con láser? Sí, aunque no muy frecuentes ni muy graves, siempre y cuando se tomen las medidas necesarias para prevenir los efectos secundarios. Por eso, es importante conocer los cuidados que se deben tomar para evitar consecuencias indeseadas.
Cómo se borra un tatuaje y cuán difícil es
Existen varias formas distintas de láser para eliminar los tatuajes. En esencia, todas ellas consisten en un rayo de luz que fragmenta las partículas de tinta alojadas en la piel. Partículas que son lo suficientemente grandes para que el sistema inmune no las pueda eliminar.
La tarea del láser es micropulverizar esas partículas de tinta. Al ser más pequeñas, pueden ser eliminadas por los macrófagos, unos glóbulos blancos que -además de destruir microorganismos presentes en la sangre- extraen las células muertas. Es decir, “limpian” el organismo.
Pero los tatuajes no son todos iguales: algunos son más difíciles de borrar que otros. Esa dificultad depende de varios factores, entre los cuales se cuentan el color de la tinta, la antigüedad del tatuaje, la zona del cuerpo donde esté y la calidad con que haya sido realizado.
Los colores oscuros suelen ser, curiosamente, los más fáciles de eliminar, mientras que los más difíciles son los tonos blancos y amarillos. Los tatuajes antiguos también son más sencillos de quitar que los recientes, pues llevan más tiempo atacados -al menos de forma parcial- por los citados macrófagos.
Resulta más arduo, por otra parte, borrar los tatuajes de las zonas del cuerpo donde la circulación de la sangre es menor: las de piel más fina y las más alejadas del corazón. Es por ello que, por ejemplo, la tinta en la piel de los tobillos es una de las más difíciles de quitar.
Y también es más complicado eliminar los tatuajes “más profesionales”, que en general penetran hasta capas más profundas de la piel y están más saturados de tinta que los realizados por aficionados.
En función de estos factores, varía el número de sesiones necesarias para borrar un tatuaje por completo, que puede ir desde dos hasta una docena.
De esto depende, como es lógico, la duración de todo el proceso: entre cada sesión y la siguiente suelen ser necesarias entre cuatro y seis semanas, y en ocasiones aún poco más.
Efectos secundarios, riesgos y cuidados necesarios
Lo que sucede en algunos casos al eliminar un tatuaje es un cambio en la pigmentación de la piel, que en esa zona puede volverse más oscura (hiperpigmentación) o más clara (hipopigmentación). Esta última es más probable en personas de piel más morena.
Estas variaciones se producen porque, en ocasiones, el láser afecta la melanina -la sustancia natural que da color a la piel- en el área afectada. Pero es temporal: en general, el problema se corrige solo y, entre seis meses y un año después del tratamiento, ha desaparecido.
Después de cada sesión, también pueden aparecer ampollas, hinchazón, escozor, puntos de sangrado o enrojecimiento de la piel. El especialista encargado del procedimiento ha de indicar una crema antiséptica y antiinflamatoria para aplicar en los días siguientes, la cual ayudará a evitar -o aliviará- esos efectos secundarios.
En cualquier caso, las ampollas se irán secando hasta transformarse en costras, las cuales tardan hasta un par de semanas en curarse. Es fundamental no tocarlas, ni rascarse, y evitar sobre todo el uso de esponjas, toallas ásperas u otros tejidos textiles que pudieran afectar la zona sensibilizada, que se debe lavar con jabón neutro.
Las posibles consecuencias de no respetar esos cuidados sí son más graves: desde infecciones hasta cicatrices y cambios permanentes en la textura de la piel. Resulta clave aguantar esas molestias temporales para prevenir males peores.
Además de los efectos ya citados, a veces la zona duele un poco tras la aplicación del láser. Por lo general, se trata de un dolor no muy intenso, tolerable. Si resulta muy molesto, se puede atenuar aplicando frío, el cual también ayuda a disminuir la posible hinchazón del área afectada.
Es frecuente, sobre todo tras las primeras sesiones de láser, que la imagen del tatuaje se difumine y se amplíe. Esto es normal, como consecuencia de la ya citada pulverización de las partículas de tinta. Se trata de un paso necesario hacia su eliminación definitiva.
Otro cuidado importante que se debe tener consiste en no exponer la piel del tatuaje a los rayos del sol. Es por ello que los meses más convenientes para realizar este tratamiento son los del otoño y el invierno.
Riesgos mayores, poco frecuentes pero posibles
Por lo demás, hay que tener en cuenta que la técnica del láser es eficaz y segura, pero “su aplicación requiere una importante curva de aprendizaje para minimizar los efectos secundarios”, como explica en un artículo la doctora Petra María Vega López, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).
El uso de equipos de láser no homologados o la falta de formación por parte de quienes los emplean “ha hecho que en los últimos tiempos hayan llegado a los servicios de urgencias pacientes con importantes quemaduras por este tipo de láseres”, añade Vega López.
La primera medida de prevención, por lo tanto, consiste en tomarse muy en serio el procedimiento de borrado de una tatuaje y acudir para tal fin a una institución de confianza, que ofrezca garantías de seguridad.
Por otra parte, durante la sesión con láser también podría producirse una reacción alérgica, debido a que el procedimiento consiste en “fragmentar una tinta que va a estar corriendo por el cuerpo y en la zona”.
El riesgo de que esa reacción alérgica se torne grave (podría llegar incluso a un shock anafiláctico) también hace que sea importante realizar este procedimiento en un centro médico, que cuente con la presencia de especialistas que puedan asistir al paciente en caso de que sea necesario.
Estas posibilidades son poco frecuentes, pero siempre se debe procurar reducir al mínimo los factores de riesgo y no evitar lamentarse después por males mayores.
C.V.